Servicio diario - 14 de febrero de 2018


 

Cuaresma 2018: "¡Detente para mirar y contemplar!" invita el Papa
Redacción

Imposición de las cenizas en la basílica de Santa Sabina
Rosa Die Alcolea

Audiencia General, 14 febrero 2018 — Texto completo
Redacción

"Tiempo de silencio para sedimentar en el corazón lo que se ha escuchado"
Rosa Die Alcolea

Peregrinos de Caravaca de la Cruz, en la Audiencia General
Rosa Die Alcolea

Construir una nueva familia "sobre la roca del amor de Dios"
Redacción

Visita del Papa a los enfermos que siguen la Audiencia General
Rosa Die Alcolea

Líbano, Siria y Medio Oriente: Encarnar la Palabra de Dios en la vida cotidiana
Redacción

Mons. Felipe Arizmendi: "Cuaresma, ¿para qué?"
Felipe Arizmendi Esquivel

San Claudio de la Colombiére, 15 de febrero
Isabel Orellana Vilches


 

 

14/02/2018-17:43
Redacción

Cuaresma 2018: "¡Detente para mirar y contemplar!" invita el Papa

(ZENIT — 14 feb. 2018).- "La Cuaresma es un tiempo rico para desenmascarar tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús".

Ha anunciado Francisco en su homilía, en la Misa de imposición de las cenizas, el 14 de febrero de 2018, celebrada en la Basílica de Santa Sabina.

Las 3 palabras clave en su mensaje son: "detente", "mira" y "vuelve". El Papa Francisco exhorta a detenernos ante la "agitación", y de "correr sin sentido", que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado.

"¡Detente para mirar y contemplar!" ha dicho el Pontífice. "Mira los signos que impiden apagar la caridad, que mantienen viva la llama de la fe y la esperanza. Rostros vivos de la ternura y la bondad operante de Dios en medio nuestro".

RD

Sigue el texto completo de la homilía que ha pronunciado el Papa Francisco en italiano, traducido por la Oficina de Prensa del Vaticano.

 

Homilía del Papa Francisco

El tiempo de Cuaresma es tiempo propicio para afinar los acordes disonantes de nuestra vida cristiana y recibir la siempre nueva, alegre y esperanzadora noticia de la Pascua del Señor. La Iglesia en su maternal sabiduría nos propone prestarle especial atención a todo aquello que pueda enfriar y oxidar nuestro corazón creyente.

Las tentaciones a las que estamos expuestos son múltiples. Cada uno de nosotros conoce las dificultades que tiene que enfrentar. Y es triste constatar cómo, frente a las vicisitudes cotidianas, se alzan voces que, aprovechándose del dolor y la incertidumbre, lo único que saben es sembrar desconfianza. Y si el fruto de la fe es la caridad —como le gustaba repetir a la Madre Teresa de Calcuta—, el fruto de la desconfianza es la apatía y la resignación. Desconfianza, apatía y resignación: esos demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente.

La Cuaresma es tiempo rico para desenmascarar éstas y otras tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús. Toda esta liturgia está impregnada con ese sentir y podríamos decir que se hace eco en tres palabras que se nos ofrecen para volver a «recalentar el corazón creyente»: Detente, mira y vuelve.

Detente un poco de esa agitación, y de correr sin sentido, que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado. Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad... el tiempo de Dios.

Detente un poco delante de la necesidad de aparecer y ser visto por todos, de estar continuamente en «cartelera», que hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento.

Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciante que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia para encontrar a los otros, especialmente a quienes son vulnerables, heridos e incluso inmersos en el pecado y el error.

Detente un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto bien recibido.

Detente un poco ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio.

Detente un poco ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos.

Detente ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en camino.

¡Detente para mirar y contemplar!

Mira los signos que impiden apagar la caridad, que mantienen viva la llama de la fe y la esperanza. Rostros vivos de la ternura y la bondad operante de Dios en medio nuestro.

Mira el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para sacar la vida adelante y, entre tantas premuras y penurias, no dejan todos los intentos de hacer de sus hogares una escuela de amor.

Mira el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección. Brotes vivientes del amor y de la vida que siempre se abren paso en medio de nuestros cálculos mezquinos y egoístas.

