Servicio diario - 08 de octubre de 2017


Ángelus: “Aportar el vino nuevo de la misericordia del Señor”
Raquel Anillo

El bienaventurado capuchino, Arsenio de Trigolo, “no perdió nunca la esperanza”
Anita Bourdin

“¿Qué sacerdote quiero ser?”: El Papa hace la pregunta de la formación sacerdotal
Anita Bourdin

“El pueblo de Dios... plasma la arcilla de nuestro sacerdocio”, dice Papa Francisco
Redacción

Croacia: Audiencia al Presidente del Gobierno de la República, Andrej Plenković
Redacción

San Hugo de Génova, 8 de octubre
Isabel Orellana Vilches

Australia: Reunión de la Jefatura de la Conferencia Episcopal en Roma
Redacción

San Luís Beltrán, 9 de octubre
Isabel Orellana Vilches


 

 

08/10/2017-20:04
Raquel Anillo

Ángelus: “Aportar el vino nuevo de la misericordia del Señor”

(ZENIT – Roma, 8 de octubre de 2017). – “Aportar el vino nuevo de la misericordia del Señor”: es la misión del cristiano según el Papa Francisco.

El Papa en efecto ha comentado, antes de la oración del ángelus, este domingo 8 de octubre, en la plaza San Pedro, en presencia de unas 30.000 personas, la parábola de los viñadores homicidas que cuenta el evangelio de San Mateo leído en la misa de hoy.

El Papa ha hecho observar que Dios no se para ante el pecado: “Dios continua poniendo en circulación “el buen vino” de su viña, es decir la misericordia.”

Ha advertido también que hay un obstáculo “de cara a la voluntad tenaz y tierna del Padre”: ”nuestra arrogancia y nuestra presunción que a veces también se convierte en violencia!”.

La historia de Dios y de la humanidad está marcada por “traiciones” y “rechazos”, pero ha continuado el Papa, Dios “no se venga, Dios ama, nos espera, para perdonarnos, para abrazarnos”.

El Papa ha invitado a invocar la intercesión de la Virgen María para poder llevar por todas partes “el vino nuevo de la misericordia del Señor”. Porque, ha explicado, el cristianismo es “una proposición de amor”.

Ha saludado también, después del ángelus, la beatificación, en Milán, el 7 de octubre, del padre capuchino italiano Arsenio da Trigolo, fundador de las hermanas de María consoladora.

Ha concluido: “Buen domingo, buen almuerzo! Y por favor, no os olvidéis de orar por mí”.

Esta es nuestra traducción de las palabras del Papa.

AB/RA

 

Palabras del Papa Francisco antes del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

La liturgia de este domingo nos propone la parábola de los viñadores homicidas a los cuales el propietario confía la viña que él ha plantado y después se va (cf. Mt 21,33-43). Así se puso a prueba la lealtad de estos viñadores: la viña les es confiada, ellos la deben guardar, hacerla fructificar y devolver la cosecha al propietario.

Una vez llegado el tiempo de la vendimia, el propietario envía a sus servidores a recoger los frutos. Pero los viñadores adoptan una actitud posesiva: no se consideran como simples administradores, sino como propietarios y rehúsan recolectar. Maltratan a los siervos hasta el punto de matarlos. El propietario se muestra paciente con ellos: envía a otros servidores, más numerosos que los primeros, pero el resultado es el mismo. Al final, con su paciencia, decide enviar a su propio hijo, pero los viñadores, presos de sus comportamientos posesivos, matan también al hijo, pensando que así serían los herederos.

Este relato ilustra de una manera alegórica estos reproches que los profetas habían hecho en relación a la historia de Israel. Es una historia que nos pertenece: habla de la alianza que Dios quiso establecer con la humanidad y a la cual también nos llamó a participar. Pero, esta historia de alianza, como toda historia de amor conoce sus momentos positivos, pero está marcada por traiciones y rechazos.

Para entender como Dios responde a los rechazos opuestos a su amor y a su propuesta de alianza, el pasaje evangélico pone en los labios del propietario de la viña una cuestión: “Cuando venga el propietario de la viña, que les hará a los campesinos?” (v.40). esta cuestión subraya que la decepción de Dios ante el mal comportamiento de los hombres no es la última palabra!

Esta es la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso decepcionado por nuestros errores y por nuestros pecados, no falta a su palabra, no se cierra, y sobre todo no se venga!

Hermanos y hermanas, no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para perdonarnos, abrazarnos.

Por las “piedras rechazadas”- es Cristo la primera piedra que los constructores rechazaron”-, por las situaciones de debilidad y de pecado, Dios continua poniendo en circulación “el vino nuevo” de su viña, es decir la misericordia.

