Servicio diario - 07 de septiembre de 2017


Francisco a los colombianos: participación de todos para abrirse al futuro
Redacción

Santos al Papa: “Gracias por venir en este momento histórico”
Redacción

Las llaves de Bogotá al papa Francisco
Redacción

Francisco a los jóvenes: “Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia”
Rosa Die Alcolea

En la catedral el Papa venera a la Virgen de Chiquinquirá
Redacción

El Papa a los obispos colombianos: “No traigo recetas y pido paciencia”
Redacción

El Santo Padre recibe al CELAM
Redacción

Misa del Papa en Bogotá: “Jesús nos invita a ir mar adentro”
Redacción

En la nunciatura Apostólica: ‘La vulnerabilidad sea respetada y reconocida como humana’
Redacción

El Papa expresa su pésame por la muerte del Card. Caffarra
Redacción

Santo Tomás de Villanueva, 8 de septiembre
Isabel Orellana Vilches

Rescatar al hermano – XXIII Domingo Ordinario
Enrique Díaz Díaz

Viaje del Papa a Colombia: Programa del jueves 7
Redacción


 

07/09/2017-14:51
Redacción

Francisco a los colombianos: participación de todos para abrirse al futuro

(ZENIT – 7 Sept. 2017).- Palabras del papa Francisco en la plaza de Armas, donde se encuentra el Palacio Presidencial “Casa de Nariño”. Allí se encontró con el presidente Juan Manuel Santos Calderón y su esposa, y tras escuchar los himnos y los honores militares, el Papa habló a todos los presentes.
El Papa saludó también a las autoridades políticas y religiosas, el cuerpo diplomático, y los emprendedores y representantes de la sociedad civil y cultural del país.
El presidente Santos agradeció al Papa su visita y se confesó “tocado por sus palabras y por su ejemplo”. Sus palabras fueron: “Gracias por invitarnos a ser defensores de la vida, a ser instrumentos de paz”, continuó: “Gracias, su santidad por expandir el don de la misericordia”.

 

Palabras del papa Francisco

Señor Presidente,
Miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Señoras y señores.
Saludo cordialmente al Señor Presidente de Colombia, Doctor Juan Manuel Santos, y le agradezco su amable invitación a visitar esta Nación en un momento particularmente importante de su historia; saludo a los miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático. Y, en ustedes, representantes de la sociedad civil, quiero saludar afectuosamente a todo el pueblo colombiano, en estos primeros instantes de mi Viaje Apostólico.
Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores, el beato Pablo VI y san Juan Pablo II y, como a ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en esta tierra, y la esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que sea Patria y casa para todos los colombianos.
Colombia es una Nación bendecida de muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no sólo permite la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad. Colombia es el segundo País del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver qué bueno ha sido el Señor (cf. Sal 33,9) al regalarles tan inmensa variedad de flora y fauna en sus selvas lluviosas, en sus páramos, en el Chocó, los farallones de Cali o las sierras como las de la Macarena y tantos otros lugares. Igual de exuberante es su cultura; y lo más importante, Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón y valentía para sobreponerse a los obstáculos.
Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo. Oíamos recién cantar andar el camino lleva su tiempo, pues a largo plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).
El lema de este País dice: «Libertad y Orden», y en estas dos palabras se encierra toda una enseñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y la deja siempre a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202).
En esta perspectiva, los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes. Como estos chicos que con su espontaneidad quisieron hacer de este protocolo algo más humano (Aplausos).
En la diversidad está la riqueza. Pienso en aquel primer viaje de san Pedro Claver desde Cartagena hasta Bogotá surcando el Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. La detenemos en los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. También detenemos la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser «madre» en las múltiples tareas. Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza. (La gente aplaude).
La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia. Además, no podemos dejar de destacar la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros» (ibíd., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden
verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre
cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—. (Aplausos).
Señoras y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que
aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de aceptación del premio Nobel, 1982). (Aplausos)
Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza... La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz. (Aplausos).
Están presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia. Gracias.

 

 

07/09/2017-14:54
Redacción

Santos al Papa: “Gracias por venir en este momento histórico”

(ZENIT – Roma, 7 Sept. 2017).- El segundo día del viaje apostólico en Colombia inició con un encuentro del papa Francisco delante del Palacio presidencial, con el presidente Juan Manuel Santos y su consorte, donde la banda tocó los himnos nacionales.
De allí, el Papa ingresó a la Plaza de Armas, y caminando hacia el estrado para dirigir unas palabras se detuvo unos instantes para saludar a algunas personas con síndrome de down. A continuación, el presidente de Colombia, acompañado del Santo Padre, encendió una llama de la paz.
Allí estaban presenten el Cuerpo diplomático acreditado en Colombia, empresarios, representantes de la sociedad civil y de la cultura.
“Con cuanta ilusión lo hemos esperado y con cuanta alegría le damos la bienvenida a Colombia”, dijo el presidente Santos, “en nombre de más de 49 millones de colombianos” en un “momento único” de la historia del país.
Y le agradeció “por venir a confirmarnos en la fe, en la unidad y en el amor”, por
“invitarnos a ser defensores de la vida e instrumentos de paz”, por “expandir el don de la misericordia que nos mueve a la compasión frente al dolor y la experiencia del otro”.
El mandatario citó el mensaje evangélico que indica “no hay que perdonar siete veces sino setenta veces siete” y que el Papa llegó a Colombia para “recordarnos al hijo pródigo, no por sus actos, sino porque fue reencontrado”.
Señaló que el Papa vino “para ayudarnos a dar los primeros pasos en la reconciliación” en un momento en que Colombia “es el único país del mundo donde las armas se están cambiando en monumentos de paz”.
Si bien reconoció que “nos falta dar ese paso renovador, ese primer paso hacia la reconciliación. De nada vale silenciar los fusiles si seguimos armados en nuestros corazones”, en un país en el cual “por más de medio siglo nos resignamos a la violencia” y donde “hay brazas ardientes que debemos apagar”.
El presidente Santos señaló también que “necesitamos también reconciliarnos con el medio ambiente porque es nuestra casa común” y que “esperamos sus palabras como la tierra sedienta aguarda el agua”.
“Bienvenido caminante de la paz y del amor” concluyó el presidente y pidió “para este gran país y sus habitantes su bendición apostólica”.

 

 

07/09/2017-15:43
Redacción

Las llaves de Bogotá al papa Francisco

(ZENIT – Roma, 7 Sept. 2017).- El papa Francisco, después de sus palabras en la Plaza de Armas de Bogotá, fue invitado por el presidente Juan Manuel Santos a visitar el Palacio Presidencial o Casa de Nariño.
Se realizó así en este segundo día de la visita apostólica a Colombia, un encuentro privado en el primer piso del Palacio Presidencial, donde el mandatario le presentó a su familia. Allí, el Papa firmó el libro de honor y hubo un intercambio de dones. A continuación el Santo Padre se despidió del presidente y de su consorte, cerca de la Puerta Blanca del Palacio.
De allí, en un vehículo con placa SCV 01 (Stato Citta’ del Vaticano), el Sucesor de Pedro se dirigió a la Plaza Bolívar, situada a poca distancia, saludando a las miles de personas que le aguardaban durante el trayecto. Le acompañaba el cardenal arzobispo de Bogotá, Mons. Rubén Salazar Gómez.
En la Plaza de Bolívar le aguardaban más de 22 mil jóvenes y se veían banderas de diversos países de América Latina (México, Chile...). A todos ellos saludó girando en el papamóvil entorno a la plaza, en medio de la ovación generalizada.
En un momento determinado el vehículo se detuvo y el alcalde de Bogotá, Enrique Peñaloza, le entregó las llaves de la ciudad. Allí está el Palacio arzobispal y la Catedral, en la cual el Sucesor de Pedro entró para el siguiente evento, ante la presencia del cuadro de Nuestra Señora de Chiquinquirá, patrona de Colombia, llevado al templo especialmente para esta ocasión.

 

 

07/09/2017-16:42
Rosa Die Alcolea

Francisco a los jóvenes: “Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia”

(ZENIT – 7 Sept. 2017).- El papa Francisco bendijo y dirigió este jueves desde el balcón del Palacio Cardenalicio, unas palabras a 22.000 jóvenes colombianos tras su visita a la Catedral de Bogotá y de recibir las llaves de la ciudad.
“Hoy entro a esta casa que es Colombia diciéndoles, ¡La paz con ustedes!”, así comenzó el Papa su saludo a los jóvenes reunidos frente a la Plaza de Bolívar, llegados de todos los rincones del país: “cachacos, costeños, paisas, vallunos, llaneros”, enumeró el Papa.
Y les animó a los chicos y chicas: “¡Cómo no van a poder cambiar esta sociedad y lo que se propongan! ¡No le teman al futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo grande! A ese sueño grande los quiero invitar hoy”.