Mira el rostro surcado por el paso del tiempo de nuestros ancianos; rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos. Rostros de la sabiduría operante de Dios.

Mira el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que en su vulnerabilidad y en el servicio nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad.

Mira el rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante.

Mira y contempla el rostro del Amor crucificado, que hoy desde la cruz sigue siendo portador de esperanza; mano tendida para aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión.

Mira y contempla el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión.

¿A todos? Sí, a todos. Mirar su rostro es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación. Rostro que nos invita a exclamar: ¡El Reino de Dios es posible!

Detente, mira y vuelve. Vuelve a la casa de tu Padre.

¡Vuelve!, sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia (cf. Ef 2,4) que te espera.

¡Vuelve!, sin miedo, este es el tiempo oportuno para volver a casa; a la casa del Padre mío y Padre vuestro (cf. Jn 20,17). Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón... Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto y nuestro corazón bien lo sabe. Dios no se cansa ni se cansará de tender la mano (cf. Bula Misericordiae vultus, 19).

¡Vuelve!, sin miedo, a participar de la fiesta de los perdonados.

¡Vuelve!, sin miedo, a experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios. Deja que el Señor sane las heridas del pecado y cumpla la profecía hecha a nuestros padres: «Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ez 36,26).

¡Detente, mira y vuelve!

© Librería Editorial Vaticano

 

 

14/02/2018-18:52
Rosa Die Alcolea

Imposición de las cenizas en la basílica de Santa Sabina

(ZENIT — 14 feb. 2018).- El Papa Francisco ha celebrado la Eucaristía de imposición de las cenizas, este miércoles, 14 de febrero de 2018, día en que comienza la Cuaresma.

Antes de la celebración de la Misa, el Papa ha rezado una oración en la iglesia de San Antelmo, acompañado de algunos cardenales y de monjes benedictinos, que han cantado en la ceremonia, y dominicos.

Juntos, han salido de la iglesia en procesión hacia la basílica de Santa Sabina, situada en el monte Aventino, una de las siete colinas de Roma.

Allí, el Santo Padre ha celebrado la Santa Misa, entre varios fieles, y los grupos de religiosos y sacerdotes.

Después de la proclamación del Evangelio, el Papa ha bendecido la ceniza y ha comenzado el rito de la imposición de esta sobre la frente de los fieles, cenizas de las ramas de olivo del Domingo de Ramos del año pasado.

En la Misa, el Papa ha hecho una mención especial por los enfermos y los presidiarios, y en definitiva, por todas aquellas personas que están privadas de su libertad.

 

"Detente, mira y vuelve"

En su homilía, Francisco ha hecho un llamamiento a 3 acciones concretas: "detente", "mira" y "vuelve". El Papa Francisco exhorta a detenernos ante la "agitación", y de "correr sin sentido".

"¡Detente para mirar y contemplar!" ha dicho el Pontífice. "Mira los signos que impiden apagar la caridad, que mantienen viva la llama de la fe y la esperanza. Rostros vivos de la ternura y la bondad operante de Dios en medio nuestro".

"Vuelve a la casa de tu Padre", ha propuesto el Pontífice. "¡Vuelve!, sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia (cf. Ef 2,4) que te espera".

Leer la homilía completa

 

 

14/02/2018-12:55
Redacción

Audiencia General, 14 febrero 2018 — Texto completo

(ZENIT — 14 feb. 2018).- Después de la homilía, "hay que guardar un hermoso silencio y cada uno tiene que pensar en lo que ha escuchado".

El Papa ha hablado en la Audiencia General, el miércoles, 14 de febrero de 2018, de la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el Credo, y de la oración universal, la tercera parte de la Liturgia de la Palabra en la Santa Misa.

"Cada uno de nosotros cuando va a misa tiene el derecho de recibir con abundancia la Palabra de Dios, bien leída, bien dicha y luego, bien explicada en la homilía", ha aclarado el Papa.

En este contexto, el Santo Padre ha invitado a permanecer un momento en silencio después de la homilía, pues "permite que la semilla recibida se sedimente en el alma, para que nazcan propósitos de adhesión a lo que el Espíritu ha sugerido a cada uno".

