Servicio diario - 08 de diciembre de 2017


 

Fiesta de la Inmaculada: El cumplido más hermoso (traducción completa)
Héléne Ginabat

"Os pido que os unáis a mí espiritualmente": El Papa en la Plaza de España para festejar la Inmaculada
Héléne Ginabat

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 9 de diciembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

08/12/2017-17:24
Héléne Ginabat

Fiesta de la Inmaculada: El cumplido más hermoso (traducción completa)

(ZENIT — 8 dic. 2017).- "Un buen cumplido para una dama, es decirle amablemente que se la ve joven", ha dicho el Papa con humor: "Cuando le decimos a María "llena de gracia", de alguna manera también le estamos diciendo eso, a un nivel más elevado. De hecho, siempre la reconocemos como joven, porque jamás envejece por el pecado.

El Papa Francisco ha orado el Ángelus con los visitantes reunidos en la Plaza San Pedro, este viernes 8 de diciembre de 2017, el día de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, festivo en Roma y en el Vaticano. Se ha presentado en la ventana del despacho del Palacio Apostólico del Vaticano a las 12 h. para introducir la oración mariana.

La palabra de Dios era el "secreto" de María, ha explicado el Papa: "Permaneciendo con Dios, dialogando con él en todas las circunstancias, María ha embellecido su vida". Y para concluir: "No es la apariencia, no es lo que pasa, sino que es el corazón vuelto hacia Dios lo que hace la vida sea más bella".

Esta es nuestra traducción completa, del italiano, de las palabras del Papa Francisco.

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y buena fiesta!

Hoy contemplamos la belleza de María Inmaculada. El Evangelio, que relata el episodio de la Anunciación, nos ayuda a comprender lo que celebramos, especialmente a través del saludo del ángel. Se dirige a María con una palabra que no es fácil de traducir, que significa "llena de gracia", "creada por la gracia", "llena de gracia" (Lc 1,28). Antes de llamarla María, él la llama llena de gracia, y así revela el nuevo nombre que Dios le ha dado y que le conviene más que el nombre que le ha sido dado por sus padres.

Nosotros también la llamamos así en cada Ave María. ¿Qué quiere decir llena de gracia? Que María está llena de la presencia de Dios. Y si está totalmente habitada por Dios, no hay lugar en ella para el pecado. Es una cosa extraordinaria, porque todo en el mundo, por desgracia, está contaminado por el mal. Cada uno de nosotros, mirándonos hacia adentro, vemos aspectos oscuros. Incluso los más grandes santos eran pecadores y todas las realidades, incluso las más bellas, se ven afectadas por el mal: todos excepto María. Ella es la única, "oasis" siempre verde de la humanidad, la única que no ha sido contaminada, creada Inmaculada para acoger plenamente, con su "sí" a Dios que viene al mundo y para iniciar también así una historia nueva. Cada vez que nosotros la reconocemos llena de gracia, le hacemos el mayor cumplido, el mismo que hizo Dios. Un bello cumplimiento hecho a una mujer, es decirle amablemente que ella tiene un aire joven, cuando nosotros decimos a María llena de gracia, en cierto sentido, le estamos diciendo esto a un nivel más alto, en efecto nosotros la reconocemos siempre joven porque jamás envejece por el pecado, hay una sola cosa que hace verdaderamente envejecer, envejecer interiormente, no son los años, sino el pecado. El pecado nos envejece porque endurece el corazón, lo cierra, lo hace inerte, lo hace desvanecer. Pero la "llena de gracia" está vacía de pecado. Así que siempre es joven, es" más joven que el pecado" es la "más joven del género humano" (G. Bernanos, Diario de un cura rural, II, 1988, p 175.).

Hoy la Iglesia felicita a María llamándola la toda hermosa, toda pulcra. Como su juventud no es una cuestión de edad, así su belleza no es exterior. María, como se muestra en el Evangelio de hoy, no sobresale en apariencia, de una familia sencilla, ella vivió humildemente en Nazaret, un pueblo casi desconocido. Ella no era conocida, incluso cuando el ángel la visitó nadie lo supo, ese día no había ningún periodista. La Virgen María no tenía ni siquiera una vida cómoda, sino preocupaciones y temores: ella "se turbó" (v. 29), dice el Evangelio, y cuando el ángel "se alejó de ella", (v. 38) los problemas comenzaron a aumentar

