Servicio diario - 21 de enero de 2018


 

Francisco se despide de Perú: "Cuiden la esperanza, permanezcan unidos"
Rosa Die Alcolea

Misa en Lima: "El Señor te invita a caminar con Él en tu ciudad"
Rosa Die Alcolea

Ángelus: El corazón no se puede «photoshopear»
Rosa Die Alcolea

Perú: Santo Toribio, el misionero que "quiso llegar a la otra orilla"
Rosa Die Alcolea

Santos peruanos: "Ayúdanos a ser Iglesia en salida, acercándonos a todos"
Redacción

Vida contemplativa: "Queridas hermanas, la Iglesia las necesita"
Redacción

República Democrática del Congo: El Papa reza por los hermanos africanos
Redacción

Beata Laura Vicuña, 22 de enero
Isabel Orellana Vilches


 

 

21/01/2018-22:30
Rosa Die Alcolea

Francisco se despide de Perú: "Cuiden la esperanza, permanezcan unidos"

(ZENIT — 21 enero 2018).- "Les invito a no tener miedo a ser los santos del siglo XXI. Tienen tantos motivos para esperar... lo he visto, lo he tocado en estos días. Por favor, cuiden la esperanza. Que no se la roben. Permanezcan unidos, los llevo en el corazón", han sido las palabras de Francisco al despedirse de los peruanos.

El Papa ha celebrado la Eucaristía por última vez en su 22° viaje apostólico, el domingo, 21 de enero de 2018. La Misa ha tenido lugar a las 16:15 hora local (22:15 h. en Roma) en la base aérea Las Palmas, en Lima, capital de Perú.

La imagen del Señor de los Milagros ha presidido el altar. Esta antigua pintura de Cristo crucificado resistió al terremoto del año 600 y todos los posteriores, ha recibido la devoción y los pedidos de tantos devotos a lo largo de los años, es por ello que se llama el Señor de los Milagros.

 

1.300.000 personas

Más de 1 millón y 300.00 mil personas han participado en la última celebración eucarística presidida por el Papa Francisco en la base aérea de Las Palmas, en Lima, ha informado el Vaticano.

Una celebración solemne, con música clásica interpretada por una gran orquesta formada por músicos de todas las edades. Varias familias con hijos han llevado las ofrendas al altar para el Santo Padre, y diferentes fieles del país han proclamado las lecturas del Evangelio y el salmo.

 

"Chicos, no se desarraiguen"

El Papa ha insistido en que Perú es "tierra de esperanza" por los jóvenes, "los cuales no son el futuro, son el presente de Perú, a ellos les pido que descubran en la sabiduría de sus abuelos, de sus ancianos, el ADN que guió a sus grandes santos", y les ha pedido a los chicos y chicas que "no se desarraiguen".

"Les invito a no tener miedo a ser los santos del siglo )00. Tienen tantos motivos para esperar... lo he visto, lo he tocado en estos días. Por favor, cuiden la esperanza. Que no se la roben. Permanezcan unidos. Les llevo en el corazón".

Al final de la celebración, el Papa agradeció sus palabras al Card. Cipriani, y dio gracias por la acogida en Perú a los Obispos de Puerto Maldonado y de Trujillo, al Presidente de la Conferencia Episcopal, a sus hermanos, los obispos, y a todos los presentes.

Asimismo, el Papa agradeció a los organizadores, a todos los anónimos que "han hecho posible este viaje", al Presidente Pedro Padre Kuczynski, a las autoridades civiles, y a los miles de voluntarios.

De modo especial, el Santo Padre ha agradecido su trabajo a los arquitectos que han diseñado los 3 altares lugares donde ha celebrado la Santa Misa. "¡Que Dios les conserve el buen gusto!", ha manifestado Francisco.

 

"Una sociedad más honesta"

El Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima, le ha dedicado unas palabras al Pontífice al final de la celebración, especialmente haber visitado Puerto Maldonado y Trujillo, y le ha prometido sus oraciones, junto a la Virgen María, nuestra Madre.

El prelado peruano ha destacado que Francisco nos anima a construir "una sociedad más honesta y transparente, donde la corrupción no impida la atención a todos, especialmente a los más pobres, un santo pueblo de Dios que reclama su dignidad con esperanza y paz".

Así, le ha regalado al Papa un mosaico de los santos peruanos. El Arzobispo de Lima ha comentado que "Son millones los que le han seguido por los medios de
comunicación, a los que le agradecemos mucho por haber llegado a todos los hogares de los peruanos".

 

 

21/01/2018-22:16
Rosa Die Alcolea

Misa en Lima: "El Señor te invita a caminar con El en tu ciudad"

(ZENIT — 21 enero 2018).- "El Reino de los cielos está entre ustedes" es el mensaje de esperanza que Francisco ha querido dejar a los peruanos en la última celebración de este viaje apostólico.

"Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, tu ciudad" —ha invitado el Papa Francisco—. "Jesús invita a involucramos como fermento allí donde estemos, donde nos toque vivir, en ese rinconcito de todos los días".

La homilía del Santo Padre en la última celebración de la Eucaristía de este viaje a Chile y a Perú, el domingo, 21 de enero de 2018, en la base aérea de "Las Palmas", en Lima, ha sido breve y concisa.

El Santo Padre ha indicado que el Reino de los cielos "está allí donde nos animemos a tener un poco de ternura y compasión, donde no tengamos miedo a generar espacios para que los ciegos vean, los paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y los sordos oigan".

 

"Conviértanse"

"¡Alégrate, el Señor está contigo!" El Pontífice ha destacado que el Señor viene a tu encuentro "en medio de los caminos polvorientos de la historia".

El Señor ha llegado hasta Lima —ha anunciado Francisco— hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado "antídoto contra la globalización de la indiferencia". Porque "ante ese Amor, no se puede permanecer indiferentes".

"Conviértanse —ha exhortado el Papa a los fieles peruanos— el Reino de los Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se mezcla vitalmente con su pueblo, se implica e implica a otros a no tener miedo de hacer de esta historia, una historia de salvación".

RD

Sigue el texto completo de la homilía del Santo Padre en Lima.