 

"Se os dará"

Después de este silencio, ¿cómo continúa la misa? —ha planteado el Pontífice—. La respuesta personal de fe se injerta en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el " Credo": Símbolo que manifiesta la "respuesta común a lo que se ha escuchado en la Palabra de Dios". Hay un nexo vital "entre la escucha y la fe".

En la oración universal, después del Credo, es el momento de pedir al Señor las cosas más importantes en la misa, las cosas que necesitamos, lo que queremos. "Se os dará"; de una forma o de otra, pero "se os dará", ha asegurado el Santo Padre.

RD

A continuación, sigue el texto completo de la catequesis del Papa Francisco, pronunciada en italiano y traducido al español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

 

Catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Buenos días, aunque el día no sea muy bueno. Pero si el alma está contenta el día es siempre bueno. Así que ¡buenos días! Hoy la audiencia se hará en dos sitios: un pequeño grupo de enfermos está en el Aula, a causa del mal tiempo y nosotros estamos aquí. Pero ellos nos ven y nosotros los vemos en la pantalla gigante. Los saludamos con un aplauso.

Continuamos con la catequesis sobre la misa. La escucha de las lecturas bíblicas, que se prolonga en la homilía, ¿a qué responde? Responde a un derecho: el derecho espiritual del pueblo de Dios a recibir abundantemente el tesoro de la Palabra de Dios ( véase la Introducción al Leccionario, 45). Cada uno de nosotros cuando va a misa tiene el derecho de recibir con abundancia la Palabra de Dios, bien leída, bien dicha y luego, bien explicada en la homilía. ¡Es un derecho! Y cuando la Palabra de Dios no se lee bien, no se predica con fervor por el diácono, por el sacerdote o por el obispo se falta a un derecho de los fieles. Nosotros tenemos el derecho de escuchar la Palabra de Dios. El Señor habla para todos, pastores y fieles. Llama al corazón de los que participan en la misa, cada uno en su condición de vida, edad, situación. El Señor consuela, llama, despierta brotes de vida nueva y reconciliada. Y esto, por medio de su Palabra. Su Palabra llama al corazón y cambia los corazones.

Por lo tanto, después de la homilía, un tiempo de silencio permite que la semilla recibida se sedimente en el alma, para que nazcan propósitos de adhesión a lo que el Espíritu ha sugerido a cada uno. El silencio después de la homilía.

Hay que guardar un hermoso silencio y cada uno tiene que pensar en lo que ha escuchado.

Después de este silencio, ¿cómo continúa la misa? La respuesta personal de fe se injerta en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el "Credo". Todos nosotros rezamos el Credo en la misa. Rezado por toda la asamblea, el Símbolo manifiesta la respuesta común a lo que se ha escuchado en la Palabra de Dios (véase Catecismo de la Iglesia Católica, 185-197). Hay un nexo vital entre la escucha y la fe. Están unidos. Esta, -la fe- efectivamente, no nace de las fantasías de mentes humanas sino que, como recuerda San Pablo, "viene de la predicación y la predicación por la Palabra de Cristo" (Rom. 10:17). La fe se alimenta, por lo tanto, de la escucha y conduce al
Sacramento . Por lo tanto, el rezo del "Credo " hace que la asamblea litúrgica "recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía. " (Instrucción General del Misal Romano, 67). El Símbolo de fe vincula la Eucaristía al Bautismo recibido "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", y nos recuerda que los sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia.

La respuesta a la Palabra de Dios recibida con fe se expresa a continuación, en la súplica común, llamada Oración universal,porque abraza las necesidades de la Iglesia y del mundo (ver IGMR, 69-71; Introducción al Leccionario, 30-31). También se llama Oración de los Fieles.

Los Padres del Vaticano II quisieron restaurar esta oración después del Evangelio y de la homilía, especialmente los domingos y días festivos, para que " con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero. "(Const. Sacrosanctum Concilium,53, ver 1 Tim 2: 1-2). Por lo tanto, bajo la dirección del sacerdote que introduce y concluye, " el pueblo ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. " (IGMR, 69). Y después de las intenciones individuales, propuestas por el diácono o por un lector, la asamblea une su voz invocando: "Escúchanos, Señor".