 

Texto de las palabras del Papa a los jóvenes

«Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días! Los saludo con gran alegría y les agradezco la calurosa bienvenida. «Al entrar en una casa, digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes» (Lc 10,5-6).
Hoy entro a esta casa que es Colombia diciéndoles, ¡La paz con ustedes! (Los jóvenes responden: “¡Y con tu espíritu!”). Así era la expresión de saludo de todo judío y también de Jesús. Porque quise venir hasta aquí como peregrino de paz y de esperanza, y deseo vivir estos momentos de encuentro con alegría, dando gracias a Dios por todo el bien que ha hecho en esta Nación, en cada una de sus vidas.
Vengo también para aprender; sí, aprender de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad. porque ustedes saben que el obispo y el cura tienen que aprender de su pueblo, por eso vengo a aprender, a aprender de ustedes, soy obispo, y vengo a aprender.
Han vivido momentos difíciles y oscuros, pero el Señor está cerca de ustedes, en el corazón de cada hijo e hija de este País. Él no es selectivo, no excluye a nadie sino que abraza a todos; y todos, escuchen esto, todos somos importantes y necesarios para Él (Gritos y aplausos).
Durante estos días quisiera compartir con ustedes la verdad más importante: que Dios los ama con amor de Padre y los anima a seguir buscando y deseando la paz, aquella paz que es auténtica y duradera. Dios nos ama con amor de Padre. ¿Lo repetimos juntos?, (vocean todos): ¡Dios nos ama con amor de Padre!
Bueno, yo tenía aquí escrito, veo aquí a muchos jóvenes (gritos y aplausos), pero este lío solo lo pueden hacer los jóvenes (gritos y aplausos) que han venido de todos los rincones del país: cachacos, costeños, paisas, vallunos, llaneros (gritos y aplausos). Para mí siempre es motivo de gozo encontrarme con los jóvenes.
En este día les digo: mantengan viva la alegría, es signo del corazón joven, del corazón que ha encontrado al Señor. Nadie se la podrá quitar (cf. Jn 16,22), ¡Nadie! Les aconsejo: No se la dejen robar, cuiden esa alegría que todo lo unifica en el saberse amados por el Señor. Porque... ¿cómo habíamos dicho al principio? Todos: ¡Dios nos ama con amor de Padre!
El fuego del amor de Jesucristo hace desbordante ese gozo, y es suficiente para incendiar el mundo entero. ¡Cómo no van a poder cambiar esta sociedad y lo que se propongan! ¡No le teman al futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo grande! A ese sueño grande los quiero invitar hoy. Por favor, no se metan en el chiquitaje (...) ¡Vuelen alto y sueñen grande! (gritos de emoción).
Ustedes, los jóvenes, tienen una sensibilidad especial para reconocer el sufrimiento de otros; los voluntariados del mundo entero se nutren de miles de ustedes que son capaces de resignar tiempos propios, comodidades, proyectos centrados en ustedes mismos, para dejarse conmover por las necesidades de los más frágiles y dedicarse a ellos.
Pero también puede suceder que hayan nacido en ambientes donde la muerte, el dolor, la división han calado tan hondo que los hayan dejado medio mareados, como anestesiados por el dolor. Por eso yo quiero decirles: Dejen que el sufrimiento de sus hermanos colombianos los abofetee y los movilice. Ayúdennos a nosotros, los mayores, a no acostumbrarnos al dolor y al abandono, los necesitamos. Ayúdennos a esto, a no acostumbrarnos al dolor y al abandono. (Gritos de los jóvenes).
También ustedes, chicos y chicas, que viven en ambientes complejos, con realidades distintas y situaciones familiares de lo más diversas, se han habituado a ver que no todo es blanco ni todo es negro; que la vida cotidiana se resuelve en una amplia gama de tonalidades grises, es verdad, y esto los puede exponer al riesgo, cuidado, al riesgo de caer en una atmósfera de relativismo, dejando de lado esa potencialidad que tienen los jóvenes, la de entender el dolor de los que han sufrido.
Ustedes tienen la capacidad no sólo de juzgar, señalar desaciertos, sino también esa otra capacidad hermosa y constructiva: la de comprender. Comprender que incluso detrás de un error –porque hablemos claro, el error es error, y no hay que maquillarlo, ¿eh– y ustedes son capaces de comprender que detrás de un error hay un sinfín de razones, de atenuantes. ¡Cuánto los necesita Colombia para ponerse en los zapatos de aquellos que muchas generaciones anteriores no han podido o no han sabido hacerlo, o no atinaron con el modo adecuado para lograr comprender!
A ustedes, jóvenes (gritos y silbidos de alegría), a ustedes, jóvenes, les es tan fácil encontrarse. Y les hago una pregunta, aquí se encontraron todos, ¿desde qué hora están acá? ¿Ven que son valientes? (...) Les basta un rico café, un refajo (gritos de los jóvenes) o lo que sea, como excusa para suscitar el encuentro.
Los jóvenes coinciden en la música, en el arte... ¡si hasta una final entre el Atlético Nacional y el América de Cali es ocasión para estar juntos! Ustedes, porque digo que tienen esa facilidad de encontrarse, ustedes pueden enseñarnos que la cultura del encuentro no es pensar, vivir, ni reaccionar todos del mismo modo; es saber que más allá de nuestras diferencias somos todos parte de algo grande que nos une y nos trasciende, somos parte de este maravilloso País. ¡Ayúdennos a entrar a los grandes a entrar en esta cultura del encuentro que ustedes practican tan bien!
También vuestra juventud los hace capaces de algo muy difícil en la vida: perdonar. Perdonar a quienes nos han herido; es notable ver cómo no se dejan enredar por historias viejas, cómo miran con extrañeza cuando los adultos repetimos acontecimientos de división simplemente por estar atados a rencores. Ustedes nos ayudan en este intento de dejar atrás lo que nos ofendió, de mirar adelante sin el lastre del odio, porque nos hacen ver todo el mundo que hay por delante, toda la Colombia que quiere crecer y seguir desarrollándose; esa Colombia que nos necesita a todos y que los mayores le debemos a ustedes. (Gritos y silbidos de júbilo)
Y precisamente por esto enfrentan el enorme desafío de ayudarnos a sanar nuestro corazón, ¿lo decimos todos juntos? ¡Ayudarnos a sanar nuestro corazón! Es una ayuda que les pido: a contagiarnos la esperanza joven que siempre está dispuesta a darle a los otros una segunda oportunidad. Los ambientes de desazón e incredulidad enferman el alma, ambientes que no encuentran salida a los problemas y boicotean a los que lo intentan, dañan la esperanza que necesita toda comunidad para avanzar. Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia y la llenen de utopías saludables. (Gritos y silbidos de alegría) Jóvenes, ¡sueñen! ¡muévanse! ¡arriésguense! miren la vida con una sonrisa nueva.
Sólo así se animarán a descubrir el País que se esconde detrás de las montañas; el que trasciende titulares de diarios y no aparece en la preocupación cotidiana por estar tan lejos. Ese País que no se ve y que es parte de este cuerpo social que nos necesita: descubrir la Colombia profunda (gritos). Los corazones jóvenes se estimulan ante los desafíos grandes: ¡Cuánta belleza natural para ser contemplada sin necesidad de explotarla! ¡Cuántos jóvenes como ustedes precisan de su mano tendida, de su hombro para vislumbrar un futuro mejor!
Hoy he querido estar estos momentos con ustedes; estoy seguro de que ustedes tienen el potencial necesario para construir la nación que siempre hemos soñado. Los jóvenes son la esperanza de Colombia y de la Iglesia; (gritos de los jóvenes) en su caminar y en sus pasos adivinamos los de Jesús, el Mensajero de la Paz, de Aquél que nos trae noticias buenas.
Queridos hermanos y hermanas de este amado País. Me dirijo ahora a todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, que quieren ser portador de esperanza: que las dificultades no los opriman, que la violencia no los derrumbe, que el mal no los venza. Creemos que Jesús, con su amor y misericordia que permanecen para siempre, ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Jesús ha vencido el mal, el pecado y la muerte. ¿Lo repetimos? Todos: ¡Jesús ha vencido el mal, el pecado y la muerte! Sólo basta salir a su encuentro. ¡Salgan al encuentro de Jesús! Los invito al compromiso, no al cumplimiento, al compromiso. (...) (Gritos de alegría). Salgan hacia ese compromiso para que la renovación de la sociedad sea justa, estable, fecunda. Desde este lugar, los animo a afianzarse en el Señor, es el único que nos sostiene y alienta para poder contribuir a la reconciliación y a la paz.
Los abrazo a todos y a cada uno, a los enfermos, a los pobres, a los marginados, a los necesitados, a los ancianos, a los que están en sus casas... a todos; todos están en mi corazón. Y ruego a Dios que los bendiga. Y, por favor, les pide a ustedes que no se olviden de rezar por mí. ¡Muchas gracias! (Gritos de alegría, aplausos, silbidos, los jóvenes gritan: ¡Esta es la juventud del Papa!¡Esta es la juventud del Papa!)
Antes de irme, si ustedes quieren, les doy la bendición, rezamos todos juntos a la Virgen (rezan el Ave María). Los bendiga Dios todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Adiós!»

