Servicio diario - 24 de noviembre de 2017


 

Atentado en Sinaí: El Papa encomienda al alma de las víctimas
Redacción

Congo: El Papa envía ayuda para obras de asistencia humanitaria
Rosa Die Alcolea

Jornada de la Paz: Migrantes y refugiados, en busca de la paz
Rosa Die Alcolea

Santa Marta: "El templo de Dios más importante es nuestro corazón"
Redacción

Iglesia Asiria de Oriente: "El Crucificado Resucitado es nuestra salvación"
Rosa Die Alcolea

Carta del Papa: "El trabajo es clave para el desarrollo espiritual"
Rosa Die Alcolea

Malasia: Primera misa en la nueva nunciatura apostólica
Rosa Die Alcolea

Karen Armstrong, profeta de una religión "light"
Redacción

Beata Isabel Achler, 25 de noviembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

24/11/2017-20:00
Redacción

Atentado en Sinaí: El Papa encomienda al alma de las víctimas

(ZENIT — 24 Nov. 2017).- Telegrama de condolencias que el Santo Padre Francisco ha enviado, a través de Mons. Pietro Parolin, Secretario de Estado, por el ataque terrorista ocurrido el viernes 24 de noviembre de 2017 contra la mezquita Al Rauda, ubicada al oeste de la ciudad de Al Arish, en el norte de la península del Sinaí, en Egipto.

Según Radio Vaticano, han fallecido 270 personas y 90 personas han resultado heridas. Fuentes oficiales señalan que se trata de uno de los atentados más sangrientos de la historia reciente del país.

 

Telegrama del Santo Padre

"Su Santidad, el Papa Francisco, está profundamente desolado al conocer esta enorme pérdida de vidas causadas por los ataques terroristas en la Mezquita de Al Rauda, en el norte de Sinaí. El Santo Padre acompaña en el dolor al pueblo egipcio y encomienda el alma de todas las víctimas, a la Misericordia de Dios Omnipotente, invocando su divina bendición, consuelo y paz para sus familiares.

Renovando su firme condena a este tipo de actos brutales dirigidos a ciudadanos inocentes, el Santo Padre asegura sus oraciones y se une a todas las personas de buena voluntad, implorando que los corazones endurecidos por el odio, puedan renunciar al camino de la violencia, dejando a un lado tanto sufrimiento y uniéndose al camino de la Paz".

© Librería Editorial Vaticano

 

 

24/11/2017-17:24
Rosa Die Alcolea

Congo: El Papa envía ayuda para obras de asistencia humanitaria

(ZENIT — 24 Nov. 2017).- El Papa Francisco ha enviado una contribución para socorrer a las poblaciones de la región de los Grandes Kasai, en la República Democrática del Congo, que actualmente se encuentran en fase de emergencia.

Es una iniciativa que el Santo Padre hace a través del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, quienes han informado con un comunicado hoy, 24 de noviembre de 2017.

En una muestra de solidaridad y apoyo al país por parte del Santo Padre, debido al conflicto, que desde hace varios meses "aflige con una violencia atroz" a dicha región de la República Democrática del Congo y hasta ahora ha causado -según datos verificados, pero no definitivos -más de 3.400 víctimas, así como daños materiales considerables, señala el Dicasterio en un Comunicado.

La ayuda, que el Santo Padre anunció ayer en la Basílica Vaticana, durante la Celebración de oración por la Paz en Sudán del Sur y la República Democrática del Congo, "se repartirá entre las diócesis más afectadas por el conflicto y será empleada en obras de asistencia", informan.

Esta contribución es parte de las ayudas que se están recogiendo en toda la Iglesia Católica y en la que participan, además de varias Conferencias Episcopales, numerosas organizaciones de caridad. Entre ellas, Caritas Internationalis que lanzó desde hace tiempo una llamada de emergencia para responder a las necesidades más acuciantes.

 

 

24/11/2017-11:50
Rosa Die Alcolea

Jornada de la Paz: Migrantes y refugiados, en busca de la paz

(ZENIT — 24 Nov. 2017).- "La paz es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia", escribe el Papa Francisco.

Esta mañana se ha presentado en el Vaticano el mensaje del Santo Padre para la 51a Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el próximo 1 de enero de 2018, sobre el tema "Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz".

El Papa recuerda en este mensaje a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados: "Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental".

El Papa recalca las palabras de Benedicto XVI: "Tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia".

Para ello, el Papa propone cuatro "piedras angulares" para la acción: Acoger, proteger, promover e integrar.

A continuación, pueden leer el texto completo del Mensaje del Papa Francisco para la 51a Jornada Mundial de la Paz.

RD

 

Mensaje del Papa Francisco

 

1. Un deseo de paz

Paz a todas las personas y a todas las naciones de la tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad, es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera recordar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz». Para encontrarlo, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los casos, es largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos de su destino.

Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental.

Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro.

Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones que, en
ocasiones, se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados. El ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria para que los gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu». Tienen una
responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo armónico, para no ser como el constructor necio que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que había comenzado a construir.

 

2. ¿Por qué hay tantos refugiados y migrantes?

Ante el Gran Jubileo por los 2000 años del anuncio de paz de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el número creciente de desplazados entre las consecuencias de «una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, "limpiezas étnicas"», que habían marcado el siglo )0(. En el nuevo siglo no se ha producido aún un cambio profundo de sentido: los conflictos armados y otras formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera de las fronteras nacionales.

Pero las personas también migran por otras razones, ante todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la "desesperación" de un futuro imposible de construir». Se ponen en camino para reunirse con sus familias, para encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación: quien no puede disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz. Además, como he subrayado en la Encíclica Laudato si', «es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental».

La mayoría emigra siguiendo un procedimiento regulado, mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías, sobre todo a causa de la desesperación, cuando su patria no les ofrece seguridad y oportunidades, y toda vía legal parece imposible, bloqueada o demasiado lenta.

En muchos países de destino se ha difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de la acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano.

Todos los datos de que dispone la comunidad internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz.

 

3. Una mirada contemplativa

La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir». Estas palabras nos remiten a la imagen de la nueva Jerusalén. El libro del profeta Isaías (cap. 60) y el Apocalipsis (cap. 21) la describen como una ciudad con las puertas siempre abiertas, para dejar entrar a personas de todas las naciones, que la admiran y la colman de riquezas. La paz es el gobernante que la guía y la justicia el principio que rige la convivencia entre todos dentro de ella.