 

Homilía del Papa Francisco

«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícales el mensaje que te digo» (Jon 3,2). Con estas palabras, el Señor se dirigía a Jonás poniéndolo en movimiento hacia esa gran ciudad que estaba a punto de ser destruida por sus muchos males. También vemos a Jesús en el Evangelio de camino hacia Galilea para predicar su buena noticia (cf. Mc 1,14). Ambas lecturas nos revelan a Dios en movimiento de cara a las ciudades de ayer y de hoy. El Señor se pone en camino: va a Nínive, a Galilea... a Lima, a Trujillo, a Puerto Maldonado... aquí viene el Señor. Se pone en movimiento para entrar en nuestra historia personal y concreta. Lo hemos celebrado hace poco: es el Emmanuel, el Dios que quiere estar siempre con nosotros. Sí, aquí en Lima, o en donde estés viviendo, en la vida cotidiana del trabajo rutinario, en la educación esperanzadora de los hijos, entre tus anhelos y desvelos; en la intimidad del hogar y en el ruido ensordecedor de nuestras calles. Es allí, en medio de los caminos polvorientos de la historia, donde el Señor viene a tu encuentro.

Algunas veces nos puede pasar lo mismo que a Jonás. Nuestras ciudades, con las situaciones de dolor e injusticia que a diario se repiten, nos pueden generar la tentación de huir, de escondernos, de zafar. Y razones, ni a Jonás ni a nosotros nos faltan. Mirando la ciudad podríamos comenzar a constatar que existen «ciudadanos que consiguen los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar —y eso nos alegra—, el problema está en que son muchísimos los “no ciudadanos”, “los ciudadanos a medias” o los “sobrantes urbanos”» [1] que están al borde de nuestros caminos, que van a vivir a las márgenes de nuestras ciudades sin condiciones necesarias para llevar una vida digna y duele constatar que muchas veces entre estos «sobrantes humanos» se encuentran rostros de tantos niños y adolescentes. Se encuentra el rostro del futuro.

Y al ver estas cosas en nuestras ciudades, en nuestros barrios —que podrían ser un espacio de encuentro y solidaridad, de alegría— se termina provocando lo que podemos llamar el síndrome de Jonás: un espacio de huida y desconfianza (cf. Jon 1,3). Un espacio para la indiferencia, que nos transforma en anónimos y sordos ante los demás, nos convierte en seres impersonales de corazón cauterizado y, con esta actitud, lastimamos el alma del pueblo, de este pueblo noble. Como nos lo señalaba Benedicto XVI, «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. […] Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana». [2]

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. A diferencia de Jonás, Jesús, frente a un acontecimiento doloroso e injusto como fue el arresto de Juan, entra en la ciudad, entra en Galilea y comienza desde ese pequeño pueblo a sembrar lo que sería el inicio de la mayor esperanza: El Reino de Dios está cerca, Dios está entre nosotros. Y el Evangelio mismo nos muestra la alegría y el efecto en cadena que esto produce: comenzó con Simón y Andrés, después Santiago y Juan (cf. Mc 1,14-20) y, desde esos días, pasando por santa Rosa de Lima, santo Toribio, san Martín de Porres, san Juan Macías, san Francisco Solano, ha llegado hasta nosotros anunciado por esa nube de testigos que han creído en Él. Ha llegado hasta Lima, hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un renovado antídoto contra la globalización de la indiferencia. Porque ante este Amor, no se puede permanecer indiferentes.

Jesús invitó a sus discípulos a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad: el amor a Dios y al prójimo; y lo hace de la única manera que lo puede hacer, a la manera divina: suscitando la ternura y el amor de misericordia, suscitando la compasión y abriendo sus ojos para que aprendan a mirar la realidad a la manera divina. Los invita a generar nuevos lazos, nuevas alianzas portadoras de eternidad.

Jesús camina la ciudad con sus discípulos y comienza a ver, a escuchar, a prestar atención a aquellos que habían sucumbido bajo el manto de la indiferencia, lapidados por el grave pecado de la corrupción. Comienza a develar muchas situaciones que asfixiaban la esperanza de su pueblo suscitando una nueva esperanza. Llama a sus discípulos y los invita a ir con Él, los invita a caminar la ciudad, pero les cambia el ritmo, les enseña a mirar lo que hasta ahora pasaban por alto, les señala nuevas urgencias. Conviértanse, les dice, el Reino de los Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se mezcla vitalmente con su pueblo, se implica e implica a otros a no tener miedo de hacer de esta historia, una historia de salvación (cf. Mc 1,15.21 y ss.).

Jesús sigue caminando por nuestras calles, sigue al igual que ayer golpeando puertas, golpeando corazones para volver a encender la esperanza y los anhelos: que la degradación sea superada por la fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad y la violencia callada con las armas de la paz. Jesús sigue invitando y quiere ungirnos con su Espíritu para que también nosotros salgamos a ungir con esa unción, capaz de sanar la esperanza herida y renovar nuestra mirada.

Jesús sigue caminando y despierta la esperanza que nos libra de conexiones vacías y de análisis impersonales e invita a involucramos como fermento allí donde estemos, donde nos toque vivir, en ese rinconcito de todos los días. El Reino de los cielos está entre ustedes —nos dice— está allí donde nos animemos a tener un poco de ternura y compasión, donde no tengamos miedo a generar espacios para que los ciegos vean, los paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y los sordos oigan (cf. Lc 7,22) y así todos aquellos que dábamos por perdidos gocen de la Resurrección. Dios no se cansa ni se cansará de caminar para llegar a sus hijos. A cada uno. ¿Cómo encenderemos la esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y valientes testigos?

Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, te invita a caminar con Él tu ciudad. Te invita a que seas su discípulo misionero, y así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando en los distintos rincones de nuestra vida: ¡Alégrate, el Señor está contigo!

 

[1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.

[2] Carta enc. Spe salvi, 38.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

21/01/2018-17:30
Rosa Die Alcolea

Ángelus: El corazón no se puede «photoshopear»

(ZENIT — 21 enero 2018).- "No te maquilles el corazón", ha aconsejado el Papa a los jóvenes peruanos.

"Cuando Jesús nos mira, no piensa en lo perfectos que somos, sino en todo el amor que tenemos en el corazón para brindar y servir a los demás", ha indicado Francisco.

"¿Cuánto amor tengo yo en mi corazón?", ha preguntado el Santo Padre.

Francisco ha rezado el Ángelus con miles de jóvenes en una abarrotada Plaza de Armas, en la capital de Perú, este domingo, 21 de enero de 2018.

 

El corazón no se puede «photoshopear»

"Sé que es muy lindo ver las fotos arregladas digitalmente —ha explicado el Pontífice—pero eso sólo sirve para las fotos, no podemos hacerle «photoshop» a los demás, a la realidad, ni a nosotros".

Así, el Papa ha hecho reflexionar a los jóvenes peruanos: "Hay fotos que son muy lindas, pero están todas trucadas, y déjenme decirles que el corazón no se puede « photoshopear», porque ahí es donde se juega el amor verdadero, ahí se juega la felicidad y ahí mostrás lo que sos: ¿cómo es tu corazón?".