 

 

07/09/2017-16:00
Redacción

En la catedral el Papa venera a la Virgen de Chiquinquirá

(ZENIT – Roma, 7 Sept. 2017).- Tras la calurosa recepción por más de 20 mil jóvenes en la plaza de Bolívar y de recibir las llaves de la ciudad, el papa Francisco asistió a visitar la Catedral Primada de la Inmaculada Concepción de Bogotá.
Allí fue recibido por el cardenal primado Rubén Salazar Gómez y por el Capítulo Metropolitano, quienes le presentaron las reliquias de Santa Isabel de Hungría.
En la Catedral, donde se encontraban unas 3.000 personas, el Santo Padre permaneció unos minutos orando en silencio, ante la imagen de la Virgen de Chiquinquirá. Fueron rezadas también las letanías lauretanas por algunos fieles junto al Papa.
El antiguo y venerado cuadro que representa a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá fue llevado al templo con motivo de la visita pontificia, es la patrona del país. El Papa, después de rezar, se acercó al cuadro y depositó un rosario de oro a sus pies.
También escribió en el libro de honor de la Catedral: “Desde esta Catedral Primada le
pido a la Inmaculada Virgen María que no deje de guiar y cuidar a sus hijos colombianos y que siempre los mire con sus ojos misericordiosos”.
La visita concluyó en la Capilla del Sagrario, donde Francisco saludó al comité organizador de este viaje pontificio. Después de una breve adoración al Santísimo, el Sucesor de Pedro se dirigió al colindante Palacio Arzobispal.

 

 

07/09/2017-17:49
Redacción

El Papa a los obispos colombianos: “No traigo recetas y pido paciencia”

(ZENIT – Roma, 7 Sept. 2017).- El papa Francisco se reunió con los obispos de Colombia este jueves por la tarde en el Palacio Arzobispal de Bogotá, a quienes dirigió unas palabras muy articuladas sobre los desafíos que deben enfrentar.
El cardenal Mons. Rubén Salazar, tras señalar el problema de la secularización en el país, señaló que su patria está luchando “para dejar atrás una historia de violencia”, si bien reconoció que esto ha causado una negativa “polarización política”. Y afirmó que la visita del Papa es “una luz que nos trae el amor misericordioso del Padre” agradeciéndole su visita.
Por su parte, el presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, Mons. Oscar Urbino Ortega, señaló el deseo de una Iglesia en salida, y si bien reconoció que no todos podrán verlo durante el viaje, “cada discurso será dirigido a cada uno de quien hacen parte de esta nación”.
“Vengo para anunciar a Cristo y para cumplir en su nombre un itinerario de paz y reconciliación”, indicó el Santo Padre, y que “como peregrino me dirijo a su Iglesia”. Y añadió: “Soy vuestro hermano, deseoso de compartir a Cristo resucitado, para Quien ningún muro es eterno, ningún miedo es indestructible, ninguna llaga incurable”.
El Papa pidió que sus palabras sean interpretadas en continuidad con lo que enseñaron en sus viajes a Colombia el beato Pablo VI y san Juan Pablo II, porque “sus palabras no son anticuadas”.
“Dar el primer paso” es el lema de mi visita, recordó, señalando que “Dios es el Señor del primer paso, Él siempre nos primerea”. Y su primer paso se llama Jesús y es irreversible. Libertad de poder cumplir ese primer paso. Les pidió también “Ser sacramentos vivientes de esa libertad divina que no tiene miedo de salir de si misma por amor”.
Francisco invitó a los obispos: “No se ilusionen con sus virtudes o los halagos de los poderosos de turno” y “mendiguen en la oración cuando no puedan dar o darse”, para que puedan ofrecer algo “a quienes se acercan a sus corazones de pastores”.
Asimismo, el Papa les exhortó: “Luchen con Dios, más aún en la noche de su ausencia”, así como a “acercarnos a Jesús dejando atrás lo que fuimos”, para que seamos, siendo “dóciles al Espíritu Santo”.
El Papa invitó a los prelados a no medirse “con el metro con aquellos que quisieran que sean una casta de funcionarios”, y a tener un “diálogo sincero”. Calificó además de “peste” las “agendas encubiertas”.
Citó también una frase del colombiano Nobel de la Literatura, Gabriel García Marquez: “No imaginaba que fuese más fácil comenzar una guerra que terminarla”.
Otra de las invitaciones del Pontífice fue: “Preserven las raíces afro colombianas de su gente”, también la superación de las desigualdades. A no aceptar la corrupción, y les pidió la “consolidación de la res pública” que pide la “superación de la miseria y la desigualdad”.
El sucesor de Pedro recordó que “la paz exige de todos los hombres un coraje moral diverso” sabiendo “que se puede hacer de otra manera” por otros caminos, superando y evitando los mismos errores.
El Papa les confió: “Siento como un deber darles ánimo”, precisando que “ustedes no son técnicos ni políticos, sino pastores” que deben hablar más que en los periódicos, en el corazón de las personas.
Francisco indicó también que no sirven “las alianzas con una parte u otra”, sino la libertad de hablar con unos y otros. Y señaló que Colombia tiene “el derecho a ser interpelada por la verdad de Dios que repite: ¿Donde está tu hermano?”, a rechazar la equivocada consciencia de que el fin justifica los medios y ponerle rostro a las estadísticas.
Otro de los puntos fue “una Iglesia en misión”, recordando a la familia y la vida, los jóvenes, las vocaciones, los laicos, la formación. También a la defensa de la vida desde su concepción, sin olvidar llagas como el alcoholismo y la fragilidad del vínculo matrimonial, a los jóvenes que caen en la droga y la tentación subversiva.
“No traigo recetas ni una lista de tareas. Pero conserven la serenidad”, dijo, con “la paciencia del Señor del campo con la cizaña”. Les invitó también: “No tengan miedo de alzar serenamente la voz” para denunciar las miserias de “una sociedad que se deja seducir al narcotráfico”.
El Pontífice alertó a los obispos sobre el peligro de “una doble vida” o sobre “la ilusión miope de una carrera” y afirmó que los sacerdotes tienen que saber que en los obispos tienen un padre.
El Santo Padre concluyó invitándolos a no olvidarse de la Amazonia y del respeto a la vida y la naturaleza que sus habitantes tienen.

 

 

07/09/2017-21:00
Redacción

El Santo Padre recibe al CELAM

(ZENIT – Roma, 7 Sept. 2017).- El santo padre Francisco tuvo un encuentro este jueves por la tarde, después de almuerzo, en la Nunciatura Apostólica de Bogotá, con los miembros del comité directivo del CELAM, (Consejo Episcopal Latinoamericano) que reúne a los obispos de las 22 Conferencias episcopales de América Latina y tres del Caribe).
Estaban presentes 62 miembros del Comité: 5 de la presidencia, 35 obispos de las comisiones y 22 secretarios generales de las Conferencias episcopales.
Después del saludo del presidente del CELAM, el cardenal Rubén Salazar Gómez, el Papa pronunció el discurso que proponemos a continuación.