Necesitamos ver también la ciudad donde vivimos con esta mirada contemplativa, «esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas [promoviendo] la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia»; en otras palabras, realizando la promesa de la paz.

Observando a los migrantes y a los refugiados, esta mirada sabe descubrir que no llegan con las manos vacías: traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen. Esta mirada sabe también descubrir la creatividad, la tenacidad y el espíritu de sacrificio de incontables personas, familias y comunidades que, en todos los rincones del mundo, abren sus puertas y sus corazones a los migrantes y refugiados, incluso cuando los recursos no son abundantes.

Por último, esta mirada contemplativa sabe guiar el discernimiento de los responsables del bien público, con el fin de impulsar las políticas de acogida al máximo de lo que «permita el verdadero bien de su comunidad», es decir, teniendo en cuenta las exigencias de todos los miembros de la única familia humana y del bien de cada uno de ellos.

Quienes se dejan guiar por esta mirada serán capaces de reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y de favorecer su crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras ciudades, a menudo divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con la presencia de migrantes y refugiados.

 

4. Cuatro piedras angulares para la acción

Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.

«Acoger» recuerda la exigencia de ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles».

«Proteger» nos recuerda el deber de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda».

«Promover» tiene que ver con apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto».

Por último, «integrar» significa trabajar para que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como escribe san Pablo: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios».

 

5. Una propuesta para dos Pactos internacionales

Deseo de todo corazón que este espíritu anime el proceso que, durante todo el año 2018, llevará a la definición y aprobación por parte de las Naciones Unidas de dos pactos mundiales: uno, para una migración segura, ordenada y regulada, y otro, sobre refugiados. En cuanto acuerdos adoptados a nivel mundial, estos pactos constituirán un marco de referencia para desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas. Por esta razón, es importante que estén inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, con el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización de la indiferencia.

El diálogo y la coordinación constituyen, en efecto, una necesidad y un deber específicos de la comunidad internacional. Más allá de las fronteras nacionales, es posible que países menos ricos puedan acoger a un mayor número de refugiados, o acogerles mejor, si la cooperación internacional les garantiza la disponibilidad de los fondos necesarios.

La Sección para los Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral sugiere 20 puntos de acción como pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en las políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades cristianas. Estas y otras aportaciones pretenden manifestar el interés de la Iglesia católica al proceso que llevará a la adopción de los pactos mundiales de las Naciones Unidas.

Este interés confirma una solicitud pastoral más general, que nace con la Iglesia y continúa hasta nuestros días a través de sus múltiples actividades.

 

6. Por nuestra casa común

Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el "sueño" de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en "casa común"». A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.

Entre ellos, hay que mencionar a santa Francisca Javier Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo celebramos este año 2017. Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales celebran su memoria. Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida al servicio de los migrantes, convirtiéndose más tarde en su patrona celeste, nos enseña cómo debemos acoger, proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y hermanas. Que por su intercesión, el Señor nos conceda a todos experimentar que los «frutos de justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la paz».

Vaticano, 13 de noviembre de 2017
Memoria de Santa Francisca Javier Cabrini, Patrona de los migrantes

FRANCISCO

© Librería Editorial Vaticano

 

 

24/11/2017-18:46
Redacción

Santa Marta: "El templo de Dios más importante es nuestro corazón"

(ZENIT — 24 Nov. 2017).- "¿Cómo se hace para que el templo de Dios vuelva a ser puro?", ha preguntado el Papa Francisco.

Esta mañana, 24 de noviembre de 2017, el Papa Francisco ha celebrado la misa matutina en la capilla de Santa Marta, y ha comentado las dos lecturas propuestas por la Liturgia del día: La primera del Libro de los Macabeos y la segunda del Evangelio de San Lucas, cuyo tema común se refiere a la purificación del templo.

"¿Cómo se hace para que el templo de Dios vuelva a ser puro?", ha reflexionado el Papa. "Vigilancia, servicio y gratuidad" son las tres palabras clave que ha utilizado el Santo Padre para dar respuesta a esta pregunta.
"El templo de Dios más importante es nuestro corazón" —ha anunciado el Papa— porque dentro de nosotros habita el Espíritu Santo. Pero, ¿qué sucede en mi corazón? El Papa ha invitado a "vigilar dentro de mí":

 

Purificar el templo interior

"¿He aprendido a vigilar dentro de mí, para que el templo, en mi corazón, sea sólo para el Espíritu Santo? Purificar el templo, el templo interior y vigilar. Está atento, está atenta: ¿qué sucede en tu corazón? Quien viene, quien va... ¿Cuáles son tus sentimientos, tus ideas? ¿Hablas con el Espíritu Santo? ¿Escuchas al Espíritu Santo? Vigilar. Estar atentos a lo que sucede en nuestro templo, dentro de nosotros".

El Obispo de Roma prosiguió explicando que Jesús "está presente, de modo especial en los enfermos, en los que sufren, en los hambrientos y en los encarcelados".

Por lo tanto, hay que purificar el templo que son los demás. "Cuando nos acercamos a prestar un servicio —prosiguió diciendo Francisco—, para ayudar, nos asemejamos a Jesús que está allí dentro".

El Papa Francisco ha hablado de la importancia de la "gratuidad": "Cuántas veces con tristeza entramos en un templo; pensemos en una parroquia, un obispado, no sé..., pensemos, y no sabemos si estamos en la casa de Dios o en un supermercado. Allí hay comercio, incluso está la lista de precios para los sacramentos. Falta la gratuidad. Y Dios nos ha salvado gratuitamente, no nos hizo pagar nada".

Así, el Papa ha exhortado a que se de la "gratuidad" y "Dios hará el resto. Dios hará lo que falta". Que nuestras iglesias —concluyó— sean "iglesias de servicio, iglesias gratuitas".

 

 

24/11/2017-18:12
Rosa Die Alcolea

Iglesia Asiria de Oriente: "El Crucificado Resucitado es nuestra salvación"

(ZENIT — 24 Nov. 2017).- "Repetir la señal de la cruz nos recordará que el Señor de la misericordia nunca abandona a sus hermanos, sino que acoge las heridas de ellos en las suyas".

Esta mañana, a las 12 horas, el Santo Padre ha recibido en audiencia a los miembros de la Comisión Conjunta para el diálogo teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Asiria de Oriente.

El Papa Francisco ha expresado su gratitud al Señor por la firma actual de la Declaración Conjunta, y ha recalcado la referencia que se hace en el documento de la cruz: "un símbolo explícito de unidad entre todas las celebraciones sacramentales".