El Papa ha animado a los jóvenes: "Hay momentos donde pueden sentir que se quedan sin poder realizar el deseo de sus vidas, de sus sueños. Todos hemos pasado situaciones así. Queridos amigos, en esos momentos donde parece que se apaga la fe no se olviden que Jesús está a su lado. ¡No se den por vencidos, no pierdan la esperanza!".

RD

Estas son las palabras del Papa Francisco a los jóvenes antes de rezar el Ángelus (algunas improvisadas).

 

Palabras del Papa Francisco

Queridos jóvenes: Me alegra poder reunirme con ustedes. Estos encuentros para mí son muy importantes y más en este año en el cual nos preparamos para el Sínodo sobre los jóvenes. Sus rostros, sus búsquedas, sus vidas, son importantes para la Iglesia y debemos darle la importancia que se merecen y tener la valentía que tuvieron muchos jóvenes de esta tierra que no se asustaron de amar y jugar su vida por Jesús.

¡Queridos amigos, cuántos ejemplos tienen ustedes! Pienso en san Martín de Porres. Nada le impidió a ese joven cumplir sus sueños, nada le impidió gastar su vida por los demás, nada le impidió amar y lo hizo porque había experimentado que el Señor lo había amado primero. Así como era: mulato, y teniendo que enfrentar muchas privaciones. A los ojos humanos, o de sus amigos, parecía que tenía todo para «perder» pero él supo hacer algo que sería el secreto de su vida: confiar. Confiar en el Señor que lo amaba, ¿ y saben por qué? Porque el Señor había confiado primero en él; como confía en cada uno de ustedes y no se cansará nunca de confiar. A cada uno de nosotros el Señor nos confía algo, y la respuesta es confiar en Él. Cada uno de ustedes piense ahora en su corazón: qué me confió el Señor? ¿Qué me confió el Señor? Cada uno piense... ¿Qué tengo en mi corazón que me confió el Señor?
Me podrán decir: pero hay veces que se vuelve muy difícil. Los entiendo. En esos momentos pueden venir pensamientos negativos, sentir que hay muchas situaciones que se nos vienen encima y pareciera que nos vamos quedando «fuera del mundial»; pareciera que nos van ganando. Pero no es así, aun en los momentos en que ya se nos viene la descalificación seguir confiando.

Hay momentos donde pueden sentir que se quedan sin poder realizar el deseo de sus vidas, de sus sueños. Todos pasamos por situaciones así. En esos momentos donde parece que se apaga la fe no se olviden que Jesús está a su lado. ¡No se den por vencidos, no pierdan la esperanza! No se olviden de los santos que desde el cielo nos acompañan; acudan a ellos, recen y no se cansen de pedir su intercesión. Esos santos de ayer pero también de hoy: esta tierra tiene muchos, porque es una tierra «ensantada». Perú es una tierra "ensantada". Busquen la ayuda y el consejo de personas que ustedes saben que son buenas para aconsejar porque sus rostros muestran alegría y paz. Déjense acompañar por ellas y así andar el camino de la vida.

Pero hay algo más: Jesús quiere verlos en movimiento. A vos te quiere ver llevar adelante tus ideales, y que te animes a seguir sus instrucciones. Él los llevará por el camino de las bienaventuranzas, un camino nada fácil pero apasionante, es un camino que no se puede recorrer sólo, hay que recorrerlo en equipo, donde cada uno puede colaborar con lo mejor de sí. Jesús cuenta contigo como lo hizo hace mucho tiempo con santa Rosa de Lima, santo Toribio, san Juan Macías, san Francisco Solano y tantos otros. Y hoy te pregunta a vos si, al igual que ellos: ¿estás dispuesto, estás dispuesta a seguirlo? [Responden: "Si"] ¿Hoy, mañana, vas a estar dispuesto o dispuesta a
seguirlo? [Responden: "Si"] ¿Y dentro de una semana? [responden: "También"] No estés tan seguro, no estés tan segura. Mirá, si querés estar dispuesto a seguirlo, pedíle a Él que te prepare el corazón para estar dispuesto a seguirlo, ¿está claro?

Queridos amigos, el Señor los mira con esperanza, nunca se desanima de nosotros. A veces a nosotros nos pasa que nos desanimamos de un amigo, de una amiga porque nos parecía bueno y después vimos que no era tanto, y bueno, nos desanimamos y lo dejamos de lado. Jesús nunca se desanima, nunca. "Padre, pero si usted supiera las cosas que yo hago..., yo digo una cosa pero hago otra, mi vida no es del todo limpia...". Así y todo Jesús no se desanima de vos. Y ahora, hagamos un poco de silencio. Cada uno mire en su corazón cómo es la propia vida, la mira en el corazón y vas a encontrar que por momentos hay cosas buenas, que por momentos hay cosas que no son tan buenas, y así y todo, Jesús no se desanima de vos. Y desde tu corazón decíle: "Gracias, Jesús, gracias porque viniste para acompañarme aun cuando estaba en las malas, gracias Jesús". Se lo decimos todos: "Gracias, Jesús "Gracias, Jesús" (Repiten)

Es muy lindo ver las fotos arregladas digitalmente, pero eso sólo sirve para las fotos, no podemos hacerle «photoshop» a los demás, a la realidad, ni a nosotros. Los filtros de colores y la alta definición sólo andan bien en los videos, pero nunca podemos aplicárselos a los amigos. Hay fotos que son muy lindas, pero están todas trucadas, y déjenme decirles que el corazón no se puede «photoshopear», porque ahí es donde se juega el amor verdadero, ahí se juega la felicidad y ahí mostrás lo que sos: ¿cómo es tu corazón?.

Jesús no quiere que te «maquillen» el corazón; Él te ama así como eres y tiene un sueño para realizar con cada uno de ustedes. No se olviden: Él no se desanima de nosotros. Y si ustedes se desaniman los invito a agarrar la Biblia y acordarse y leer ahí los amigos que Jesús eligió, que Dios eligió:

Moisés era tartamudo; Abrahán, un anciano; Jeremías, era muy joven; Zaqueo, un petizo; los discípulos, cuando Jesús les decía que tenían que rezar, se dormían; la Magdalena, una pecadora pública; Pablo, un perseguidor de cristianos; y Pedro, lo negó, después lo hizo Papa, pero lo negó... y así podríamos seguir esa lista. Jesús te quiere como sos, así como quiso como eran a estos sus amigos, con sus defectos, con ganas de corregirse, pero así como sos, así te ama el Señor. No te maquilles, no te maquilles el corazón, pero mostrate delante de Jesús como sos para que Él te pueda ayudar a progresar en la vida.

