Servicio diario - 15 de octubre de 2017


Homilía del Papa en la canonización de 35 bienaventurados – Texto completo
Raquel Anillo

Jornada del rechazo de la pobreza: Erradicar las causas
Raquel Anillo

Centenario de la primera aparición en Fátima : “No os alejéis nunca de la Madre”
Raquel Anillo

Bambino Gesù: El expresidente es condenado a un año de prisión
Raquel Anillo

Misa en náhuatl: “Somos herederos de cuanto Dios sembró en nuestras culturas”
Felipe Arizmendi Esquivel

“La importancia de la dignidad humana”, Mons. Auza sobre descubrimiento de América
Rosa Die Alcolea

Santa Teresa de Jesús, 15 de octubre
Isabel Orellana Vilches

San Gerardo María Mayela, 16 de octubre
Isabel Orellana Vilches


 

 

15/10/2017-16:25
Raquel Anillo

Homilía del Papa en la canonización de 35 bienaventurados – Texto completo

(ZENIT – Roma, 15 de octubre de 2017).- “Hoy, este Dios, que no pierde nunca la esperanza, nos lleva a hacer como Él, a vivir según el amor verdadero, a traspasar la
resignación y los caprichos de nuestro ego susceptible y perezoso”, ha afirmado el Papa.

El papa Francisco ha celebrado la Misa de canonización de 35 bienaventurados, hoy, 15 de octubre de 2017, en la plaza San Pedro.

El Papa ha invitado a preguntarse si estamos “del lado del ego” o “del lado de Dios”, advirtiendo, contra las comodidades y la rutina que alejan del amor. “Si el amor se pierde”, advirtió, “la vida cristiana se vuelve estéril, se convierte en un cuerpo sin alma, una moral imposible, un conjunto de principios y leyes que deben enmarcarse sin una razón”.

Al inicio de la celebración, en presencia de 35.000 fieles, el Papa ha presidido el rito de canonización de los bienaventurados André de Soveral y Ambrosio Francisco Ferro, sacerdotes diocesanos, Mateus Moreira, laico y 27 compañeros, primeros mártires de Brasil; de Cristóbal, Antonio y Juan, adolescentes mártires de Méjico; de Faustino Míguez, sacerdote español: y de Ange d´Acri, capuchino italiano.

La vida cristiana –ha subrayado el Papa en su homilía– es “una historia de amor con Dios”. Nos ha invitado a preguntarnos “si, al menos una vez al día, confesamos al Señor nuestro amor por Él, si nos acordamos, entre tantas palabras, de decirle cada día: “Te amo Señor. Tú eres mi vida”. Y de evocar el “peligro”: “Una vida cristiana de rutina, donde uno está satisfecho con la “normalidad”, sin impulso, sin entusiasmo, y con poca memoria”.

Para el Papa, nos alejamos del amor, “no por malicia, sino porque preferimos lo que es
nuestro: las seguridades, la autoafirmación, las comodidades.... Se prefiere apoltronarse en el sillón de las ganancias, de los placeres, de algún hobby que dé un poco de alegría, pero así se envejece rápido y mal, porque se envejece por dentro; cuando el corazón no se dilata, se cierra. Y cuando todo depende del yo – de lo que me parce, de lo que me sirve, de lo que quiero – se acaba siendo personas rígidas y malas y se reacciona de mala manera por nada”.
“Dios es lo contrario del egoísmo, de la auto referencialidad, ha insistido el Papa....Delante de los “no”, él no cierra la puerta, pero incluye incluso más. Delante de las injusticias sufridas, Dios responde todavía con un amor mayor ....Mientras que sufre a causa de nuestros “no”, Dios continúa a preparar el bien mismo para aquel que hace el mal. Porque así hace el amor; porque solo así él vence el mal”.

 

Homilía del Papa Francisco

La parábola que hemos escuchado nos habla del Reino de Dios como un banquete de bodas (cf. Mt 22,1-14). El protagonista es el hijo del rey, el esposo, en el que resulta fácil entrever a Jesús. En la parábola no se menciona nunca a la esposa, pero sí se habla de muchos invitados, queridos y esperados: son ellos los que llevan el vestido nupcial. Esos invitados somos nosotros, todos nosotros, porque el Señor desea “celebrar las bodas” con cada uno de nosotros.

Las bodas inauguran la comunión de toda la vida: esto es lo que Dios desea realizar con cada uno de nosotros. Así pues, nuestra relación con Dios no puede ser solo como la de los súbditos devotos con el rey, la de los siervos fieles con el amo, o la de los estudiantes diligentes con el maestro, sino, ante todo, como la relación de esposa amada con el esposo.

En otras palabras, el Señor nos desea, nos busca y nos invita, y no se conforma con que cumplamos bien los deberes u observemos sus leyes, sino que quiere que tengamos con él una verdadera comunión de vida, una relación basada en el diálogo, la confianza y el perdón.

