Servicio diario - 04 de febrero de 2018


 

Ángelus: la misión de la Iglesia no es estática, siempre está en movimiento
Raquel Anillo

Para encontrar a Jesús, "Hay que moverse, salir"
Anne Kurian

Defensa de la vida: EL Papa llama a ser "más conscientes"
Anne Kurian

San Jesús Méndez Montoya, 5 de febrero
Isabel Orellana Vilches


 

 

04/02/2018-16:06
Raquel Anillo

Ángelus: la misión de la Iglesia no es estática, siempre está en movimiento

(ZENIT — 4 febrero 2018).- La misión de la Iglesia está bajo el signo de "partida, del camino, bajo el signo del "movimiento" y nunca de un estado estático, ha dicho el Papa Francisco en el Ángelus de este domingo 4 de febrero de 2018.

Meditando, desde la Plaza San Pedro, sobre el Evangelio del día, el Papa ha señalado que "la gente, marcada por los sufrimientos físicos y las miserias espirituales" constituía "el ambiente de vida" de la misión de Jesús: "Jesús no ha venido a traer la salvación en un laboratorio; él no predica en un laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la gente! ¡En medio del pueblo!"

Esta es nuestra traducción completa de las palabras que el Papa ha pronunciado para introducir la oración mariana.

AK

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo continúa la descripción de una jornada de Jesús en Cafarnaúm, un sábado, fiesta semanal para los judíos (cf. Mc 1,21-39). Esta vez el evangelista Marcos pone de relieve la relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar de la fe en las personas que encuentra. En efecto, con los signos de curación que cumple en los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe.

La jornada de Jesús en Cafarnaúm comienza por la curación de la suegra de Pedro y termina con la escena de toda la ciudad que se agolpa delante de la casa donde él se alojaba, para llevarle a todos los enfermos (cf. V. 33). La gente, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, "el ambiente vital" en el que se cumple la misión de Jesús, hechos de palabras y de gestos que sanan y consuelan. Jesús no ha venido a traer la salvación en un laboratorio; no predica en un laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la multitud en medio del pueblo! Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús la ha pasado en el camino, para estar con la gente, para predicar el Evangelio, para curar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad marcada por los sufrimientos, que Jesús quiere acercar a esa pobre humanidad la acción poderosa, liberadora, y renovadora de Jesús está dirigida hacia esta pobre humanidad. Así, en medio de la gente hasta el anochecer, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace Jesús después?.

Antes del alba del día siguiente, sale de incógnito por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado para orar. Jesús ora. De esta manera, aleja su persona y su misión a una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, en efecto, son "signos" que invitan a la respuesta de la fe; signos que están siempre acompañados por la palabra, que les ilumina; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Dios.

La conclusión del pasaje evangélico de hoy (vv.35-39) indica que el anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar propio en el camino. A los discípulos que le buscan para llevarle a la ciudad — los discípulos han ido a buscarle al lugar donde oraba, querían llevarle a la ciudad — ¿qué responde Jesús? "Vamos a otra parte a las aldeas cercanas para que también allí yo proclame el Evangelio" (v. 38). Este ha sido el camino del Hijo de Dios y este será el camino de sus discípulos. Y este deberá ser el camino de todo cristiano. El camino, como lugar del anuncio gozoso del Evangelio, coloca la misión de la Iglesia bajo el signo del "ír", la Iglesia en camino, bajo el signo de "movimiento" y nunca de la inmovilidad.

Que la Virgen María nos ayude a estar abiertos a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a la Iglesia a dirigir siempre más su tienda en medio de la gente, para llevar a todos la palabra de curación de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos.

© Traducción para ZENIT, Raquel Anillo

 

 

04/02/2018-16:48
Anne Kurian

Para encontrar a Jesús, "Hay que moverse, salir"

(ZENIT — 4 febrero 2018).- "Jesús se deja encontrar por el que le busca, pero para buscarlo hay que moverse, salir". Es el tweet publicado por el Papa Francisco este 4 de febrero 2018, en @Pontifex.

Este tweet es una cita de la homilía que el Papa ha pronunciado para la Epifanía el 6 de enero, durante la Misa en la Basílica de San Pedro. Luego, advirtió contra la "tentación de quien es creyente desde hace tiempo: diserta sobre la fe, como de una cosa que ya sabe pero que no actúa personalmente para el Señor. Hablamos pero no oramos; nos lamentamos pero no hacemos el bien". Los Reyes Magos, por otro lado, señaló, "hablan poco y caminan mucho.