Queridos hermanos, gracias por este encuentro y por las cálidas palabras de bienvenida del Presidente de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano. De no haber sido por las exigencias de la agenda, hubiera querido encontrarlos en la sede del CELAM. Les agradezco la delicadeza de estar aquí en este momento. Agradezco el esfuerzo que hacen para transformar esta Conferencia Episcopal continental en una casa al servicio de la comunión y de la misión de la Iglesia en América Latina; en un centro propulsor de la conciencia discipular y misionera; en una referencia vital para la comprensión y la profundización de la catolicidad latinoamericana, delineada gradualmente por este organismo de comunión durante décadas de servicio.
Y hago propicia la ocasión para animar los recientes esfuerzos con el fin de expresar esta solicitud colegial mediante el Fondo de Solidaridad de la Iglesia Latinoamericana. Hace cuatro años, en Río de Janeiro, tuve ocasión de hablarles sobre la herencia pastoral de Aparecida, último acontecimiento sinodal de la Iglesia Latinoamericana y del Caribe. En aquel momento subrayaba la permanente necesidad de aprender de su método, sustancialmente compuesto por la participación de las Iglesias locales y en sintonía con los peregrinos que caminan en busca del rostro humilde de Dios que quiso manifestarse en la Virgen pescada en las aguas, y que se prolonga en la misión continental que quiere ser, no la suma de iniciativas programáticas que llenan agendas y también desperdician energías preciosas, sino el esfuerzo para poner la misión de Jesús en el corazón de la misma Iglesia, transformándola en criterio para medir la eficacia de las estructuras, los resultados de su trabajo, la fecundidad de sus ministros y la alegría que ellos son capaces de suscitar. Porque sin alegría no se atrae a nadie.
Me detuve entonces en las tentaciones, todavía presentes, de la ideologización del mensaje evangélico, del funcionalismo eclesial y del clericalismo, porque está siempre en juego la salvación que nos trae Cristo. Esta debe llegar con fuerza al corazón del hombre para interpelar su libertad, invitándolo a un éxodo permanente desde la propia autorreferencialidad hacia la comunión con Dios y con los demás hermanos. Dios, al hablar en Jesús al hombre, no lo hace con un vago reclamo como a un forastero, ni con una convocación impersonal como lo haría un notario, ni con una declaración de preceptos a cumplir como lo hace cualquier funcionario de lo sacro. Dios habla con la inconfundible voz del Padre al hijo, y respeta su misterio porque lo ha formado con sus mismas manos y lo ha destinado a la plenitud. Nuestro mayor desafío como Iglesia es hablar al hombre como portavoz de esta intimidad de Dios, que lo considera hijo, aun cuando reniegue de esa paternidad, porque para Él somos siempre hijos reencontrados. No se puede, por tanto, reducir el Evangelio a un programa al servicio de un gnosticismo de moda, a un proyecto de ascenso social o a una concepción de la Iglesia como una burocracia que se autobeneficia, como tampoco esta se puede reducir a una organización dirigida, con modernos criterios empresariales, por una casta clerical. La Iglesia es la comunidad de los discípulos de Jesús; la Iglesia es Misterio (cf. Lumen Gentium, 5) y Pueblo (cf. ibíd., 9), o mejor aún: en ella se realiza el Misterio a través del Pueblo de Dios.
Por eso insistí sobre el discipulado misionero como un llamado divino para este hoy tenso y complejo, un permanente salir con Jesús para conocer cómo y dónde vive el Maestro. Y mientras salimos en su compañía conocemos la voluntad del Padre, que siempre nos espera. Sólo una Iglesia Esposa, Madre, Sierva, que ha renunciado a la pretensión de controlar aquello que no es su obra sino la de Dios, puede permanecer con Jesús aun cuando su nido y su resguardo es la cruz. Cercanía y encuentro son los instrumentos de Dios que, en Cristo, se ha acercado y nos ha encontrado siempre. El misterio de la Iglesia es realizarse como sacramento de esta divina cercanía y como lugar permanente de este encuentro. De ahí la necesidad de la cercanía del obispo a Dios, porque en Él se halla la fuente de la libertad y de la fuerza del corazón del pastor, así como de la cercanía al Pueblo Santo que le ha sido confiado. En esta cercanía el alma del apóstol aprende a hacer tangible la pasión de Dios por sus hijos. Aparecida es un tesoro cuyo descubrimiento todavía está incompleto.
Estoy seguro de que cada uno de ustedes descubre cuánto se ha enraizado su riqueza en las Iglesias que llevan en el corazón. Como los primeros discípulos enviados por Jesús en plan misionero, también nosotros podemos contar con entusiasmo todo cuanto hemos hecho (cf. Mc 6,30). Sin embargo, es necesario estar atentos. Las realidades indispensables de la vida humana y de la Iglesia no son nunca un monumento sino un patrimonio vivo. Resulta mucho más cómodo transformarlas en recuerdos de los cuales se celebran los aniversarios: ¡50 años de Medellín, 20 de Ecclesia in America, 10 de Aparecida! En cambio, es otra cosa: custodiar y hacer fluir la riqueza de tal patrimonio ( pater – munus) constituyen el munus de nuestra paternidad episcopal hacia la Iglesia de nuestro continente. Bien saben que la renovada conciencia, de que al inicio de todo está siempre el encuentro con Cristo vivo, requiere que los discípulos cultiven la familiaridad con Él; de lo contrario el rostro del Señor se opaca, la misión pierde fuerza, la conversión pastoral retrocede.
Orar y cultivar el trato con Él es, por tanto, la actividad más improrrogable de nuestra misión pastoral. A sus discípulos, entusiastas de la misión cumplida, Jesús les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar deshabitado» (Mc 6,31). Nosotros necesitamos más todavía este estar a solas con el Señor para reencontrar el corazón de la misión de la Iglesia en América Latina en sus actuales circunstancias. ¡Hay tanta dispersión interior y también exterior! Los múltiples acontecimientos, la fragmentación de la realidad, la instantaneidad y la velocidad del presente, podrían hacernos caer en la dispersión y en el vacío. Reencontrar la unidad es un imperativo. ¿Dónde está la unidad? Siempre en Jesús. Lo que hace permanente la misión no es el entusiasmo que inflama el corazón generoso del misionero, aunque siempre es necesario; más bien es la compañía de Jesús mediante su Espíritu. Si no salimos con Él en la misión pronto perderíamos el camino, arriesgándonos a confundir nuestras necesidades vacuas con su causa. Si la razón de nuestro salir no es Él será fácil desanimarse en medio de la fatiga del camino, o frente a la resistencia de los destinatarios de la misión, o ante los cambiantes escenarios de las circunstancias que marcan la historia, o por el cansancio de los pies debido al insidioso desgaste causado por el enemigo.
No forma parte de la misión ceder al desánimo cuando, quizás, habiendo pasado el entusiasmo de los inicios, llega el momento en el que tocar la carne de Cristo se vuelve muy duro. En una situación como esta, Jesús no alienta nuestros miedos. Y como bien sabemos que a ningún otro podemos ir, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68), es necesario en consecuencia, profundizar nuestra elección. ¿Qué significa concretamente salir con Jesús en misión hoy en América Latina? El adverbio «concretamente» no es un detalle de estilo literario, más bien pertenece al núcleo de la pregunta. El Evangelio es siempre concreto, jamás un ejercicio de estériles especulaciones. Conocemos bien la recurrente tentación de perderse en el bizantinismo de los doctores de la ley, de preguntarse hasta qué punto se puede llegar sin perder el control del propio territorio demarcado o del presunto poder que los límites prometen. Mucho se ha hablado sobre la Iglesia en estado permanente de misión. Salir con Jesús es la condición para tal realidad.
El Evangelio habla de Jesús que, habiendo salido del Padre, recorre con los suyos los campos y los poblados de Galilea. No se trata de un recorrido inútil del Señor. Mientras camina, encuentra; cuando encuentra, se acerca; cuando se acerca, habla; cuando habla, toca con su poder; cuando toca, cura y salva. Llevar al Padre a cuantos encuentra es la meta de su permanente salir, sobre el cual debemos reflexionar continuamente. La Iglesia debe reapropiarse de los verbos que el Verbo de Dios conjuga en su divina misión. Salir para encontrar, sin pasar de largo; reclinarse sin desidia; tocar sin miedo. Se trata de que se metan día a día en el trabajo de campo, allí donde vive el Pueblo de Dios que les ha sido confiado. No nos es lícito dejarnos paralizar por el aire acondicionado de las oficinas, por las estadísticas y las estrategias abstractas. Es necesario dirigirse al hombre en su situación concreta; de él no podemos apartar la mirada. La misión se realiza en un cuerpo a cuerpo. Una Iglesia capaz de ser sacramento de unidad ¡Se ve tanta dispersión en nuestro entorno! Y no me refiero solamente a la de la rica diversidad que siempre ha caracterizado el continente, sino a las dinámicas de disgregación. Hay que estar atentos para no dejarse atrapar en estas trampas.
La Iglesia no está en América Latina como si tuviera las maletas en la mano, lista para partir después de haberla saqueado, como han hecho tantos a lo largo del tiempo. Quienes obran así miran con sentido de superioridad y desprecio su rostro mestizo; pretenden colonizar su alma con las mismas fallidas y recicladas fórmulas sobre la visión del hombre y de la vida, repiten iguales recetas matando al paciente mientras enriquecen a los médicos que los mandan; ignoran las razones profundas que habitan en el corazón de su pueblo y que lo hacen fuerte exactamente en sus sueños, en sus mitos, a pesar de los numerosos desencantos y fracasos; manipulan políticamente y traicionan sus esperanzas, dejando detrás de sí tierra quemada y el terreno pronto para el eterno retorno de lo mismo, aun cuando se vuelva a presentar con vestido nuevo. Hombres y utopías fuertes han prometido soluciones mágicas, respuestas instantáneas, efectos inmediatos.