Este es el vino nuevo de la viña del Señor: la misericordia.

Solo hay un obstáculo de cara a la voluntad tenaz y tierna de Dios: nuestra arrogancia y nuestra presunción, que a veces se convierte en violencia! De cara a estas actitudes y donde no haya fruto, la Palabra de Dios conserva toda su fuerza de reproche y de advertencia: “El Reino de Dios os será quitado y será dado a un pueblo que de fruto” (v. 43).

La urgencia de responder con buenos frutos a la llamada del Señor que nos llama a ser su viña, nos ayude a comprender lo que hay de nuevo y original en el cristianismo.

No es tanto una suma de preceptos y de normas morales, sino que ante todo es una proposición de amor que Dios, por Jesús, ha hecho y continúa haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña vivaz y abierta, rica en frutos y en esperanza para todos.

Una viña cerrada puede volverse salvaje y producir uvas salvajes.

Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de nuestros hermanos que no están con nosotros, para sacudirnos mutuamente y animarnos , para recordarnos que debemos ser la viña del Señor en todos los medios, incluso en los más lejanos y desfavorecidos.

Queridos hermanos y hermanas, invoquemos la intercesión de la Virgen María para que ella nos ayude a ser, en todas partes, especialmente en las periferias de la sociedad, la viña que el Señor ha plantado para el bien de todos y a aportar el vino nuevo de la misericordia del Señor.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

08/10/2017-20:10
Anita Bourdin

El bienaventurado capuchino, Arsenio de Trigolo, “no perdió nunca la esperanza”

(ZENIT – Roma, 8 de octubre de 2017). – El nuevo bienaventurado capuchino, Arsenio de Trigolo (XIXº-XXº ), “no perdió nunca la esperanza” ha observado el Papa Francisco.

El Papa Francisco ha evocado, después del ángelus de este domingo 8 de septiembre de 2017, en la plaza San Pedro, ante la presencia de unas 30.000 personas, la beatificación, en Milán, ayer 7 de octubre, del padre capuchino italiano Arsenio de Trigolo (Trigolo, 13 de junio de 1849 – Bérgamo, 10 de diciembre de 1909) : fue miembro de la compañía de Jesús antes de unirse a los hermanos menores capuchinos.

“El bienaventurado padre Arsenio de Trigolo (en el siglo Giuseppe Migliavacca), sacerdote de los hermanos menores capuchinos y fundador de las hermanas de María consoladora, fue proclamado bienaventurado ayer en Milán” ha recordado el Papa.

Saluda su humildad y su esperanza inquebrantable diciendo: “Alabemos al Señor por su humilde discípulo que, incluso en las adversidades y en las pruebas – que ha tenido muchas! – jamás perdió nunca la esperanza”.

Una humildad que el Papa también ha saludado en un “tweet” este domingo: “si la decepción se apodera de ti, cree en aquellos que todavía trabajan por el bien: su humildad es la semilla de un nuevo mundo “.

Giuseppe Migliavacca fue ordenado sacerdote en 1874, y entró en la Compañía de Jesús en 1888. Fue confesor, predicador de retiros, animador espiritual en los colegios jesuitas e incluso director espiritual de comunidades religiosas.

Un grupo de chicas jóvenes se reunieron entorno a él, especialmente por sus obras a los más necesitados, y se organizaron en “asociación piadosa”.

En 1893, Giuseppe Migliavacca la define como instituto religioso: El instituto de las Hermanas de María Consoladora, teniendo como misión la enseñanza y la formación de las jóvenes de los medios desfavorecidos, el cuidado de los huérfanos y el catecismo. Su vocación es de “concretizar la misericordia de Dios”.

El padre Migliavacca dirige su fundación una decena de años, y funda casas especialmente las de Turín, Milán y Bérgamo.

En 1903, abandona la dirección del Instituto y deja la Compañía de Jesús para retirarse con los hermanos menores capuchinos. Hará profesión religiosa con el nombre de Arsenio de Trigolo.

Desde entonces, se consagra en el ministerio de la predicación, de la confesión y de la dirección espiritual de los sacerdotes y seminaristas. Muere en Bérgamo el 10 de diciembre de 1909.

El dossier diocesano de beatificación estando cerrado, es transferido de Milán a Roma a la Congregación para las causas de los santos.

El 21 de enero de 2016, el Papa Francisco reconoce el carácter “heroico” de sus virtudes humanas y cristianas, lo que le confiere el título de “venerable”.

El año siguiente, 20 de enero de 2017, el Papa Francisco reconoce como auténtico un milagro obtenido por la intercesión del venerable Arsenio de Trigolo y firma el decreto de beatificación.

La misa de beatificación fue presidida, el 7 de octubre de 2017, en Milán, por el Cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos.