Recordemos, en efecto, lo que el Señor Jesús nos dijo: "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis" (Jn. 15, 7). "Pero nosotros no creemos en esto porque tenemos poca fe".

Pero si tuviéramos una fe —dice Jesús- como un grano de mostaza, habríamos recibido todo. "Pedid lo que queráis y se os dará". Y, este momento de la oración universal, después del Credo, es el momento de pedir al Señor las cosas más importantes en la misa, las cosas que necesitamos, lo que queremos. "Se os dará"; de una forma o de otra, pero "se os dará". "Todo es posible para el que cree", ha dicho el Señor. ¿Qué respondió el hombre al que el Señor se dirigió para decir esta frase: "Todo es posible para el que cree"? Dijo : "Creo, Señor. Ayuda a mi poca fe". Y la oración hay que hacerla con este espíritu de fe. "Creo, Señor, ayuda a mi poca fe". Las pretensiones de la lógica mundana, en cambio, no despegan hacia el Cielo, así como permanecen sin respuesta las peticiones autorreferenciales (véase St. 4,2-3). Las intenciones por las cuales los fieles son invitados a rezar deben dar voz a las necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando el uso de fórmulas convencionales y miopes. La oración "universal", que concluye la liturgia de la Palabra, nos exhorta a hacer nuestra la mirada de Dios, que cuida de todos sus hijos.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

14/02/2018-11:02
Rosa Die Alcolea

"Tiempo de silencio para sedimentar en el corazón lo que se ha escuchado"

(ZENIT — 14 feb. 2018).- "En la Misa —ha anunciado Francisco— tras la proclamación de las lecturas bíblicas y de la homilía, guardamos un tiempo de silencio para que se pueda sedimentar en el corazón todo lo que se ha escuchado y se concreten propósitos de adhesión a lo que el Espíritu sugiere a cada uno".

El Papa Francisco ha reflexionado esta mañana, en la Audiencia General, sobre el Credo y la Oración Universal, tercera parte de la Liturgia de la Palabra, continuando el ciclo de catequesis que dedica a la Santa Misa.

La Audiencia General se ha celebrado en la mañana del miércoles, 14 de febrero de 2018, en la plaza de San Pedro, bajo un cielo gris y húmedo, con la participación de miles de peregrinos procedentes de España, Latinoamérica, Brasil, Portugal, Francia, Polonia, Italia y otros.

El Santo Padre ha explicado que al recitar el Credo, la Asamblea litúrgica da su asentimiento y "su respuesta a la Palabra de Dios" que se ha proclamado, y vuelve a meditar y "profesar los grandes misterios de la fe" antes de celebrarlos en la Eucaristía.

Este Símbolo —el Credo— pone de manifiesto la unión entre el Bautismo y la Eucaristía. La "fe de todo bautizado se inserta en la fe recibida de los apóstoles" y su unión a Cristo "se actualiza en la celebración de la Eucaristía", ha señalado el Pontífice.

 

Respuesta a la Palabra de Dios

En la Eucaristía, después del Credo tiene lugar la la oración universal. Esta "expresa la respuesta a la Palabra de Dios, que ha sido acogida con fe", ha indicado Francisco.

En esta oración, los fieles se dirigen a Dios con la confianza de ser escuchados en sus peticiones, y "hacen suya la mirada de Dios", que se preocupa de todos sus hijos.

 

Caravaca de la Cruz

El Papa ha saludado a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina, y de modo particular al grupo de peregrinos de Caravaca de la Cruz, con su Obispo Mons. José Manuel Lorca.

Al darles la bendición, ha expresado: "Hoy, miércoles de Ceniza, al comenzar el tiempo de Cuaresma, tiempo de gracia y de misericordia, le pedimos a la Virgen María que nos ayude a prepararnos para celebrar la pascua de Cristo con un corazón purificado".

 

 

14/02/2018-11:26
Rosa Die Alcolea

Peregrinos de Caravaca de la Cruz, en la Audiencia General

(ZENIT — 14 feb. 2018).- El Santo Padre ha saludado de manera especial a los peregrinos de Caravaca de la Cruz, de la Diócesis española de Cartagena, situada en la Región de Murcia, quienes estaban acompañados de su obispo, Mons. José Manuel Lorca Planes.