La Iglesia, sin pretensiones humanas, respetuosa del rostro multiforme del continente, que considera no una desventaja sino una perenne riqueza, debe continuar prestando el humilde servicio al verdadero bien del hombre latinoamericano. Debe trabajar sin cansarse para construir puentes, abatir muros, integrar la diversidad, promover la cultura del encuentro y del diálogo, educar al perdón y a la reconciliación, al sentido de justicia, al rechazo de la violencia y al coraje de la paz. Ninguna construcción duradera en América Latina puede prescindir de este fundamento invisible pero esencial. La Iglesia conoce como pocos aquella unidad sapiencial que precede cualquier realidad en América Latina. Convive cotidianamente con aquella reserva moral sobre la que se apoya el edificio existencial del continente. Estoy seguro de que mientras estoy hablando de esto ustedes podrían darle nombre a esta realidad. Con ella debemos dialogar continuamente. No podemos perder el contacto con este sustrato moral, con este humus vital que reside en el corazón de nuestra gente, en el que se percibe la mezcla casi indistinta, pero al mismo tiempo elocuente, de su rostro mestizo: no únicamente indígena, ni hispánico, ni lusitano, ni afroamericano, sino mestizo, ¡latinoamericano! Guadalupe y Aparecida son manifestaciones programáticas de esta creatividad divina. Bien sabemos que esto está en la base sobre la que se apoya la religiosidad popular de nuestro pueblo; es parte de su singularidad antropológica; es un don con el que Dios se ha querido dar a conocer a nuestra gente.
Las páginas más luminosas de la historia de nuestra Iglesia han sido escritas precisamente cuando se ha sabido nutrir de esta riqueza, hablar a este corazón recóndito que palpita custodiando, como una pequeña luz encendida bajo las aparentes cenizas, el sentido de Dios y de su trascendencia, la sacralidad de la vida, el respeto por la creación, los lazos de solidaridad, la alegría de vivir, la capacidad de ser feliz sin condiciones. Para hablar a esta alma que es profunda, para hablar a la Latinoamérica profunda, la Iglesia debe aprender continuamente de Jesús. Dice el Evangelio que hablaba sólo en parábolas (cf. Mc 4,34). Imágenes que involucran y hacen partícipes, que transforman a los oyentes de su Palabra en personajes de sus divinos relatos. El santo Pueblo fiel de Dios en América Latina no comprende otro lenguaje sobre Él. Estamos invitados a salir en misión no con conceptos fríos que se contentan con lo posible, sino con imágenes que continuamente multiplican y despliegan sus fuerzas en el corazón del hombre, transformándolo en grano sembrado en tierra buena, en levadura que incrementa su capacidad de hacer pan de la masa, en semilla que esconde la potencia del árbol fecundo.
Una Iglesia capaz de ser sacramento de esperanza Muchos se lamentan de cierto déficit de esperanza en la América Latina actual. A nosotros no nos está consentida la «quejumbrosidad», porque la esperanza que tenemos viene de lo alto. Además, bien sabemos que el corazón latinoamericano ha sido amaestrado por la esperanza. Como decía un cantautor brasileño «a esperança è equilibrista; dança na corda bamba de sombrinha» (João Bosco, O Bêbado e a Equilibrista). Cuando se piensa que se ha acabado, hela aquí nuevamente donde menos se la esperaba. Nuestro pueblo ha aprendido que ninguna desilusión es suficiente para doblegarlo. Sigue al Cristo flagelado y manso, sabe desensillar hasta que aclare y permanece en la esperanza de su victoria, porque —en el fondo— tiene conciencia de que no pertenece totalmente a este mundo. Es indudable que la Iglesia en estas tierras es particularmente un sacramento de esperanza, pero es necesario vigilar sobre la concretización de esta esperanza. Tanto más trascendente cuanto más debe transformar el rostro inmanente de aquellos que la poseen. Les ruego que vigilen sobre la concretización de la esperanza y consiéntanme recordarles algunos de sus rostros ya visibles en esta Iglesia latinoamericana.
La esperanza en América Latina tiene un rostro joven Se habla con frecuencia de los jóvenes —se declaman estadísticas sobre el continente del futuro—, algunos ofrecen noticias sobre su presunta decadencia y sobre cuánto estén adormilados, otros aprovechan de su potencial para consumir, no pocos les proponen el rol de peones del tráfico y de la violencia. No se dejen capturar por tales caricaturas sobre sus jóvenes. Mírenlos a los ojos y busquen en ellos el coraje de la esperanza. No es verdad que estén listos para repetir el pasado. Ábranles espacios concretos en las Iglesias particulares que les han sido confiadas, inviertan tiempo y recursos en su formación. Propongan programas educativos incisivos y objetivos pidiéndoles, como los padres le piden a los hijos, el resultado de sus potencialidades y educando su corazón en la alegría de la profundidad, no de la superficialidad. No se conformen con retóricas u opciones escritas en los planes pastorales jamás puestos en práctica. He escogido precisamente Panamá, el istmo de este continente, para la Jornada Mundial de la Juventud 2019 que será celebrada siguiendo el ejemplo de la Virgen que proclama: «He aquí la sierva» y «se cumpla en mí» (Lc 1,38). Estoy seguro de que en todos los jóvenes se esconde un istmo, en el corazón de todos nuestros chicos hay un pequeño y alargado pedazo de terreno que se puede recorrer para conducirlos hacia un futuro que sólo Dios conoce y a Él le pertenece.
Toca a nosotros presentarles grandes propuestas para despertar en ellos el coraje de arriesgarse junto a Dios y de hacerlos, como la Virgen, disponibles. La esperanza en América Latina tiene un rostro femenino No es necesario que me alargue para hablar del rol de la mujer en nuestro continente y en nuestra Iglesia. De sus labios hemos aprendido la fe; casi con la leche de sus senos hemos adquirido los rasgos de nuestra alma mestiza y la inmunidad frente a cualquier desesperación. Pienso en las madres indígenas o morenas, pienso en las mujeres de la ciudad con su triple turno de trabajo, pienso en las abuelas catequistas, pienso en las consagradas y en las tan discretas artesanas del bien. Sin las mujeres la Iglesia del continente perdería la fuerza de renacer continuamente. Son las mujeres que, con meticulosa paciencia, encienden y reencienden la llama de la fe. Es un serio deber comprender, respetar, valorizar, promover la fuerza eclesial y social de cuanto realizan. Acompañaron a Jesús misionero; no se retiraron del pie de la cruz; en soledad esperaron que la noche de la muerte devolviese al Señor de la vida; inundaron el mundo con su presencia resucitada. Si queremos una nueva y vivaz etapa de la fe en este continente, no la obtendremos sin las mujeres. Por favor, no pueden ser reducidas a siervas de nuestro recalcitrante clericalismo; ellas son, en cambio, protagonistas en la Iglesia latinoamericana; en su salir con Jesús; en su perseverar, aun en el sufrimiento de su Pueblo; en su aferrarse a la esperanza que vence a la muerte; en su alegre modo de anunciar al mundo que Cristo está vivo, y ha resucitado. La esperanza en América Latina pasa a través del corazón, la mente y los brazos de los laicos
Quisiera reiterar lo que recientemente he dicho a la Pontificia Comisión para América Latina. Es un imperativo superar el clericalismo que infantiliza a los Christifideles laicos y empobrece la identidad de los ministros ordenados. Si bien se invirtió mucho esfuerzo y algunos pasos han sido dados, los grandes desafíos del continente permanecen sobre la mesa y continúan esperando la concretización serena, responsable, competente, visionaria, articulada, consciente, de un laicado cristiano que, como creyente, esté dispuesto a contribuir en los procesos de un auténtico desarrollo humano, en la consolidación de la democracia política y social, en la superación estructural de la pobreza endémica, en la construcción de una prosperidad inclusiva fundada en reformas duraderas y capaces de preservar el bien social, en la superación de la desigualdad y la custodia de la estabilidad, en la delineación de modelos de desarrollo económico sostenibles que respeten la naturaleza y el verdadero futuro del hombre, que no se resuelve con el consumismo desmesurado, así como también en el rechazo de la violencia y la defensa de la paz.
Y algo más: en este sentido, la esperanza debe siempre mirar al mundo con los ojos de los pobres y desde la situación de los pobres. Ella es pobre como el grano de trigo que muere (cf. Jn 12,24), pero tiene la fuerza de diseminar los planes de Dios. La riqueza autosuficiente con frecuencia priva a la mente humana de la capacidad de ver, sea la realidad del desierto sea los oasis ahí escondidos. Propone respuestas de manual y repite certezas de talkshows; balbucea la proyección de sí misma, vacía, sin acercarse mínimamente a la realidad. Estoy seguro de que en este difícil y confuso pero provisorio momento que vivimos, las soluciones para los problemas complejos que nos desafían nacen de la sencillez cristiana que se esconde a los poderosos y se muestra a los humildes: la limpieza de la fe en el Resucitado, el calor de la comunión con Él, la fraternidad, la generosidad y la solidaridad concreta que también brota de la amistad con Él.
Y todo esto lo quisiera resumir en una frase que les dejo como síntesis y recuerdo de este encuentro: Si queremos servir desde el CELAM, a nuestra América Latina, lo tenemos que hacer con pasión. Hoy hace falta pasión. Poner el corazón en todo lo que hagamos, pasión de joven enamorado y de anciano sabio, pasión que transforma las ideas en utopías viables, pasión en el trabajo de nuestras manos, pasión que nos convierte en continuos peregrinos en nuestras Iglesias como —permítanme recordarlo— santo Toribio de Mogrovejo, que no se instaló en su sede: de 24 años de episcopado, 18 los pasó entre los pueblos de su diócesis. Hermanos, por favor, les pido pasión, pasión evangelizadora. A ustedes, hermanos obispos del CELAM, a las Iglesias locales que representan y al entero pueblo de América Latina y del Caribe, los confío a la protección de la Virgen, invocada con los nombres de Guadalupe y Aparecida, con la serena certeza de que Dios, que ha hablado a este continente con el rostro mestizo y moreno de su Madre, no dejará de hacer resplandecer su benigna luz en la vida de todos.

