Servicio diario - 19 de noviembre de 2017


 

Ángelus: Dios no es un maestro intolerante, sino un padre lleno de amor
Anne Kurian

Jornada mundial de los pobres: Pasaporte al paraíso
Anne Kurian

Día de los pobres: "No hacer nada malo no es suficiente"
Anne Kurian

El Papa almuerza con 1.500 personas pobres
Anne Kurian

Ángelus: Llamada del Papa para el Oriente Medio
Anne Kurian

Beata María Fortunata Viti, 20 de noviembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

19/11/2017-13:29
Anne Kurian

Ángelus: Dios no es un maestro intolerante, sino un padre lleno de amor

(ZENIT — 19 nov. 2017),- "Dios no es un maestro severo e intolerante, sino un padre lleno de amor, de ternura, de bondad", ha afirmado el Papa Francisco en el ángelus del 19 de noviembre de 2017. "Debemos tener una inmensa confianza en Él", dijo, advirtiendo contra el miedo que "paraliza" y hace tomar "malas decisiones".

En presencia de 25.000 personas, desde una ventana del palacio apostólico que da a la Plaza San Pedro, el Papa ha invitado a "reflexionar para descubrir cuál es verdaderamente nuestra idea de Dios": "No debemos pensar que es un maestro malo, duro y severo que nos quiere castigar. Si en nosotros hay esta falsa imagen de Dios, entonces nuestra vida no puede ser fecunda, porque viviremos en el miedo y no nos llevará a nada constructivo".

Dios al contrario, tiene "un interés para que no desperdiciemos nuestra vida inútilmente" Dios tiene una gran estima por nosotros", ha asegurado el Papa.

Esta es nuestra traducción completa de las palabras que ha pronunciado al introducir la oración mariana.

 

Palabras del Papa antes del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este penúltimo domingo del año litúrgico, el Evangelio nos presenta la parábola de los talentos (cf. Mt 25, 14-30). Un hombre, antes de partir de viaje, confía a sus servidores talentos, que en ese tiempo eran monedas de un valor considerable: cinco talentos a un servidor, a otro dos, y uno a otro, según las capacidades de cada uno. El servidor que ha recibido cinco talentos es emprendedor y los hace crecer ganando otros cinco. El servidor que ha recibido dos actúa de la misma manera procurándose otros dos. En revancha, el servidor que ha recibido uno excava un hoyo en el suelo y esconde la moneda de su amo.

Es este mismo sirviente que explica al maestro, a su vuelta, el motivo de su gesto, diciendo: "Señor, yo sabía que tú eres un hombre duro: que siegas donde no sembraste, que recoges donde no has esparcido el grano. He tenido miedo, y fui a ocultar tu talento en la tierra" (vv. 24-25). Este servidor no tiene con su maestro una relación de confianza, sino miedo de él, y esto le bloquea. El miedo inmoviliza siempre y a menudo hace tomar malas decisiones. El miedo desanima a tomar iniciativas, lleva a refugiarse en soluciones seguras y garantías, y así se termina por no hacer nada de bueno. Para avanzar y crecer en el camino de la vida, es necesario no tener miedo sino confianza.

Esta parábola nos hace comprender que es importante tener una verdadera idea de Dios. No debemos pensar que es un maestro malo, duro y severo que nos castiga. Si en nosotros hay esta imagen errónea de Dios, nuestra vida no puede ser fecunda porque vivimos en el miedo y este no nos lleva a nada constructivo. Al contrario, el miedo nos paraliza, nos autodestruye. Estamos llamados a reflexionar para descubrir cuál es la verdadera idea que tenemos de Dios. Ya en el Antiguo Testamento, se revela como "Dios tierno y misericordioso, lento a la cólera y lleno de amor y de verdad" (Ex 34, 6). Y Jesús nos ha mostrado siempre que Dios no es un maestro severo e intolerante, sino un padre lleno de amor, de ternura, de bondad. Por consecuencia podemos y debemos tener una inmensa confianza en Él.