Cuando Jesús nos mira, no piensa en lo perfecto somos, sino en todo el amor que tenemos en el corazón para brindar y para seguirlo a Él. Para Él eso es lo importante, eso lo más grande, ¿cuánto amor tengo yo en mi corazón? Y esa pregunta quiero que la hagamos también a nuestra Madre: "Madre, querida Virgen María, mirá el amor que tengo en el corazón, ¿es poco?, ¿es mucho?, no sé si es amor".

Y tengan por seguro que Ella los acompañará en todos los momentos de su vida, en todas las encrucijadas de sus caminos, especialmente cuando tengan que tomar decisiones importantes. ¡No se desanimen, no se desanimen, vayan adelante, todos juntos! ¡Porque la vida vale la pena vivirla con la frente alta! Que Dios los bendiga.

Estamos en la Plaza Mayor de Lima, un lugar chiquito en una ciudad relativamente chiquita del mundo, pero el mundo es mucho más grande y está lleno de ciudades y de pueblos, y está lleno de problemas, y está lleno de guerras. Y hoy me llegan noticias muy preocupantes desde la República Democrática del Congo. Pensemos en el Congo. En estos momentos, desde esta plaza y con todos estos jóvenes, pido a las autoridades, a los responsables y a todos en ese amado país que pongan su máximo empeño y esfuerzo a fin de evitar toda forma de violencia y buscar soluciones en favor del bien común. Todos juntos, en silencio, rezamos por esta intención, por nuestros hermanos de la República Democrática del Congo.

Angelus

 

 

21/01/2018-16:44
Rosa Die Alcolea

Perú: Santo Toribio, el misionero que "quiso llegar a la otra orilla"

(ZENIT — 21 enero 2018)-. El Papa Francisco ha reflexionado con sus hermanos, los obispos de Perú, sobre "Santo Toribio, el hombre que quiso llegar a la otra orilla".

Francisco se ha encontrado con 60 prelados peruanos en el Palacio Arzobispal de Lima, el domingo, 21 de enero de 2018, a las 10:20 horas (16:20 horas en Roma).

"Detrás de santo Toribio hay una gran multitud de personas, que es el pueblo fiel que sigue a su pastor en la tarea de la evangelización", Francisco ha mostrado al patrón del Episcopado Hispanoamericano como el «nuevo Moisés», tal y como lo representan.

En primer lugar, Francisco ha explicado que el santo español quiso llegar a la otra orilla "en busca de los lejanos y dispersos". Y para ello, "tuvo que dejar la comodidad del obispado y recorrer el territorio confiado, en continuas visitas pastorales, tratando de llegar y estar allí donde se lo necesitaba".

Así, Santo Toribio, Arzobispo de Lima, llegó a la otra orilla "no sólo geográfica sino cultural". Fue así como promovió por muchos medios una evangelización en la lengua nativa, ha indicado el Santo Padre.

Del mismo modo, el misionero "quiso llegar a la otra orilla" de la caridad, de la formación de sus sacerdotes, y de la unidad. "Promovió de manera admirable y profética la formación e integración de espacios de comunión y participación entre los distintos integrantes del Pueblo de Dios", ha subrayado Francisco.

Por último, a santo Toribio le llegó el momento de cruzar hacia la orilla definitiva, y no lo hizo solo, lo hizo junto a su pueblo, ha señalado el Papa.

 

Cercanía a los hermanos de la Selva

Al comenzar el acto, han saludado al Santo Padre el Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima, y Mons. Salvador Piñeiro, Arzobispo de Ayacucho, y Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana. Este último ha agradecido al Papa su "cercanía con los hermanos de la Selva" y la convocatoria de un Sínodo especial para la Amazonia.

Después del discurso del Papa ha habido tiempo para que los obispos hicieran preguntas, para estar juntos e intercambiar impresiones.

Los obispos del Vicariato apostólico de Puerto Maldonado han aprovechado para hacerse una foto con el Papa, y uno de los obispos ha preguntado a Francisco por su experiencia en Puerto Maldonado, en su encuentro con los indígenas de la Amazonía, y el Santo Padre ha destacado que quiso comenzar con ellos su visita a Perú.

RD

A continuación sigue el discurso que el Papa ha pronunciado a sus hermanos, los obispos de Perú.

 

Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos en el episcopado:

Gracias por las palabras que me han dirigido el señor Cardenal Arzobispo de Lima, y el Señor Presidente de la Conferencia Episcopal en nombre de todos los presentes. Deseaba estar aquí con ustedes. Mantengo un vivo recuerdo de su visita ad limina del año pasado.

Los días transcurridos entre ustedes han sido muy intensos y gratificantes. Pude escuchar y vivir las distintas realidades que conforman estas tierras y compartir de cerca la fe del santo Pueblo fiel de Dios, que nos hace tanto bien. Gracias por la oportunidad de poder «tocar» la fe del Pueblo, que Dios les ha confiado.

El lema de este viaje nos habla de unidad y de esperanza. Es un programa arduo, pero a la vez provocador, que nos evoca las proezas de santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de esta Sede y patrono del episcopado latinoamericano, un ejemplo de «constructor de unidad eclesial», como lo definió mi predecesor san Juan Pablo II en su primer Viaje Apostólico a esta tierra.[1]

Es significativo que este santo Obispo sea representado en sus retratos como un «nuevo Moisés». Como saben, se custodia en el Vaticano un cuadro en el que aparece santo Toribio atravesando un río caudaloso, cuyas aguas se abren a su paso como si se tratase del mar Rojo, para que pudiera llegar a la otra orilla donde lo espera un numeroso grupo de nativos. Detrás de santo Toribio hay una gran multitud de personas, que es el pueblo fiel que sigue a su pastor en la tarea de la evangelización.[2] Esta hermosa imagen me «da pie» para centrar en ella mi reflexión con ustedes. Santo Toribio, el hombre que quiso llegar a la otra orilla.

Lo vemos desde el momento en que asume el mandato de venir a estas tierras con la misión de ser padre y pastor. Dejó terreno seguro para adentrarse en un universo totalmente nuevo, desconocido y desafiante. Fue hacia una tierra prometida guiado por la fe como «garantía de los bienes que se esperan» (Hb 11,1). Su fe y su confianza en el Señor lo impulsó, e impulsará a lo largo de toda su vida a llegar a la otra orilla, donde Él lo esperaba en medio de una multitud.