 

 

07/09/2017-22:17
Redacción

Misa del Papa en Bogotá: “Jesús nos invita a ir mar adentro”

(ZENIT – Roma, 7 Sept. 2017).- La primera misa del papa Francisco durante su viaje apostólico en Colombia fue este jueves, en el Parque Simón Bolívar de Bogotá donde le esperaban varios cientos de miles de personas.
El Santo Padre pasó saludando entre los fieles en el papamóvil, y ente ellos a un grupo de personas con discapacidad que habían participado antes a un encuentro en defensa de la vida. Presente el presidente Juan Manuel Santos y su familia.
Una eucaristía en español pidiendo por la paz y la justicia, presidida por el Papa que vestía como los celebrantes paramentos blancos. La misa se celebró en la estructura llamada El Templete, construida en 1986 con motivo de la eucaristía que celebró entonces san Juan Pablo II.

 

Después de la lectura del evangelio el Santo Padre hizo la siguiente homilía.

«El Evangelista recuerda que el llamado de los primeros discípulos fue a orillas del lago de Genesaret, allí donde la gente se aglutinaba para escuchar una voz capaz de orientarles e iluminarles; y también es el lugar donde los pescadores cierran sus fatigosas jornadas, en las que buscan el sustento para llevar una vida sin penurias, digna y feliz. Es la única vez en todo el Evangelio de Lucas en que Jesús predica junto al llamado mar de Galilea. En el mar abierto se confunden la esperada fecundidad del trabajo con la frustración por la inutilidad de los esfuerzos vanos. Según una antigua lectura cristiana, el mar también representa la inmensidad donde conviven todos los pueblos. Finalmente, por su agitación y oscuridad, evoca todo aquello que amenaza la existencia humana y que tiene el poder de destruirla. Nosotros usamos expresiones similares para definir multitudes: una marea humana, un mar de gente.
Ese día, Jesús tiene detrás de sí, el mar y frente a Él, una multitud que lo ha seguido porque sabe de su conmoción ante el dolor humano... y de sus palabras justas, profundas, certeras. Todos ellos vienen a escucharlo, la Palabra de Jesús tiene algo especial que no deja indiferente a nadie; su Palabra tiene poder para convertir corazones, cambiar planes y proyectos. Es una Palabra probada en la acción, no es una conclusión de escritorio, de acuerdos fríos y alejados del dolor de la gente, por eso es una Palabra que sirve tanto para la seguridad de la orilla como para la fragilidad del mar.
Esta querida ciudad, Bogotá, y este hermoso País, Colombia, tienen mucho de estos escenarios humanos presentados por el Evangelio. Aquí se encuentran multitudes anhelantes de una palabra de vida, que ilumine con su luz todos los esfuerzos y muestre el sentido y la belleza de la existencia humana. Estas multitudes de hombres y mujeres, niños y ancianos habitan una tierra de inimaginable fecundidad, que podría dar frutos para todos.
Pero también aquí, como en otras partes, hay densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo; las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas. A todas esas tinieblas Jesús las disipa y destruye con su mandato en la barca de Pedro: «Navega mar adentro» (Lc 5,4).
Nosotros podemos enredarnos en discusiones interminables, sumar intentos fallidos y hacer un elenco de esfuerzos que han terminado en nada; igual que Pedro, sabemos qué significa la experiencia de trabajar sin ningún resultado. Esta Nación también sabe de ello, cuando por un período de 6 años, allá al comienzo, tuvo 16 presidentes y pagó caro sus divisiones («la patria boba»); también la Iglesia en Colombia sabe de trabajos pastorales vanos e infructuosos, pero como Pedro, también somos capaces de confiar en el Maestro, cuya palabra suscita fecundidad incluso allí donde la inhospitalidad de las tinieblas humanas hace infructuosos tantos esfuerzos y fatigas.
Pedro es el hombre que acoge decidido la invitación de Jesús, que lo deja todo y lo sigue, para transformarse en nuevo pescador, cuya misión consiste en llevar a sus hermanos al Reino de Dios, donde la vida se hace plena y feliz. Pero el mandato de echar las redes no está dirigido sólo a Simón Pedro; a él le ha tocado navegar mar adentro, como aquellos en vuestra patria que han visto primero lo que más urge, aquellos que han tomado iniciativas de paz, de vida. Echar las redes entraña responsabilidad.
En Bogotá y en Colombia peregrina una inmensa comunidad, que está llamada a convertirse en una red vigorosa que congregue a todos en la unidad, trabajando en la defensa y en el cuidado de la vida humana, particularmente cuando es más frágil y vulnerable: en el seno materno, en la infancia, en la vejez, en las condiciones de discapacidad y en las situaciones de marginación social. También multitudes que viven en Bogotá y en Colombia pueden llegar a ser verdaderas comunidades vivas, justas y fraternas si escuchan y acogen la Palabra de Dios.
En estas multitudes evangelizadas surgirán muchos hombres y mujeres convertidos en discípulos que, con un corazón verdaderamente libre, sigan a Jesús; hombres y mujeres capaces de amar la vida en todas sus etapas, de respetarla, de promoverla. Hace falta llamarnos unos a otros, hacernos señas, como los pescadores, volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria. Bogotá y Colombia son, al mismo tiempo, orilla, lago, mar abierto, ciudad por donde Jesús ha transitado y transita, para ofrecer su presencia y su palabra fecunda, para sacar de las tinieblas y llevarnos a la luz y la vida. Llamar a otros, a todos, para que nadie quede al arbitrio de las tempestades; subir a la barca a todas las familias, santuario de vida; hacer lugar al bien común por encima de los intereses mezquinos o particulares, cargar a los más frágiles promoviendo sus derechos.
Pedro experimenta su pequeñez, lo inmenso de la Palabra y el accionar de Jesús; Pedro sabe de sus fragilidades, de sus idas y venidas, como lo sabemos nosotros, como lo sabe la historia de violencia y división de vuestro pueblo que no siempre nos ha encontrado compartiendo barca, tempestad, infortunios. Pero al igual que a Simón, Jesús nos invita a ir mar adentro, nos impulsa al riesgo compartido, a dejar nuestros egoísmos y a seguirlo. A perder miedos que no vienen de Dios, que nos inmovilizan y retardan la urgencia de ser constructores de la paz, promotores de la vida».

 

 

08/09/2017-00:01
Redacción

En la nunciatura Apostólica: ‘La vulnerabilidad sea respetada y reconocida como humana’

(ZENIT – Roma, 7 Sept. 2017).- Después de la Santa Misa celebrada en el parque Simón Bolivar, con la participación de varios cientos de miles de personas, el santo padre Francisco se dirigió en automóvil a la Nunciatura Apostólica en Bogotá, distante unos seis kilómetros en los cuales le aguardaban miles de personas para saludarlo y verlo pasar.
A la entrada de la nunciatura le aguardaban fieles de diversas instituciones que le saludaron con bailes, cantos y algunas palabras.
“Gracias por las cosas lindas, gracias por el baile, gracias por el canto”, les dijo el Papa. Le pidió también a una niña que relea una frase sobre la vulnerabilidad y dijo:
“Queremos un mundo en la que la vulnerabilidad sea reconocida como la esencia de lo humano” porque “todos somos vulnerables: dentro o en los sentimientos, o de otras maneras que se ven”. Y explico: “Todos necesitamos que la vulnerabilidad sea respetada, acariciada, curada en la medida de lo posible y que dé fruto para los demás”.
Quien es la única persona que no es vulnerable?, preguntó, a lo que respondieron: “Dios”. “Todos necesitamos ser sostenidos por Dios, por eso no se puede descartar a nadie”, indicó el sucesor de Pedro.
Después de rezar junto a los presentes un Ave María, les impartió la bendición. “Y no se olviden de rezar por mi porque yo soy muy vulnerable”, dijo.
En la nunciatura el Papa cena en privado y pernocta esta segunda noche del viaje apostólico en Colombia.