Traducción de Raquel Anillo

 

 

08/10/2017-20:17
Anita Bourdin

“¿Qué sacerdote quiero ser?”: El Papa hace la pregunta de la formación sacerdotal

(ZENIT – Roma, 8 de octubre de 2017). – “Qué sacerdote deseo ser?”: el Papa Francisco hizo esta pregunta a los 268 participantes de un congreso internacional organizado por la Congregación para el clero que recibió este sábado 7 de octubre en la Sala Clementina del Vaticano.

O más bien, el Papa Francisco les ha propuesto hacerse esta pregunta: “Qué sacerdote deseo ser?”. Y señaló la alternativa: “Un sacerdote de salón, tranquilo e instalado, o un discípulo misionero cuyo corazón arde por el Maestro y por el pueblo de Dios? Un sacerdote que se entierra en su bienestar o un discípulo en camino?”

El sacerdote se debe formar “huyendo tanto de una espiritualidad sin alma como de un compromiso mundano sin Dios”.

Para el Papa, la formación sacerdotal es “determinante para la misión de la Iglesia” : ”La renovación de la fe y el futuro de las vocaciones solo es posible si somos sacerdotes bien formados”

Esta formación, según el Papa, depende primero de Dios, y luego de la libertad humana: del sacerdote, de los obispos y del pueblo de Dios.

 

La acción de Dios

“La formación sacerdotal depende en primer lugar de la acción de Dios en nuestra vida y en nuestras actividades” señaló el Papa, que evoca la imagen de la vasija de barro modelada por el alfarero: es Dios quien “transforma nuestro corazón, y esto durante “toda la vida”. Y advierte “Aquel que no se deje formar por el Señor cada día, se convierte en un sacerdote apagado, en un ministerio inerte, sin entusiasmo por el Evangelio, ni pasión por el pueblo de Dios”.

 

La respuesta de la libertad al don de Dios

Para el Papa, el sacerdote debe aportar también su contribución a la obra del “alfarero divino”: en “el taller del alfarero, hay al menos tres protagonistas”, los sacerdotes mismos, los obispos y el Pueblo de Dios.

El sacerdote mismo, por su elección de vida: “Más que por el ruido de las ambiciones humanas, preferirá el silencio y la oración, más que la confianza en su propio trabajo, sabrá abandonarse en las manos del alfarero y en su providencia creativa, más que por ideas preconcebidas, se dejará guiar por una sana inquietud del corazón que orientará su incompletitud hacia la alegría del encuentro con Dios y sus hermanos. Más que el aislamiento, buscará la amistad de sus hermanos en el sacerdocio y de sus próximos, sabiendo que su vocación nace de un encuentro de amor con Jesús y con el Pueblo de Dios”.

 

Los formadores y los obispos

El rector del seminario, los directores espirituales, los educadores, y los obispos son llamados “del taller” del alfarero para “cuidar” de las vocaciones al sacerdocio, subraya el Papa que insiste sobre el ejercicio del “discernimiento” y recomienda “una cercanía cargada de ternura y de responsabilidad hacia la vida de los sacerdotes, una capacidad de ejercer el arte del discernimiento como un instrumento privilegiado de todo el camino sacerdotal”.

El Papa insiste también en el “trabajar juntos”, lo que supone “cruzar los límites de las fronteras de las diócesis”, “beneficiar el diálogo” y “proponer cursos de formación dignos de esta importante tarea” de manera a “suscitar la esperanza allí donde las cenizas han cubierto las brasas de la vida, y engendrar la fe en los desiertos de la historia”.

 

El Pueblo de Dios

El Papa indica como “tercer protagonista de la formación sacerdotal” – y que recomienda “no olvidar nunca” – : “el Pueblo de Dios”.

Tomando la metáfora del alfarero el Papa estima que el pueblo de Dios es “el giro que da forma a la arcilla de nuestro sacerdocio”.

El Papa recomienda a los sacerdotes de “dejarse dar forma por sus expectativas, dejarse tocar por sus heridas “, de “caminar en medio de él”, a pesar de las “resistencias” y de las “incomprensiones”. Visiblemente el Papa habla con experiencia.

Observa que “el pueblo de Dios es capaz de gestos sorprendentes de atención y de ternura hacia sus sacerdotes”.

Con esto concluye el Papa, la “verdadera escuela de formación humana, espiritual, intelectual y pastoral” porque “el sacerdote debe ser aquel que se encuentra entre Jesús y la gente”.

Traducción de Raquel Anillo

 

 

08/10/2017-20:40
Redacción

“El pueblo de Dios... plasma la arcilla de nuestro sacerdocio”, dice Papa Francisco

Audiencia a los participantes en el congreso organizado por la  Congregación para el Clero, 07.10.2017

Esta mañana, a las 12.1, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en el Congreso internacional sobre la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, organizado por la Congregación para el Clero (Roma, 4-7 octubre 2017).