En este contexto, ha señalado que "el Crucificado Resucitado es nuestra salvación y nuestra misma vida: de su cruz gloriosa proceden nuestra esperanza y nuestra paz, de allí brota la unidad entre los sagrados misterios que celebramos, pero también entre nosotros, que hemos sido bautizados en la misma muerte y resurrección del Señor".

El Pontífice ha agradecido el "camino recorrido por la Comisión Conjunta establecida tras la histórica firma aquí en Roma en 1994 de la Declaración Cristológica Común", que, "al confesar la misma fe en el misterio de la Encarnación" —ha indicado el Papa— se planificó en dos fases: la Comisión planificó dos fases: una sobre la teología sacramental y otra sobre la constitución de la Iglesia.

 

Iglesia Asiria de Oriente

La Iglesia Asiria fue una de las primeras en separarse de la comunión con la Iglesia Católica. Sus orígenes se remontan a la Sede de Seleucia-Ctesifonte, que se supone fue fundada por el Apóstol Santo Tomás, así como por San Mari y San Addai, según se afirma en la Doctrina de Addai. Se denomina a veces a esta iglesia como "Iglesia Nestoriana", "Iglesia Siria" o "Iglesia Persa".

La Iglesia Asiria es la iglesia cristiana original de lo que fue el Imperio Parto, al este de Irak e Irán. Geográficamente se extendió en el período medieval hasta China e India.

RD

 

Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los participantes en la audiencia:

 

Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos,

Os doy una calurosa bienvenida, agradeciendo vuestra visita y las amables palabras que el Metropolitano Meelis Zaia me ha dirigido en nombre vuestro. A través de vosotros deseo que llegue mi saludo fraternal en el Señor a Su Santidad Mar Gewargis III. Recuerdo con alegría el encuentro tan cordial y apreciado con él hace un año, que fue un paso más en el camino para incrementar la cercanía y la comunión entre nosotros.

El encuentro de hoy nos ofrece la oportunidad de mirar con gratitud el camino recorrido por la Comisión Conjunta establecida tras la histórica firma aquí en Roma en 1994 de la Declaración Cristológica Común. Al confesar la misma fe en el misterio de la Encarnación, la Comisión planificó dos fases: una sobre la teología sacramental y otra sobre la constitución de la Iglesia. Con vosotros doy gracias al Señor por la firma actual de la Declaración Conjunta, que sanciona la feliz conclusión de la fase relativa a la vida sacramental. Hoy, por lo tanto, podemos mirar todavía con más confianza al mañana y pedirle al Señor que la continuación de vuestros trabajos contribuya a hacer que se acerque ese día bendito y tan esperado en que tendremos la alegría de celebrar en el mismo altar la comunión plena en la Iglesia de Cristo.

Me gustaría destacar un aspecto de esta nueva Declaración Conjunta. En ella se hace referencia al signo de la cruz como "un símbolo explícito de unidad entre todas las celebraciones sacramentales". Algunos autores de la Iglesia Asiria de Oriente han incorporado la señal de la cruz entre los misterios sagrados, convencidos de que cada celebración sacramental depende precisamente de la Pascua de muerte y resurrección del Señor. Es una hermosa intuición, porque el Crucificado Resucitado es nuestra salvación y nuestra misma vida: de su cruz gloriosa proceden nuestra esperanza y nuestra paz, de allí brota la unidad entre los sagrados misterios que celebramos, pero también entre nosotros, que hemos sido bautizados en la misma muerte y resurrección del Señor (véase Rm 6:4).

Cuando miramos la cruz o hacemos la señal de la cruz, también estamos invitados a recordar los sacrificios sufridos en unión con el de Jesús y a estar cerca de aquellos que ahora llevan una pesada cruz sobre sus hombros. También la Iglesia Asiria de Oriente, junto con otras Iglesias y muchos hermanos y hermanas de la región, padece persecuciones y es testigo de violencias brutales perpetradas en nombre de extremismos fundamentalistas. Las situaciones de ese sufrimiento trágico se arraigan más fácilmente en contextos de gran pobreza, injusticia y exclusión social, en gran parte debidos a la inestabilidad, fomentada también por intereses externos, y por conflictos que recientemente han causado situaciones de grave necesidad, dando origen a propios y verdaderos desiertos culturales y espirituales, en los que resulta fácil manipular e incitar al odio. A esto se ha sumado recientemente al drama del violento terremoto en la frontera entre Irak, la tierra natal de vuestra Iglesia e Irán, donde se encuentran desde hace mucho tiempo vuestras comunidades, así como en Siria, Líbano e India.

Así, pues, sobre todo en los períodos de mayor sufrimiento y privaciones, un gran número de fieles tuvo que abandonar sus tierras, emigrando a otros países y aumentando la comunidad de la diáspora que tiene muchos retos que enfrentar. Entrando en algunas sociedades, por ejemplo, se encuentran dificultades determinadas por una integración que no siempre es fácil y por una secularización marcada, lo que puede dificultar la custodia de la riqueza espiritual de vuestras tradiciones y el mismo testimonio de la fe.

En todo esto, repetir la señal de la cruz, nos recordará que el Señor de la misericordia nunca abandona a sus hermanos, sino que acoge las heridas de ellos en las suyas. Al hacer la señal de la cruz, recordamos las llagas de Cristo, esas llagas que la Resurrección no borró, sino que se llenaron de luz. Del mismo modo, las heridas de los cristianos, incluso las más abiertas, cuando son atravesadas ??por la presencia viva de Jesús y de su amor, se vuelven luminosas, se convierten en señales de luz pascual en un mundo envuelto en tantas tinieblas.
Con estos sentimientos, al mismo tiempo preocupados y llenos de esperanza, os invito a seguir caminando, confiando en la ayuda de tantos hermanos y hermanas nuestros que dieron su vida siguiendo al Crucificado. Ellos, en el cielo ya totalmente unidos, son los predecesores y patronos de nuestra comunión visible en la tierra. Por su intercesión, también le pido al Señor que los cristianos de vuestras tierras puedan trabajar, en la paciente tarea de la reconstrucción, después de tanta devastación, en paz y en pleno respeto con todos.