Asimismo, Francisco ha dirigido un saludo a los peregrinos de lengua española provenientes de España y América Latina, como cada miércoles, en su intervención en castellano en la Audiencia General.

El Pontífice les ha exhortado: a comenzar el tiempo de Cuaresma, tiempo de gracia y de misericordia, pidiéndole a la Virgen María "que nos ayude a prepararnos para celebrar la pascua de Cristo con un corazón purificado".

 

 

14/02/2018-13:31
Redacción

Construir una nueva familia "sobre la roca del amor de Dios"

(ZENIT — 14 feb. 2018).- "Hoy, Miércoles de Ceniza comienza el camino de Cuaresma": el Papa se ha dirigido a los jóvenes, los enfermos y los recién casados en la Audiencia General.

"Queridos jóvenes, deseo que viváis este tiempo de gracia como un retorno al amor del Padre, que espera a todos con los brazos abiertos".

Asimismo, Francisco ha animado a los enfermos a ofrecer sus sufrimientos "por la conversión de aquellos que viven lejos de la fe"; y ha invitado a los nuevos matrimonios a construir una nueva familia "sobre la roca del amor de Dios".

 

 

14/02/2018-13:15
Rosa Die Alcolea

Visita del Papa a los enfermos que siguen la Audiencia General

(ZENIT — 14 feb. 2018).- El Papa ha saludado a las personas enfermas que seguían la Audiencia General, este miércoles, 14 de febrero de 2018, desde el Aula de Pablo VI, en el Palacio Apostólico Vaticano.

"Gracias por la visita. Os doy la bendición a todos. Yo voy a la Plaza y vosotros podréis ver desde aquí la audiencia en la Plaza. Desde la Plaza os verán ¡eh!. Vosotros veréis a los que están en la Plaza y ellos os verán a vosotros.

Es muy bonito esto".

A continuación, el Santo Padre ha rezado con ellos un Ave María y les ha dado la bendición. Como de costumbre, le ha pedido que recen por él: ¡No os olvidéis! ¿eh? ¡Buena audiencia!".

Así, Francisco ha anunciado la misma idea a los peregrinos presentes en la plaza de San Pedro, les ha explicado que un pequeño grupos de enfermos atendía la Audiencia desde el Aula, a causa del mal tiempo: "Ellos nos ven y nosotros los vemos en la pantalla gigante. Los saludamos con un aplauso", ha pedido.

 

 

14/02/2018-18:43
Redacción

Líbano, Siria y Medio Oriente: Encarnar la Palabra de Dios en la vida cotidiana

(ZENIT — 14 feb. 2018).- ¡Que la Palabra de Dios se encarne en nuestra vida diaria!, ha deseado Francisco a los visitantes de lengua árabe en el Vaticano.

El Papa Francisco ha dirigido un saludo a los peregrinos de lengua árabe, especialmente a los de Líbano, Siria y Medio Oriente, en la Audiencia General de este miércoles, 14 de febrero de 2018.

"La profesión de fe manifiesta la respuesta común a cuánto hemos escuchado juntos en la Palabra de Dios", ha dicho el Papa. "¡Que esta respuesta salga de nuestros corazones y se encarne en nuestra vida diaria".

El Santo Padre les ha bendecido: "¡El Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno!".

 

 

14/02/2018-08:48
Felipe Arizmendi Esquivel

Mons. Felipe Arizmendi: "Cuaresma, ¿para qué?"

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristobal de Las Casas

 

VER

Este miércoles iniciamos la Cuaresma, que son cuarenta días de preparación para celebrar el misterio central de nuestra fe, la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús.

Muchas personas se acercan a recibir la ceniza, que es un signo de que somos polvo, de que no somos dioses, de que la vida es frágil y pasajera, y de que queremos darle valor de trascendencia, corrigiendo los errores, venciendo los pecados y superando las tentaciones, para resucitar a otro estilo de vida, a ejemplo de Jesús.

Sin embargo, para mucha gente, la Cauresma es sólo una tradición, a la que no le dan mayor importancia. Para la mayoría, nada significa y a nada les induce. Su vida sigue igual y ningún esfuerzo hacen por cambiar.