Aunque ignorantes de las verdades de la fe, tienen el deseo y están en camino,... .siempre en movimiento".

El Papa invita a "la fatiga cotidiana del camino....a liberarse de los pesos inútiles y molestias voluminosas que obstaculizan y aceptar los imprevistos que aparecen en el mapa de la vida tranquila. Jesús se deja encontrar por el que le busca, pero para encontrarlo es necesario moverse, salir. No esperar: arriesgar. No permanecer inmóvil; avanzar. Jesús es exigente: propone al que le busca dejar la silla de la comodidad mundana y la calidez aseguradora de nuestras chimeneas".

"Seguir a Jesús no es un protocolo educado que hay que respetar sino un éxodo a vivir", ha insistido el Papa. Para encontrar a Jesús debemos renunciar al miedo a ponerse en juego, la satisfacción de sentir que he llegado, a la pereza de no pedir nada a la vida".

© Traducción para ZENIT, Raquel Anillo

 

 

04/02/2018-17:11
Anne Kurian

Defensa de la vida: EL Papa llama a ser "más conscientes"

(ZENIT — 4 febrero 2018).- En el Ángelus de este 4 de febrero de 2018, el Papa Francisco ha llamado a ser "más conscientes" de la necesidad de la defensa de la vida.

Después de la oración mariana, el Papa ha saludado la "Jornada por la vida" organizada por la Conferencia Episcopal italiana sobre el tema "El Evangelio de la vida, alegría para el mundo".

Ha expresado su "apreciación" y su "aliento" a las "diversas realidades eclesiales que promueven y sostienen la vida de muchas maneras", en particular "el Movimiento por la Vida".

Tras señalar que estos representantes eran "pocos" en la Plaza San Pedro, el Papa ha confiado su preocupación: "No hay tanta gente para luchar contra la vida, ha dicho, en un mundo en el cuál cada día se construyen muchas armas, donde cada día se hacen más leyes contra la vida, donde cada día se persigue esta cultura del rechazo, de dejar a un lado lo que no sirve, lo que molesta".

"Por favor, oremos para que nuestro pueblo sea más consciente de la defensa de la vida en este momento de destrucción y de rechazo de la humanidad", ha añadido.

© Traducción para ZENIT, Raquel Anillo

 

 

04/02/2018-07:30
Isabel Orellana Vilches

San Jesús Méndez Montoya, 5 de febrero

«Custodiar el Cuerpo de Cristo fue su prioridad absoluta. Podría decirse que estamos ante un nuevo Tarsicio ya que en el umbral de su muerte, al igual que hizo este mártir, lo único que le preocupó fue poner a salvo la Eucaristía»

Hay un rasgo en la vida de este mártir que recuerda al inocente san Tarsicio quien, según la tradición, derramó su sangre en el siglo III de nuestra era abrazado al Cuerpo de Cristo, custodiado tan férreamente, que los paganos no lograron separar sus manos del lienzo en el que lo protegía, ni siquiera cuando ya había expirado. Impedir la profanación de la Eucaristía fue la gran preocupación de Jesús cuando se vio acosado por quienes iban a abrirle la puerta de la gloria.

Vino al mundo en Tarímbaro, Michoacán, México, el 10 de junio de 1880 en el seno de una humilde familia que supo transmitirle su piedad y hacer de él un muchacho sensible y dispuesto siempre a volcarse en los demás. Creció habituado a rezar el rosario y a buscar el bien del prójimo. Tenía 14 años cuando ingresó en el seminario y tuvo que compaginar su formación con el trabajo para contribuir al sostenimiento del hogar. De todas formas, sus bondadosos padres eran tan estimados por el vecindario, que muchos generosamente se prestaban a paliar sus carencias con lo que estaba a su mano. Tenía tres hermanas y un hermano que le siguieron junto a su madre en su misión sacerdotal, cuando en 1906 partió a su primer destino en Huetamo, Michoacán. Problemas de salud, de índole nerviosa, aconsejaron su traslado a Pedernales en 1907, pero en los seis años que permaneció en esta parroquia la enfermedad afloró, de modo que fue enviado a Valtierrilla, Guanajuato, parroquia perteneciente a la Arquidiócesis de Morelia.