 

Las asociaciones que estaban presentes eran:

Corporación Colombiana Transiciones Crecer, una organización de familias con jóvenes, entre los 18 y 25 años de edad, con discapacidad intelectual creada en el 2009.
La Fundación Misioneros de la Redención (Fundmir), de la Congregación Misioneros de la Divina Redención. Una Congregación de Derecho Pontificio, nacida en Italia en la Provincia de Nápoles, por inspiración del Espíritu Santo al Siervo de Dios Padre Arturo D’Onofrio (1914 – 2006), quien, en el año 1943, ante la barbarie de la II Guerra Mundial, en la casa paterna acogió a los niños huérfanos por la guerra. Una vez iniciada la obra, crecieron rápidamente las casas y aumentó el número de asistidos.
La Fundación para la Investigación y el Desarrollo de la Educación Especial (Fides). Una entidad privada, sin ánimo de lucro, creada en 1975 con el objeto de ayudar a las personas en condición de discapacidad cognitiva. Colombia beneficia en forma directa a mas de 100.000 personas con esta condición.
ASPAEN, entidad sin ánimo de lucro, que dirige instituciones educativas promovidas por padres de familia, destinadas a secundarlos en su misión de ser los primeros educadores de sus hijos pertenecientes a variados estratos socialesm con la asesoría espiritual de la Prelatura del Opus Dei.
Enfrente de la Nunciatura asistieron también niñas del Colegio Integral Femenino (Soacha), Gimnasio Tundama (Barrio La Estrada) y Gimnasio Iragua. Y niños del Gimnasio Los Cerros. Los dos primeros colegios están dirigidos fundamentalmente a personas con menos recursos económicos.
Niños que este año se están preparando para hacer la Primera Comunión o la han hecho, pertenecientes a distintas parroquias, que cuentan con varios catequistas.
Grupos de ancianos Un grupo vive en el hogar gerontológico de la Fundación Voluntariado “Juan Pablo II”, ubicado en el barrio Santa Sofía (localidad de Barrios Unidos).
Retiros de Emaús, que se fundaron hace más de 30 años en Miami. Un equipo de mujeres, con la supervisión del obispo de la diócesis y el rector de la Parroquia, iniciaron esta andadura que se ha convertido en una realidad en la mayoría de los países de América Latina. E
El coro que amenizó la llegada del Santo Padre fue dirigido por Ana Milena Serrano, está integrado por 50 universitarias y bachilleres, que estudian en las Universidades de los Andes, Javeriana, Sabana, Rosario, y en los Colegios Tundama e Iragua. Este coro estará acompañado instrumentalmente por el grupo “Voz por vos”, integrado por seis jóvenes invidentes. La canción fue “Amo esta tierra”, del compositor Leonardo Laverde.
Además participaron 10 personas sordomudas que hicieron transmitieron con su lenguaje de manos el mensaje.

 

 

07/09/2017-07:44
Redacción

El Papa expresa su pésame por la muerte del Card. Caffarra

“He recibido con tristeza la noticia de la muerte del cardenal Carlo Caffarra. Deseo expresar a usted, a la comunidad diocesana de Bolonia y a los familiares del purpurado mi sentida participación en su dolor”.
El Papa envió un telegrama a monseñor Matteo Marìa Zuppi, arzobispo de Bolonia, con el pésame por la muerte del Card. Carlo Caffarra.
Francisco expresa en el comunicado su “afecto a este querido hermano en el episcopado que sirvió con alegría al Evangelio y que amó intensamente a la Iglesia”, recuerda con agradecimiento “la generosa obra pastoral realizada por él de forma profusa, en primer lugar, como fundador y docente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia, luego como pastor de la arquidiócesis de Ferrara-Comacchio y, después como guía sabio y servicial de esta archidiócesis de Bolonia”.
El Papa afirma en esta carta que eleva una “ferviente” oración al Señor para que, “por intercesión de la Santísima Virgen María y de San Petronio”, acoja a este humilde servidor suyo e insigne pastor en la Jerusalén Celeste, y “de corazón le imparto a usted, a toda la Iglesia en Bolonia, y a todos los que lo conocieron y estimaron, la bendición apostólica”.

 

 

07/09/2017-04:00
Isabel Orellana Vilches

Santo Tomás de Villanueva, 8 de septiembre

«A este agustino, dechado de caridad, se le confieren títulos como: el obispo de los pobres, el san Bernardo español, el arzobispo limosnero y modelo de los obispos. Fue uno de los grandes predicadores españoles»

Hoy, festividad de la Natividad de la Virgen María, se celebra también la vida de este santo que nació en 1486 en Fuenllana, Ciudad Real, España, zona geográfica mundialmente archiconocida porque Cervantes situó en ella a su Quijote. Aunque Tomás creció en Villanueva de los Infantes, localidad natal de sus padres, de ahí el sobrenombre que le acompaña. Fue el mayor de seis hermanos; uno de ellos también se abrazó al carisma agustino. Su formación cristiana y piedad con los pobres lo aprendió de su madre. Y tanto calaron sus enseñanzas en él, que lo mismo se desprendía de las prendas que vestía para dárselas a los menesterosos y volver a casa sin ellas –sabía que recibiría la aprobación materna– como de su merienda. Lo enviaron a estudiar a Alcalá de Henares con 15 años. Cursó filosofía en el colegio franciscano de San Diego, y en el de San Ildefonso. Cuando se integró en la Orden de los agustinos de Salamanca en 1516, estaba matriculado en teología, y desde 1512 había ejercido la docencia en filosofía en la universidad de Alcalá. Entre otros alumnos tuvo a los insignes Domingo de Soto y Hernando de Encinas.
En Alcalá había dejado la impronta de su sabiduría y virtud. Era ferviente seguidor de las tesis del Aquinate (también de san Agustín y de san Bernardo), y ya le precedía el prestigio que siempre le acompañaría. La universidad salmantina esperaba tenerle al frente de su cátedra de filosofía, aunque al llegar a la capital del Tormes el santo perseguía otra gloria que obtuvo como agustino. Fue ordenado sacerdote en 1518, a la edad de 33 años. Después sería sucesivamente prior conventual, visitador general, y prior provincial de Andalucía y Castilla. Era un gran apóstol y en 1533, estando al frente de Castilla, envió a fundar a México a los primeros agustinos. Fue profesor de la universidad y un gran predicador; hizo llegar a todos el evangelio con sencillez y profundidad, alejado de retóricas. La base la tenía en la Escritura; no hallaba fundamento mejor. Y así lo advertía: «quien no conoce a fondo las Escrituras no debe asumir el oficio de predicar». Son muy conocidos sus sermones que ponen de relieve su devoción por María.
Paulo III lo designó arzobispo de Valencia en 1544. Con anterioridad Carlos V, que le admiraba profundamente, le ofreció la sede de Granada. Le consideraba un «verdadero siervo mandado de Dios»; le nombró predicador de la corte y lo tuvo entre sus consejeros. Tomás se había negado en aquel momento, pero no pudo convencer a su superior para declinar la sede de Valencia, tras cuya propuesta se hallaba también el monarca. Así que llegó a ella a lomos de una mula, movido exclusivamente por la obediencia. Con las rentas que recibió a su pesar, y de las que se desprendió en cuanto pudo, logró que se reedificara el Hospital General y socorrió a los necesitados. Vestía pobremente, sintiéndose humilde fraile; únicamente le interesaba ser un buen pastor de almas y lo mostró en todo momento.
Su paso por Valencia fue el de un hombre santo. Encontró una diócesis en pésimas condiciones; al ser tan virtuoso sufría viendo el proceder del cuerpo sacerdotal que parecía ir muy por detrás de los fieles a todos los niveles. Así que la reestructuró por completo confiriéndole el espíritu evangélico que le faltaba. Luchó contra costumbres lamentables y situaciones de pobreza, marginación, absentismo e ignorancia, además de vicios diversos que existían en el clero. No se detuvo a pesar de que halló una fuerte oposición. Cuando unos canónigos le amenazaron con apelar al papa si seguía adelante con su idea de convocar un sínodo, porque ya supondrían que lo que emanaría de él podría atentar contra los penosos hábitos que habían adquirido, el santo respondió: «pues yo apelo al Dios del cielo». Su autoridad moral era incontestable; en consecuencia tuvieron que claudicar.
Se ha destacado del santo su intensa espiritualidad marcada por la oración continua, fidelidad, obediencia, la caridad con los enfermos, por los que se desvivía actuando como un ejemplar enfermero, y su amor al estudio. Poesía el espíritu del verdadero pastor, cercano, accesible, siempre disponible para todos: «siendo obispo, no soy mío, sino de mis ovejas». Era un hombre lúcido, silencioso, prudente y discreto al que jamás se le vio perder el tiempo. Detestaba las murmuraciones. Entregado a los actos de piedad, y lector de textos devotos, era muy austero. Una vez se desprendió del humilde jergón que le servía de lecho entregando a los pobres el dinero que le dieron. No obstante, aunque tenía un concepto elevado acerca de la caridad, era también práctico y clarividente. Involucraba a los necesitados procurando que tuvieran trabajo. Decía: «La limosna no solo es dar, sino sacar de la necesidad al que la padece y librarla de ella cuando fuere posible». Era muy inteligente; sin embargo, no le acompañaba la memoria. Y era también distraído; luchó contra ambas deficiencias superándose.
Agraciado con experiencias místicas, no siempre pudo ocultarlas a los demás, como deseaba. Al terminar de oficiar la misa caía en éxtasis y los asistentes percibían su rostro nimbado por la luz. En una ocasión, predicando en Burgos, mientras levantaba el crucifijo exclamó: «¡Cristianos, miradle..!», sin poder añadir más por haberse sumido en un rapto. En otro momento, durante la toma de hábito de un novicio, otro de estos momentos singulares con los que era agraciado le dejó fuera de sí durante un cuarto de hora. Después, con religiosa delicadeza, signo de su profunda vida mística, rogó que le disculparan: «Hermanos: os pido perdón. Tengo el corazón débil y me apena sentirme perdido en ocasiones como ésta. Trataré de reparar mi falta». A punto de entregar su alma a Dios tenía muy presente a sus pobres y en modo alguno deseaba que permaneciesen en las arcas la cantidad de dinero que había, así que instó a sus cercanos a que la repartiesen. Murió el 8 de septiembre de 1555. Paulo V lo beatificó el 7 de octubre de 1618. Alejandro VII lo canonizó el 1 de noviembre de 1658.