1. Quiso llegar a la otra orilla en busca de los lejanos y dispersos. Para eso tuvo que dejar la comodidad del obispado y recorrer el territorio confiado, en continuas visitas pastorales, tratando de llegar y estar allí donde se lo necesitaba, y ¡cuánto se lo necesitaba! Iba al encuentro de todos por caminos que, al decir de su secretario, eran más para las cabras que para las personas. Tenía que enfrentar los más diversos climas y geografías, «de 22 años de episcopado, 18 los pasó fuera de su ciudad recorriendo por tres veces su territorio».[3] Sabía que esta era la única forma de pastorear: estar cerca proporcionando los auxilios divinos, exhortación que también realizaba continuamente a sus presbíteros. Pero no lo hacía de palabra sino con su testimonio, estando él mismo en la primera línea de la evangelización. Hoy le llamaríamos un Obispo «callejero». Un obispo con suelas gastadas por andar, por recorrer, por salir al encuentro para «anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie».[4] ¡Cómo sabía esto santo Toribio! Sin miedo y sin asco se adentró en nuestro continente para anunciar la buena nueva.

2. Quiso llegar a la otra orilla no sólo geográfica sino cultural. Fue así como promovió por muchos medios una evangelización en la lengua nativa. Con el tercer Concilio Limense, procuró que los catecismos fueran realizados y traducidos en quechua y aymara. Impulsó al clero a que estudiara y conociera el idioma de los suyos para poder administrarles los sacramentos de forma comprensible. Visitando y viviendo con su Pueblo se dio cuenta de que no alcanzaba llegar tan sólo físicamente, sino que era necesario aprender a hablar el lenguaje de los otros, sólo así, llegaría el Evangelio a ser entendido y penetrar en el corazón. ¡Cuánto urge esta visión para nosotros, pastores del siglo XXI!, que nos toca aprender un lenguaje totalmente nuevo como es el digital, por citar un ejemplo. Conocer el lenguaje actual de nuestros jóvenes, de nuestras familias, de los niños... Como bien supo verlo santo Toribio, no alcanza solamente llegar a un lugar y ocupar un territorio, es necesario poder despertar procesos en la vida de las personas para que la fe arraigue y sea significativa. Y para eso tenemos que hablar su lengua. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades y de nuestros pueblos.[5] La evangelización de la cultura nos pide entrar en el corazón de la cultura misma para que ésta sea iluminada desde adentro por el Evangelio.

3. Quiso llegar a la otra orilla de la caridad. Para nuestro patrono la evangelización no podía darse lejos de la caridad. Porque sabía que la forma más sublime de la evangelización era plasmar en la propia vida la entrega de Jesucristo por amor a cada uno de los hombres. Los hijos de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano (cf. 1 Jn 3,10). En sus visitas pudo constatar los abusos y los excesos que sufrían las poblaciones originarias, y así no le tembló el pulso, en 1585, cuando excomulgó al corregidor de Cajatambo, enfrentándose a todo un sistema de corrupción y tejido de intereses que «arrastraba la enemistad de muchos», incluyendo al Virrey.[6] Así nos muestra al pastor que sabe que el bien espiritual no puede nunca separarse del justo bien material y tanto más cuando se pone en riesgo la integridad y la dignidad de las personas. Profecía episcopal que no tiene miedo a denunciar los abusos y excesos que se cometen frente a su pueblo. Y de este modo logra recordar al interno de la sociedad y de sus comunidades que la caridad siempre va acompañada de la justicia y no hay auténtica evangelización que no anuncie y denuncie toda falta contra la vida de nuestros hermanos, especialmente de los más vulnerables.

4. Quiso llegar a la otra orilla en la formación de sus sacerdotes. Fundó el primer seminario postconciliar en esta zona del mundo, impulsando de esta manera la formación del clero nativo. Entendió que no bastaba llegar a todos lados y hablar la misma lengua, era necesario que la Iglesia pudiera engendrar a sus propios pastores locales y así se convirtiera en madre fecunda. Para ello defendió la ordenación de los mestizos —cuando estaba muy discutida la misma— buscando alentar y estimular a que el clero, si se tenía que diferenciar en algo, era por la santidad de sus pastores y no por la procedencia racial.[7] Y esta formación no se limitaba solamente al estudio en el seminario, sino que proseguía en las continuas visitas que les realizaba. Allí podía ver de primera mano el «estado de sus curas», preocupándose por ellos. Cuenta la leyenda que en las vísperas de Navidad su hermana le regaló una camisa para que la estrenara en las fiestas. Ese día fue a visitar a un cura y al ver la situación en que vivía, se sacó su camisa y se la entregó.[8] Es el pastor que conoce a sus sacerdotes. Busca alcanzarlos, acompañarlos, estimularlos, amonestarlos —le recordó a sus curas que eran pastores y no comerciantes y por lo tanto, habrían de cuidar y defender a los indios como a hijos—.[9] Pero no lo hace desde «el escritorio», y así puede conocer a sus ovejas y ellas reconocen en su voz, la voz del Buen Pastor.

5. Quiso llegar a la otra orilla, la de la unidad. Promovió de manera admirable y profética la formación e integración de espacios de comunión y participación entre los distintos integrantes del Pueblo de Dios. Así lo señaló san Juan Pablo II cuando, en estas tierras, hablándole a los obispos decía: «El tercer Concilio Limense es el resultado de ese esfuerzo, presidido, alentado y dirigido por santo Toribio, y que fructificó en un precioso tesoro de unidad en la fe, de normas pastorales y organizativas a la vez que en válidas inspiraciones para la deseada integración latinoamericana».[10] Bien sabemos, que esta unidad y consenso fue precedida de grandes tensiones y conflictos. No podemos negar las tensiones, las diferencias visibles; es imposible una vida sin conflictos. Estos nos exigen, si somos hombres y cristianos, mirarlos de frente, asumirlo. Pero asumirlo en unidad, en diálogo honesto y sincero, mirándonos a la cara y cuidándonos de caer en tentación, o de ignorar lo que pasó o quedar prisioneros y sin horizontes que ayuden a encontrar caminos que sean de unidad y de vida. Resulta inspirador, en nuestro camino de Conferencia Episcopal, recordar que la unidad siempre prevalecerá sobre el conflicto.[11] Queridos hermanos, trabajen para la unidad, no se queden presos de divisiones que parcializan y reducen la vocación a la que hemos sido llamados: ser sacramento de comunión. No se olviden que lo que atraía de la Iglesia primitiva era ver cómo se amaban. Esa era, es y será la mejor evangelización.