En la tradición siria, Cristo en la Cruz está representado como Médico bueno y Medicina de vida. A Él le pido que cierre por completo nuestras heridas del pasado y que cure las numerosas heridas que se abren hoy en el mundo por los desastres de la violencia y de las guerras. Queridos hermanos, continuemos juntos la peregrinación de reconciliación y paz en la que el Señor nos ha encaminado. Os expreso mi gratitud por vuestro compromiso, e invoco sobre vosotros la bendición del Señor y la protección amorosa de su Madre y la nuestra, pidiéndoos que os acordéis de mí en la oración.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

24/11/2017-19:44
Rosa Die Alcolea

Carta del Papa: "El trabajo es clave para el desarrollo espiritual"

(ZENIT — 24 Nov. 2017).- "Como base del florecimiento humano, el trabajo es clave para el desarrollo espiritual. Según la tradición cristiana, éste es más que una simple labor; es, sobre todo, una misión", dice el Papa Francisco.

Carta que el Santo Padre Francisco ha enviado a los participantes en la Conferencia Internacional "De la Populorum Progressio a la Laudato si c", organizada por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral en el Aula Nueva del Sínodo en el Vaticano el 23 y 24 Noviembre de 2017.

El trabajo, además de ser esencial para el florecimiento de la persona, es también la clave para el desarrollo social, señala el Santo Padre.

Francisco subraya la necesidad de un "diálogo sincero y profundo" para redefinir la idea del trabajo y el rumbo del desarrollo. Pero no podemos ser ingenuos y pensar que el diálogo se dará naturalmente y sin conflictos —apunta el Papa—. Hacen falta agentes que trabajen sin cesar para generar procesos de diálogo en todos los niveles: a nivel de la empresa, del sindicato, del movimiento; a nivel barrial, de ciudad, regional, nacional, y global.

Asimismo, el Obispo de Roma ha pedido dos cosas: que "se cuiden del cáncer social de la corrupción" y "que no se olviden de su rol de educar conciencias en solidaridad, respeto y cuidado". En esta línea, apunta que "La conciencia de la crisis del trabajo y de la ecología necesita traducirse en nuevos hábitos y políticas públicas".

A continuación, sigue el texto completo de la Carta del Santo Padre.

RD

 

Carta del Papa Francisco

Venerable Hermano:

Señor Cardenal Peter K.A. Turkson
Prefecto del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral

En estos días, los representantes de diversas organizaciones sindicales y movimientos de trabajadores se han reunido en Roma, convocados por el Dicasterio para el Servicio Humano Integral, para reflexionar y debatir sobre el tema «De Populorum Progressio a Laudato Si'. El trabajo y el movimiento de los trabajadores en el centro del desarrollo humano integral, sostenible y solidario». Doy las gracias a Vuestra Eminencia y a los colaboradores, asimismo saludo con afecto a todos ustedes.

El Beato Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio decía que «el desarrollo [humano] no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral», es decir, promover toda la integridad de la persona, y también a todas las personas y pueblos. Y dado que «la persona florece en el trabajo», la Doctrina Social de la Iglesia ha enfatizado, en repetidas ocasiones, que ésta no es una cuestión entre tantas, sino más bien la «clave esencial» de toda la cuestión social. En efecto, el trabajo «condiciona no sólo el desarrollo económico, sino también el cultural y moral de las personas, de la familia, de la sociedad».

Como base del florecimiento humano, el trabajo es clave para el desarrollo espiritual. Según la tradición cristiana, éste es más que una simple labor; es, sobre todo, una misión. Colaboramos con la obra creadora de Dios, cuando por medio de nuestro obrar cultivamos y custodiamos la creación (cf. Gn 2,15); participamos, en el Espíritu de Jesús, de su misión redentora, cuando mediante nuestra actividad alimentamos a nuestras familias y atendemos las necesidades de nuestro prójimo. Jesús, quien «dedicó la mayor parte de su vida terrena a la actividad manual junto al banco del carpintero» y consagró su ministerio público a liberar a personas de enfermedades, sufrimientos y de la muerte misma, nos invita a seguir sus pasos a través del trabajo. De este modo, «cada trabajador es la mano de Cristo que continúa creando y haciendo el bien».

El trabajo, además de ser esencial para el florecimiento de la persona, es también la clave para el desarrollo social. «Trabajar con otros y para otros», y el fruto de este hacer «es ocasión de intercambio, de relaciones, y de encuentro». Cada día, millones de personas cooperan al desarrollo a través de sus actividades manuales o intelectuales, en grandes urbes o en zonas rurales, con tareas sofisticadas o sencillas. Todas son expresión de un amor concreto para la promoción del bien común, de un amor civil.

El trabajo no puede considerarse como una mercancía ni un mero instrumento en la cadena productiva de bienes y servicios, sino que, al ser primordial para el desarrollo, tiene preferencia sobre cualquier otro factor de producción, incluyendo al capital. De allí el imperativo ético de «preservar las fuentes de trabajo», de crear otras nuevas a medida que aumenta la rentabilidad económica, como también se necesita garantizar la dignidad del mismo.

Sin embargo, tal como lo advirtió Pablo VI, no hay que exagerar la mística del trabajo. La persona «no es sólo trabajo»; hay otras necesidades humanas que necesitamos cultivar y atender, como la familia, los amigos y el descanso.

Es importante, pues, recordar que cualquier tarea debe estar al servicio de la persona, y no la persona al servicio de esta, lo cual implica que debemos cuestionar las estructuras que dañan o explotan a personas, familias, sociedades o a nuestra madre tierra.

Cuando el modelo de desarrollo económico se basa solamente en el aspecto material de la persona, o cuando beneficia sólo a algunos, o cuando daña el medio ambiente, genera un clamor, tanto de los pobres como de la tierra, que «nos reclama otro rumbo». Este rumbo, para ser sostenible, necesita colocar en el centro del desarrollo a la persona y al trabajo, pero integrando la problemática laboral con la ambiental. Todo está interconectado, y debemos responder de modo integral.

Una contribución válida a dicha respuesta integral por parte de los trabajadores, es mostrar al mundo lo que ustedes bien conocen: la conexión entre las tres «T»: tierra, techo y trabajo. No queremos un sistema de desarrollo económico que fomente gente desempleada, ni sin techo, ni desterrada. Los frutos de la tierra y del trabajo son para todos, y «deben llegar a todos de forma justa». Este tema adquiere relevancia especial en relación con la propiedad de la tierra, tanto en zonas rurales como urbanas, y con las normas jurídicas que garantizan el acceso a la misma. Y en este asunto el criterio de justicia por excelencia, es el destino universal de los bienes, cuyo «derecho universal a su uso» es «principio fundamental de todo el ordenamiento ético-social».