Esta es la vida cristiana, una historia de amor con Dios, donde el Señor toma la iniciativa gratuitamente y donde ninguno de nosotros puede vanagloriarse de tener la invitación en exclusiva; ninguno es un privilegia con respecto a los demás, pero cada uno es un privilegiado ante Dios. De este amor gratuito, tierno y privilegiado nace y renace siempre la vida cristiana. Preguntémonos si, al menos una vez al día, manifestamos al Señor nuestro amor por él; si nos acordamos de decirle cada día, entre tantas palabras: “Te amo Señor. Tú eres mi vida”.

Porque, si se pierde el amor, la vida cristiana se vuelve estéril, se convierte en un cuerpo sin alma, una moral imposible, un conjunto de principios y leyes que hay que mantener sin saber por qué. En cambio, el Dios de la vida aguarda una respuesta de vida, el Señor del amor espera una respuesta de amor. En el libro del Apocalipsis, se dirige a una Iglesia con un reproche bien preciso: “Has abandonado tu amor primero” (2, 4). Este es el peligro: una vida cristiana rutinaria, que se conforma con la “normalidad”, sin vitalidad, sin entusiasmo, y con poca memoria. Reavivemos en cambio la memoria del amor primero: somos los amados, los invitados a las bodas, y nuestra vida es un don, porque cada día es una magnífica oportunidad para responder a la invitación.

Pero el Evangelio nos pone en guardia: la invitación puede ser rechazada. Muchos invitados respondieron que no, porque estaban sometidos a sus propios intereses: “Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios”, dice el texto (Mt 22,5). Una palabra se repite: sus; es la clave para comprender el motivo del rechazo. En realidad, los invitados no pensaban que las bodas fueran tristes o aburridas, sino que sencillamente “no hicieron caso”: estaban ocupados en sus propios intereses, preferían poseer algo en vez de implicarse, como exige el amor.

Así es como se da la espalda al amor, no por maldad, sino porque se prefiere lo propio: las seguridades, la autoafirmación, las comodidades... Se prefiere apoltronarse en el sillón de las ganancias, de los placeres, de algún hobby que dé un poco de alegría, pero así se envejece rápido y mal, porque se envejece por dentro; cuando el corazón no se dilata, se cierra. Y cuando todo depende del yo – de lo que me parece, de lo que me sirve, de lo que quiero – se acaba siendo personas rígidas y malas, se reacciona de mala manera por nada, como los invitados en el Evangelio, que fueron a insultar e incluso a asesinar (cf. V. 6) a quienes llevaban la invitación, solo porque los incomodaban.

Entonces el Evangelio nos pregunta de qué parte estamos: ¿de la parte del yo o de la parte de Dios? Porque Dios es lo contrario al egoísmo, a la auto referencialidad. Él – nos dice el Evangelio – ante los continuos rechazos que recibe, ante la cerrazón hacia sus invitados, sigue adelante, no pospone la fiesta. No se resigna, sino que sigue invitando. Frente a los “no”, no da un portazo, sino que incluye aún a más personas. Dios, frente a las injusticias sufridas, responde con un amor más grande. Nosotros, cuando nos sentimos heridos por agravios y rechazos, a menudo nutrimos disgusto y rencor. Dios, en cambio, mientras sufre por nuestros “no”, sigue animando, sigue adelante disponiendo el bien, incluso para quien hace el mal. Porque así actúa el amor; Porque solo así se vence el mal. Hoy este Dios, que no pierde nunca la esperanza, nos invita a obrar como él, a vivir con un amor verdadero, a superar la resignación y los caprichos de nuestro yo susceptible y perezoso.

El Evangelio subraya un último aspecto: el vestido de los invitados, que es indispensable. En efecto, no basta con responder una vez a la invitación, decir “si” y ya está, sino que se necesita vestir un hábito, se necesita el hábito de vivir el amor cada día. Porque no se puede decir “Señor, Señor” y no vivir y poner en práctica la voluntad de Dios (cf. Mt 7, 21). Tenemos necesidad de revestirnos cada día de su amor, de renovar cada día la elección de Dios. Los santos hoy canonizados, y sobre todo los mártires, nos señalan este camino. Ellos no han dicho “si” al amor con palabras y por un poco de tiempo, sino con la vida y hasta el final. Su vestido cotidiano ha sido el amor de Jesús, ese amor de locura con que nos ha amado hasta el extremo, que ha dado su perdón y sus vestiduras a quien lo estaba crucificando. También nosotros hemos recibido en el Bautismo una vestidura blanca, el vestido nupcial para Dios.

Pidámosle, por intercesión de estos santos hermanos y hermanas nuestros, la gracia de elegir y llevar cada día este vestido, y de mantenerlo limpio. ¿Cómo hacerlo? Ante todo, acudiendo a recibir el perdón del Señor sin miedo: este es el paso decisivo para entrar en la sala del banquete de bodas y celebrar la fiesta del amor con él.

© Librería del Vaticano

 

 

15/10/2017-13:26
Raquel Anillo

Jornada del rechazo de la pobreza: Erradicar las causas

(ZENIT – Roma, 15 de octubre de 2017) Para la jornada mundial del rechazo de la pobreza, celebrada el 17 de octubre de 2017, el papa Francisco ha llamado a identificar y a erradicar sus causas, porque “la pobreza no es una fatalidad”.