6. A santo Toribio le llegó el momento de cruzar hacia la orilla definitiva, hacia esa tierra que lo esperaba y que iba degustando en su continuo dejar la orilla. Este nuevo partir, no lo hacía solo. Al igual que el cuadro que les comentaba al inicio, iba al encuentro de los santos seguido de una gran muchedumbre a sus espaldas. Es el pastor que ha sabido cargar «su valija» con rostros y nombres. Ellos eran su pasaporte al cielo. Y fue tan así que no quisiera dejar de lado el acorde final, el momento en que el pastor entregaba su alma a Dios. Lo hizo en un caserío junto a su pueblo y un aborigen le tocaba la chirimía para que el alma de su pastor se sintiera en paz. Ojalá, hermanos, que cuando tengamos que emprender el último viaje podamos vivir estas cosas. Pidamos al Señor que nos lo conceda.[12]

Recemos juntos, y recen por mí.

 

[1] Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.

[2] Cf. Milagro de santo Toribio, Pinacoteca vaticana.

[3] Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).

[4] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23.

[5] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.

[6] Cf. Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.

[7] Cf. José Antonio Benito Rodríguez, Santo Toribio de Mogrovejo, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, 178.

[8] Cf. ibíd., 180.

[9] Cf. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.

[10] Juan Pablo II, Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.

[11] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-230.

[12] Cf. Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).

© Librería Editorial Vaticano

 

 

21/01/2018-19:33
Redacción

Santos peruanos: "Ayúdanos a ser Iglesia en salida, acercándonos a todos"

(ZENIT — 21 enero 2018).- El primer Papa americano ha rezado ante las reliquias de los santos peruanos en la Catedral de San Juan Apóstol y Evangelista, en Lima.

A las 10:30 horas, tras visitar el Santuario del Señor de los Milagros en Lima, el Santo Padre ha querido permanecer un momento orando antes los restos de los santos del país: Santa Rosa de Lima, san Martín de Porres, santo Toribio de Mogrovejo, san Francisco Solano y san Juan Macías.

Cerca de 2.500 fieles estaban presentes en el templo catedralicio— informa la Santa Sede— entre los que había sacerdotes, religiosos, seminaristas, miembros de movimientos eclesiales y agentes de pastoral.

El Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne ha acompañado al Pontífice en su visita, y también los sacerdotes del Capítulo de la Catedral Metropolitana.

El Papa Francisco ha rezado una oración delante de las reliquias de estos santos peruanos y ha depositado unas flores ante las urnas de los santos.

 

Oración del Papa Francisco

Dios y Padre nuestro,
que por medio de Jesucristo
has instituido tu Iglesia
sobre la roca de los Apóstoles,
para que guiada por el Espíritu Santo
sea en el mundo signo e instrumento
de tu amor y misericordia,
te damos gracias por los dones
que has obrado en nuestra Iglesia en Lima.

Te agradecemos de manera especial
la santidad florecida en nuestra tierra.
Nuestra Iglesia arquidiocesana,
fecundada por el trabajo apostólico
de santo Toribio de Mogrovejo;
engrandecida por la oración,
penitencia y caridad de santa Rosa de Lima
y san Martín de Porres;
adornada por el celo misionero
de san Francisco Solano
y el servicio humilde de san Juan Macías;
bendecida por el testimonio de vida cristiana
de otros hermanos fieles al Evangelio,
agradece tu acción en nuestra historia
y te suplica ser fiel a la herencia recibida.

Ayúdanos a ser Iglesia en salida,
acercándonos a todos,
en especial a los menos favorecidos;
enséñanos a ser discípulos misioneros
de Jesucristo, el Señor de los Milagros,
viviendo el amor, buscando la unidad
y practicando la misericordia
para que, protegidos por la intercesión
de Nuestra Señora de la Evangelización,
vivamos y anunciemos al mundo
el gozo del Evangelio.

 

 

21/01/2018-18:54
Redacción

Vida contemplativa: "Queridas hermanas, la Iglesia las necesita"

(ZENIT — 21 enero 2018).- "La vida de clausura no encierra ni encoge el corazón sino que lo ensancha ¡Ay! de la monja que tiene el corazón encogido", ha dicho el Papa Francisco.

Homilía del Papa Francisco a las religiosas carmelitas de vida contemplativa en el Santuario del Señor de los Milagros, el domingo 21 de enero de 2018, en Lima, el último día del Pontífice en Perú.

"El amor ensancha el corazón" —les ha dicho el Papa— y por tanto con el Señor vamos adelante, porque "él nos hace capaz de sentir de un modo nuevo el dolor, el sufrimiento, la frustración, la desventura de tantos hermanos que son víctimas en esta «cultura del descarte» de nuestro tiempo".

"Un camino privilegiado que tienen ustedes para renovar esta certeza es la vida de oración, oración comunitaria y personal", les ha asegurado al Papa.

"Si alguna está media flojita y se le apagó el fueguito del amor, ¡pídalo!, ¡pídalo!. Es un regalo de Dios amor poder amar", señalado el Santo Padre.

 

Oración misionera

"La oración es el núcleo de vuestra vida consagrada, vuestra vida contemplativa, y es el modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe, y como bien nos decía la Madre Soledad, es una oración siempre misionera", ha indicado Francisco.

RD

Sigue el texto de la homilía del Papa Francisco, en el Santuario del Señor de los Milagros.

 

Homilía del Papa Francisco

Queridas hermanas de los diversos monasterios de vida contemplativa:

¡Qué bueno es estar aquí, en este Santuario del Señor de los Milagros, tan frecuentado por los peruanos, para pedirle su gracia y para que nos muestre su cercanía y su misericordia! Él, que es «faro que guía, que nos ilumina con su amor divino». Al verlas a ustedes aquí, me viene un mal pensamiento: que aprovecharon para salir del convento un rato y dar un paseíto. Gracias, Madre Soledad, por sus palabras de bienvenida, y a todas ustedes que desde el silencio del claustro caminan siempre a mi lado. Y también —me lo van a permitir porque me toca el corazón — desde aquí mandar un saludo a mis cuatro Carmelos de Buenos Aires. También a ellas las quiero poner ante el Señor de los Milagros, porque ellas me acompañaron en mi ministerio en aquella diócesis, y quiero que estén aquí para que el Señor las bendiga. No se ponen celosas, ¿no? [Responden: "No"]

Escuchamos las palabras de san Pablo, recordándonos que hemos recibido el espíritu de adopción filial que nos hace hijos de Dios (cf. Rm 8,15-16). Esas pocas palabras condensan la riqueza de toda vocación cristiana: el gozo de sabernos hijos. Esta es la experiencia que sustenta nuestras vidas, la cual quiere ser siempre una respuesta agradecida a ese amor. ¡Qué importante es renovar día a día este gozo! Sobre todo en los momentos en que el gozo parece que se fue o el alma está nublada o hay cosas que no se entienden; ahí volverlo a pedir y renovar: "Soy hija, soy hija de Dios".

