Tribunas

Jóvenes y encuestas

 

José Francisco Serrano Oceja

 

Los jóvenes y las encuestas protagonizaron la atención informativa eclesial los días pasados. De cara al Sínodo de 2018, la Conferencia Episcopal ha hecho una macro-encuesta a los jóvenes, se entiende que a los que están en los ámbitos o círculos de acceso.

Durante esos días, el Observatorio de la Juventud, con la ayuda de la Fundación SM, presentaba un estudio sobre la evolución de la juventud española 1985-2017 en la que la religión ocupa los últimos puestos en los aspectos importantes o muy importantes de la vida.

Según este último estudio, un 40 % de los jóvenes se declara católico, pero hay un descenso considerable, desde 2010, de los que consideran que son miembros de la Iglesia católica y piensan continuar siéndolo. Aumenta además el número de los que opinan que “sin la Iglesia pueden creer en Dios”. Una pregunta, por cierto, que no sé si conlleva un cierto sesgo.

Dos estudios, de diferente naturaleza, metodología, universo y muestra. Uno, a los jóvenes católicos y otro, a los jóvenes en general. Dos estudios que pueden ayudar a una seria reflexión sobre cómo se establece la relación entre Iglesia y propuesta cristiana y universo juvenil. Una relación, la de la Iglesia con los jóvenes que pasa, en gran media, por la relación Iglesia-familia e Iglesia-colegio.

Al margen de la fascinación social del juvelinismo, la relación entre la Iglesia y los jóvenes no debe ser instrumental. Vivimos en la época de las Jornadas Mundiales de la Juventud. En gran medida, la imagen de esa relación está focalizada por esos encuentros masivos de jóvenes con el Papa. Una intuición del Espíritu del Papa Juan Pablo II, un hombre con experiencia cierta en la pastoral juvenil como lo demuestra su biografía.

Es innegable que hay quien, comprendiendo que el éxito de las JMJ no está solo en las JMJ, sino en lo que las precede y en lo que las desarrolla a posteriori, buscan fórmulas complementarias.

Lo que los estudios sociológicos demuestran es que los jóvenes demandan modelos de autenticidad. Es cierto que aumentan los peligros de la polarización ideológica ante la desafección de la realidad. Pero también los es que el idealismo sigue siendo efectivo.

Un Evangelio sin glosa, por tanto. Ese Evangelio de los santos. Un cristianismo sin glosa, alejado de la tentación de convertirse en un puro moralismo.

El sociólogo Bryan S. Turner advirtió hace mucho de los riesgos de un “cristianismo de baja intensidad” en el que se habían reducido al máximo las formas objetivas de vida cristiana. Es como decir que se sustituía la fe por una emoción subjetiva o por una propuesta de valores.

Quizá la tentación sea la de proponer un cristianismo que se reduzca a un humanismo, a una ética, dado que religión y ética se encuentran en la solidaridad. Una tentación muy de nuestro tiempo.

 

José Francisco Serrano Oceja