Es pertinente recordar esto hoy, cuando celebraremos dentro de poco el septuagésimo aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, y también cuando los derechos económicos, sociales y culturales deben percibirse con mayor fuerza. Pero la promoción y defensa de tales derechos no puede realizarse a costa de la tierra y de las generaciones futuras. La interdependencia entre lo laboral y lo ambiental nos obliga a replanteamos la clase de tareas que queremos promover en el futuro y las que necesitan reemplazarse o relocalizarse, como pueden ser a modo de ejemplo, las actividades de la industria de combustibles fósiles contaminantes. Es imperioso una transferencia de la industria energética actual a una más renovable para cuidar nuestra madre tierra. Pero es injusto que dicha transferencia sea pagada con el trabajo y el techo de los más necesitados. Es decir, el costo de extraer energía de la tierra, bien común universal, no puede recaer sobre los trabajadores y sus familias. Los sindicatos y movimientos, que saben de la conexión entre trabajo, techo y tierra, tienen la obligación de aportar al respecto.

Otra contribución importante de los trabajadores para el desarrollo sustentable, es la de resaltar otra triple conexión, un segundo juego de tres «T»: esta vez entre trabajo, tiempo y tecnología. En cuanto al tiempo, sabemos que la «continua aceleración de los cambios» y la «intensificación de ritmos de vida y de trabajo», que algunos llaman «rapidación», no colaboran con el desarrollo sostenible ni con la calidad del mismo. También sabemos que la tecnología, de la cual recibimos tantos beneficios y oportunidades, puede obstaculizar el desarrollo sustentable cuando está asociada a un paradigma de poder, dominio y manipulación.

En el contexto actual, conocido como la cuarta revolución industrial, caracterizado por esta rapidación y la refinada tecnología digital, la robótica, y la inteligencia artificial, el mundo necesita de voces como la de ustedes. Son los trabajadores quienes, en su lucha por la jornada laboral justa, han aprendido a enfrentarse con una mentalidad utilitarista, cortoplacista, y manipuladora. Para esta mentalidad, no interesa si hay degradación social o ambiental; no interesa qué se usa y qué se descarta; no interesa si hay trabajo forzado de niños o si se contamina el río de una ciudad. Sólo importa la ganancia inmediata. Todo se justifica en función del dios dinero. Dado que muchos de ustedes han contribuido a combatir esta patología en el pasado, se encuentran hoy muy bien posicionados para corregirla en el futuro. Les ruego que aborden esta difícil temática y que nos muestren, desde su misión profética y creativa, que es posible una cultura del encuentro y del cuidado. Hoy ya no es sólo la dignidad del empleado la que está en juego, sino la dignidad del trabajo de todos, y de la casa de todos, nuestra madre tierra.

Por ello, y tal como lo afirmé en la encíclica Laudato Si', necesitamos de un diálogo sincero y profundo para redefinir la idea del trabajo y el rumbo del desarrollo. Pero no podemos ser ingenuos y pensar que el diálogo se dará naturalmente y sin conflictos. Hacen falta agentes que trabajen sin cesar para generar procesos de diálogo en todos los niveles: a nivel de la empresa, del sindicato, del movimiento; a nivel barrial, de ciudad, regional, nacional, y global. En este diálogo sobre el desarrollo, todas las voces y visiones son necesarias, pero en especial aquellas voces menos escuchadas, las de las periferias. Conozco el afán de mucha gente por traer dichas voces a la luz en los foros donde se toman decisiones sobre el trabajo. A ustedes les pido que se sumen a esta noble labor.

La experiencia nos dice que para que un diálogo sea fructífero, es preciso partir de lo que tenemos en común. Para dialogar sobre desarrollo, es conveniente recordar lo que nos aúna: nuestro origen, pertenencia y destino. Sobre esta base, podremos renovar la solidaridad universal de todos los pueblos, incluyendo la solidaridad con los pueblos del mañana. Además, podremos encontrar el modo de salir de una economía de mercado y de finanzas, que no da al trabajo el valor que corresponde, y orientarla hacia aquella en la que la actividad humana es el centro.

Los sindicatos y movimientos de trabajadores por vocación deben ser expertos en solidaridad. Pero para aportar al desarrollo solidario, les ruego se cuiden de tres tentaciones. La primera, la del individualismo colectivista, es decir, de proteger sólo los intereses de sus representados, ignorando al resto de los pobres, marginados y excluidos del sistema. Se necesita invertir en una solidaridad que trascienda las murallas de sus asociaciones, que proteja los derechos de los trabajadores, pero sobre todo de aquellos cuyos derechos ni siquiera son reconocidos. Sindicato es una palabra bella que proviene del griego dikein (hacer justicia), y syn (juntos). Por favor, hagan justicia juntos, pero en solidaridad con todos los marginados.

Mi segundo pedido es que se cuiden del cáncer social de la corrupción. Así como, en ocasiones, «la política es responsable de su propio descrédito por la corrupción», lo mismo ocurre con los sindicatos. Es terrible esa corrupción de los que se dicen «sindicalistas», que se ponen de acuerdo con los emprendedores y no se interesan de los trabajadores dejando a miles de compañeros sin trabajo; esto es una lacra, que mina las relaciones y destruye tantas vidas y familias. No dejen que los intereses espurios arruinen su misión, tan necesaria en los tiempos en que vivimos. El mundo y la creación entera aguardan con esperanza a ser liberados de la corrupción (cf. Rm 8,18-22). Sean factores de solidaridad y esperanza para todos. ¡No se dejen corromper!

El tercer pedido es que no se olviden de su rol de educar conciencias en solidaridad, respeto y cuidado. La conciencia de la crisis del trabajo y de la ecología necesita traducirse en nuevos hábitos y políticas públicas. Para generar tales hábitos y leyes, necesitamos que instituciones como las de ustedes cultiven virtudes sociales que faciliten el florecimiento de una nueva solidaridad global, que nos permita escapar del individualismo y del consumismo, y que nos motiven a cuestionar los mitos de un progreso material indefinido y de un mercado sin reglas justas.

Espero que este Congreso produzca una sinergia suficiente como para proponer líneas de acción concretas desde la mirada de los trabajadores, caminos que nos conduzcan a un desarrollo humano integral, sostenible y solidario.

Le doy las gracias nuevamente a usted, Señor Cardenal, como también a los que han participado y contribuido, y a todos les doy mi bendición.

Vaticano, 23 de noviembre de 2017

FRANCISCO

 

 

24/11/2017-19:15
Rosa Die Alcolea

Malasia: Primera misa en la nueva nunciatura apostólica

(ZENIT — 24 Nov. 2017).- El arzobispo Giovanni Angelo Becciu, Sustituto de la Secretaría de Estado, ha celebrado la santa misa en la nueva nunciatura apostólica de Kuala Lumpur (Malasia), inaugurada ayer.