Jesús nos muestra la generosidad y la atención del Padre de tantas maneras: por su palabra, por sus gestos, por su acogida de todos, especialmente de los pecadores, de los pequeños y de los pobres — como nos lo recuerda hoy la 1a jornada mundial de los pobres-; también por sus advertencias, que revelan su interés para que no arruinemos nuestra vida innecesariamente. De hecho, es una señal de que Dios nos tiene en gran estima: esta conciencia nos ayuda a ser personas responsables en todas nuestras acciones. Por lo tanto la parábola de los talentos nos llama a una responsabilidad personal y a una fidelidad que nos da la capacidad de llevarnos a nuevos caminos, sin "enterrar el talento", es decir los dones que Dios nos ha confiado, y de los que nos pide cuentas.

Que la Santísima Virgen interceda por nosotros, para que seamos fieles a la voluntad de Dios haciendo fructificar los talentos que nos ha dado. Así seremos útiles para los
demás y, en el último día, seremos acogidos por el Señor, que nos invitará a formar parte de su alegría.

© Traducción de Zenit, Raquel Anillo

 

 

19/11/2017-11:58
Anne Kurian

Jornada mundial de los pobres: Pasaporte al paraíso

(ZENIT — 19 nov. 2017).- "Si a los ojos del mundo [los pobres] tienen poco valor, son ellos quienes abren el camino al cielo, son nuestros "pasaportes para el paraíso"...nuestra verdadera riqueza", ha dicho el Papa Francisco en la misa que ha celebrado el 19 de noviembre de 2017, en la primera jornada mundial de los pobres. "Amar al pobre, ha subrayado, significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales".

El Papa ha presidido la celebración en la Basílica de San Pedro, rodeado de miles de personas necesitadas de todo el mundo. En su homilía, ha arremetido contra la "omisión" o "indiferencia" hacia ellos. "No hacer nada malo no es suficiente...Es volverse hacia el otro lado cuando el hermano está necesitado, es cambiar de cadena cuando una pregunta seria nos molesta, también es indignarse ante el mal sin hacer nada. Dios, sin embargo no nos preguntará si nos hemos indignado justamente, sino que nos preguntará si hemos hecho el bien".

"Lo que invertimos en el amor permanece, el resto desaparece", ha recordado antes de insistir: "no busquemos lo superfluo para nosotros, sino el bien para los demás, y nada precioso nos faltará".

 

Homilía del Papa Francisco

Tenemos la alegría de partir el pan de la Palabra, y dentro de poco de partir y recibir el Pan Eucarístico, que son alimento para el camino de la vida. Todos lo necesitamos, ninguno está excluido, porque todos somos mendigos de lo esencial, del amor de Dios, que nos da el sentido de la vida y una vida sin fin. Por eso hoy también tendemos la mano hacia Él para recibir sus dones. La parábola del Evangelio nos habla precisamente de dones. Nos dice que somos destinatarios de los talentos de Dios, «cada cual según su capacidad» (Mt 25,15). En primer lugar debemos reconocer que tenemos talentos, somos «talentosos» a los ojos de Dios. Por eso nadie puede considerarse inútil, ninguno puede creerse tan pobre que no pueda dar algo a los demás. Hemos sido elegidos y bendecidos por Dios, que desea colmarnos de sus dones, mucho más de lo que un papá o una mamá quieren para sus hijos. Y Dios, para el que ningún hijo puede ser descartado, confía a cada uno una misión.

En efecto, como Padre amoroso y exigente que es, nos hace ser responsables. En la parábola vemos que cada siervo recibe unos talentos para que los multiplique. Pero, mientras los dos primeros realizan la misión, el tercero no hace fructificar los talentos; restituye sólo lo que había recibido: «Tuve miedo —dice—, y fui y escondí tu talento en la tierra; mira, aquí tienes lo que es tuyo» (v. 25). Este siervo recibe como respuesta palabras duras: «Siervo malo y perezoso» (v. 26). ¿Qué es lo que no le ha gustado al Señor de él? Para decirlo con una palabra que tal vez ya no se usa mucho y, sin embargo, es muy actual, diría: la omisión. Lo que hizo mal fue no haber hecho el bien. Muchas veces nosotros estamos también convencidos de no haber hecho nada malo y así nos contentamos, presumiendo de ser buenos y justos. Pero, de esa manera corremos el riesgo de comportarnos como el siervo malvado: tampoco él hizo nada malo, no destruyó el talento, sino que lo guardó bien bajo tierra. Pero no hacer nada malo no es suficiente, porque Dios no es un revisor que busca billetes sin timbrar, es un Padre que sale a buscar hijos para confiarles sus bienes y sus proyectos (cf. v. 14). Y es triste cuando el Padre del amor no recibe una respuesta de amor generosa de parte de sus hijos, que se limitan a respetar las reglas, a cumplir los mandamientos, como si fueran asalariados en la casa del Padre (cf. Lc 15,17).