Un camino privilegiado que tienen ustedes para renovar esta certeza es la vida de oración, oración comunitaria y personal. La oración es el núcleo de vuestra vida consagrada, vuestra vida contemplativa, y es el modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe, y como bien nos decía la Madre Soledad, es una oración siempre misionera. No es una oración que rebota en los muros del convento y vuelve para atrás, no, es una oración que va y sale, y sale...

La oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las variadas circunstancias en que se encuentran y rezar para que no les falte el amor y la esperanza. Así lo decía santa Teresita del Niño Jesús: «Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase el amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno... En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor» [1]. Ojalá que cada una de ustedes pueda decir esto. Si alguna está media flojita y se le apagó el fueguito del amor, ¡pídalo!, ¡pídalo!. Es un regalo de Dios amor poder amar.

¡Ser el amor! Es saber estar al lado del sufrimiento de tantos hermanos y decir con el salmista: «En el peligro grité al Señor, y me escuchó, poniéndome a salvo» (Sal 117,5). Así vuestra vida en clausura logra tener un alcance misionero y universal y «un papel fundamental en la vida de la Iglesia. Rezan e interceden por muchos hermanos y hermanas presos, emigrantes, refugiados y perseguidos; por tantas familias heridas, por las personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por las víctimas de dependencias, por no citar más que algunas situaciones que son cada día más urgentes. Ustedes son como aquellos amigos que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo sanara (cf. Mc 2,1-12). No tenían vergüenza, eran "sin vergüenza", pero bien dicho. No tuvieron vergüenza de hacer un agujero en el techo y bajar al paralítico. Sean "sin vergüenza", no tengan vergüenza de hacer con la oración que la miseria de los hombres se acerque al poder de Dios. Esa es la oración vuestra. Por la oración, día y noche, acercan al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su misericordia sanadora, mientras que Él los espera para llenarlos de gracias. Por vuestra oración ustedes curan las llagas de tantos hermanos» [2].

Por eso mismo podemos afirmar que la vida de clausura no encierra ni encoge el corazón sino que lo ensancha ¡Ay! de la monja que tiene el corazón encogido. Por favor, busquen remedio. No se puede ser monja contemplativa con el corazón encogido. Que vuelva a respirar, que vuelva a ser un corazón grande. Además, las monjas encogidas son monjas que han perdido la fecundidad y no son madres; se quejan de todo, no sé, amargadas, siempre están buscando un "tiquismiquis" para quejarse. La santa Madre [Teresa di Gesú] decía: «!Ay! de la monja que dice: "hiciéronme sin razón, me hicieron una injusticia". En el convento no hay lugar para las "coleccionistas de injusticias", sino hay lugar para aquellas que abren el corazón y saben llevar la cruz, la cruz fecunda, la cruz del amor, la cruz que da vida.

El amor ensancha el corazón, y por tanto con el Señor vamos adelante, porque él nos hace capaz de sentir de un modo nuevo el dolor, el sufrimiento, la frustración, la desventura de tantos hermanos que son víctimas en esta «cultura del descarte» de nuestro tiempo. Que la intercesión por los necesitados sea la característica de vuestra plegaria. Con los brazos en alto como Moisés, con el corazón así hendido, pidiendo... Y cuando sea posible ayúdenlos, no sólo con la oración, sino también con el servicio concreto. Cuántos conventos de ustedes, sin faltar la clausura, respetando el silencio, en algunos momentos de locutorio pueden hacer tanto bien.

La oración de súplica que se hace en sus monasterios sintoniza con el Corazón de Jesús que implora al Padre para que todos seamos uno, así el mundo creerá (cf. Jn 17,21). ¡Cuánto necesitamos de la unidad en la Iglesia! Que todos sean uno. ¡Cuánto necesitamos que los bautizados sean uno, que los consagrados sean uno, que los sacerdotes sean uno, que los obispos sean uno! ¡Hoy y siempre! Unidos en la fe. Unidos por la esperanza. Unidos por la caridad. En esa unidad que brota de la comunión con Cristo que nos une al Padre en el Espíritu y, en la Eucaristía, nos une unos con otros en ese gran misterio que es la Iglesia. Les pido, por favor, que recen mucho por la unidad de esta amada Iglesia peruana porque está tentada de desunión. A ustedes le encomiendo la unidad, la unidad de la Iglesia, la unidad de los agentes pastorales, de los consagrados, del clero y de los obispos. El demonio es mentiroso y, además, es chismoso, le encanta andar llevando de un lado para otro, busca dividir, quiere que en la comunidad unas hablen mal de las otras. Esto lo dije muchas veces, así que me repito: ¿saben lo que es la monja chismosa? Es terrorista, peor que los de Ayacucho hace años, peor, porque el chisme es como una bomba, entonces va y "suif, suiff suiff" como el demonio, tira la bomba, destruye y se va tranquila. Monjas terroristas no, sin chismes. Ya saben que el mejor remedio para no chismeares morderse la lengua. La enfermera va a tener trabajo porque se les va a inflamar la lengua, pero no tiraron la bomba. O sea, que no haya chismes en el convento, porque eso lo inspira el demonio, porque es chismoso por naturaleza y es mentiroso. Y acuérdense de los terroristas de Ayacucho cuando tengan ganas de pasar un chisme.

Esfuércense en la vida fraterna, haciendo que cada monasterio sea un faro que pueda iluminar en medio de la desunión y la división. Ayuden a profetizar que esto es posible. Que todo aquel que se acerque a ustedes pueda pregustar la bienaventuranza de la caridad fraterna, tan propia de la vida consagrada y tan necesitada en el mundo de hoy y en nuestras comunidades.

Cuando se vive la vocación en fidelidad, la vida se hace anuncio del amor de Dios. Les pido que no dejen de dar ese testimonio. En esta Iglesia de Nazarenas Carmelitas Descalzas, me permito recordar las palabras de la Maestra de vida espiritual, santa Teresa de Jesús: «Si pierden la guía, que es el buen Jesús, nunca acertarán el camino». Siempre detrás de Él. "Ay, padre, pero a veces Jesús termina en el Calvario". Pues andá vos ahí también, que ahí también te espera, porque te quiere. «Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede nadie ir al Padre sino por Él» [3].

Queridas hermanas, sepan una cosa: ¡la Iglesia no las tolera a ustedes, las necesita! La Iglesia las necesita. Con su vida fiel sean faros e indiquen a Aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia [4].

Recen por la Iglesia, recen por los pastores, por los consagrados, por las familias, por los que sufren, por los que hacen daño y destruyen tanta gente, por los que explotan a sus hermanos. Y por favor, siguiendo con la lista de pecadores no se olviden, de rezar por mí. Gracias.

 

[1] Manuscritos autobiográficos, Lisieux (1957), 227-229.

