Tribunas

Así comienza el cristianismo

 

José Francisco Serrano Oceja

 

Me quedo con la literatura. Perdón, antes los Evangelios, por supuesto. Luego, la literatura. Sin confundir Evangelio con literatura, aunque recursos estilísticos en el Evangelio haya de sobra.

Es lo propio del tiempo de Navidad.

Quizá porque la sensibilidad de los artistas es la mejor sintonía de presentación de la belleza del Misterio en este mundo.

Me quedo con las páginas de Papini, en su “Historia de Cristo”, dedicadas al establo, con su descripción de los pastores o con su reflexión sobre los Reyes y sabios Magos.

Me quedo con esa frase que nos sustrae del mundo de las ensoñaciones hacia el de la realidad, que no hay que confundir con los deseos, aunque no exista plenamente realidad si no satisface el deseo.

Papini. De nuevo. “El primer aposento del único puro entre todos los nacidos de mujer fue el lugar más asqueroso del mundo. El Hijo del Hombre, que había de ser devorado por las bestias que se llaman hombres, tuvo como primera cuna el pesebre en que los animales desmenuzan las flores de la milagrosa la primavera”, escribió.

El primer hogar terreno del Verbo hecho carne, un establo.

Un establo como hogar, calor y color de aquella Navidad, aquella primera Navidad, cuando por primera vez los ojos de dos muchachos, María y José, vieron a Dios. Vieron a Dios. Así comienza el cristianismo. Historia sencilla. Historia que se ha complicado.

Norberto Bobbio, al recibir un premio en la Universidad de Stuttgart, citó a Hegel, el maestro de muchos, por desgracia, en estos tiempos. Citó a un Hegel en una de sus pocas expresiones realistas, cuando dice que la historia de la humanidad no es más que una gran carnicería. La historia de la humanidad, dice san Agustín, tomando el ejemplo de Roma, de la historia de Roma que nace de un fratricidio, va de homicidio en homicidio.

Sin embargo, ahí está Belén. El Portal. Un nacimiento, todo nacimiento. Una historia nueva, distinta que nos distante, que rompe con el tiempo, con nuestro tiempo.

Cuando Romano Guardini intentaba encontrar una razón al misterio de Belén, un amigo le dijo: “El amor tiene estas cosas”. Y añadió el teólogo alemán: “Estas palabras siempre me han ayudado. No es que hayan aclarado mucho la inteligencia, sino que apelan al corazón y permiten presentir el misterio de Dios”.

Feliz Navidad.

 

José Francisco Serrano Oceja