En la introducción del rezo del Angelus del 15 de octubre de 2017, en la plaza de san Pedro, al finalizar la misa de canonización de 35 bienaventurados, el Papa también ha llamado a promover relaciones fraternales y solidarias, para el bien de la Iglesia y de la sociedad”.

 

Palabras del Papa en el Angelus

Queridos hermanos y hermanas,

Al término de esta celebración, os saludo cordialmente, a los que habéis venido de diversos países para rendir homenaje a los nuevos santos. Mi pensamiento respetuoso va de manera particular a las delegaciones oficiales de Brasil, Francia, Italia, Méjico, de la Orden de Malta y de España. Que el ejemplo y la intercesión de estos testigos luminosos del Evangelio nos acompañen en nuestro camino y nos ayuden a promover siempre relaciones fraternas y solidarias, para el bien de la Iglesia y de la sociedad.

Acogiendo el deseo de algunas conferencias episcopales de América Latina, lo mismo que la voz de diversos pastores y fieles de otras partes del mundo, he decidido convocar una Asamblea especial del sínodo de los obispos para la región pan amazónica, que tendrá lugar en Roma en octubre de 2019. El objetivo principal de esta convocatoria es identificar nuevas formas de evangelización de esta parte del Pueblo de Dios, especialmente a los indígenas, a menudo olvidados y sin perspectivas de un futuro pacífico, en particular debido a la crisis de la selva amazónica, un pulmón de capital importancia para nuestro planeta. Que los nuevos santos intercedan por este acontecimiento eclesial, para que, en el respeto a la belleza de la creación, todos los pueblos de la tierra alaben a Dios, el Señor del universo, e iluminados por Él recorran los caminos de justicia y de paz.

Recuerdo también que pasado mañana se celebrará la Jornada mundial del rechazo de la pobreza. La pobreza no es una fatalidad: tiene causas que deben ser reconocidas y suprimidas , para honrar la dignidad de muchos de nuestros hermanos y hermanas, siguiendo el ejemplo de los santos.

Y ahora volvámonos hacia la Virgen María.

Angelus Domini

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

15/10/2017-13:16
Raquel Anillo

Centenario de la primera aparición en Fátima : “No os alejéis nunca de la Madre”

(ZENIT – 15 de octubre de 2017).- “No os alejéis nunca de la Madre” y “no abandonéis nunca el Rosario”: Estas son las exhortaciones para la clausura del centenario de las apariciones marianas en Fátima (Portugal), el 13 de octubre de 2017.

En un vídeo mensaje retransmitido a los peregrinos reunidos en la “Cova de Iria” y referido por “L´Osservatore Romano” al día siguiente, el Papa se acuerda de su visita al santuario mariano los pasados 12 y 13 de mayo, por el centenario de la primera aparición: “Todavía guardo en el corazón el recuerdo del viaje y la bendición que la Virgen ha querido dar, a mí y a la Iglesia, en esos días”.

“No tengáis miedo nunca, añade el Papa, Dios es mejor que toda nuestra miseria y nos ama mucho. Continuad yendo hacia delante, no os alejéis nunca de la Madre: como un niño que permanece con su madre y se siente seguro, así nosotros también, al lado de la Virgen, nos sentimos muy seguros. Ella es nuestra garantía”.

Y el Papa busca en sus bolsillos, extrae un rosario, recomendando: “No abandonéis nunca el rosario, rezad el rosario, como ella pidió”. El vídeo concluye con la bendición apostólica y la petición del Papa de orar por él.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

15/10/2017-13:04
Raquel Anillo

Bambino Gesù: El expresidente es condenado a un año de prisión

(ZENIT – 15 de octubre de 2017).- Al término de tres meses de audiencias, la sentencia del proceso penal que inculpa a dos antiguos dirigentes de la Fundación Bambino Gesù por malversación de fondos, ha sido entregada al Vaticano, el 14 de octubre de 2017 :Giuseppe Profiti, antiguo presidente, es condenado a un año de prisión condicional y Massimo Spina, antiguo tesorero, es absuelto.

Los dos hombres estaban acusados de haber malversado fondos de Bambino Gesù – hospital propiedad de la Santa Sede – en el caso del departamento del cardenal Bertone. Después de deliberación, el Tribunal del Estado de la Ciudad del Vaticano ha condenado a Giuseppe Profiti por abuso de poder, a un año de reclusión – con la suspensión de la pena por cinco años – con la prohibición de ocupar cargos públicos oficiales durante el mismo periodo, a una multa de 5.000 euros y al pago de los gastos del proceso. El antiguo presidente ha recibido también la advertencia de no cometer de nuevo delito alguno durante estos cinco años, en ese caso pagaría su pena.