El siervo malvado, a pesar del talento recibido del Señor, el cual ama compartir y multiplicar los dones, lo ha custodiado celosamente, se ha conformado con preservarlo.

Pero quien se preocupa sólo de conservar, de mantener los tesoros del pasado, no es fiel a Dios. En cambio, la parábola dice que quien añade nuevos talentos, ese es verdaderamente «fiel» (vv. 21.23), porque tiene la misma mentalidad de Dios y no permanece inmóvil: arriesga por amor, se juega la vida por los demás, no acepta el dejarlo todo como está. Sólo una cosa deja de lado: su propio beneficio. Esta es la única omisión justa.

La omisión es también el mayor pecado contra los pobres. Aquí adopta un nombre preciso: indiferencia. Es decir: «No es algo que me concierne, no es mi problema, es culpa de la sociedad». Es mirar a otro lado cuando el hermano pasa necesidad, es cambiar de canal cuando una cuestión seria nos molesta, es también indignarse ante el mal, pero no hacer nada. Dios, sin embargo, no nos preguntará si nos hemos indignado con razón, sino si hicimos el bien.

Entonces, ¿cómo podemos complacer al Señor de forma concreta? Cuando se quiere agradar a una persona querida, haciéndole un regalo, por ejemplo, es necesario antes de nada conocer sus gustos, para evitar que el don agrade más al que lo hace que al que lo recibe. Cuando queremos ofrecer algo al Señor, encontramos sus gustos en el Evangelio. Justo después del pasaje que hemos escuchado hoy, Él nos dice: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Estos hermanos más pequeños, sus predilectos, son el hambriento y el enfermo, el forastero y el encarcelado, el pobre y el abandonado, el que sufre sin ayuda y el necesitado descartado. Sobre sus rostros podemos imaginar impreso su rostro; sobre sus labios, incluso si están cerrados por el dolor, sus palabras: «Esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). En el pobre, Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y, sediento, nos pide amor. Cuando vencemos la indiferencia y en el nombre de Jesús nos prodigamos por sus hermanos más pequeños, somos sus amigos buenos y fieles, con los que él ama estar. Dios lo aprecia mucho, aprecia la actitud que hemos escuchado en la primera Lectura, la de la «mujer fuerte» que «abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre» (Pr 31,10.20). Esta es la verdadera fortaleza: no los puños cerrados y los brazos cruzados, sino las manos laboriosas y tendidas hacia los pobres, hacia la carne herida del Señor.

Ahí, en los pobres, se manifiesta la presencia de Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8,9). Por eso en ellos, en su debilidad, hay una «fuerza salvadora». Y si a los ojos del mundo tienen poco valor, son ellos los que nos abren el camino hacia el cielo, son «nuestro pasaporte para el paraíso». Es para nosotros un deber evangélico cuidar de ellos, que son nuestra verdadera riqueza, y hacerlo no sólo dando pan, sino también partiendo con ellos el pan de la Palabra, pues son sus destinatarios más naturales. Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales.

Y nos hará bien acercarnos a quien es más pobre que nosotros, tocará nuestra vida. Nos hará bien, nos recordará lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo. Sólo esto dura para siempre, todo el resto pasa; por eso, lo que invertimos en amor es lo que permanece, el resto desaparece. Hoy podemos preguntarnos: «¿Qué cuenta para mí en la vida? ¿En qué invierto? ¿En la riqueza que pasa, de la que el mundo nunca está satisfecho, o en la riqueza de Dios, que da la vida eterna?». Esta es la elección que tenemos delante: vivir para tener en esta tierra o dar para ganar el cielo. Porque para el cielo no vale lo que se tiene, sino lo que se da, y «el que acumula tesoro para sí» no se hace «rico para con Dios» (Lc 12,21). No busquemos lo superfluo para nosotros, sino el bien para los demás, y nada de lo que vale nos faltará. Que el Señor, que tiene compasión de nuestra pobreza y nos reviste de sus talentos, nos dé la sabiduría de buscar lo que cuenta y el valor de amar, no con palabras sino con hechos.

