Tribunas

Un cardenal seguro en sus “dubia”

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

La editorial “Homo legens”, que guarda en su catálogo algunos interesantes libros de algunos de los más interesantes autores católicos contemporáneos, acaba de lanzarse a una nueva aventura.

Y lo ha hecho, nada más y nada menos, que con un libro entrevista al cardenal Raymond Leo Burke, el primer espada de los “dubia”, por decirlo finamente, un cardenal seguro también de sus dudas.

Este libro, escrito por el periodista Guillaune d´Alancon, tiene mucho que ver con una necesidad del cardenal Burke de explicarse. La pregunta que surge, una vez leído el libro, es si el cardenal norteamericano ha conseguido lo que quería y si las expectativas que se ha hecho el lector se satisfacen.

Es cierto que por las páginas de esta entrevista discurren en primera instancia recuerdos, anécdotas, de la infancia, de la juventud, del primer sacerdocio del cardenal Burke. Y esto le añade un particular interés por eso de que la vida de las personas interesa a las personas.

Pero la clave de este libro es la parte doctrinal, en la que el cardenal explica su concepción del matrimonio y de la familia y se adentra por los vericuetos de la teología y del derecho canónico que, al fin y al cabo, es su especialidad. Como suele ocurrir en los libros de esta naturaleza, hay preguntas que no se hacen y preguntas que se hacen más de una vez.

Llama la atención las referencias del cardenal a la revolución del mayo del 68, quizá porque estemos en las primeras vísperas de ese acontecimiento. Afirma por ejemplo, en la página 54, que “la crisis de la Iglesia se identifica con 1968, el año de la revolución iniciada por los estudiantes de París contra todas las formas de autoridad. Esta crisis la desencadena una falsa comprensión de la relación entre fe y cultura”.

Y también su interés por señalar que él no es una persona que pretenda dividir, afirmar la doctrina dejando fuera de la línea a otros. Contesta a una pregunta, en este sentido, de la siguiente forma: “Cuando era obispo de La Crosse, mi posición respecto a la liturgia y la enseñanza de un catecismo auténtico era muy clara. Algunos me acusaron de dividir a los sacerdotes. Repliqué: “No, los sacerdotes ya están divididos”.

O esa otra anécdota muy significativa que recuerda, a propósito de una intervención suya sobre la coherencia de los políticos católicos comentada en la Plenaria de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos: “Un obispo me dijo. “Excelencia, no debería haber dicho lo que ha dicho, porque la Conferencia Episcopal aún no se ha pronunciado a este respecto”. Respondí que la Conferencia Episcopal no debe reemplazar la misión del obispo en su propia diócesis, que es gobernar a su grey y proclamar la fe. Y añadí: “Excelencia, en el juicio final, compareceré ante el Señor y no ante la Conferencia Episcopal”.

El libro es una afirmación de la doctrina de la Iglesia expresada en conceptos y lenguaje clásico. Quizá he echado de menos más de lo que he encontrado. Me quedo con sus palabras sobre lo que debe adornar a un obispo y, por tanto, a un cardenal: “Creo que las virtudes más importantes que debe desarrollar un obispo son la humildad y la confianza”(p. 43).

 

José Francisco Serrano Oceja