En cuanto a Massimo Spina ha sido absuelto “por no haber cometido el hecho”. El Colegio de jueces de este proceso, que comenzó el 18 de julio pasado, estaba constituido por el presidente, Maestro Paolo Papanti-Pelletier y por los jueces Maestro Carlo Bonzano. Los dos abogados empleados de oficio eran Antonello Blasi para Giuseppe Profiti y Alfredo Ottaviani para Massimo Spina.

© Traducción de Zenit, Raquel Anillo

 

 

14/10/2017-06:07
Felipe Arizmendi Esquivel

Misa en náhuatl: “Somos herederos de cuanto Dios sembró en nuestras culturas”

“Somos hermanos en Cristo. Somos herederos de cuanto Dios sembró en nuestras culturas, mestizas e indígenas. Afiancémonos en Cristo Jesús, el Hijo de la Virgen María, la piedra fundamental de la Iglesia”, extracto de la homilía

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
Responsable de Doctrina de la Fe en la CEM

Nos alegra encontrarnos aquí, como hermanas y hermanos en Cristo, procedentes de varias regiones del país, para celebrar el amor misericordioso de nuestro Padre Dios, para confirmarnos en nuestra fe, para resaltar y fortalecer la cultura náhuatl, tan cercana al corazón de nuestra Madre de Guadalupe. Sean bienvenidas y bienvenidos todos, de cualquier cultura, unidos hoy por tercer año consecutivo para esta Santa Misa en náhuatl.

Estuvimos dudando si llevábamos a cabo esta celebración, pues nuestro pueblo está herido por los recientes terremotos, tanto en esta ciudad, como en varios Estados del país. Analizamos si era oportuno reunirnos aquí, junto a la Madre, o si era mejor quedarnos en nuestras casas, rezando y enviando algo más a los damnificados. Quien de una forma, quien de otra, ya les hemos expresado nuestra solidaridad. Sin embargo, prevaleció el criterio de venir aquí, a las plantas de nuestra Señora del Tepeyac, para dar gracias porque nos ha conservado la vida, para pedir perdón por las faltas que han agravado los desastres, sobre todo por la corrupción que no falta, y sobre todo para suplicar el descanso eterno de quienes fallecieron y apoyar la pronta ayuda para quienes perdieron todo o mucho de lo que habían logrado. Por ello, al reunirnos aquí, lo hacemos en nombre de todo nuestro pueblo y en comunión con sus dolores y sus esperanzas.

En la primera lectura de la Misa, tomada del libro Sirácide o Eclesiástico, escuchamos algo que se refiere a la sabiduría de Dios, y que se aplica perfectamente a nuestra Madre de Guadalupe: Yo soy la madre del amor, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud. Vengan a mí, ustedes, los que me aman y aliméntense de mis frutos. Eso es precisamente lo que ella le decía a Juan Diego y nos dice a nosotros: ¿Por qué te preocupas tanto? ¿Que no estoy yo aquí que soy tu Madre?

A eso hemos venido: A alentar nuestra esperanza, a alimentarnos del amor de Dios y de nuestra Madre, a fortalecer el camino y la verdad que Jesucristo nos ha manifestado. Esta fe es la que da esperanza, seguridad y fortaleza a los pueblos de cultura náhuatl, ante los embates del mundo moderno, que quiere imponer un solo estilo de vida, que globaliza el individualismo y el consumismo, que destruye las familias, que desprecia a los sencillos, que prescinde de Dios, para divinizar el dinero, el poder y el placer. Nuestros pueblos resisten estos embates, pero corren el peligro de diluirse en la cultura dominante. Están amenazados de perder sus raíces y sus ricos tesoros de sabiduría.

Hermanas y hermanos de cultura náhuatl: No permitan que se pierda su cultura. Aprecien los grandes valores de humanismo, de familia, de pueblo, de vida comunitaria, de fe sencilla, de resistencia, de trascendencia. No les crean a los que dicen que sería mejor que los pueblos originarios desaparecieran, como si fueran un lastre para el progreso del país. Es todo lo contrario. Ustedes pueden aportar sus tradiciones, su manera de vivir en familia, sus consensos para llegar a acuerdos, su solidaridad comunitaria. Esto es lo que el mundo actual necesita. Ustedes lo tienen. No lo pierdan.

Nuestra Madre de Guadalupe, así como se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, según dice el Evangelio, para estar cerca de su prima Isabel, que pasaba por necesidades propias del embarazo de una anciana, así se hizo presente en la montaña del Tepeyac, para estar cerca de este pueblo, para hablarle al corazón en su propio idioma, para devolverle la esperanza cuando se sentía derrotado y sin valor, para decirle que es el hijo más pequeño, a quien lleva en los pliegues de su túnica y en sus brazos, para cuidarlo y protegerlo. Eso que dijo a Juan Diego, nos lo sigue diciendo a todos los mexicanos, en particular a los descendientes del pueblo náhuatl.