© Librería editorial del Vaticano

 

 

19/11/2017-17:53
Anne Kurian

Día de los pobres: "No hacer nada malo no es suficiente"

(ZENIT — 19 nov. 2017).- "No hacer mal no es suficiente", ha advertido el Papa Francisco que ha denunciado la tentación de "la omisión", de "la indiferencia", en el Día Mundial de los Pobres. Celebrando la misa en la Basílica de San Pedro el 19 de noviembre de 2017, ha subrayado: "Esta elección está delante de nosotros: vivir para tener en la tierra o dar para ganar el cielo".

El Papa ha presidido una celebración, rodeado de unos 6.000-7.000 pobres acompañados por organizaciones caritativas, provenientes de Europa (Italia, Francia, Alemania y Polonia) pero también refugiados originarios de otros países del mundo.

El servicio y las lecturas de la misa han sido aseguradas por los más pobres: una docena de personas necesitadas, migrantes o personas sin hogar, estaban al servicio del altar: uno de los lectores de la misa era un refugiado sirio, Tony, un francés, Serge, de la Asociación Fratello de Nantes, ha leído la segunda lectura. Un peruano y un brasileño, estudian en Roma gracias a bolsas de estudio, han leído la oración universal.

En el Ofertorio, una familia de Turín que vive "en condiciones precarias" y cuya hija de un año padece fibrosis quística, una enfermedad genética hereditaria, trajo las ofrendas al Papa.

 

Indignarse con el mal sin hacer nada

"Nadie puede pensar en ser inútil, nadie puede decirse a sí mismo que es tan pobre como para no poder dar algo a los demás", ha dicho el Papa Francisco en su homilía: Dios "confía a cada uno una misión....nos responsabiliza".

Y el Papa critica a este respecto "la omisión": "Nosotros también a menudo tenemos la idea de no haber hecho nada malo y estamos contentos, presumimos de ser buenos y justos....Pero no hacer nada malo no es suficiente. Porque Dios no es un controlador que busca billetes sin compostar, es un Padre en busca de hijos a quienes confiar sus bienes y sus proyectos".

No es suficiente "respetar las reglas", "cumplir con los mandamientos" ha insistido el Papa exhortando a vencer "la indiferencia". La indiferencia, ha explicado, "es decir: esto no me compete, no es asunto mío, es culpa de la sociedad". Es volverse de lado cuando el hermano tiene necesidad, es cambiar de cadena cuando una pregunta seria nos molesta, es también indignarse ante el mal sin hacer nada".

Dios, ha continuado, "no nos pedirá si hemos tenido una justa indignación, sino si hemos hecho el bien....Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales".

 

La misma mentalidad que Dios

El cristiano, ha subrayado el Papa, debe tener la "misma mentalidad que Dios": no permanece inmóvil...se arriesga por amor, pone su vida en peligro por los demás, no acepta dejarlo todo como está. Él omite solo una cosa: lo que es útil para él. Esta es la única omisión justa".

El Papa ha destacado "lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo. Esto solo, dura siempre, lo demás pasa; de manera que lo que invertimos en el amor permanece, el resto desaparece".

Por lo tanto, ha agregado, "esta elección está delante de nosotros: vivir para tener en la tierra o dar para ganar el cielo. Porque para el cielo, no vale lo que tenemos, sino lo que damos, y quien acumula tesoros para sí mismo no se enriquece con Dios". "Entonces, no busquemos lo superfluo para nosotros, sino lo bueno para los demás, y no nos faltará nada precioso" ha concluido el Papa.

Al finalizar la celebración, 1.500 personas pobres debían ser acogidas en la Sala San Pablo VI del Vaticano para participar en una comida con el Papa. Las otras personas debían ser transferidas a comedores, seminarios y colegios católicos de Roma, para participar también en un almuerzo festivo.