Sigue el discurso dirigido por el Papa a los participantes en la audiencia:

 

Discurso del Santo Padre

Señores cardenales

Queridos hermanos obispos y sacerdotes

Hermanos y hermanas

Os doy la bienvenida al final del Congreso internacional sobre la Ratio Fundamentalis, promovido por la Congregación para el Clero y agradezco al cardenal prefecto las amables palabras que me ha dirigido.

El tema de la formación sacerdotal es crucial para la misión de la Iglesia: la renovación de la fe y el futuro de las vocaciones sólo es posible si tenemos sacerdotes bien formados.

Sin embargo, lo que me gustaría decir en primer lugar es esto: la formación de los sacerdotes depende ante todo de la acción de Dios en nuestras vidas y no de nuestras actividades. Es una obra que requiere el valor para dejarse modelar por el Señor, para que transforme nuestros corazones y nuestras vidas. Aquí viene a la mente la imagen bíblica de la arcilla en manos del alfarero (cf. Jer 18.1 a 10) y el episodio en el que el Señor le dice al profeta Jeremías: (v. 2) “Levántate y baja a la alfarería” El profeta va y observando al alfarero que trabaja la arcilla comprende el misterio del amor misericordioso de Dios. Descubre que Israel está custodiado en las manos amorosas de Dios, que, como un alfarero paciente, se hace cargo de su criatura, pone la arcilla en el torno, la moldea, la plasma y, por lo tanto, le da una forma. Si se da cuenta de que la vasija no ha salido bien, entonces el Dios de la misericordia echa otra vez la arcilla en la masa y con la ternura del Padre, de nuevo empieza a moldearla.

Esta imagen nos ayuda a comprender que la formación no se resuelve con una cualquiera actualización cultural o con una iniciativa local esporádica. Dios es el artesano paciente y misericordioso de nuestra formación sacerdotal y, como está escrito en la Ratio este trabajo dura toda la vida. Cada día descubrimos – como San Pablo – que llevamos “este tesoro en vasijas de barro, para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4,7), y cuando nos separamos de nuestros cómodos hábitos, de la rigidez de nuestros esquemas y de la presunción de haber llegado ya y tenemos el valor de ponernos ante el Señor, entonces Él puede reanudar su trabajo en nosotros, nos plasma y nos transforma.

Tenemos que decir con firmeza: si uno no se deja formar día tras día por el Señor, se vuelve un sacerdote apagado, que arrastra el ministerio por inercia, sin entusiasmo por el Evangelio ni pasión por el pueblo de Dios . En cambio, el sacerdote que día tras día se confía en las manos expertas del Alfarero con la “A” mayúscula, conserva a lo largo del tiempo el entusiasmo en el corazón, acoge con alegría la frescura del Evangelio, habla con palabras capaces de tocar la vida de la gente; y sus manos, ungidas por el obispo el día de la ordenación, son capaces de ungir a su vez las heridas, las expectativas y las esperanzas del pueblo de Dios.

Y ahora llegamos a un segundo aspecto importante: cada uno de nosotros, los sacerdotes, estamos llamados a colaborar con el Alfarero divino. No somos sólo arcilla, sino ayudantes del Alfarero, colaboradores de su gracia. En la formación sacerdotal, la inicial y la permanente, – las dos son importantes- podemos identificar al menos tres protagonistas, que también se encuentran en la “casa del alfarero.”

El primero somos nosotros mismos. En la Ratio está escrito: “El primer responsable de la formación permanente es el sacerdote mismo ” (n 82).¡Precisamente así ! Permitimos que Dios nos moldee y asumimos “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5), sólo cuando no nos cerramos en la pretensión de ser una obra ya cumplida, y nos dejamos guiar por el Señor convirtiéndonos cada día más y más en discípulos suyos.

Para ser protagonista de su formación, el seminarista o sacerdote tendrá que decir “síes” y “noes”: al sonido de las ambiciones humanas, preferirá el silencio y la oración; en vez de confiar en sus obras, se abandonará en manos del alfarero y en su creatividad providencial; se dejará guiar más que por esquemas preconcebidos por una inquietud saludable del corazón, de modo que oriente su ser incompleto hacia la alegría del encuentro con Dios y con los demás. Más que el aislamiento, buscará la amistad con los hermanos en el sacerdocio y con su gente, sabiendo que su vocación nace de un encuentro de amor: con Jesús y con el Pueblo de Dios.