Sin embargo la "llena de gracia" ha vivido una vida bella. ¿Cuál era su secreto? Todavía podemos verlo mirando la escena de la Anunciación. En muchas pinturas de María aparece sentado delante del ángel con un pequeño libro en la mano. Este libro es la Escritura. Así María tenía la costumbre de escuchar a Dios y pasar tiempo con él. La Palabra de Dios era su secreto: cerca de su corazón, y luego se hizo carne en su vientre. Permaneciendo con Dios, conversando con él en todas las circunstancias, María ha embellecido su vida. No es la apariencia, no es lo que pasa, sino que es el corazón vuelto hacia Dios lo que hace la vida hermosa. Hoy miremos con alegría a la llena de gracia. Pidámosle que nos ayude a permanecer jóvenes diciendo, "no" al pecado y vivir una vida hermosa, diciendo "sí" a Dios.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

08/12/2017-19:02
Héléne Ginabat

"Os pido que os unáis a mí espiritualmente": El Papa en la Plaza de España para festejar la Inmaculada

(ZENIT — 8 dic. 2017).- En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Papa Francisco ha evocado su visita de veneración a la columna de la Inmaculada, esta tarde a las (16h00) donde él renovará el "tradicional acto de homenaje y de oración al pie del monumento".

"Os pido que os unáis a mí espiritualmente en este gesto que expresa nuestra devoción filial hacia nuestra Madre del Cielo", ha exhortado.

El Papa también ha animado a la Acción Católica italiana a que renueve su adhesión en este día: "Que la Virgen bendiga la Acción Católica y haga fecunda su resolución para servir a la misión evangelizadora de la Iglesia".
La Columna de la Inmaculada Concepción fue erigida en 1857 bajo el pontificado del Papa Pio IX; compuesta por una columna de mármol y de una estatua en bronce representando a la Virgen María, está dedicada al dogma de la Inmaculada Concepción.

 

Palabras pronunciadas por el Papa después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!, os saludo con afecto a todos vosotros, peregrinos presentes hoy, especialmente a las familias y grupos parroquiales. Saludo a la hermandad y a los atletas Rocca di Papa, y a los estudiantes de las Escuelas Salesianas de Milán.

En esta fiesta de María Inmaculada, la Acción Católica Italiana vive la renovación de la adhesión. Extiendo mi saludo a sus asociaciones diocesanas y parroquiales, alentando a todos a fortalecer su compromiso con la formación con el fin de ser testigos creíbles del Evangelio. Que la Virgen bendiga la Acción Católica y haga fecundo su propósito de servir a la misión evangelizadora de la Iglesia.

Esta tarde voy a ir a la Plaza de España para renovar el tradicional acto de homenaje y de oración a los pies del monumento dedicado a la Inmaculada. Os pido que os unáis a mí espiritualmente en este gesto que expresa nuestra devoción filial hacia nuestra Madre del Cielo. Todos juntos, en espíritu, delante de la Virgen María.

Os deseo a todos Feliz Navidad y un buen camino de Adviento. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen provecho y adiós!

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

08/12/2017-08:00
Isabel Orellana Vilches

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 9 de diciembre

«Este mexicano autóctono pervive vinculado a la advocación de la Virgen de Guadalupe, que se le apareció haciéndole protagonista de una de las grandes escenas, cuajadas de lirismo, que marcan un hito en la historia de las apariciones marianas»

En el entorno de la festividad de la Inmaculada Concepción, entre otros, la Iglesia celebra hoy la existencia de Juan Diego, que pervive para siempre vinculado a María, bajo su advocación de la Virgen de Guadalupe. Este santo indígena encarna en sí mismo una de las hermosísimas historias de amor que conmueven poderosamente. Inocencia y dulzura forman una perfecta simbiosis en su vida que instan ciertamente a perseguir la santidad y permiten comprender qué pudo ver en él la Reina del Cielo, excelso modelo de virtudes, para hacerle objeto de su dilección.