"El deseo de Malasia y la Santa Sede de profundizar los lazos de amistad que nos unen es un reflejo de nuestro objetivo común: construir un mundo más fraterno donde la armonía, la justicia y la paz puedan florecer", dijo el Arzobispo Becciu en la inauguración de la nunciatura en Kuala Lumpur, ayer 23 de noviembre.

La nueva nunciatura, dijo el obispo Becciu, "es una señal de la misión internacional de la Santa Sede y su preocupación por la comunidad católica de esta nación, así como por el bien de todos los malasios".

Según el Observatorio de Libertad Religiosa, Malasia tiene 31 millones de habitantes, de los cuales más del 61% son musulmanes, casi el 20% budistas, el 9,2% cristianos, pero también hindúes, seguidores de otras religiones.

RD/MD

 

A continuación, sigue la homilía de Mons. Giovanni Angelo Becciu en la misa celebrada en la nunciatura de Malasia:

 

Homilía de Mons. Giovanni Angelo Becciu

Su Eminencia, Sus Excelencias, queridos amigos:

En el pasaje del Evangelio de hoy, nuestro Señor le dice a San Pedro que él es la roca sobre la cual fundará su Iglesia y que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Es significativo que Jesús señale el futuro: "Sobre esta roca edificaré mi Iglesia" (Mt 16:18). La Iglesia en Malasia se convertiría en parte de ese futuro. Por la gracia de Dios, en nuestros días, la vida vibrante de la comunidad cristiana en este país está cumpliendo la promesa del Señor de una manera maravillosa.

San Pedro, la "roca" sobre la cual nuestro Señor construyó su Iglesia, era, como sabemos, un hombre ordinario, un simple pescador. Pedro se conocía muy bien y proclamó su propia debilidad ante Jesús. Tampoco los Evangelios lo ocultan: hablan de su miedo paralizante en la tormenta, de su negativa a permitir que Cristo lavase sus pies, y de su triple negación del Señor en las horas previas a la crucifixión. Y, sin embargo, conociendo bien a Pedro y viendo en su corazón, Jesús lo eligió para ser el primero de los Apóstoles, princeps Apostolorum.

Aquí vemos la belleza de la gracia de Dios. Jesús hace de la debilidad de Pedro una fuente de fortaleza, una fortaleza que se evidencia claramente después de la resurrección y el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés. Pedro proclamó sin temor el Evangelio, en Jerusalén, Antioquía y Roma, y ??finalmente dio el testimonio supremo de Cristo con su martirio. En nuestro ministerio como obispos, también nosotros experimentamos el poder de la gracia de Dios obrando a través de nuestra propia debilidad, mientras luchamos con humildad por ser una roca para aquellos a quienes servimos.

De manera particular, vosotros como obispos en unión con el Sucesor de Pedro en Roma, estáis llamados a ser un signo visible de la presencia de Dios como roca en la Iglesia universal y en cada una de sus Iglesias particulares. Si hay ocasiones en que queremos proclamar nuestra debilidad ante Cristo, como lo hizo Pedro, debemos confiar en la promesa inquebrantable del Señor de estar siempre con nosotros, de fortalecernos en nuestra misión como heraldos del Evangelio y pastores del pueblo fiel de Dios. Su promesa nunca fallará.

El edificio que dedicamos hoy es la casa de Pedro; simboliza vuestra unidad, y la de vuestras Iglesias locales, con el Santo Padre, cuyo ministerio como el Sucesor de Pedro lo hace el fundamento visible y el principio de la unidad de la Iglesia en la fe: ubi Petrus, ibi Ecclesia. En el salmo responsorial cantamos: "¡Qué bueno , que dulce habitar los hermanos todos juntos" (Sal 133). Recemos para que esta casa, y todos los que trabajan y habitan aquí, sean siempre un signo del ministerio de servicio del Santo Padre a nuestra comunión en la Iglesia Católica. Que esta capilla también, como el corazón de la nueva nunciatura, sea una fuente de luz espiritual y fortaleza para el nuncio y sus colaboradores en sus esfuerzos diarios para compartir con el Sucesor de Pedro los desafíos y las alegrías experimentadas por el Pueblo de Dios en sus respectivas diócesis, y transmitir a su vez la preocupación y el aliento pastoral del Santo Padre. De esta manera, la presencia de la Nunciatura aquí puede contribuir a la unidad que los obispos disfrutan con el Papa, entre ellos y con el clero, los religiosos y los fieles laicos de las Iglesias locales. Alentará a toda la comunidad católica a dar testimonio del Evangelio y a difundir, a través de buenas obras, el amor misericordioso de Cristo por toda la humanidad.

El salmista describe la bondad de la unidad fraternal con la imagen del aceite fragante que fluye por la barba de Aarón y sobre sus vestiduras. Vemos aquí una profecía del Espíritu Santo derramado sobre la Iglesia, en la riqueza de sus dones carismáticos y jerárquicos, para su edificación en la fe, la esperanza y el amor. Cada uno de nosotros, por la gracia de Dios, ha recibido ese regalo en abundancia, especialmente el día de nuestra consagración. Que la bendición de esta capilla sea la ocasión de una nueva efusión de los dones del Espíritu. Que el aceite de su alegría pueda ungir nuestras vidas y fortalecernos en santidad y celo por el apostolado. Si a veces nos sentimos débiles y abrumados por los desafíos que enfrentamos, el Espíritu nos recuerda que Cristo ha construido su Iglesia sobre la roca y continúa guiándola en cada paso. Fortalezcámonos los unos a los otros en la unidad y la confianza en la promesa del Señor.

Deseo renovar la gratitud del Papa Francisco a toda la Conferencia Episcopal y a cuantos han hecho posible la construcción de esta nunciatura apostólica. Como sabemos, cada hogar también necesita una madre. Dirijámonos a María, Madre de la Iglesia, y pidamos su intercesión, confiando todos nuestros esfuerzos, nuestra gente, nuestras esperanzas y nuestra persona a su cuidado materno. Que ella nos guíe a nuestra patria celestial en la comunión del cuerpo de Cristo, la Iglesia, y en la unidad de mente y corazón con el Sucesor de Pedro en Roma

 

 

24/11/2017-10:51
Redacción

Karen Armstrong, profeta de una religión "light"

La reputación de esta escritora británica, que recibirá el Premio Princesa de Asturias de las Ciencias Sociales el próximo 20 de octubre, no se debe tanto al valor de sus aportaciones a la historia de las religiones como a la capacidad con la que ha aprovechado el interés del público por comprender el fenómeno religioso.