En el país, se ha incrementado la violencia, la inseguridad, la criminalidad de todo tipo. Por todas partes se escuchan quejas, lamentos, angustias. Pero la mayoría de los criminales han sido bautizados y se declaran creyentes, hasta devotos de la Virgen y de algún Santo. Para ellos, ¿algo significa la Cuaresma? Absolutamente nada. No la toman en cuenta para nada. Ojalá recibieran la ceniza y se convirtieran.

Muchos hogares se están deshaciendo, por las infidelidades, por el orgullo y la vanidad, por la falta de sacrificio y de paciencia mutua, por las violencias verbales y físicas. ¿Puede servir la Cuaresma para que las familias se estabilicen y salgan adelante? Depende de cada quien.

Las contiendas políticas y electorales se han convertido en aguerridos campos de batalla. Pareciera que todo se vale, con tal de destruir a los otros contendientes. Casi todos los candidatos son creyentes; ¿les servirá de algo la Cuaresma? Ojalá; pero me temo que nada les importa este tiempo para replantear sus comportamientos, sino sólo para crear nuevas armas de combate.

Para nosotros, gente de Iglesia, puede también pasar la Cuaresma como un periodo sin repercusión en la vida personal. Predicamos que los otros cambien, pero nosotros seguimos igual: ni más oración, ni ayunos, ni penitencias, ni limosnas... Así, no hay resurrección, no hay renovación de la Iglesia, menos de la sociedad.

 

PENSAR

El Papa Francisco no ha enviado su acostumbrado mensaje para este tiempo. Ante los diferentes males, los engaños y las tentaciones de este mundo, nos invita a no dejar apagar el amor, y poner en práctica las tres recomendaciones de Jesús: orar, ayunar y dar limosna:

"El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?

El ayuno debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre".

 

ACTUAR

El Papa concluye con esta exhortación, que comparto con ustedes:

"Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.

Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo".

¿Quieres que México cambie, que tu ciudad o tu pueblo cambien, que tu familia cambie? Haz oración, para que Dios entre en tu vida; ayuna, para que domines tus pasiones; da limosna, para que hagas cambiar la vida de personas concretas.

 

 

14/02/2018-06:59
Isabel Orellana Vilches

San Claudio de la Colombiére, 15 de febrero

«Este insigne apóstol del Sagrado Corazón de Jesús venció su inicial aversión por la vida religiosa convirtiéndose en jesuita. Fue confesor de santa Margarita María de Alacoque. Perseguido y acusado injustamente, murió en el destierro»

Nació el 2 de febrero de 1641 en Saint-Symphorien-d'Ozon, localidad francesa perteneciente a Lyon. Sus padres eran creyentes. En el ámbito familiar, elogiado por la piedad en la que estaba asentado, recibió una honda formación espiritual. Después, su excelente carácter le ayudaría en la vida religiosa, en la que no hizo más que incrementar las numerosas cualidades innatas que le adornaban. Y la oración haría que tocase el corazón de los demás con sus inteligentes y acertados consejos que dejaban traslucir su sed de unión con Dios, en tal grado que el mundo con todas sus vanidades y fútiles ofertas se desvanecía ante sus pies. Su único referente era Él. Con estos sentimientos que bullían en su espíritu convirtió a muchas personas y las alentó a esforzarse para amar el sendero de la cruz.

Podría pensarse que un alma de estas características por fuerza tenía que llegar a la vida religiosa, pero no fue así. Claudio sintió una inicial «aversión» por ella que logró vencer ingresando en 1658 en la Compañía de Jesús. En 1660 profesó y perdió a su madre, Margarita, quien le había dirigido una sentida petición que resultó ser a la vez profética: «Hijo mío, tú tienes que ser un santo religioso».

Completado su noviciado en Aviñón, y culminados sus estudios de filosofía, se dedicó a la enseñanza en el colegio Clermónt de París, punto neurálgico en esa época de la vida intelectual francesa. Pero las cualidades de Claudio traspasaron las fronteras a través de sus escritos y de sus acciones. Probablemente por ello, teniendo constancia fehaciente de su rigor intelectual, Colbert le confió la educación de sus hijos. Es conocida la inclinación del santo a las bellas artes como también los selectos amigos que admiraban su labor. Al respecto, es significativa la correspondencia que mantuvo con personas destacadas de la talla de Oliverio Patru, miembro de la Academia Francesa, uno de sus incondicionales seguidores.

