Servicio diario - 11 de febrero de 2018


 

Ángelus: un instante de silencio para decir a Jesús: "Si quieres, puedes purificarme"
Raquel Anillo

RDC: el Papa se une a las oraciones por la paz
Anne Kurian

JMJ Panamá 2019: con un solo clic, el Papa se inscribe en directo
Anne Kurian

El Papa anima a los niños y a los jóvenes a testimoniar de la bondad de Dios
Anne Kurian

San Melecio de Antioquia, 12 de febrero
Isabel Orellana Vilches


 

 

11/02/2018-16:43
Raquel Anillo

Ángelus: un instante de silencio para decir a Jesús: "Si quieres, puedes purificarme"

(ZENIT — 11 febrero 2018).- "Hagamos un momento de silencio, y cada uno de nosotros.... puede pensar en su corazón, mirar en él y ver sus impurezas, sus pecados". Y cada uno de nosotros...puede decir a Jesús: "si quieres puedes purificarme". Esta es la invitación del Papa Francisco en el Ángelus de este domingo 11 de febrero de 2018, Día Mundial de los Enfermos.

Ante unas 30.000 personas participantes en la oración mariana en la Plaza San Pedro, el Papa ha afirmado que "ninguna enfermedad es causa de impureza...de ninguna manera socava o impide su relación con Dios" Al contrario, una persona enferma puede estar aún más unida a Dios".

Pero por otro lado, agregó, el pecado "nos hace impuros": "El egoísmo, el orgullo, la entrada en el mundo de la corrupción, son enfermedades del corazón que deben ser purificadas".

AK

Esta es nuestra traducción de las palabras que el Papa ha pronunciado en la introducción del Ángelus.

 

Palabras del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este domingo, el Evangelio, según San Marcos, nos muestra a Jesús sanando todo tipo de enfermos. En este contexto, se sitúa la Jornada Mundial del enfermo, que se celebra hoy 11 de febrero, memoria de la Santa Virgen María de Lourdes. Por lo tanto, con el corazón vuelto a la gruta de Massabielle, contemplamos a Jesús como verdadero médico del cuerpo y del alma, que Dios Padre ha enviado al mundo para curar a la humanidad, marcada por el pecado y sus consecuencias.

El pasaje del Evangelio de hoy (cf. Mc 1,40-45) nos presenta la curación de un hombre enfermo de lepra, patología que en el Antiguo Testamento era considerada como una grave impureza y comportaba la separación del leproso de la comunidad: vivían solos. Su condición era verdaderamente penosa, porque la mentalidad de la época los hacía sentirse impuro no solo delante de los hombres sino también ante Dios, por eso el leproso del Evangelio suplica a Jesús con estas palabras: "Si quieres, puedes purificarme" (v. 40).

Al oír esto Jesús siente compasión (v. 41). Es muy importante fijar la atención sobre esta resonancia interior de Jesús, como hemos hecho a lo largo del Jubileo de la Misericordia. No se entiende la obra de Jesús, no se entiende a Cristo mismo, sino se entra en su corazón lleno de compasión y de misericordia. Esto es lo que le impulsa a extender la mano hacía aquel hombre enfermo de lepra, a tocarlo y decirle: "¡Quiero, queda purificado!" (v. 40). El hecho más sorprendente, es que Jesús toca al leproso, porque esto estaba absolutamente prohibido por la ley de Moisés. Tocar a un leproso significaba ser contagiado también dentro, en el espíritu, es decir, hacerse impuro. Pero en este caso el influjo no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación.

En esta curación, nosotros admiramos más allá de la compasión y de la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del contagio ni de las prescripciones, sino que está motivado por la voluntad de liberar a este hombre de la maldición que lo oprime.

Ninguna enfermedad es causa de impureza; la enfermedad ciertamente involucra a toda la persona, pero en ningún modo impide o prohíbe su relación con Dios. Al contrario, una persona enferma puede estar más unida a Dios. En cambio el pecado, esto sí nos hace impuros, el egoísmo, la soberbia, el entrar en el mundo de la corrupción, estas son enfermedades del corazón del cual se necesita ser purificado, dirigiéndonos a Jesús como el leproso: "¡Si quieres, puedes purificarme!".

Y ahora, hagamos un momento de silencio y cada uno de nosotros — vosotros, todos, yo — podemos pensar y ver en su corazón, ver dentro de sí y ver las propias impurezas, los propios pecados, cada uno de nosotros, en silencio, con la voz del corazón, decir a Jesús: "¡Si quieres, puedes purificarme!". Hagámoslo todos en silencio.

"¡Si quieres, puedes purificarme!"

"¡Si quieres, puedes purificarme!"

Y cada vez que nos dirigimos al sacramento de la Reconciliación con el corazón arrepentido, el Señor nos repite también a nosotros: "¡Quiero, queda purificado!". Así la lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dios y somos admitidos plenamente en la comunidad.