Hermanas y hermanos de este pueblo náhuatl: La Virgen María nos ha enseñado a quererlos, a respetarlos, a valorarlos, a darles su lugar en la Iglesia y en la sociedad. No son basura, como decía Juan Diego de sí mismo; no son cola, no son escalera para que otros suban, no son sobrantes en el país. Son hijas e hijos de Dios y de la Virgen; por tanto, valen mucho y son muy dignos de confianza. Aunque algunos los sigan menospreciando, Dios y la Virgen les aman. Aunque no faltan ministros de nuestra Iglesia que se resisten a darles el lugar que les corresponde, que menosprecian su idioma y su cultura, que los relegan, que se niegan a celebrarles los sacramentos en su idioma y les imponen el castellano, sepan que el Papa les valora; sepan que obispos, sacerdotes, religiosas y otros agentes de pastoral estamos haciendo el esfuerzo por darles su lugar, por rescatar su idioma, por tener traducciones litúrgicas y bíblicas en náhuatl, por promoverlos a los diferentes ministerios eclesiales, sobre todo a la vida consagrada, al diaconado y al sacerdocio. Esperamos que no tarde mucho en que tengamos también obispos de esta cultura, así como de otras culturas indígenas. Inviten a sus hijas e hijos a consagrar su vida al Señor y al servicio de su Iglesia, para salvar a nuestra patria.

En la segunda lectura, escuchamos lo que nos dice San Pablo: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos. Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abbá!”, es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Hermanas y hermanos todos, de la cultura náhuatl y de otras culturas: Ya no somos esclavos, ya no somos lo último de la sociedad, ya no somos atraso y vergüenza del país. Somos hijas e hijos de Dios. Somos hermanos en Cristo. Somos herederos de cuanto Dios sembró en nuestras culturas, mestizas e indígenas. Afiancémonos en Cristo Jesús, el Hijo de la Virgen María, la piedra fundamental de la Iglesia. Él nos sostiene y nos impulsa. Con Cristo, por Él y en Él, hay esperanza, hay vida, hay futuro. Alimentémonos de su Palabra y de su Eucaristía, y seremos piedras vivas que construyen el nuevo México que anhelamos. Que así sea y que nuestra Madre de Guadalupe nos asista.

 

 

14/10/2017-11:35
Rosa Die Alcolea

“La importancia de la dignidad humana”, Mons. Auza sobre descubrimiento de América

“Una de las lecciones que podemos aprender –dijo Auza– es la importancia de la dignidad humana y la necesidad de defenderla cuando es atacada”, sobre el descubrimiento de América.

Declaración del Arzobispo Mons. Bernardito Auza, Nuncio Apostólico y Observador Permanente de la Santa Sede en la Organización de los Estados Americanos durante la sesión extraordinaria sobre el tema: “Encuentro de Dos Mundos”, pronunciada en Washington, D.C., el 12 de octubre de 2017.

“Esta lección debe aplicarse –indicó el Arzobispo– en el contexto de la esclavitud moderna y la demanda y los factores culturales, educativos, económicos y ambientales que lo impulsan”. Otra lección que se puede aprender, dijo, es el heroísmo de muchos en el pasado para defender la dignidad humana, como San Pedro Claver, Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, que sirven de modelo para el presente.

 

Declaración del Arzobispo Mons. Bernardito Auza

Señora Presidenta,

Quiero expresar mis más profundas condolencias a los Representantes de Estados Miembros de la región del Caribe, de Estados Unidos y México, por la enorme pérdida de vidas y bienes en sus países, por causa de los recientes huracanes y los dos terremotos en México. De la misma manera, comparto las condolencias de la Santa Sede a los Estados Unidos tras los trágicos eventos que recientemente sucedieron en Las Vegas.

La Misión Permanente de Observación de la Santa Sede a la Organización de los Estados Americanos está muy contenta de unirse a este evento tan especial de las Américas, para reflexionar sobre el Encuentro de dos mundos, y la llegada de Cristóbal Colón a este hemisferio en 1492. El legado de este primer Encuentro continúa siendo sujeto de reflexión.

Una de las lecciones que se puede aprender de los errores cometidos en varios lugares de este Encuentro de dos mundos, es que no podemos pasar de largo e ignorar los ataques que suceden en contra de la dignidad humana. Hoy por ejemplo, no debemos ignorar los continuos abusos que están afectando a muchos segmentos de la sociedad en este hemisferio, muchas veces a los más vulnerables como mujeres y niños, y algunos de los más marginados y excluidos, como las personas indígenas. El mes pasado, durante su visita a Cartagena, el Papa Francisco hizo una particular llamada de atención a las formas contemporáneas de esclavitud humana diciendo: ” [...] en tantas regiones del mundo, millones de personas continúan siendo vendidas como esclavos. Ya sea que mendigan por alguna expresión de humanidad, momentos de sensibilidad, o navegan por mar y tierra porque lo han perdido todo, principalmente su dignidad y sus derechos humanos”.