© Traducido por ZENIT, Raquel Anillo

 

 

19/11/2017-15:51
Anne Kurian

El Papa almuerza con 1.500 personas pobres

(ZENIT — 19 nov. 2017).- En la primera "Jornada mundial de los pobres", el 19 de noviembre de 2017, el Papa Francisco ha almorzado con unas 1.500 personas necesitadas, en la sala Pablo VI del Vaticano.

Por la mañana el Papa había celebrado una misa con ellos en la Basílica de San Pedro. Los pobres originarios de todo el mundo, que han servido en el altar, las lecturas, la procesión de las ofrendas, fueron honrados durante la celebración.

Seguido han tenido un encuentro con el Papa en la comida alrededor mesas dispuestas en la gran sala del Vaticano. "¡Bienvenidos a todos!" les ha dicho el Papa cuando llegaba.

"Preparémonos para este momento juntos. Cada uno de nosotros, con el corazón lleno de buena voluntad y amistad hacia los demás...y deseándonos lo mejor los unos a los otros", ha animado.

El Papa ha hecho también esta bendición: que el señor bendiga esta comida, que bendiga a quienes la han preparado, que nos bendiga a todos, que bendiga los corazones de nuestras familias, nuestros deseos, nuestra vida y que nos de salud y fuerza. Amén"

El Papa ha dirigido igualmente una bendición "a todos aquellos que están en otros comedores en Roma; porque Roma está llena de ellos hoy. Un saludo y un aplauso para ellos desde aquí". Miles de pobres han participado en un almuerzo festivo en comedores, seminarios y colegios católicos de la Ciudad Eterna.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

19/11/2017-18:15
Anne Kurian

Ángelus: Llamada del Papa para el Oriente Medio

(ZENIT — 19 nov. 2017).- El Papa Francisco ha lanzado una nueva llamada por la paz en Oriente Medio y por la estabilidad del Líbano, en el ángelus que ha presidido en la Plaza San Pedro, este 19 de noviembre de 2017.

Con motivo de la Primera Jornada Mundial de los pobres, el Papa ha recordado "de manera particular a los pueblos que viven una dolorosa pobreza a causa de la guerra y de los conflictos".

"Renuevo a la comunidad internacional una llamada afligida Para comprometer todos los esfuerzos posibles para promover la paz, en particular en Oriente Medio", ha declarado.

El Papa también ha dirigido "un pensamiento especial al querido pueblo del Líbano". "Rezo por la estabilidad del país, de modo que pueda continuar siendo un "mensaje" de respeto y convivencia para toda la región y para el mundo entero".

©Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

19/11/2017-08:00
Isabel Orellana Vilches

Beata María Fortunata Viti, 20 de noviembre

«Benedictina. Una vida heroica, llena de religiosa belleza. Durante setenta años supo ofrecer a Dios cotidianamente las labores de la vida ordinaria. Sus milagros hicieron que por clamor popular fuera enterrada en la iglesia»

Que la santidad no precisa ostentación alguna, ni tiene por qué venir acompañada de gestas relevantes lo prueba la vida de muchos insignes seguidores de Cristo. Para el que aspira a alcanzar la mejor morada en el cielo, pasar por este valle de lágrimas envuelto en el anonimato, oculto en Dios, es contar con uno de los grandes regalos del que ya puede disfrutar en la tierra. A fin de cuentas, vivirá eternamente prendido del amor de Dios con absoluta exclusividad entre la pléyade de bienaventurados que le aguardan. Llegamos al mundo sin atavíos de ningún tipo y esa misma desnudez que nos acompañará en la muerte, solo la habrá podido cubrir, en el máximo sentido de la expresión, la misericordia divina.

El mérito incuestionable de esta beata italiana radica en haber sabido cumplir día a día su misión, con plena fidelidad, en las humildes tareas que le encomendaron, en el silencio del claustro, sin otra aspiración que la de ser santa, único tesoro por el que se entregó en su vida consagrada. Harta proeza, sin duda alguna. Hay un halo de innegable grandeza en haber logrado realizar las dignas labores de hilar, lavar, coser y remendar, que son tan rutinarias, con el gozo y sencillez con que ella lo hizo durante setenta años. Es decir, que sobrenaturalizó lo ordinario, como han hecho otros santos y santas.