El segundo protagonista son los formadores y los obispos. La vocación nace, crece y se desarrolla en la Iglesia. Así, las manos del Señor que moldean esta vasija de barro, actúan a través del cuidado de los que, en la Iglesia, están llamados a ser los primeros formadores de la vida sacerdotal: el rector, los directores espirituales, los educadores, los que se ocupan de la formación continua del clero y, sobre todos , el obispo, que con razón la Ratio define como “el primer responsable de la admisión en el Seminario y de la formación sacerdotal” (n. 128).

Si un formador o un obispo no baja a “la alfarería” y no colabora con la obra de Dios ,¡no podemos tener sacerdotes bien formados!

Esto requiere una atención especial por las vocaciones al sacerdocio, una cercanía cargada de ternura y de responsabilidad por la vida de los sacerdotes, una capacidad para ejercer el arte del discernimiento como instrumento privilegiado de todo el camino sacerdotal. Y – me gustaría decir sobre todo a los obispos – ¡trabajad juntos! Tened un corazón grande y una visión amplia para que vuestra acción pueda cruzar los confines de la diócesis y entrar en conexión con la obra de los otros hermanos obispos. En la formación de los sacerdotes hace falta hablar más, superar el provincialismo, tomar decisiones compartidas, poner en marcha procesos de formación adecuados, y formadores a la altura de esta tarea tan importante. Prestad atención a la formación de los sacerdotes, la Iglesia necesita sacerdotes capaces de anunciar el Evangelio con entusiasmo y sabiduría, como signo de esperanza, allí donde las cenizas han cubierto las brasas de la vida, y de generar confianza en los desiertos de la historia .

Por último, el pueblo de Dios. No lo olvidemos nunca: la gente , con sus situaciones complejas, con sus preguntas y necesidades, es un gran “torno” que plasma la arcilla de nuestro sacerdocio. Cuando salimos hacia el Pueblo de Dios, nos dejamos plasmar por sus expectativas, tocando sus heridas, vemos que el Señor transforma nuestras vidas. Si al pastor se le asigna una porción del pueblo, también es cierto que al pueblo se le asigna el sacerdote. Y, a pesar de la resistencia y la incomprensión, si caminamos en medio del pueblo y nos entregamos generosamente, nos daremos cuenta de que es capaz de gestos sorprendentes de atención y ternura hacia sus sacerdotes. Es una escuela verdadera y propia de educación humana, espiritual, intelectual y pastoral. El sacerdote, efectivamente, debe estar entre Jesús y la gente: con el Señor , en la Montaña, renueva día tras día la memoria de la llamada; con las personas, en el valle, sin asustarse nunca de los riesgos ni endurecerse en los juicios se ofrece a sí mismo como el pan que alimenta y el agua que apaga la sed, “pasando y haciendo el bien” a los que encuentra en el camino y ofreciéndoles la unción del Evangelio.

Así se forma el sacerdote: huyendo tanto de una espiritualidad sin carne, como también, a la inversa, de un compromiso mundano sin Dios.

Queridos todos , la pregunta que nos debe interpelar en profundidad , cuando bajamos a la alfarería es ésta: ¿Qué sacerdote quiero ser? ¿Un ” cura de salón “, uno tranquilo y asentado, o un discípulo misionero cuyo corazón arde por el Maestro y por el pueblo de Dios? ¿Uno que se acomoda en su propio bienestar o un discípulo en camino? ¿Un tibio que prefiere la vida tranquila, o un profeta que despierta en el corazón del hombre el deseo de Dios?

La Virgen María, a quien hoy veneramos como Nuestra Señora del Rosario, nos ayude a caminar con alegría en el servicio apostólico y haga nuestro corazón semejante al suyo: humilde y dócil, como arcilla en las manos del alfarero.

Os bendigo, y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

© Libreria Editrice Vaticana

 

 

08/10/2017-20:32
Redacción

Croacia: Audiencia al Presidente del Gobierno de la República, Andrej Plenković

Audiencia al Presidente del Gobierno de la República de  Croacia, 07.10.2017

Esta mañana el Santo Padre Francisco ha recibido al Presidente del Gobierno de la República de Croacia, S.E el Sr. Andrej Plenković, que sucesivamente se encontró con Su Eminencia el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, a quien acompañaba Mons. Antoine Camilleri, Subsecretario para las Relaciones con los Estados.

Durante las conversaciones , transcurridas en una atmósfera de cordialidad, se ha expresado aprecio por las buenas relaciones entre la Santa Sede y la República de Croacia y por la contribución positiva de la Iglesia a la vida del país. También se ha hablado del trabajo de la Comisión mixta de expertos croatas y serbios para una relectura conjunta de la figura del beato cardenal Alojzije Stepinac.

