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Benedicto XVI: “Kolbe, su amor heroico es signo luminoso de la victoriosa presencia de Dios”

RV | 14/08/2017


 

“Hoy se celebra el 70° aniversario del martirio de san Maximiliano Kolbe en el campo de exterminio de Auschwitz. Su amor heroico es signo luminoso de la victoriosa presencia de Dios en el drama humano del odio, del sufrimiento y de la muerte”, con estas palabras el Papa emérito, Benedicto XVI saludaba a los peregrinos polacos llegados hasta el Palacio Pontificio de Castelgandolfo, el 14 de agosto de 2011 para rezar junto al Santo Padre, la oración mariana del Ángelus, a quienes les decía: “Oremos para que, a través de nuestro amor, los hombres en todo el mundo experimenten esta presencia divina”.

Después de haber rezado a la Madre de Dios, el Papa Benedicto XVI recordaba el 70° aniversario del martirio de San Maximiliano Kolbe, el sacerdote polaco que dio su vida para salvar a un padre de familia condenado a muerte en el campo de concentración de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. Campo de concentración que, el mismo Benedicto XVI, había visitado el 28 de mayo de 2006, en el marco de su Viaje Apostólico a Polonia, donde sostuvo un sentido discurso.

En la fiesta litúrgica de San Maximiliano María Kolbe, en Radio Vaticano recordamos los puntos más sobresalientes del Discurso del Papa Benedicto XVI, en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.

“Tomar la palabra en este lugar de horror, de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia – afirmaba el Pontífice – es casi imposible; y es particularmente difícil y deprimente para un cristiano, para un Papa que proviene de Alemania. En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios:  ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?”.

“Con esta actitud de silencio – oraba Benedicto XVI – nos inclinamos profundamente en nuestro interior ante las innumerables personas que aquí sufrieron y murieron. Sin embargo, este silencio se transforma en petición de perdón y reconciliación, hecha en voz alta, un grito al Dios vivo para que no vuelva a permitir jamás algo semejante”.
Recordando la visita de su predecesor, el Papa Juan Pablo II, el 7 de junio de 1979, que peregrinaba como hijo del pueblo que, juntamente con el pueblo judío, tuvo que sufrir más en este lugar y, en general, a lo largo de la guerra. “El Papa Juan Pablo II estaba aquí como hijo del pueblo polaco. Yo estoy hoy aquí como hijo del pueblo alemán – puntualizaba Benedicto XVI – y precisamente por esto debo y puedo decir como él:  No podía por menos de venir aquí. Debía venir. Era y es un deber ante la verdad y ante el derecho de todos los que han sufrido, un deber ante Dios, estar aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio”.
¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar!, decía Joseph Ratzinger, siempre surge de nuevo la pregunta:  ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal? 
“Nos vienen a la mente las palabras del salmo 44, la lamentación del Israel doliente:  "Tú nos arrojaste a un lugar de chacales y nos cubriste de tinieblas. (...) Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y nuestra opresión? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos, redímenos por tu misericordia" (Sal 44, 20. 23-27). Este grito de angustia que el Israel doliente eleva a Dios en tiempos de suma angustia es a la vez el grito de ayuda de todos los que a lo largo de la historia —ayer, hoy y mañana— han sufrido por amor a Dios, por amor a la verdad y al bien; y hay muchos también hoy”.
En Auschwitz-Birkenau, concluía el Papa Benedicto XVI, la humanidad atravesó por “un valle oscuro”. Por eso, precisamente en este lugar, quisiera concluir con una oración de confianza, con un Salmo de Israel que, a la vez, es una plegaria de la cristiandad: “El Señor es mi pastor, nada me falta:  en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. (...) Habitaré en la casa del Señor por años sin término" (Sal 23, 1-4. 6)”.

(Renato Martinez – Radio Vaticano)