Nació en Cuauhtitlán perteneciente al reino de Texcoco, México, regido entonces por los aztecas, hacia el año 1474. Debía llevar escrito en su nombre, que significaba «águila que habla», la nobleza de esta majestuosa ave que vuela desafiando a las tempestades, de cara al infinito. Era un indio de la etnia chichimecas, sencillo, lleno de candor, sin doblez alguna, de robusta fe, dócil, humilde, obediente y generoso. Un hombre inocente que, cuando conoció a los franciscanos, recibió el agua del bautismo y se abrazó a la fe para siempre encarnando con total fidelidad las enseñanzas que recibía. Un digno hijo de Dios que no dudaba en recorrer 20 km. todos los sábados y domingos para ir
profundizando en la doctrina de la Iglesia y asistir a la Santa Misa. Tuvo la gracia de que su esposa María Lucía compartiera con él su fe, y ambos, enamorados de la castidad, después de ser bautizados hacia 1524 o 1525 determinaron vivir en perfecta continencia. María Lucía murió en 1529, y Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino que residía en Tulpetlac, a 14 km. de la iglesia de Tlatelolco-Tenochtitlan, lo cual suponía acortar el largo camino que solía recorrer para llegar al templo.

La Madre de Dios se fijó en este virtuoso indígena para encomendarle una misión.

Cuatro apariciones sellan las sublimes conversaciones que tuvieron lugar entre Ella y Juan Diego, que tenía entonces 57 años, edad avanzada para la época. El sábado 9 de diciembre de 1531 se dirigió a la Iglesia. Caminaba descalzo, como hacían los de su condición social, y se resguardaba del frío con una tilma, una sencilla manta. Cuando bordeaba el Tepeyac, la tierna voz de María llamó su atención dirigiéndose a él en su lengua náuhatl: «¡Juanito, Juan Dieguito!». Ascendió a la cumbre, y Ella le dijo que era «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios». Además, le encomendó que rogase al obispo Juan de Zumárraga que erigiese allí mismo una iglesia. Juan Diego obedeció. Fue en busca del prelado y afrontó pacientemente todas las dificultades que le pusieron para hablar con él, que no fueron pocas. Al transmitirle el hecho sobrenatural y el mensaje recibido, el obispo reaccionó con total incredulidad. Juan Diego volvió al lugar al día siguiente, y expuso a la Virgen lo sucedido, sugiriéndole humildemente la elección de otra persona más notable que él, que se consideraba un pobre «hombrecillo». Pero María insistió. ¡Claro que podía elegir entre muchos otros! Pero tenía que ser él quien transmitiera al obispo su voluntad: «...Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».

El 12 de diciembre, diligentemente, una vez más fue a entrevistarse con el obispo. Éste le rogó que demostrase lo que estaba diciendo. Apenado, Juan Diego regresó a su casa y halló casi moribundo a su tío, quien le pedía que fuese a la capital para traer un sacerdote que le diese la última bendición. Sin detenerse, acudió presto a cumplir con este acto caritativo, saliendo hacia Tlatelolco. Pensó que no era momento para encontrarse con la Virgen y que Ella entendería su apremio; ya le daría cuenta de lo sucedido más tarde. Y así, tras esta brevísima resolución, tomó otro camino. Pero María le abordó en el sendero, y Juan Diego, impresionado y arrepentido, con toda sencillez expresó su angustia y el motivo que le indujo a actuar de ese modo. La Madre le consoló, le animó, y aseguró que su tío sanaría, como así fue. Por lo demás, enterada del empecinamiento del obispo y de su petición, indicó a Juan Diego que subiera a la colina para recoger flores y entregárselas a Ella.

En el lugar señalado no brotaban flores. Pero Juan Diego creyó, obedeció y bajó después con un frondoso ramo que portó en su tilma. La Virgen lo tomó entre sus manos y nuevamente depositó las flores en ella. Era la señal esperada, la respuesta que vencería la resistencia que acompaña a la incredulidad. Más tarde, cuando el candoroso indio logró ser recibido por el obispo, al desplegar la tilma se pudo comprobar que la imagen de la Virgen de Guadalupe había quedado impregnada en ella con bellísimos colores. A la vista del prodigio, el obispo creyó, se arrepintió y cumplió la voluntad de María.

Juan Diego legó sus pertenencias a su tío, y se trasladó a vivir en una humilde casa al lado del templo. Consagró su vida a la oración, a la penitencia y a difundir el milagro entre las gentes. Se ocupaba del mantenimiento de la capilla primigenia dedicada a la Virgen de Guadalupe y de recibir a los numerosos peregrinos que acudían a ella. Murió el 30 de mayo de 1548 con fama de santidad dejando plasmada la aureola de la misma no sólo en México sino en el mundo entero que sigue aclamando a este «confidente de la dulce Señora del Tepeyac», como lo denominó Juan Pablo II. Fue él precisamente quien confirmó su culto el 6 de mayo de 1990, y lo canonizó el 31 de julio de 2002.