 

 

07/09/2017-05:20
Enrique Díaz Díaz

Rescatar al hermano – XXIII Domingo Ordinario

Ezequiel 33, 7-9: “Te he constituido centinela para la casa de Israel”
Salmo 94: “Señor, que no seamos sordos a tu voz”
Romanos 13, 8-10: “Cumplir perfectamente la ley, consiste en amarSan Mateo
18, 15-20: “Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado”

¡Está contaminado! Antes era el orgullo de toda la región, la transparencia de sus aguas, la fertilidad que nos regalaba, la belleza de su paisaje. Los lugareños lo mismo lo aprovechaban para bañarse, lavar, incluso para beber de sus aguas deliciosas... pero todo esto ha quedado en el recuerdo. Ahora no queda más que un fétido arroyuelo que desciende contaminando todo el valle. Atrás quedaron sólo bellos recuerdos. La dura realidad la recuerda su pestilente aroma, sobre todo en los días de intenso calor. Es cierto que se han hecho algunos intentos para limpiarlo, pero cuando se contamina desde sus fuentes, es imposible remediarlo. Algunos dicen que es como el chisme, la envidia o las malas vibras, cuando brotan del corazón es imposible sanarlas.
Vivir en comunidad es una gran riqueza pero tiene sus riesgos. La convivencia en la familia, en la comunidad o en la sociedad, se ve deteriorada constantemente por múltiples factores que rompen y condicionan las relaciones entre compañeros, familiares y amigos. La comunicación se bloquea fácilmente sobre todo si consideramos que el otro ha actuado de manera injusta o desleal. Nos sentimos justificados para hacerle vacío y encerrarnos en nuestras actitudes hostiles, o deslizar el veneno del chisme. Se provoca mucho sufrimiento en las familias y en los grupos por situaciones aparentemente leves pero al no ser resultas con oportunidad, el silencio y la agresividad se va complicando día a día. Y peor aún, cuando se inicia un chisme o acusación a espaldas del acusado. Se desata un río envenenado que va contaminando de boca en boca y que acaba con la fama de las personas. Al juzgar que el otro ha actuado mal, no consideramos necesario analizar nuestra postura. Nos parece normal retirar nuestra amistad y bloquear nuestra mirada y hasta nuestro corazón.
El Señor Jesús conoce a quienes ha escogido y comprende las limitaciones de quienes forman la comunidad, pero ofrece un camino de reconciliación y sanación. San Mateo describe una especie de disciplina eclesial que nos ofrece Jesús para el buen funcionamiento de la comunidad cristiana. Esa disciplina tiene como finalidad general el que los “pequeños”, los que están en necesidad, encuentren en la comunidad un lugar de acogida, más allá de sus errores. Por eso aquí se establece todo un procedimiento cuando la debilidad del hermano irrumpe en la comunidad. Me parece muy importante destacar que frente al error y los problemas nunca se proponga el silencio o la “paz aparente”, sino que se busquen soluciones que arranquen de raíz los problemas. Se buscará la valentía para decir la verdad frente la potencia de los fuertes pero también se buscará evitar la mentira que busca congraciarse con los débiles. Se debe revertir la dura respuesta
de Caín: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”, que muchos utilizan como una buena excusa para evadirse, justificar la indiferencia y declinar la responsabilidad en otros. Por el contrario Cristo propone un compromiso para la comunidad de seguidores porque son hermanos, porque son miembros de una misma familia. Si te desentiendes del otro, dejas de ser hermano y la fraternidad se va a la ruina.
La corrección fraterna inicia con el diálogo con el hermano a solas; después se pide hacerlo en presencia de otros dos testigos; continúa con el diálogo en comunidad y hasta al final la denuncia. Todo un procedimiento que quiere garantizar al pecador, la posibilidad de dar marcha atrás en su camino equivocado. Siempre con amor y siempre con comprensión, pero nunca callando ante la injusticia. Así, Dios constituye centinela a Ezequiel en la primera lectura, con la dura tarea de denuncia y corregir. La corrección fraterna en este evangelio es un prodigio de delicadeza y sensatez y echa mano de todas las mediaciones posibles. Además, Jesús da a la comunidad y a la Iglesia la facultad de atar y desatar; y la constituye una garantía para quien quiera saber si, con el estilo de vida que lleva, puede formar parte del grupo de discípulos de Jesús. No es la
condena a priori, la comunidad interviene testificando la ruptura con la comunión pero siempre abierta a la posibilidad de la reconciliación, con oportunidad de atar pero también de desatar.
Detrás de esta corrección fraterna resplandece la cara positiva de la comunidad: la unidad en la oración, “si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo”; la reunión en el nombre del Señor, “donde dos o tres se reúnen en mi nombre”;
y la garantía de su presencia, “ahí estoy yo en medio de ellos”. Una enseñanza y una actitud frente a un mundo individualista y centrado en el egoísmo que nos deja varias preguntas y reflexiones. ¿Cómo es nuestra vida en comunidad o predomina el individualismo? ¿Nos preocupamos y ayudamos a los demás o solamente los criticamos y destruimos? ¿Cómo resolvemos los conflictos en la familia, en los grupos y en la sociedad? ¿Educamos para la reconciliación, el perdón y la paz?
Padre bueno que has hecho a tus hijos para vivir en relación y en comunidad, concédenos la humildad necesaria para reconocer nuestras faltas, el amor fraterno frente a las equivocaciones de los demás y un espíritu de comunión donde encontremos reconciliación, perdón y armonía. Amén

 

 

07/09/2017-13:37
Redacción

Viaje del Papa a Colombia: Programa del jueves 7

Jueves 7 de septiembre de 2017 – BOGOTÁ

TEMA: artesanos de paz, promotores de la vida

9.00 Encuentro con las autoridades en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño – (En Roma 16:00)
9.30 Visita de cortesía al Presidente en el Salón Protocolario de la Casa de Nariño. (En Roma 16:30)
10.20 Visita a la Catedral – (En Roma 17:20)
10.40 Bendición a los fieles desde el balcón del Palacio Cardenalicio .- (En Roma 17:40)
11.00 Encuentro con los obispos (unos 130) en el salón del Palacio Cardenalicio .- (En Roma 18:00)
15.00 Encuentro con el Comité directivo del CELAM en la Nunciatura Apostólica .- (En Roma 22:00)
15.45 Santa Misa en el Parque Simón Bolívar .- (En Roma 22:45) (en auto a 6 km)
16:00 Llegada al Parque en papamóvil y saludo a los fieles – (En Roma 23:00)
16:30 Santa misa (En Roma 23:30)
18:45 Ida a la Nunciatura Apostólica. Cena privada y bendición de niños, ancianos y personas con discapacidad

(Ver el programa completo)