La conversación ha proseguido con un intercambio de puntos de vista sobre algunas cuestiones de interés mutuo, entre las cuales el futuro del proyecto europeo y el contexto regional, con una referencia particular a la situación del pueblo croata en Bosnia y Herzegovina.

 

 

07/10/2017-10:32
Isabel Orellana Vilches

San Hugo de Génova, 8 de octubre

«Miembro destacado de la Orden de Malta, combatiente de la tercera Cruzada, gran asceta que tuvo el don de realizar numerosos milagros en Génova, donde es muy venerado»

Hugo Canefri es uno de los más destacados miembros de la Orden de Malta, a la que pertenecía, y particularmente venerado en Génova. Vino al mundo en Castellazzo Bormida, Alessandría, Italia. No existe unanimidad en la fecha; algunos la sitúan en 1148 y otros en 1168. Ésta última quizá sea la más verosímil toda vez que existe constancia de que ese año su ilustre familia participó en la fundación de Alessandría iniciada entonces. Su padre era Arnoldo Canefri. Su madre Valentina Fieschi era hija del conde Hugo di Lavagna, y hermana de Sinibaldo di Fieschi (pontífice Inocencio IV). El peso de su apellido era de gran envergadura. Su abuelo paterno había donado importantes sumas a la iglesia de S. Andrea di Gamondio. Además, tenía entre los suyos personas destacadas en los estamentos sociales, muy reputadas por su valía y alta responsabilidad tanto a nivel eclesiástico como civil, nada menos que condes, reyes, fundadores y santos... Aparte de ello, no se proporciona información sobre su infancia y adolescencia.

Los datos que se poseen se deben al arzobispo de Génova, Ottone Ghilini, paisano y contemporáneo suyo, que había pasado por las sedes de Alessandría y de Bobbio. Fue el papa Gregorio IX quien lo trasladó a Génova y al instruir el proceso canónico de Hugo, sintetizó por escrito su virtuosa vida, dando cuenta de sus milagros. Lo que se puede decir de él con más certeza arranca de la época en la que fue elegido caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), aunque en esa época sus miembros eran conocidos como hospitalarios y sanjuanistas. Todo parece indicar que Hugo no debió ser ordenado sacerdote, pero sí vistió el conocido hábito que en su tiempo se distinguía por su color negro con una cruz blanca de ocho puntas en alusión a las ocho bienaventuranzas; el hábito cambió de color algunos años después de su fallecimiento.

Las cruzadas contra los infieles se hallaban entonces en su apogeo. Eran muchos los que se integraban en los ejércitos que partían para liberar Tierra Santa del dominio de los enemigos de la fe cristiana. Después de la conquista de Jerusalén por Godofredo de Bouillón en 1099, el hospicio (hubo varios y de distintas nacionalidades) construido junto al Santo Sepulcro para la atención de los peregrinos, que había sido dedicado a san Juan, fue donado por el califa de Egipto, Husyafer, al beato Gerardo de Tenque, fundador de la Orden de Malta. Tras esta primera Cruzada se convirtió no solo en el lugar donde iban a sanar sus heridas los caballeros cruzados que lucharon en combate, sino que fue el origen del nacimiento de la Orden puesta bajo el amparo del pontífice Pascual II, a petición de fray Gerardo. Cuando Hugo nació, el papa Calixto II ya le había concedido nuevos privilegios, y el Gran Maestre Gilbert d’Assailly, el quinto, gozaba de gran prestigio. Esta Orden de caballería estaba integrada por seculares y también por los caballeros que habían emitido votos y tenían como objetivo la tuitio fidei et obsequium pauperum (la defensa de la fe y la ayuda a los pobres, a los que sufren), dedicándose a las tareas de enfermería. Además, los capellanes, que eran «una tercera clase», se ocupaban del servicio divino.

Pues bien, Hugo fue uno de los ilustres combatientes en Tierra Santa. Participó en la tercera Cruzada junto a Conrado di Monferrato y al cónsul de Vercelli, Guala Bicchieri. Y al regresar de estas campañas, fue designado capellán de la Encomienda del hospital de san Giovanni di Pré, en Génova. Desde ese momento, la vida del santo, alejado de las armas, se centró en la oración y en el ejercicio de la caridad con los enfermos y marginados que acudían al hospital, además de los peregrinos que iban y venían de Tierra Santa. A los enfermos los asistió procurándoles consuelo humano, espiritual y económico. Cuando fallecían, les daba sepultura con sus propias manos. Pero uno de los rasgos representativos y más loados de su espiritualidad, junto a su amabilidad, modestia y piedad, fue su fe. Con ella era capaz, como dice el evangelio, de trasladar montañas.