Si vamos a erradicar este azote, debemos llegar a las causas fundamentales, como los conflictos violentos, la pobreza extrema, el subdesarrollo y la exclusión, la falta de educación, la falta de oportunidades de empleo y las catástrofes ambientales. Debemos también atacar la demanda que impulsa la esclavitud moderna: un egoísmo insensato que alcanza niveles inimaginables de irresponsabilidad moral en trata de mujeres y niños para explotación sexual, en la venta de órganos, tejidos y embriones, y en el mal llamado turismo de trasplantes. Esta trata tan terrible se agravia con la corrupción por parte de funcionarios públicos y personas comunes dispuestos a hacer cualquier cosa por alguna ganancia financiera.

Sin embargo, en el corazón de todo este mal, está la pérdida absoluta del respeto a la dignidad humana y una indiferencia total a los sufrimientos de dichos seres humanos. El Papa Francisco mencionó que la esclavitud ocurre cuando las “personas son tratadas como objetos”, lo que conlleva a que sean... “engañadas, violadas, vendidas y revendidas frecuentemente por diferentes propósitos, y al último ya sea matadas o devastadas en mente y cuerpo, para finalmente dejarlas tiradas o abandonadas”.

Así como nos esforzamos hoy para lograr una mayor justicia en las Américas, deberíamos ser inspirados por las vidas de aquellos individuos heroicos, tanto del Viejo como del Nuevo, que lucharon valientemente contra tales abusos. El 10 de Septiembre con su visita a Cartagena, el Papa Francisco recordó el gran testimonio de San Pedro Claver, un misionero jesuita de España, que dedicó su vida a trabajar y vivir con los esclavos llevados de África a Colombia. Fue capaz de restaurar la dignidad y esperanza de miles y miles de esclavos que llegaron de África a través de Europa “en condiciones absolutamente inhumanas y llenos de pavor sin esperanza alguna”. Con Pedro Claver, también recordamos a los dominicos españoles: Antonio de Montesinos en Santo Domingo y a Bartolomé de las Casas en Chiapas, quienes defendieron a las poblaciones indígenas de toda forma de explotación, incluyendo la esclavitud y el trabajo forzado.

Señora Presidenta,

Quisiera concluir recordando una de las exhortaciones del Papa Francisco, invitando a todo el pueblo de Colombia a la reconciliación y sanación como elementos fundamentales para una paz duradera. Creo que estas palabras del Papa van muy de acuerdo con el tema de este encuentro de dos mundos. El Santo Padre dijo que el “camino de reintegración a la comunidad, empieza con el diálogo entre dos personas.

Nada puede reemplazar este encuentro que sana; ningún proceso colectivo nos exenta del desafío de juntarnos, aclarar, perdonar”. También agregó que las heridas históricas requieren que haya justicia, para que las víctimas y sociedades puedan tener la oportunidad de conocer la verdad y que así podamos evitar la repetición de estos crímenes; pero esto es solo el comienzo de la respuesta. Lo que también es necesario es un cambio en la cultura: “responder a la cultura de la muerte y la violencia con la cultura de la vida y el encuentro”. Esta es la cultura en la que dos mundos pueden convertirse en uno y juntos prosperar.

 

 

14/10/2017-07:05
Isabel Orellana Vilches

Santa Teresa de Jesús, 15 de octubre

«Fundadora de las carmelitas descalzas, doctora de la Iglesia, la primera mujer que recibió este alto honor. Apóstol incansable, escritora, poeta, mística excepcional. Es una de las grandes maestras de la vida espiritual»

En este mes de octubre misionero el santoral nos ofrece la vida de dos insignes carmelitas, ambas de nombre Teresa, que unieron a Jesús. Teresa de Lisieux, de cuya trayectoria se hizo puntual eco esta sección de ZENIT hace unos días, y la fundadora Teresa de Cepeda y Ahumada, considerada una de las grandes figuras de la Iglesia, de poderoso influjo en santos y beatos. Imposible precisar el número de personas anónimas que la eligieron y continúan tomándola como modelo, pero seguro que son multitud. Se han vertido tantas reflexiones en torno a ella que nada nuevo se puede añadir. Seguimos admirados de su entrega, agradeciendo a Dios su fecunda existencia.

Nacida el 28 de marzo de 1515 en Ávila, España, tenía una personalidad impactante. Mujer de empuje, audaz, soñadora, apóstol incansable, mística y doctora de la Iglesia, primera a la que se le confirió tan alto honor, escritora, poeta..., ha logrado que su vida y obra, que mantiene su frescura original, prosiga en lo alto de este podium de santidad. Se enamoró de Cristo precozmente, y quiso derramar su sangre por Él siendo mártir a la edad de 6 años; huyó para ello con su hermano Rodrigo, pero los encontraron. La vida eremítica formó parte de sus juegos infantiles. Después, pasó un tiempo entre devaneos, atrapada por el contenido de libros de caballería y el cortejo de un familiar. Su madre murió dejándola en la difícil edad de los 13 años. Internada por su padre a los 16 en el colegio de Gracia, regido por las madres agustinas, echaba de menos a su primo, que era el galán que la pretendía.