Hay que reconocer una cosa a Karen Armstrong: escribe bien. Y además, como sus libros son voluminosos y vienen acompañados de una prolija bibliografía, el lector que los frecuenta tiene la impresión de que en sus páginas hallará la última verdad sobre la religión. Pero, para ser sinceros, se termina su lectura sin saber qué entiende Armstrong por religión ni a qué se refiere cuando habla de Dios, porque emplea esos conceptos de una manera general, confusa y poco rigurosa.

La concesión del Premio Princesa de Asturias muestra, sin embargo, que ha sabido tocar hábilmente las fibras adecuadas. Sus lectores occidentales, imbuidos por lo políticamente correcto, quedan satisfechos con la religión a la carta que propone la pensadora británica y encuentran en sus páginas lo que desean: que Occidente no comprende el islam y que el yihadismo reacciona frente a la imposición de valores occidentales; así como motivos para criticar las instituciones religiosas.

 

Otro rostro de Dios

La trayectoria de la propia Armstrong reproduce también el cliché religioso posmoderno y su insatisfacción ante las religiones positivas. Educada como católica, ingresó en un convento, pero al cabo de siete años lo abandonó hundida emocionalmente. Escribió un primer libro en el que arremetía contra la religiosidad católica. Fue un escándalo y su primer éxito de ventas. Pero tras profundizar en la historia de las religiones, explica, descubrió otro rostro de Dios, más benigno y flexible, que la reconcilió definitivamente con lo que según ella es la verdadera fe religiosa.

Pero Armstrong no es teóloga, y eso lo nota quien se aproxima a sus obras. Espiga de aquí y de allá; agavilla hechos históricos y anécdotas que le interesan, y del rico y denso caudal cultural de las religiones selecciona aquello que apoya su idea light de la fe y lo que sabe que puede impactar en el horno religiosus de hoy, ese que, como ella, busca desesperadamente consuelo en el atiborrado bazar de las religiones.

 

Un Dios a medida del hombre

Por Dios, Armstrong entiende un símbolo, un mito, un sortilegio humano para nombrar el misterio, pero en el que está ausente la transcendencia (En defensa de Dios). Para ella de ningún modo es la fe una relación entre el creyente y un Dios personal, sino la actitud del individuo ante la nebulosa de lo inexplicable, que parece conminarle solo a compadecerse de su prójimo.

En la fe de Armstrong no hay lugar para la razón, solo espacio para lo incomprensible; no hay revelación, solo una hermosa mitología; no comparece el dogma, sino una narrativa producto de la imaginación y creatividad humanas. Y, en fin, no hay salvación; únicamente, moralismo. Perfila una espiritualidad superficial, psicologista y diseñada a medida del hombre.

El lector avezado puede admirar el excelente tono divulgativo de sus obras, pero lamentará en ocasiones la imprecisión o su inexactitud histórica. Por ejemplo, solo se puede sostener que la teología es una construcción foránea a la religión y racionalista si se desconoce u obvia la historia del pensamiento. Por otro lado, al hacer de la misericordia y la compasión la piedra de toque de todos los credos (¿no es ingenuo pensar que todas las enseñanzas religiosas, todas sin excepción, ofertan tanta benevolencia?), olvida la relación intrínseca entre verdad y fe, entre verdad y moral, que caracteriza a algunas religiones, como el cristianismo.

 

La decadencia de la religión

En sus dos libros más famosos —Una historia de Dios y La gran transformación—, Armstrong contrapone dos visiones acerca de la religión: la nacida espontáneamente, emparentada con el mito y centrada en la promoción de la moral, que cristalizó en la "Edad Axial"; y esa otra comprensión, moderna y espuria, que irrumpe cuando la religión se mezcla con el poder, y que se construye sobre la idea de un Dios omnipotente, celoso y excluyente.

Su tesis es que todo mensaje religioso es en sus orígenes idéntico, del mismo modo que son iguales las pretensiones de los santos y los visionarios que las fundan: de todas ella se desprende pacifismo, fraternidad, pluralismo y apertura al diferente. Es más tarde cuando el poder político las sojuzga y comienza la intolerancia y la ortodoxia, el conflicto interreligioso, el fanatismo y la posibilidad de la herejía.

También la escritora británica plantea una lectura decadente de la interpretación bíblica, en la que no se detiene a reflexionar sobre la riqueza de la tradición exegética cristiana. Según su Historia de la Biblia, los creyentes veían las Escrituras como narraciones mitológicas, no como textos revelados, y solo mucho más tarde, a tenor de la evolución religiosa, estos se sacralizaron como palabra de Dios.

 

Violencia, religión e islam

Al hilo de estas ideas, Armstrong ha levantado la voz para hacer frente a las posturas de los nuevos ateos y contrarrestar la tergiversación de lo religioso promocionada por R. Dawkins y S. Harris. Les ha acusado de intransigentes y ha denunciado el fundamentalismo laicista que propagan. Para ella, la religión no es violenta per se; por el contrario, en esencia las grandes religiones son siempre pacíficas. Lo que es el violento es el hombre y su deseo de dominio, de modo que lo religioso se transforma en semilla de la violencia solo cuando se mezcla con el poder (Campos de sangre)

Algo, sin embargo, no cuadra con su argumentación. Por ejemplo, en el caso de sus libros sobre el islam y Mahoma, escritos con el fin de contrarrestar los estereotipos creados sobre ellos en Occidente, descubre un relato de paz.

No hay incompatibilidad entre las tradiciones musulmanas y la democracia, repite una y otra vez. Más acerbamente reflexiona sobre la confusión entre poder y cristianismo, olvidando que mientras que el islam es un proyecto político-religioso, centrado en la constitución de la umma y la aplicación de la sharía, es central en el mensaje cristiano la diferencia entre lo secular y lo sagrado.

 

Prejuicios anticristianos

Las ideas religiosas de Armstrong, en definitiva, son las del establishment cultural y progresista: relativistas, mundanas, confusas y siempre atentas a no salirse de lo exigido por lo políticamente correcto. Y parece sentirse obligada a recelar de la historia cristiana y de sus fuentes. Tanto en sus primeros libros, como en el último, San Pablo, afirma que los primeros seguidores, lejos de afirmar la divinidad de Jesús, le vieron como un líder de la compasión y que su mensaje se cifró en la ayuda a los necesitados y pobres.

