Editorial

 

La posverdad una consecuencia de la desvinculación

 

 

02/02/2018 | por ForumLibertas


 

 

Posverdad, una nueva palabra que ha hecho fortuna de la mano del ‘Diccionario Oxford’, que la declaró -la palabra del año. En realidad, no es tan nueva porque ya fue utilizado para David Roberts, en abril de 2010 en la revista norteamericana Grist, especializada en información medioambiental, aplicada al negacionismo del cambio climático. Su resurrección no dejaba de ser una reacción ante las imprevistas victorias de Donald Trump y del ‘Brexit’ y la forma como lo habían logrado, y servía para explicar desde los poderes establecidos, el éxito político de lo que nunca debería haber ganado.

Su significado quiere denotar circunstancias donde los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que las llamadas a la emoción y la creencia personal. En una definición muy discutible porque siempre entre el hecho y la persona se levanta su posicionamiento, el filtro mental que cada uno aplica al fragmento de realidad que le llega. En todo caso, definiciones más o menos acertadas al margen, el concepto se hace comprensible. Significa que la verdad no cuenta y es sustituida por las preferencias y la subjetividad. ¡Válgame Dios, sí que han tardado en darse cuenta!

Pero ¿cómo no querían que sucediera tal cosa si la Verdad, así, con mayúsculas, esta proscrita y es acusada de totalitaria en la cultura desvinculada? No importa el relato del espejo roto que justifica la bondad de la democracia: la verdad es como un espejo roto del que cada uno de nosotros tiene solo una parte, mayor o menor, y nuestro trabajo es dialogar juntos para conseguir recomponerlo. En el trasfondo de esta metáfora se encuentra la idea que presupone que hay un Gran Espejo, y su existencia da sentido a la democracia, en lugar de negarla. La desvinculación surgida de la razón instrumental parte de la subjetividad radical, niega tal Gran Espejo no aceptando otra verdad que la resultante de los procedimientos, que tiene a su favor la coincidencia mayoritaria, y en su contra, la construcción de la emotividad de las masas, la suma de preferencias -que en ningún caso es sinónimo de un bien- y el formateado de las mentes.  La Verdad en esta sociedad viene a ser lo que piensa la mayoría o lo que es fruto de la espontaneidad. Pero esta forma de ver las cosas tiene consecuencias perjudiciales para la propia democracia. Cuanto más crece la consideración por la subjetividad y el emotivismo, más pequeño resulta el trozo de espejo, y además induce a que son innecesarios todos los demás. Esta es una de las razones para que el antagonismo se imponga a la cooperación en la vida política. Una vez más la recomendación de MacIntyre de pensar de acuerdo con la tradición a la que el otro pertenece constituye una forma de pensar necesaria y urgente.

Cuando la actriz porno Amarna (Marina) Miller reivindica con orgullo la pornografía como una práctica progresista, porque “mi cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que me plazca“, está expresando esta cultura, en la que la subjetividad se transforma en una justificación colectiva, porque lo que nos dice no es únicamente una afirmación equivocada sobre la propiedad absoluta del propio cuerpo -no existe tal cosa- sino el convencimiento de que su punto de vista es suficiente para transformar esta subjetividad en una especie de “derecho” social: el de difundir y ganar dinero con la pornografía. Estas expresiones son habituales en la vida cotidiana y expresan lo que ya es una mentalidad colectiva incompatible con la cohesión social, de hecho, es uno de los razonamientos básicos del feminismo de género.

Esta situación se ve agravada por una segunda característica: el menosprecio por las virtudes, una cuestión tratada magistralmente por Alasdair MacIntyre en “Tras la Virtud”.

En la Grecia aristotélica un insulto terrible era ser calificado de apolítico, una condición hoy bien extendida sin especial escándalo. La causa radicaba en la mentalidad de los ciudadanos griegos. Para ellos hacer política significaba el ejercicio público de sus virtudes personales. Un apolítico era un hombre sin atributos virtuosos, un vicioso. Es evidente que hay un universo de diferencia entre su comprensión de las cosas y la nuestra. En este caso no está nada claro que el paso del tiempo signifique una mejora.

La posverdad no es un hecho específico de la política, ni surgido ahora mismo, sino la consecuencia de la cultura moral hegemónica, la cultura de la desvinculación, muy conectada a la subjetividad del reino de las emociones. Es verdad aquello que me emociona, que siento, porque me reconozco en este sentir. Entonces, esto es lo auténtico, es la verdad. Esto es cultura desvinculada pura y dura, lo que pasa es que ha resultado que un “outsider” populista de la derecha como Trump ha utilizado mejor esta tecla que los liberales de Clinton. La amenaza no es la posverdad sino la cultura de la desvinculación. Hasta que esto no se entienda nuestra sociedad vive instalada en el peligro.