Aunque se hallaba en contacto con la vida religiosa, el mundo seguía disputándosela a Cristo; ser monja no estaba en sus planes. Hasta que en 1535, después de ver partir a Rodrigo, casarse a una de sus hermanas, e ingresar una amiga en el monasterio de la Encarnación, hablando con ésta descubrió su vocación, y entró en el convento a pesar de la oposición paterna. Una grave enfermedad la devolvió a los brazos de su padre en 1537. Luchó contra la muerte y venció, atribuyéndolo a san José, aunque le quedaron secuelas. En 1539 volvió a la Encarnación. La vida en el convento era, como hoy se diría, demasiado light. Tanta apertura y comodidades, entradas y salidas, no eran precisamente lo más adecuado para una consagrada. Y en la Cuaresma del año 1544, el de la muerte de su padre, ante la imagen de un Cristo llagado, con ardientes lágrimas suplicó su ayuda; le horrorizaba ofenderle.
Era su amor vehemente, sin fisuras, alimentado a través de una oración continua: « La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho». Comenzó a experimentar la vida de perfección como ascenso de su alma a Dios, y a la par recibía la gracia de verse envuelta en místicas visiones que incendiaban su corazón, aunque hubo grandes periodos templados por una intensa aridez. Susurros de su pasión impregnaban sus jornadas de oración: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero...». Demandaba fervientemente la cruz cotidiana: «Cruz, descanso sabroso de mi vida, Vos seáis la bienvenida [...]. En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo...».

Hacia 1562 vivió la experiencia mística de la transverberación: «Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla [...]. No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines [...]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios».

En otra de las visiones le fue dado a contemplar el infierno. Fue tan terrible que determinó el rigor de su entrega y emprendió la reforma carmelitana así como su primera fundación. Tenía 40 años, y Dios iba marcándole el camino que debía seguir. San Juan de la Cruz se unió a su empeño. La reforma no fue fácil. Las pruebas de toda índole, insidias del diablo, contrariedades, problemas internos, dudas y vacilaciones de su propio confesor, así como el trato hostil dispensado por la Iglesia, entre otros, le infligieron grandes sufrimientos. A pesar de su frágil salud, tenía un potente temperamento y no se dejaba amilanar; menos aún, cuando se trataba de Cristo. Así que, acudió a los altos estamentos, se codeó con reyes y nobleza, fue donde hizo falta, y se entregó en cuerpo y alma a tutelar y enriquecer espiritualmente las fundaciones con las que regó España. Todas nacieron a impulso del mismo Dios que las inspiraba.

Era una excepcional formadora. Tenía alma misionera; lloró amargamente pensando en las necesidades apostólicas que había en tierras americanas, donde hubiera querido ir. Plasmó sus experiencias místicas en obras maestras, imprescindibles para alumbrar el itinerario espiritual como «El camino de la perfección», «Pensamientos sobre el amor de Dios» y «El castillo interior», que no vio publicadas en vida. La Inquisición estuvo tras ella; incluso quemó uno de sus textos por sugerencia de su confesor. Fortaleza y claridad, capacidad organizativa y sabiduría para ejercer el gobierno, confianza y entereza en las contrariedades, humildad, sencillez, sagacidad, sentido del humor, una fe y caridad heroicas son rasgos que también la definen.

Devotísima de San José decía: «solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no creyere y verá por experiencia cuan gran bien es recomendarse a ese glorioso Patriarca y tenerle devoción». Aunó magistralmente contemplación y acción. Recibió dones diversos: éxtasis, milagros, discernimiento... Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582. Pablo V la beatificó el 24 de abril de 1614. Gregorio XV la canonizó el 12 de marzo de 1622. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.

 

 

15/10/2017-07:10
Isabel Orellana Vilches

San Gerardo María Mayela, 16 de octubre

«Joven redentorista, pronto en el seguimiento, obediente, confiado en la voluntad divina. Su vida está plagada de hechos extraordinarios, bendecida con gracias sobrenaturales. Es protector de las embarazadas y parturientas»

«¡Oh Dios mío, si pudiera convertir a tantos pecadores cuantos son los granos de la arena del mar y de la tierra, las frondas de los árboles, las hojas de los campos, los átomos del aire, las estrellas del cielo, los rayos del sol y de la luna, todas las criaturas de la tierra!»... era la oración que inundaba el corazón de este insigne apóstol redentorista. Nació en Muro, Italia, el 6 de abril de 1726. Sus padres eran pobres. Fue siempre un modelo de virtud. Sus 29 años de vida están plagados de hechos extraordinarios y sobrenaturales que se hicieron manifiestos como algo natural antes de tener uso de razón. A los 8 años cumplió su deseo de recibir la primera comunión mediante un favor singular. Su llanto al serle negado el Pan divino por razones de edad, fue recompensado con la presencia del arcángel san Miguel que le concedió esa gracia.