Entre otros milagros que se le atribuyen se halla el acaecido un día de intensísimo calor. Hubo un problema con el suministro del agua, y las lavanderas del hospital se veían obligadas a recorrer un intrincado camino para proveerse de ella. Sus lamentos fueron escuchados por Hugo, quien se apresuró a atenderlas. Entonces le rogaron que pidiese a Dios un milagro, y él les recomendó que rezasen. Pero a las mujeres les faltaba fe, y pronto su lamento se tornó en exigencia: él era el único que podía arrebatar esa gracia; ellas estaban cansadas de tanto trabajo en medio del sofocante calor. No le agradó a Hugo su propuesta, pero en aras de la caridad hizo lo que le pedían, y después de orar y de realizar la señal de la cruz obtuvo de Dios el bien que solicitaban. También se le atribuye el rescate de una nave que se hallaba a punto de naufragar, logrado con su oración, y la mutación del agua en vino, que se produjo en un banquete, al modo que hizo Cristo en las bodas de Caná. Otros fenómenos místicos que se producían a veces mientras oraba o se hallaba en misa, momentos en los que podía entrar en éxtasis, fueron visibles para otras personas, entre ellas el arzobispo de Génova, Otto Fusco.

Hugo fue un penitente de vida austera (su lecho era una tabla situada en el sótano del centro hospitalario), que vivió entregado a la mortificación y al ayuno. Su muerte se produjo en Génova hacia el año 1233, un 8 de octubre. Sus restos fueron enterrados en la primitiva iglesia en la que residía, sobre la que se erigió la de San Giovanni di Pré donde hoy día continúan venerándose.

 

 

08/10/2017-20:27
Redacción

Australia: Reunión de la Jefatura de la Conferencia Episcopal en Roma

Reunión de la Jefatura de la Conferencia Episcopal Australiana  en Roma, 07.10.2017

La Jefatura de la Conferencia Episcopal Australiana se ha reunido esta semana en Roma con funcionarios de la Secretaría de Estado y diversos dicasterios de la Santa Sede para debatir ampliamente la situación de la Iglesia Católica en Australia en este momento.

Los temas abordados incluyeron la Royal Commission into Institutional Responses to Child Sexual Abuse, la relación entre la Iglesia y la sociedad en general, la restauración de la confianza y una mayor participación de los laicos en los roles de toma de decisiones en la Iglesia.

La delegación australiana estaba compuesta por el Presidente de la Conferencia, S.E. Denis J. Hart, arzobispo de Melbourne; y el Vicepresidente, S.E. Mons, Mark Coleridge, arzobispo de Brisbane; acompañados por el juez Neville Owen del Truth, Justice and Healing Council.

El encuentro principal tuvo lugar el jueves 5 de octubre con S.E. el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, S.E. Mons, Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados; S.E. el cardenal Marc Ouellet PSS, prefecto de la Congregación para los Obispos y S.E. Mons. Giacomo Morandi Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

 

 

08/10/2017-10:00
Isabel Orellana Vilches

San Luís Beltrán, 9 de octubre

«Dominico español, consultor de santos. Nombrado por Alejandro VIII patrón de Colombia, donde evangelizó entre los indígenas y defendió sus derechos frente a la codicia y prepotencia de ciertos colonizadores»

Nació en Valencia, España, el 1 de enero de 1526 en el seno de una familia acomodada y virtuosa. Su abuela era sobrina de san Vicente Ferrer, y su padre Juan Beltrán, notario de gran prestigio, que ostentó el cargo de procurador perpetuo del reino. Éste, al enviudar de su primera esposa, se propuso ingresar en la cartuja y, cuando se hallaba en camino, san Bruno y san Vicente Ferrer le hicieron volver sobre sus pasos sugiriéndole nuevo desposorio. La elegida fue Juana Angela Eixarch, madre de Luís Beltrán, primogénito de nueve hermanos. Vino al mundo en una era bendecida por Dios con santos de la talla de Francisco de Borja, Pascual Bailón, Tomás de Villanueva, Juan de Ribera y los beatos Nicolás Factor y Gaspar de Bono, entre otros. Teresa de Jesús tenía un año de vida cuando él nació.

Luís fue precoz en su virtud. Queriendo emular las vidas de santos que leía, a sus 7 años oraba y se mortificaba durmiendo en el suelo, ejercicios a los que añadió siendo adolescente el rezo del Oficio parvo de la Virgen y la recepción diaria de la comunión. Pero llevado de su celo, un día dejó el hogar sin previo aviso para hacerse mendicante, tomando como modelo a san Alejo y a san Roque. En la ardorosa carta que dejó escrita a sus padres había justificado su decisión recurriendo a numerosas citas bíblicas. No llegó lejos porque un criado de su padre lo sorprendió en los alrededores de Buñol, mientras descansaba en una fuente. Pero más adelante, de nuevo trató de ingresar con los mínimos. En las dos ocasiones sintió que Cristo le conminaba haciéndole ver que ese no era el camino. A los 16 años peregrinó a Santiago de Compostela. Regresó con la resolución de hacerse dominico, pero sus padres no le dejaron, hasta que en 1544, teniendo 18 años y una delicada salud, tomó el hábito. En 1547 fue ordenado sacerdote.