Nació en la localidad italiana de Veroli, región del Lazio, el 10 de febrero de 1827. Su hogar estaba regido por un padre que no era precisamente un dechado de virtudes. La ludopatía y el alcohol hundieron el negocio de Luigi Viti, un próspero comerciante, y arruinó la vida de su esposa Anna Bono y de sus nueve hijos. Anna Felicia fue la tercera de los hermanos. A los 14 años perdió a su madre —su corazón no había resistido tanta desdicha y claudicó cuando tenía 36 años de edad— y ella debió sustituirla en el cuidado de la numerosa prole. La situación era de grave carencia en todos los ámbitos, una difícil coyuntura creada por los vicios de su padre. Para contrarrestar tanta miseria y el hambre que padecían, ya que su progenitor continuaba atrapado en sus adicciones, Anna Felicia trabajó como empleada doméstica al servicio de una familia de Monte San Giovanni Campano. En ese momento su trabajo era prácticamente la única vía de ingresos que entraba en el hogar. Y este fue el escenario de su vida hasta los 24 años.

Se le presentó la ocasión de desposarse con un ciudadano de Alatri, que la cortejó y que le ofreció un futuro esperanzador ya que poseía cuantiosos bienes, pero la generosa joven soñaba con la vida religiosa y lo rechazó. Tantos sufrimientos habían acrisolado su amor a Cristo y con Él había sido capaz de rogar diariamente la bendición de su padre, a quien besaba respetuosamente las manos sin censurar en su corazón a ese despojo humano, en el que se había convertido, apresado por las flaquezas, y dominado por su mal carácter.

El 21 de marzo de 1851, a la edad de 24 años, cuando vio que sus hermanos estaban bien encaminados, Anna Felicia ingresó con las benedictinas en el monasterio de Santa María, de Veroli. Al profesar tomó el nombre de María Fortunata. Las penosas circunstancias que marcaron el periodo anterior de su vida le impidieron formarse adecuadamente. De modo que al ingresar en el convento era una completa iletrada. No pudiendo ocuparse de tareas litúrgicas en el coro, fue destinada a realizar labores domésticas que llevaba a cabo con el firme anhelo de conquistar la santidad. Fue la resolución que le condujo al convento y así lo expresó al llegar: «quiero hacerme santa» . Era una mujer de palabra, porque es fácil comprometerse verbalmente, pero hay que demostrar la autenticidad de lo expresado cada segundo del día. Lo dice el refrán: «del dicho al hecho hay gran trecho». Ella no olvidó nunca el objetivo que se había trazado.

Viviendo heroicamente el «ora et labora» benedictino, iniciaba la jornada en las primeras horas de la madrugada para realizar cada día y con el mismo marco, sin abandonar jamás la clausura, las rutinarias tareas que tenía encomendadas. En su entorno ignoraban la aridez que padecía esta humilde religiosa, obediente, amable, servicial, sencilla y caritativa. Con una intensa vida de oración y silencio, María Fortunata se postraba ante el Santísimo Sacramento, al que tenía gran devoción, dando ejemplo de fidelidad y entrega. Fue agraciada con los dones de milagros y de profecía. Dejaba traslucir la ternura de Dios que se derrama sobre sus dilectos hijos, alumbrando ese camino que recorren los que han encarnado en su vida las bienaventuranzas: desprendimiento, limpieza de corazón, inocencia, mansedumbre, etc.

Dios no quiso que quien había pasado más de setenta años en el anonimato, yaciera oculta en la sepultura común de la clausura en la que fue enterrada, sin ningún honor y con cierta precipitación, al advertir su muerte acaecida el 20 de noviembre de 1922 cuando contaba con 95 años. Había llegado a tan avanzada edad aquejada por el reumatismo, y apresada en su lecho con ceguera, sordera y parálisis. Como los milagros comenzaron a producirse ante la tumba, trece años más tarde sus restos tuvieron que ser extraídos y enterrados en la iglesia, a demanda del clamor popular. El 8 de octubre de 1967 fue beatificada por Pablo VI quien ensalzó su edificante vida de perfección.