La firma | Escritores Católicos Modernos

 

Ernest Hemingway: demasiada vida

 

Hemingway, el supremo publicista de sí mismo de las letras modernas,
tuvo la desdicha de erigirse en celebridad por sus borracheras y divorcios

 

 

07/02/2018 | por Mauricio Sanders


 

 

Después de recibir el Nobel en 1954, Ernest Hemingway comenzó a ir a la baja. Su estatura literaria fue revisada después de que, deprimido, paranoico, estupefacto por la terapia con choques eléctricos, se voló la tapa de los sesos con una escopeta recortada. En los 60 y 70, el feminismo hizo leña del árbol caído, juzgando de patriarcal al macho de valores deportivos y manierismos estoicos, que creaba héroes autobiográficos en serie y era un dios para las mujeres que lo amaron, siempre amándolo demasiado.

Hemingway, el supremo publicista de sí mismo de las letras modernas, tuvo la desdicha de erigirse en celebridad por sus borracheras y divorcios. Su vida se volvió más importante que sus libros y, de su vida, lo que importaba era el escándalo público, no el coloquio íntimo. Sin embargo, en sus novelas y cuentos, Hemingway externa y objetiva su intimidad, las contradicciones de su naturaleza, las situaciones emocionales que lo obsesionan. El resultado es un arte severo e intenso, creado por un hombre agobiado por el peso de ser, cuyo deseo más hondo es compartir ese peso.

Hemingway tuvo un don peculiar para convocar en asamblea de palabras la vida que bullía en su interior. Sin sentir esa a vida a tope la vida se le hacía caca. Si no se puede vivir en abundancia, mejor es no vivir. Si no se pierde la vida heroicamente, más valdría no salvarla. Pero estar vivo de esa manera exige un esfuerzo denodado e incesante. A ningún otro escritor parece importarle tanto el negocio personal de la salvación de su alma. Para Hemingway, ése es el drama central del universo. Y no era un megalómano egoísta: así es la vida de todo ser humano, según la fe de los apóstoles.

El archi-recontra-vivo Hemingway se convirtió al catolicismo después de recibir heridas que casi le causan la muerte, al servir como enfermero en la Primera Guerra Mundial. Su conversión ocurrió en Italia, la patria de las almas hirvientes de Dante. De ahí lo llevó a España, la tierra que, o da santos o los pasa por las armas, o cree con todas sus fuerzas o apostata con toda el alma. Después lo llevó a Francia. Cuando está escribiendo lo mejor de su obra, Hemingway visita iglesias y catedrales y participa en fiestas y ritos católicos. Va a misa. Escribe en una carta: “Si no soy católico entonces no soy nada…”

Se asumía que la conversión de Ernest Hemingway fue un acto externo del cual se valió para casarse por la Iglesia con una católica en 1927. No obstante, en el arte de Hemingway se puede ver a un hombre en batalla continua por encontrar significado, en un mundo al borde del caos existencial. En ese arte, se siente a san Miguel Arcángel y Lucifer atenazados en pelea de perros en el corazón de un hombre, hasta que Cristo decide a su favor la pelea.

Ser cristiano no se trata de ser bueno. Se trata de tener hambre y sed de vida abundante y plena. Por eso, el cristianismo es la fe de los que ansían vivir tanto que yerran el camino, sin poderlo encontrar hasta que el camino va a su encuentro. Ser cristiano no se trata de buscar la salvación, sino de disponerse a ser salvado. La salvación agotará todos los medios para salvarte y va a utilizar todos los recursos, incluso los libros de Ernest Hemingway.