Como aportación positiva, los libros de Armstrong pueden haber despertado en muchos el interés por la religión e incentivar lecturas posteriores y más profundas sobre las diversas tradiciones religiosas. Pero, para su pesar, se descubre que tiene puntos en común con sus detractores ateos. La religión que ella reclama para nuestros días no es una fe ni una creencia: es un mito confuso y mágico para difundir el sentimentalismo de la compasión, una estrategia psicológica superficial que oferta bienestar emocional, pero sin auténticas ni profundas raíces espirituales.

 

Leer artículo en Aceprensa

 

Libros de Karen Armstrong en castellano

— Una historia de Dios (Paidós, 1995, 2016)

— Historia de Jerusalén: Una ciudad y tres religiones (Paidós, 1997, 2005, 2017)

— El islam (Debate, 2001, 2002, 2013)

— Buda (Debate, 2002, 2017)

— Los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam (Tusquets, 2004, 2009, 2017)

— Mahoma. Biografía del profeta (Tusquets, 2005, 2008, 2017)

— Breve historia del mito (Salamandra, 2005)

— La escalera de caracol : en busca del sentido de la vida(Maeva, 2006)

— La gran transformación. El mundo en la época de Buda, Sócrates, Confucio y Jeremías (Paidós, 2007)

— Historia de la Biblia (Debate, 2008, 2015)

— En defensa de Dios (Paidós, 2009)

— Doce pasos hacia una vida compasiva (Paidós, 2011)

— Campos de sangre (Paidós, 2015)

— San Pablo: el apóstol más incomprendido (Urano, 2016)

 

 

24/11/2017-09:07
Isabel Orellana Vilches

Beata Isabel Achler, 25 de noviembre

«Patrona de Suabia. Una terciaria franciscana considerada como la única mística alemana de los siglos XIV y XV. Fue marcada por la bondad y el espíritu de ofrenda. Recibió los estigmas de la Pasión»

En esta beata sus allegados y conocidos apreciaron tales virtudes que desde niña le dieron el apelativo de «la buena Beth (Elisabeth)». Y es que hay personas que por su bondad parecen abocadas a la vida santa desde la cuna. Ella vino al mundo en Waldsee (Württemberg, Alemania) el 25 de noviembre de 1386. Sus padres fueron el reputado y humilde tejedor Hans Achler, que tenía cierta influencia en su gremio profesional, y su esposa Anna. Progenitores de una numerosa prole, y ambos creyentes, tuvieron la fortuna de verla crecer en edad y sabiduría evangélicas, al punto de llamar la atención en su alrededor por su ejemplar comportamiento. No había echado en saco roto los hechos sagrados que su madre solía desgranar ante ella en forma de narraciones.

Tenía 14 años cuando su director espiritual, que después sería su biógrafo, el padre Konrad Kügelin, perteneciente a los canónigos regulares de San Agustín, le sugirió vincularse a la Tercera Orden de San Francisco. Acogiendo con gozo su consejo, en su propia casa siguió el camino espiritual en conformidad con la regla del Poverello. Las asechanzas del maligno estaban a punto de asediarla cuando decidió compartir su vocación con una terciaria franciscana. Seguramente inducida por la profesión de su padre, aprendió a tejer. Entre tanto, seguía progresando en la virtud. Como les ha sucedido a muchos seguidores de Cristo, su ascenso espiritual fue objeto de diversos y frecuentes ataques por parte del diablo, que tuvo uno de sus múltiples campos de acción en el arte que la beata cultivaba: destruía su labor y la importunaba enredándole el hilo. Pacientemente, aunque perdía el tiempo, Isabel trataba de recuperar el trabajo pasando por alto las insidias del demonio. Dios preparaba su espíritu para que pudiese acoger las gracias y favores que había dispuesto para ella.

En 1403, cuando tenía 17 años, el padre Kügelin le sugirió otra forma de vida. Conocía la existencia de una comunidad religiosa de terciarias franciscanas establecida en la ermita de Reute, localidad cercana a Waldsee, y parecía que era el lugar donde ella podría consagrarse y pasar el resto de su vida. Sus padres no aprobaron su decisión, pero se fue a pesar de todo. La casa que había sido erigida con la colaboración de Jakob von Metsch, en 1406 se convirtió en convento. Fue allí donde Isabel pudo vivir plenamente su vocación, entregada a la penitencia y a la oración. Era una gran contemplativa y solía quedarse absorta en los misterios de la Pasión en cualquier lugar donde se hallaba. La intensísima presencia de Dios en su corazón, su obediencia, humildad y sencillez cerraban el paso a debilidades y flaquezas de tal forma que su confesor no hallaba materia en su conducta que requiriese su absolución.

Isabel se ocupó de las labores que le encomendaron de cocina y de jardinería, realizándolas de forma ejemplar con su sencillez y solicitud acostumbradas. A la par, socorría a los pobres que se acercaban al convento. Fue probada en la virtud tanto física como espiritualmente. Contrajo distintas enfermedades —entre otras, la temible lepra—, pero su manera virtuosa de encararlas no hizo más que acrecentar su virtud. El diablo trataba de inducirla al mal haciéndole ver supuestos recelos hacia ella de otras religiosas, realzando diversas situaciones que podían causar desánimo. Ella salió del convento en escasísimas ocasiones y, siempre por razones de fuerza mayor, lo que hizo que fuese conocida como «la reclusa».

Fue agraciada con diversos dones: profecía, penetración de espíritu, visiones, éxtasis. También vivió la experiencia de recibir esporádicamente los estigmas de la Pasión y otros elementos de la misma como las heridas provocadas por la corona de espinas y las huellas de la flagelación. Aunque no los mantuvo durante años de forma incesante, como otros estigmatizados, siempre perduró el dolor. En medio de él, decía: «¡Gracias, Señor, porque me haces sentir los dolores de tu Pasión!». Durante un tiempo no precisó descanso ni ingerir alimento.

Fue particularmente sensible a las almas del purgatorio. Vaticinó el final del gran cisma de Occidente durante el concilio ecuménico de Constanza y la elección del pontífice Martín V. Está considerada como la única mística alemana de los siglos XIV y XV. Murió en Reute el 25 de noviembre de 1420, a los 34 años de edad. Nada más producirse su deceso, el padre Kügelin redactó su vida en lengua latina, luego vertida a otros idiomas, que fue base para el proceso que condujo a Isabel a los altares. Sus numerosos milagros acrecentaron su fama de santidad, y el 19 de julio de 1766 el papa Clemente XIII aprobó su culto. Es la patrona de Suabia. Se la venera especialmente en Tirol, Baviera y Suiza.