Por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, pidamos al Señor, que ha traído a los enfermos la salud, sanar también nuestras heridas interiores con su infinita misericordia, para darnos así la esperanza y la paz del corazón.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

11/02/2018-15:10
Anne Kurian

RDC: el Papa se une a las oraciones por la paz

(ZENIT — 11 febrero 2018).- El Papa Francisco se ha unido a las oraciones por la paz en la República Democrática del Congo, en el Ángelus de este 11 de febrero de 2018, que ha presidido en la plaza San Pedro en presencia de unas 30.000 personas.

Desde una ventana del palacio apostólico que daba a la plaza, ha saludado a la comunidad congoleña de Roma y se unió a su oración por la paz del país.

También reiteró su llamada al "Día del Ayuno y de la Oración por la Paz" el 23 de febrero de 2018, el viernes de la primera semana de Cuaresma. Había convocado este acontecimiento una semana antes, el 4 de febrero.

"Sufrimos en particular, ha precisado el Papa, por los pueblos de la República Democrática del Congo y de Sudán del Sur". Y continuó: "Nuestro Padre celestial siempre escucha a sus hijos que claman a Él en el dolor y angustia, 'Él cura los corazones quebrantados y sana sus heridas' (Salmo 146, 3). Dirijo una llamada insistente para que nosotros también escuchemos este grito y, que cada uno, en conciencia, delante de Dios, nos preguntemos: "¿Qué puedo hacer yo mismo por la paz?".

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

11/02/2018-15:42
Anne Kurian

JMJ Panamá 2019: con un solo clic, el Papa se inscribe en directo

(ZENIT — 11 febrero 2018).- Con un solo clic, el Papa Francisco desde la Plaza San Pedro se ha inscrito en directo para la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar en Panamá, del 22 al 27 de enero de 2018.

Durante el Ángelus que ha presidido en el Vaticano este 11 de febrero de 2018, el Papa ha evocado la apertura de las inscripciones: "Yo también, ha dicho, en presencia de dos jóvenes, me inscribo ahora por internet".

Y el Papa, que estaba rodeado de una chica y de un chico, ha clicados obre una tableta presentada por los jóvenes: "¡Listo, me he inscrito como peregrino a la Jornada Mundial de la Juventud. Debemos prepararnos!".

"Invito a todos los jóvenes del mundo a vivir con fe y con entusiasmo este acontecimiento de gracia y de fraternidad, sea yendo a Panamá, sea participando en sus comunidades", ha añadido el Papa.

El Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, organizador del evento, ha publicado en su cuenta de twitter las capturas de pantalla de la inscripción del Papa, que ha llenado así las rúbricas: Nombre de grupo "Jóvenes del mundo entero"; Nación "Internacional"; Nombre del responsable "Papa Francisco".

"Querido Papa Francisco, gracias por haber abierto las inscripciones", se puede leer seguido en un mensaje indicando que el primer participante había sido registrado.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

11/02/2018-17:00
Anne Kurian

El Papa anima a los niños y a los jóvenes a testimoniar de la bondad de Dios

(ZENIT — 11 abril 2018).- El Papa Francisco ha animado a los niños y a los jóvenes a testimoniar "por todas partes" de la bondad de Dios, en el Ángelus del domingo 11 de febrero de 2018.

Después de la oración mariana en presencia de unas 30.000 personas, el papa ha saludado a los numerosos niños y jóvenes "confirmandos, de la profesión de fe y del catecismo", venidos de diversas parroquias italianas.

"No es posible nombrar a todos los grupos, ha dicho, pero os quiero dar gracias por vuestra presencia y os animo a caminar con alegría, con generosidad, dando testimonio por todas partes de la bondad y misericordia del Señor"

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

11/02/2018-07:46
Isabel Orellana Vilches

San Melecio de Antioquia, 12 de febrero

«Apostolado y estudio fueron una conjunción magistral en este insigne defensor de la fe nicena, perseguido y desterrado, que dejó una huella imborrable en su pueblo. Fue especialmente venerado por Juan Crisóstomo y Gregorio de Nisa»

En el Año de la Fe se nos recordó la invitación petrina a estar dispuestos para dar razones de nuestra esperanza (1 Pe 3,15). Ofrecer la vida a Cristo incluye el esfuerzo de formarse a conciencia para llevar a todos, creyentes e incrédulos, con el rigor debido, las verdades en las que se asienta el patrimonio fiducial que hemos recibido. Y esto es algo que viven como bendición y privilegio sus genuinos seguidores, a quienes urge ponerle en el lugar que le corresponde abriendo siempre nuevos caminos.