[2] Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio 2016), 16.

[3] Libro de las Moradas, VI, cap. 7, n. 6.

[4] Cf. Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio 2016), 6.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

21/01/2018-18:11
Redacción

República Democrática del Congo: El Papa reza por los hermanos africanos

(ZENIT — 21 enero 2018).- El Papa Francisco ha rezado por "nuestros hermanos de la República Democrática del Congo" en el Ángelus, este domingo, 21 de enero de 2018, en la Plaza de Armas de Lima, Perú.

Francisco ha pedido a las autoridades y a todos que pongan su "máximo empeño y esfuerzo" a fin de "evitar toda forma de violencia y de buscar soluciones en favor del bien común", y ha pedido un momento de silencio para orar todos juntos por los hermanos de la República Democrática del Congo.

"Estamos en la Plaza Mayor de Lima, un lugar chiquito en una ciudad relativamente chiquita del mundo, pero el mundo es mucho más grande y está lleno de ciudades y de pueblos, y está lleno de problemas, y está lleno de guerras. Y hoy me llegan noticias muy preocupantes desde la República Democrática del Congo. Pensemos en el Congo.", ha explicado el Santo Padre.

 

 

21/01/2018-08:15
Isabel Orellana Vilches

Beata Laura Vicuña, 22 de enero

«La imponente historia de esta niña que pactó con Dios para rescatar a su madre de las flaquezas en las que se hallaba inmersa, ofreciendo su vida por ella, revela la grandeza y el poder de un amor que supera lo imaginable»

Ordinariamente las madres no se limitan a traer al mundo a sus hijos. A partir del instante en el que conocen que están encinta, establecen un vínculo indisoluble con ellos enlazando para siempre un destino imantado por un amor ciertamente inconmensurable. El gozo y la aflicción forman parte de una maternidad permanentemente dispuesta a dar la vida por el fruto de sus entrañas mil veces antes de verlo perecer. Pero, en ocasiones, este sentimiento es patrimonio también de los hijos, una experiencia que marcó la vida de Laura. Ella, alimentando la presencia de Dios con un estado de oración continua, se apresuró a ofrecerse a sí misma en holocausto por el ser que más estimaba en el mundo: su madre.

Nació en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891. Prácticamente no llegó a conocer a su padre, influyente político y militar chileno, ya que éste falleció en Temuco, un destierro impuesto por la situación política, cuando ella no tenía edad ni de recordar sus facciones. Mercedes, de ascendencia humilde, viuda y con sus dos pequeñas, Laura y Julia, trató de rehacer su vida lejos de allí después de haber sobrevivido malamente como costurera y regentar una paquetería que fue desvencijada por desaprensivos ladrones. Al lugar elegido, Argentina, tardaron en llegar nada menos que ocho meses. Tuvo la desgracia de encontrarse con Manuel Mora, un gaucho de rudos modales, impositivo y colérico, que, como quiera que fuese, quizá pensando que podría dar a sus hijas un futuro mejor, lo convirtió en su compañero. Y, de hecho, en enero de 1900 pudo ingresar a las niñas en el colegio de las salesianas de Junín de los Andes lugar no excesivamente distante de Chapelcó, Quilquihué, donde Manuel tenía la hacienda de su propiedad.

Fue en el colegio donde Laura supo que la relación ilícita de su madre no era sana espiritualmente hablando, hecho que asestó un duro golpe a su inocente corazón. Era una niña madura que se había caracterizado por una inclinación natural a la virtud dentro de una pausada naturalidad y, por tanto, exenta de afectación. De modo que la profunda aflicción que mostró no podía calificarse como el fruto de algún desequilibrio emocional o algo parecido, aunque el sentimiento que le provocaba la noticia fue perceptible por sus formadoras que tomaron medidas pertinentes para suavizar la situación.

La sombra de la condenación de quien le había dado la vida era una losa de inmensas proporciones para Laura que no halló más salida que ofrecerse a Dios en sacrificio. Lo consultó con su confesor, el padre Crestanello, salesiano avezado en la formación espiritual, quien le advirtió: «Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto». Ella no se arredró. Coincidiendo con la recepción de su primera comunión el mismo año de 1901, en diciembre se integró con las Hijas de María y se consagró a la Virgen. Manuel, que había marcado como una res a su anterior compañera, en el estío de 1902, durante las vacaciones escolares, quiso verter su lascivia en Laura que tenía 11 años. Ebrio y fuera de control se deshizo de Mercedes para dar rienda a sus bajos instintos con su hija, pero no contó con la bravura de la pequeña que pudo zafarse de él.

La angustia por la asfixiante situación en la que vivía su madre instaba a Laura a redoblar sus mortificaciones y penitencias con la esperanza de lograr su conversión y consiguiente abandono del lugar y del iracundo compañero. El día de su primera comunión había suplicado ardientemente: «¡Oh, Dios mío, concédeme una vida de amor, de mortificación y de sacrificio!». La vía hacia su libación definitiva se abrió con una tisis que se le declaró de improviso en 1903. Otro de sus sufrimientos añadidos fue saber que la situación ilícita de su madre era un veto para que ella pudiera abrazar la vida religiosa.

Con pasos gigantes la enfermedad se fue apoderando de su organismo y el dolor se tomó insoportable. «Señor: que yo sufra todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve». Aún intentó su madre que se recuperase fuera del colegio, pero no hubo remedio. En ese intervalo Manuel Mora volvió a cebarse en la beata porque fue testigo de una fuerte discusión entre su madre y él, y la niña medió para que Mercedes no claudicara y se sometiera a las consignas del hacendado. Éste maltrató a Laura con brutalidad y, aunque unos testigos impidieron que terminara con su vida, la dejó herida de muerte ya que no pudo volver a ponerse en pie.

A punto de abandonar este mundo, Mercedes supo por su propia hija que se había ofrecido a Dios para que mudase su conducta radicalmente: «Muero, porque yo misma se lo pedí a Jesús... Hace casi dos años que le ofrecí la vida por ti, para obtener la gracia de tu conversión a Dios. ¡Oh, mamá! ¿Antes de morir, no tendré el gozo de verte arrepentida?». Y arrancó de la madre lo que tanto había suplicado en un instante de altísima emoción para ésta, al ver que fenecía lo que más amaba en el mundo. «¡Oh, mi querida Laura, te juro en este momento que haré cuanto me pides... Estoy arrepentida, Dios es testigo de mi promesa!». Rubricada su determinación ante el sacerdote, como Laura le pidió, ésta ya podía partir en paz. Y musitando: «Gracias Jesús, gracias María», murió el 22 de enero de 1904. Juan Pablo II la beatificó el 3 de septiembre de 1988.