Perdió a su padre con 12 años y comenzó a formarse como aprendiz junto a un sastre bueno, pero uno de los empleados le infligió pésimos tratos. Tres años más tarde, esta misma o mayor rudeza la halló junto al prelado de Lacedogna, de difícil carácter, a quien sirvió hasta su muerte en 1745. En este tiempo transcurrido con uno y otro nunca se quejó; creyó estar cumpliendo la voluntad de Dios. Volvió a Muro y se estableció como sastre viviendo con su madre y hermanas. Pero no le compensó económicamente porque su generosidad no tenía fondo, y además de repartir lo que ganaba entre su madre y los pobres, destinaba el resto a misas para rescate de las almas del purgatorio. Sus jornadas estaban presididas por la oración y severas disciplinas.

En 1749 la Misión Popular de los redentoristas llegó a la localidad y pidió ser admitido en la Orden. Era de complexión débil y parecía que no fuera a soportar el rigor de la regla; por eso, el padre Cáfaro no lo acogió, para gozo de su madre que no quería verlo partir. El religioso, al ver la insistencia del joven, aconsejó a la madre que lo encerrara. Pero Gerardo se descolgó con una sábana por la ventana dejando este mensaje en su habitación: «Voy a hacerme santo».

Cuando dio con los misioneros, pidió una oportunidad. Si no valía, dijo, que lo echaran a la calle. Antes de enviarlo al convento de Deliceto, el padre Cáfaro observó signos edificantes en él; lo vio perfectamente adaptado a la vida de un peregrino, durmiendo en el suelo, solícito en realizar lo que se le pedía. Así que viendo que quizá podría soportar el rigor conventual, le abrió la puerta de la comunidad. Eso sí, advirtiendo en una nota que le entregó para que la mostrase al llegar: «Te envío a un hombre inútil». Un craso error, como él mismo constataría al llegar a Deliceto para asumir la rectoría ese mismo año de 1749.

Gerardo era un trabajador nato, admirable por su caridad y generosidad. Sus gestos de desprendimiento, la disponibilidad para ayudar a todos, su celo apostólico y tantas virtudes que se apreciaban en él ponían de manifiesto que era un alma santa, llena de inocencia. Era un gran asceta perseguido por el diablo y mimado por Dios, con quien desde niño se había acostumbrado a mantener un diálogo familiar tal que muchos de sus prodigios se producían en el contexto de situaciones propiciadas por él como si fueran lo lógico. Con esa confianza rogó ayuda a una imagen del Niño Jesús para recuperar las llaves de la casa del prelado para el que trabajaba que se le cayeron al pozo. Y el Niño Dios las extrajo del mismo. Y es solo un ejemplo.

Profesó en 1752. Fue siempre ejemplar modelo de obediencia, caridad y humildad. Desarrolló con toda puntualidad labores de jardinería, cocina, enfermería, carpintería, albañilería, sastrería y también fue limosnero, aunque lo que le llenó de gozo fue actuar como sacristán. Se quedaba extasiado ante el Santísimo Sacramento y meditaba en la Pasión. Ésta le conmovía y quiso emularla antes de su ingreso en el convento, para lo cual pidió a un amigo que lo azotara. Él mismo se infligió penitencias en las que no faltaron los cilicios. Una vez, orando ante el Sagrario, prisionero del amor divino, le oyeron decir cándidamente: «Señor, déjame que me vaya, te ruego, pues tengo mucho que hacer».

Una joven lo acusó ignominiosamente de haber faltado contra la castidad con una virtuosa mujer. Y Gerardo, viviendo la regla al pie de la letra, no se defendió. Con toda humildad aceptó las disposiciones de san Alfonso María de Ligorio que incluyeron para él una de las peores penitencias: quedar privado de la comunión. Dos meses más tarde la acusadora confesó su culpa, y su fundador quedó más conmovido aún por la virtud de Gerardo. Éste recibió numerosos dones sobrenaturales: discernimiento de conciencias, profecía, ciencia infusa, bilocación, dominio de los animales... Con firmeza, instando a muchos al arrepentimiento y sincera conversión de sus pecados, que él conocía por la gracia que se le dio de penetración de espíritus, logró numerosas conversiones. Cuando le atribuían milagros que ciertamente había obrado, recordaba: «Es fruto de la obediencia».

Añoró morir de una enfermedad contagiosa que lo mantuviese desamparado de todos. En agosto de 1755, enfermo del pulmón, sufrió una hemorragia y colocó este cartel sobre el dintel de su celda: «Aquí se hace la voluntad de Dios, como Dios quiere y hasta cuando Él quiera». Se le reveló la fecha de su muerte: el 8 de septiembre de ese año. Pero momentáneamente surtió efecto la carta de su director espiritual pidiéndole que sanase. Gerardo decía: «El día 8 había de morir, pero lo impidió el P. Fochi». Sus sufrimientos duraron hasta la madrugada del 16 de octubre. Antes vaticinó la hora exacta de su deceso, que se produjo en la casa de Materdómini (Avellino), hallándose solo, como deseaba, porque el hermano que le asistía había salido a tomar un vaso de agua. Por equivocación del responsable de tocar la campana del convento, que estaba imbuido por la emoción de la pérdida del santo, el tañido fue de gloria, no de difuntos. León XIII lo beatificó en 1893. Pío X lo canonizó el 11 de diciembre de 1904.