El acervo patrimonial de una tradición apostólica de inmensas proporciones ha sido labrado por aquellos que antepusieron su defensa a todo interés personal, y utilizaron responsablemente las ágoras del momento, como hoy las tenemos y no solo en las redes sociales. También los paraninfos universitarios están ávidos de que alguien esparza las semillas de la fe que durante siglos han querido ser suplantadas por los diversos «ismos». Melecio de Antioquía salió al paso de las corrientes de la época y, aún viviendo inmerso en ese caos de tendencias afines y contrarias al dogma, supo llevar a muchos por el camino de la conciliación con una altura intelectual que dejó a todos perplejos. Ensamblar estudio y apostolado en orada ofrenda es la gran tarea que tenemos delante y que muchos hemos recibido dentro del carisma al que hemos sido llamados. Es uno de los cruciales desafíos a los que nos invita la nueva evangelización.

Melecio era natural de Melitene, Armenia. Nació hacia el año 310 en el seno de una ilustre familia. El año 357 se celebró un Concilio en su ciudad natal y fue designado obispo de Sebaste. Pero este férreo garante de la fe nicena, que supo ganarse a los arrianos y a los católicos, sufrió exilio en varias ocasiones. El arrianismo estaba en su apogeo y los conflictos le acompañaban. Siendo prelado las tensiones creadas le indujeron a refugiarse durante un tiempo en el desierto, y luego en Siria. Lejos de amainar las disputas, éstas fueron creciendo porque la iglesia de Antioquía había sucumbido bajo el yugo de la herejía. Los que sucedieron al obispo Eustaquio, desterrado el año 330, aniquilaron la fe. En medio de constantes pugnas, Melecio fue elegido obispo de Antioquia.

La situación en la que se produjo su designación fue incómoda ya que en ella no habían intervenido los católicos sino algunos arrianos, hecho mal acogido por una parte de los fieles. El asunto se dirimió una vez que el emperador Constancio II, que había dispuesto que otros prelados comentasen el Libro de los Proverbios, pudo constatar que, a diferencia de ellos, Melecio daba claras pruebas de su ortodoxia ensalzando el texto que vinculó al misterio de la Encarnación, con lo cual se diferenciaba de aquéllos.

Este nítido testimonio de fe —conservado por san Epifanio por su modélico y riguroso enfoque— puso en aprietos a los arrianos, y Eudoxio, que no perdía ocasión para desacreditar a Melecio, intentó influir en la decisión de Constancio y convencerle de que debía enviarle al destierro. Logró sus propósitos, ya que las denuncias de sabelianismo lanzadas sobre Melecio tuvieron éxito, y fue desterrado a Melitene, ocupando Eudoxio, que había sido discípulo de Arrio, la sede de Antioquía. No obstante, el cisma que planeaba sobre ésta desde que se produjo el destierro de san Eustaquio aún no había llegado a su apogeo. El vaivén que se cernía sobre los prelados de uno y de otro signo estaba unido al criterio de los sucesivos emperadores. Así, Justiniano en el año 362 restituyó a Melecio en el gobierno de la sede antioquena, pero ese no fue el criterio seguido por Valente, que lo desterró en el año 365. Graciano en el 378 propició su regreso a la ciudad, pero las dificultades arreciaban. Y en el año 381 se convocó el II Concilio ecuménico que tuvo lugar en Constantinopla. Melecio lo presidía, y fue entonces cuando entregó su alma a Dios.

Se había caracterizado por la bondad, humildad, paciencia y espíritu conciliador. Con su virtud se hizo acreedor del respeto y afecto de muchas personas, sentimientos que fueron patentes de modo singular cuando regresó del destierro. Tomaron como una bendición el mero hecho de poder verle y oírle. Los que podían se afanaron para besar sus manos y sus pies. Simplemente estos gestos dan idea de la altísima consideración que tenían los fieles de la ciudad por este obispo santo, al que ya habían encumbrado como tal antes de que la Iglesia lo hiciera. No es de extrañar que, tras su muerte —como atestiguó san Juan Crisóstomo, que lo conoció bien ya que había estado bajo su protección y fue ordenado diácono por él—, quienes lo conocieron dieran tantas muestras de veneración hacia este heroico prelado que se había mantenido fiel a la fe, y que durante dieciocho años había sufrido las fluctuantes decisiones de los gobernantes de turno.

El signo que prueba el anhelo del pueblo de que su nombre perdurase al paso del tiempo, es que muchos ciudadanos de Antioquía lo escogieron para bautizar a sus hijos. Además, su efigie la tenían presente en anillos, elementos de la vajilla y paredes de sus moradas, además de esculpirla en el dintel de la puerta de acceso a las mismas, como testificó Juan Crisóstomo en el panegírico que le dedicó: «Apenas llegado a Antioquía, cada uno de vosotros da su nombre a sus hijos, creyendo de este modo introducir al mismo santo en su casa». La oración fúnebre corrió a cargo de san Gregorio de Nisa. Éste, acompañado de todos los que se hallaban presentes en el Concilio, tributó honor a san Melecio. Con sentidas palabras ensalzó de él: «la dulce y tranquila mirada, radiante sonrisa y bondadosa mano que secundaba a su apacible voz», concluyendo magníficamente con esta certeza: «Ahora él ve a Dios cara a cara, ruega por nosotros y por la ignorancia del pueblo».