Los feligreses pudieron constatar que actuaba movido por la oración y un profundo amor a la Eucaristía ya que era palpable cuando oficiaba la misa así como en otras acciones que emprendió encaminadas a suscitar en todos ellos ese amor que inflamaba su corazón. Fue un gran confesor y catequista. En medio de su quehacer siempre encontraba tiempo para visitar a los que menos tenían, consolarles y asistirles en todo lo que podía. El mundo del trabajo tampoco se le resistió ya que fuera en el campo o en industrias diversas los labradores y operarios hallaban en él palabras de aliento; era un referente para todos. Puso en marcha diversas obras de acción social, una caja de ahorros y una cooperativa. Además, aprovechó sus conocimientos musicales para impulsar un coro parroquial. Se ha subrayado la servicialidad, rasgo distintivo de su acción pastoral, diciendo que «supo hacerse todo a todos».

El devenir cotidiano seguía su curso sin mayores contratiempos, aunque en el ambiente eclesial latía una gran preocupación por las presiones ejercidas por las fuerzas gubernamentales, hostiles a la fe. En un momento dado, Jesús fue directamente afectado por la persecución. No se echó atrás y, como una de las notas comunes a todos los mártires es su celo apostólico, fidelidad absoluta a su vocación y una valentía que los encumbra ante los ojos de los demás humanos, como si estuvieran hechos de una pasta especial, prosiguió realizando su misión. Modificó sus horarios y el alba le sorprendía oficiando la misa y administrando los sacramentos. No varió la atención a sus fieles y los enfermos no percibieron el cerco que se había cernido sobre él porque seguía asistiéndoles. La valerosidad de los clérigos era compartida por numerosos católicos que no estaban dispuestos a que pisotearan la fe, y se alzaron contra los políticos. A estos «cristeros» perseguían los federales cuando dieron con Jesús. Convecinos, que no eran leales precisamente, les delataron en febrero de 1928 y fueron apresados y acusados de traición. Enfurecidos los militares destruyeron todo lo que encontraron a su paso por Valtierrilla.

Cuando le tocó el turno a Jesús, su única prioridad fue proteger la Sagrada Eucaristía. Si lo comparamos con san Tarsicio en esos umbrales de su martirio, los verdugos aún tuvieron una deferencia por el padre Méndez que al santo adolescente se le vetó. Porque al ver que no tenía salida, logró una brevísima moratoria de quienes le iban a dar muerte para poder consumir las Sagradas Formas. El momento dramático tuvo ese punto sublime que dan los santos a estos preámbulos de su ingreso en la gloria.

Primeramente, Jesús había ocultado bajo sus prendas el copón, pero juzgando que aún así peligraba, se lanzó por la ventana de una notaria donde había oficiado misa, de modo que quedó a la vista de los soldados que oteaban la calle desde el campanario de la iglesia, y pensando que era otro de los cristeros, le detuvieron. Lo demás sucedió con inusitada rapidez. Al ver el tesoro que custodiaba en su pecho, que oprimía con fuerza con sus brazos, quedó al descubierto su condición sacerdotal que, por supuesto, no negó firmando su sentencia de muerte. Sin que le temblara la voz, les dijo: «A ustedes no les sirven las hostias consagradas, dénmelas». Le concedieron unos instantes para orar y consumir parte de la Eucaristía, tras lo cual afrontó el instante supremo: «Ahora, hagan de mí lo que quieran. Estoy dispuesto».

Los violentos, cegados al mínimo rasgo de humanidad, decidieron el destino del copón: «Deles esa joya a las viejas», aludiendo a la hermana del santo y una vecina que se encontraban allí y que lo recibieron de sus manos al tiempo que acogían su última petición: «Cuídenlo y déjenme. Es la voluntad de Dios». Después, perdonando a los soldados, en un callejón cercano depositaba a los pies del Padre Celestial vida y, con ella, incontables sueños. La inicial falta de destreza del capitán hizo más penosos esos instantes. Falló éste el tiro y los soldados no quisieron asesinarle, de modo que aunque le encañonaron, los disparos silbaron por encima de su cabeza. Y fue el cabecilla quien le disparó el 5 de febrero de 1928, después de arrebatarle sus prendas, crucifijo y medalla. Juan Pablo II lo beatificó el 22 de noviembre de 1992, y también lo canonizó el 21 de mayo del 2000.