Tribunas

Dos centenarios: Fátima y Lutero

 

Primer Centenario de la aparición de Nuestra Señora en Fátima y quinto centenario de la mal llamada “reforma” de Lutero.

 

Ernesto Juliá


 

 

Los ecos de Fátima siguen vivos en el corazón de tantos cristianos; y la devoción a la Virgen con esta advocación, Fátima, se ha extendido por todo el mundo. Meditando las palabras que nos han transmitido los videntes –dos de ellos ya canonizados- muchísimas personas han elevado su corazón al Cielo rezando el santo Rosario, y pidiendo la conversión de los pecadores, para que la humanidad no siga ofendiendo a Dios, y Nuestro Señor Jesucristo tenga la alegría de salvar a esos pecadores, que arrepentidos, le pidan perdón de todo corazón.

La devoción a Nuestra Señora de Fátima ha abierto tantos caminos de esperanza en el corazón de muchos fieles hijos de la Iglesia. Entre ellos a  los católicos rusos que han visto con gozo, y han dado gracias a Dios, al ver como Obispos, sacerdotes y laicos rusos han ido por vez primera en peregrinación oficial a Fátima, en este primer centenario: semillas de la conversión de Rusia, y de la anhelada unión de todo los cristianos rusos en la Iglesia, en la que - con todas las miserias que se quiera de quienes, por la gracia de Dios,  la formamos- “subsiste” en plenitud la Iglesia fundada por Cristo: la Iglesia Una, Santa Católica, Apostólica.

La devoción a Nuestra Señora en su advocación de Fátima “reforma” el corazón de los fieles, y reafirma la unidad de todos con el Papa, sea quien sea.

¿Qué “reforma” Lutero?  Veamos solo algunos detalles.

Ricardo García-Villoslada, jesuita, profesor que fue de la Universidad Gregoriana, en Roma, y reconocido estudioso de Lutero de quien escribió una espléndida biografía y un no menos espléndido estudio teológico, escribe a propósito del libro de Lutero: “De votis monasticis” (De los votos monásticos):

“Los abusos –en monasterio- eran demasiado palmarios para que nadie los niegue. Solamente notemos aquí que Martín Lutero no insiste mucho en lo episódico, ni le importa la reforma de los escándalos morales. Lo que él pretende es aniquilar la institución monacal aunque estuviese compuesta de monjes observantes, del mismo modo que pretende destruir el papado en sí, aunque todos los papas fuesen personalmente tan santos como san Pedro, según su propia expresión” (“Martin Lutero”, BAC, 1976, 2ª ed.  t. II, pág. 47).

 García-Villoslada  señala que en este libro Lutero pretende “demostrar lo siguiente: a) los votos monásticos son contrarios a la palabra de Dios; b) son contrarios a la fe; c) son contrarios a la libertad evangélica; d) son contrarios a los preceptos de Dios; e) son contrarios a la caridad; y f) son contrarios a la razón natural (ib).

A veces se ha subrayado que Lutero pretendía una “reforma moral”. En sus tiempos, los del Papa Pablo III, “la curia se había purgado bastante de sus antiguos vicios”; y García-Villoslada se pregunta: “¿Por qué Lutero insiste tanto en este aspecto, si a él todo lo de carácter ético le importaba muy poco? ¿No había dicho en el otoño de 1533 que “nuestra vida (la de los luteranos) es tan mala como la de los papistas”? ¿Y no había escrito el 9 de mayo de 1521 al conde Alberto de Mansfeld que “no impugnaba al papado por su mala vida o sus malas obras, sino por su falsa doctrina”?” (ib. pág. 546).

¿Qué quiso “reformar”? ¿Corregir a Cristo y eliminar los sacramente –Eucaristía, Reconciliación, Sacerdocio, Matrimonio, etc- que Él nos dejó para confirmarnos su presencia perenne entre nosotros?

Son muchos los otros campos de la verdad que Jesucristo nos reveló y dejó a la Iglesia, que Lutero pretendió eliminar, obsesionado como estaba con el “pecado”, “del hombre condenado a pecar”, y por tanto, la única solución a su obsesión le llevaría a afirmarse subjetivamente redimido, sin necesidad ni de arrepentimiento, ni de pedir perdón.

A Dios gracias, no son pocos los Luteranos actuales que han corregido las teorías y de las afirmaciones de Lutero, y están en buenísimas relaciones con la Iglesia Católica, y con el propio Papa.

¿Qué “celebramos”, o qué “conmemoramos” en este quinto centenario de la mal llamada “reforma”? No ciertamente la desunión y el cisma que provocó entre los cristianos de Europa, con las guerras que siguieron inmediatamente después. Sí, en cambio, el buen clima de redescubrir a Nuestro Señor Jesucristo y a la Iglesia por Él fundada, del que son un buen testimonio la beatificación de Newman, los ordinariados de antiguos anglicanos; la unión con Roma de grupos de luteranos escandinavos y de otros países; y, lógicamente, los encuentros del Papa con varios representantes de confesiones protestantes.

Ya no hay luteranos, a Dios gracias, que reproduzcan palabras que Lutero escribió en su libro “Contra el papado”, por ejemplo: “el papa es un espectro del demonio, blasfemador de Dios, autor de toda clase de idolatrías, hombre de pecado e hijo de perdición”.(ib. pág. 548).

¿Renovamos la esperanza de reunirnos un día todos los cristianos, unidos ya en la Iglesia, en la explanada de Fátima?

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com