Editorial ForumLibertas

 

Lo cotidiano y la gran aventura de ser cristiano

 

 

20/12/2017 | por ForumLibertas


 

 

El judaísmo mantuvo viva la unicidad de Dios cuando los demás pueblos lo percibían como fragmentos de su realidad, más o menos acertados. También se produjo una segunda característica derivada de la primera: convirtió al Dios único en Dios de un pueblo, pero no de toda la humanidad, aunque el Antiguo Testamento alcanza a percibir la necesidad de esta condición en su progresiva maduración. El Dios verdadero no puede ser solo el Dios de unos. Toda la dinámica histórica del pueblo judío solo se entiende bajo aquellos dos grandes tensores: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es uno” y la formación de la comunidad de resistencia ante un entorno de pueblos paganos que otorgan al pueblo judío la conciencia de que aquel Dios es solo el Dios de su pueblo.

La fragmentación del hecho divino en otros pueblos no excluye que estos no pudieran captar determinadas manifestaciones de su naturaleza real. En Grecia, la filosofía, sobre todo de Platón y Aristóteles, en Roma aspectos de la ética como en los estoicos, en China y la India los valores de la obediencia y la renuncia, en los pueblos nativos de Norteamérica su respeto por la creación. Pero, precisamente por su fragmentación, ninguno de estos pueblos alcanzó la Alianza con Dios y, con ella, el entendimiento de su unicidad, requerimiento necesario para que la conciencia humana vislumbrara que se trataba de un Dios personal, pero no de una persona humana. Pero este Dios personal y creador no podía quedar limitado en la percepción humana a una sola comunidad. Una vez cumplido el testimonio histórico, Dios debía ser revelado a toda la humanidad. Y ese es un hecho único, extraordinario, que se cumple con Jesucristo cuando Dios se encarna en la historia humana para enseñar que la esencia de Dios y de sus actos es el amor, que por ello el camino para llegar a Él es el amar, y que no estamos condenados a la muerte y desaparición de nuestra autoconciencia, sino a la vida y felicidad eterna en el seguimiento de la persona de Jesucristo, porque Él es la verdad y el camino. El cristianismo muestra la unicidad de Dios, muestra su naturaleza en lo que entendemos como amor de donación, infinito, incansable, y renueva la Alianza, pero ahora con toda la humanidad.

El cristiano es, por tanto, un portador de esta trascendencia y miembro de esta alianza que va mucho más allá de la materialidad humana y se revela como la gran aventura de la humanidad. Es algo grande, magnifico, exultante, épico. La cuestión es si los católicos estamos a la altura del protagonismo inconcebible que Dios nos ha dado, si somos capaces de trasmitirlo. La liturgia es una manifestación de esta magnificencia, como lo era todo el arte cristiano.  Si somos capaces de vivir lo cotidiano sin perder la conciencia de nuestra gran historia y destino, personal y colectivo, o por el contrario practicamos con nuestras vidas el vuelo gallináceo.