Sus dotes oratorias se hicieron públicas durante la canonización de san Francisco de Sales, ya que fue designado para realizar su panegírico aunque todavía no era sacerdote. Sus palabras conmovieron a todos. Los sermones que pronunció después ante personas de distintas procedencias, entre las que se contaron algunos miembros relevantes de la realeza y de la cultura, son modélicos en todos los sentidos: fondo y forma; eran fruto de su reflexión a la luz de la oración.

Desde 1670 a 1674 dirigió la Congregación mariana. A finales de ese año fue admitido en profesión solemne. Había escrito: «¡Dios mío!, quiero hacerme santo entre Vos y yo». En el retiro preparatorio se sintió llamado a consagrarse al Sagrado Corazón. Entonces añadió otro voto de absoluta fidelidad a las reglas de la Compañía, voto que había vivido rigurosamente antes de profesar. Su obediencia fue paradigmática. Delicado y exquisito en su quehacer, todo reflejaba su reciedumbre espiritual. Abandonado en brazos de la confianza divina, compuso una hermosísima oración dedicada a ella. Este fragmento de su conocido «Acto de confianza» muestra su ardiente anhelo de permanecer unido a Dios por encima de sí: «Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti y de que no puede faltar cosa alguna a quien de Ti las aguarda todas, que he determinado vivir en adelante sin ningún cuidado, descargándome en Ti de toda mi solicitud. Despójenme los hombres de los bienes y de la honra, prívenme las enfermedades de las fuerzas y medios de servirte, pierda yo por mi mismo la gracia pecando; que no por eso perderé la esperanza, antes la conservaré hasta el postrer suspiro de mi vida, y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del infierno para arrancármela, porque con vuestros auxilios me levantaré de la culpa...». Los 33 años de su vida le parecían el momento ideal para entregar su alma a Dios, pensando que a esa edad había sido crucificado Jesucristo. «Me parece, Señor, que ya es tiempo de que empiece a vivir en Ti y solo para Ti, pues a mi edad, Tú quisiste morir por mí en particular», anotó en su Diario. Pero no había llegado su hora.

En 1675 fue nombrado superior del colegio de Paray-le-Monial que contaba con escasísimos alumnos. En ese momento conoció a santa Margarita María de Alacoque que sufría la incomprensión de su confesor ante las revelaciones que recibía del Sagrado Corazón de Jesús. Ella, al oírle predicar a la comunidad de la Visitación, sintió que era la persona que Cristo ponía en su camino: «Mientras él nos hablaba —escribió —, oí en mi corazón estas palabras: 'He aquí al que te he enviado'». Y venciendo su voluntad, que le instaba a no abrirle su corazón, le confió sus pesares. El religioso, conocedor de la violencia que se hizo a sí misma, la comprendió y orientó como solo saber hacer un santo, con toda caridad y delicadeza, siendo dador de paz. La atención dispensada a Margarita atrajo críticas surgidas, como siempre, de insensibilidades diversas. La realidad es que, al igual que ella, otros muchos hallaban en Colombiére el sosiego que precisaban.

En 1676 se trasladó a Londres, donde predicó y convirtió a numerosos protestantes. Las controversias de la corona que implicaban a los católicos le salpicaron y sembraron el bulo de que se hallaba mezclado en un complot. Acusado y hecho prisionero, Luis XIV impidió que lo martirizaran y fue desterrado a Francia. Llegó en 1679 muy enfermo ya que en la cárcel se produjeron los primeros vómitos de sangre y no recibió la asistencia precisa. Buscando aires mejores para su salud, le enviaron a Lyon y dos años más tarde a Paray. Margarita, que había seguido con gran preocupación el proceso de su enfermedad, le hizo saber que allí moriría. Entonces Claudio, que pensaba partir a otro lugar más benigno, paralizó los preparativos del viaje. Y el 15 de febrero de 1682, contando con 41 años, entregó su alma a Dios. La santa supo por una revelación que se hallaba en la gloria y que no precisaba oraciones. Fue beatificado por Pío XI el 16 de junio de 1929, y canonizado por Juan Pablo II el 31 de mayo de 1992.