En 1549, dada su virtud, fue nombrado maestro de novicios y de estudiantes del convento de Valencia. Fue un formador excepcional, fidelísimo a la regla dominicana. Enseñó con firmeza y caridad las excelencias de la humildad y de la obediencia.

Escrupuloso y tendente a un cierto desánimo acerca de la viabilidad de alcanzar la santidad que se proponía, muchas veces vivía apresado de la aflicción, y en algunas ocasiones lo hallaron llorando: «¿No tengo harto que llorar que no sé si me he de salvar?». En su corazón seguía bullendo el mismo anhelo de derramar su sangre por Cristo. Por eso cuando un indio –proveniente de Nueva Granada, actual Colombia, que se había convertido y abrazado al carisma dominico– visitó el convento y expuso prolijamente las difíciles experiencias que aguardaban a los misioneros que iban a evangelizar el país, no se inmutó. Estaba dispuesto a partir allí creyendo que la fiereza de los indígenas le ayudaría a obtener la palma del martirio. De nada le sirvió el ruego de los fieles que le tenían en alta estima y no querían desprenderse de él, ni el gesto de su superior que, al ver la situación que la noticia de su partida creaba en el entorno, le anunció que no le proporcionaría los medios para emprender el viaje. No hubo forma de detenerle.

En 1562 partió a misiones con rumbo a Nueva Granada. Como apóstol no tuvo fronteras. No hubo en su vida algo que le espantase más que a ofender a Dios. El santo temor que le movía estaba por encima de todo, de modo que se enfrentó a las fieras que halló en la selva, a la violencia y hostilidad de los hombres, a brebajes tóxicos, mortales de necesidad, que bebió a sabiendas de lo que hacía con el fin de convertir a los indios, etc. Nada lo detenía: derribaba los ídolos y quemaba las chozas donde los adoraban. Ahuyentaba al demonio con la oración, la señal de la cruz y toda clase de penitencias. Así superó dudas y tentaciones diversas. Denunció los abusos de españoles sin escrúpulos, y pasó por encima de calumnias, sabiendo discernir las visiones celestiales de las malignas que trataron también de confundirle en no pocos momentos. «No todo se ha de llevar en esta vida por tela de justicia: algo se ha de padecer por amor de Dios», decía.

La oración y las disciplinas eran los antídotos contra su mala salud y la extenuación. Se cuidó lo justo, lo que exige la prudencia. Y las gracias se vertían a raudales. En pocos años los convertidos y bautizados eran incontables. Los antaño feroces indígenas le querían, respetaban y defendían. Habían aprendido a su lado el valor de la fe: « Confiemos en Dios; invoquemos a sus santos, oremos devotamente, pidiendo lo que habemos menester; y sin duda Él nos oirá», le habían oído decir, constatando las bendiciones que se derramaban. En 1568 lo nombraron prior del convento de Santa Fe de Bogotá, y no ocultó su pesar: «Yo no vine a las Indias a ser prior. Estimo más la conversión de un indio que cuantos honores tiene la Iglesia de Dios, pero es fuerza obedecer».

En 1570, después de haber evangelizado por numerosos lugares del país, lo llamaron a Valencia donde siguió custodiando la regla con su ejemplo y palabra. En 1574 el capítulo general de Aragón lo designó predicador general. «No volváis atrás, por muchas dificultades que el demonio os ponga en el camino de Dios. Porque, donde vos faltareis, Dios suplirá», afirmaba animando a la gente, con un estilo sencillo, lejos de retóricas, buscando que todos lo entendieran «para que resplandezca la verdad, sin color ni afeite, sin ayuda de elocuencia y saber humano». Tuvo el don de discernimiento de espíritus, de lenguas y de milagros. Había sido un gran estudioso, una vez que Cristo le hizo ver que el estudio no era una distracción. Fue consultor de san Juan de Ribera y de santa Teresa de Jesús. Se le reveló la fecha de su muerte que anotó en una hoja guardándola bajo llave con la indicación de abrirla días más tarde de su deceso. Éste se produjo el 9 de octubre de 1581 en el palacio de su amigo, el arzobispo san Juan de Ribera. Pablo V lo beatificó el 19 de julio de 1608. Clemente X lo canonizó el 12 de abril de 1671. Alejandro VIII lo nombró patrón de Colombia.