Andreia

 

El catolicismo hoy en Cataluña

 

 

02/03/2018 | por Grupo Andreia


 

 

Muchos católicos percibimos la poca relevancia de la creencia religiosa en la vida de la mayoría de los catalanes. Según el Centro Estudios de Opinión de la Generalitat, sólo para un 9,5% de catalanes la fe es muy importante para sus vidas. Asimismo, la Iglesia tiene una baja valoración por parte de la sociedad catalana, inferior a la que obtiene en España, que a su vez es la menor entre los países europeos. Esto contrasta con su alta valoración en otros entornos, como Estados Unidos y América Latina, donde ocupa los primeros lugares o es la institución más valorada. La Iglesia crece en el mundo y se encoge en buena parte de Europa y en nuestro país. Ante esta situación es normal que los catalanes cristianos nos preguntemos por qué la creencia religiosa se ha convertido en tan poco central en la vida de las personas y por qué la Iglesia es tan menospreciada.

Una causa que a menudo se aduce es la complicidad de la Iglesia católica con el franquismo, pero la capacidad explicativa de esta interpretación es pequeña. En Cataluña, donde la influencia eclesial fue menor, la desestimación es mayor, y crece cuanto más joven es la población, con menos recuerdo de aquel periodo. Desde esta perspectiva, más bien nos inclinamos por pensar que algunas de las causas han sido una insuficiente capacidad generacional en la transmisión de la fe, una cierta supeditación de la esencia católica a ideologías muy locales que la instrumentalizan, y algunos aspectos de la misma Iglesia y del testimonio de los cristianos.

Algunas de estas causas son comunes a la cultura de la secularización y descrecimiento, extendida en buena parte de Europa, que se manifiesta en actitud hipercrítica hacia el cristianismo y la Iglesia, multiplicada por una presión mediática, especialmente hegemónica en Cataluña, que tiende a sobrerepresentar los defectos y fallas, y marginar su abundancia de buenos ejemplos.

Esta situación de desafección también nos invita a examinar a nosotros mismos y preguntarnos si somos testigos operantes y eficaces de la palabra de Dios. No es razonable que a pesar de la existencia de instituciones cristianas que tienen una gran aceptación social por su trabajo contra la pobreza y la exclusión, y a favor de la enseñanza, la atención hospitalaria a los más desvalidos, el servicio a los olvidados en las prisiones, y en muchos otros campos, tantos ciudadanos permanezcan indiferentes a las motivaciones de este compromiso cristiano que es la base.

En demasiadas ocasiones, el anuncio de la fe queda enturbiado por una identidad débil, que se diluye en testimonios contradictorios y divisiones internas, en la facilidad para proclamar los valores del pluralismo, el diálogo interreligioso y el ecumenismo, y la poca capacidad para dialogar y cooperar con el hermano en la fe católica. En estas condiciones, la Buena Nueva no convoca a un cambio de vida, sino que aparece como la acomodación a unos intereses que tienen más mundano que de Reino de Dios.

Hay que encontrar el equilibrio adecuado entre la lucha por la justicia, guiada por la caridad y la misericordia, siempre vehiculadas en los compromisos temporales, y el sentido escatológico, es decir nuestro destino final después de la muerte, y el de la humanidad y el universo, que aporta la experiencia cristiana. El sentido de ser sal y luz para el mundo significa vivir inmersos en su realidad con la mirada depositada no en él, sino en la Cruz y su anuncio redentor. Creemos que una parte de la Iglesia, por temor a la hostilidad de una parte de la sociedad, ha renunciado al anuncio y testimonio de la fe, de la Buena Nueva, más allá de los entornos cálidos donde la pueden vivir y celebrar, y es también preocupante la fragilidad moral de muchos cristianos ante el relativismo de nuestro tiempo.

¿Qué podemos hacer los católicos ante esta situación? En primer lugar, entender que es una oportunidad para recuperar el sentido original de la fe y su vivencia comunitaria en la Iglesia. Los momentos actuales pueden parecer difíciles pero tenemos un pasado que avala la reanudación y el renacimiento. La Iglesia, a lo largo de su milenaria historia, ha vivido situaciones similares y ha continuado porque Dios no se acaba a pesar de las limitaciones humanas. Estamos llamados a ser testigos de la luz en tiempo de oscuridad espirituales pero con anhelo de plenitud y resurrección. Tenemos que seguir caminando al lado de las personas, abriendo caminos de esperanza para aquellos que buscamos respuestas ante las preguntas que han acompañado siempre a la humanidad. Ante esta situación la Iglesia debe ofrecer a la sociedad la joya de la fe, la misericordia que transforma los corazones y la espiritualidad destilada a través de la contemplación y la acción a favor de la justicia.

Los cristianos hemos de testimoniar el amor obstinado de Dios por los pobres, los desvalidos y marginados. El seguimiento de la causa de Jesús nos proporciona un camino para vencer los egoísmos que endurecen nuestro corazón al dolor de la humanidad. En una sociedad en la que tantos vínculos han sido destruidos, la comunidad es esencial como experiencia de vida, trabajo y proyecto, como lugar donde transmitir, educar, compartir, servir y celebrar, y compartir unos acuerdos fundamentales. La familia y la parroquia son dos comunidades fundamentales a reforzar.

Nos toca ser más pedagógicos a la hora de explicar el sentido y el mensaje de nuestra fe. La Iglesia tiene que hacerse presente en el mundo renunciando a los antiguos monopolios de la creencia y aportar el proyecto de salvación que da sentido a la tradición cristiana, sin complejos de inferioridad, convencidos de que todavía está vigente el seguimiento de la causa Jesús.

El tipo de conducta, el modelo de vida, de familia y de compromiso social que propone el cristianismo, aporta ventajas concretas que se han de exponer con nitidez. Debemos hacer renacer la educación y la experiencia en las virtudes, sin las cuales los valores son inalcanzables. Hoy, necesitamos reflexionar sobre el sentido del pecado y las virtudes. Para responder a la mejor relevancia cultural de la experiencia cristiana en nuestra sociedad, debemos construir y difundir un proyecto cultural capaz de proponer un marco de referencia que aporte más sentido humanos, más plenitud y armonía en la vida cotidiana. La Doctrina Social de la Iglesia es una referencia útil para vencer las graves injusticias que son causa de pobreza y marginación. Es necesario prestar más atención a la preparación de los sacerdotes para desarrollar su actividad pastoral y formar mejor a los laicos a fin de testimoniar la fe en los diferentes ámbitos de la vida.

La cuestión de las estructuras y significantes eclesiales tiene relevancia especial en cuanto a los jóvenes. La juventud catalana no ha tenido una experiencia vivida de pertenencia eclesial y las noticias que tienen sobre la fe está mediatizada por los medios de comunicación, que proyectan una imagen eclesial distorsionada. La Iglesia tiene que saber acercarse a los jóvenes con un lenguaje y unos medios que les resulten comprensibles.

Finalmente, deben mejorarse muchos aspectos de la vida eclesial. Los católicos debemos saber proponer a la sociedad la riqueza litúrgica que manifiesta la belleza sensible de la relación de los individuos con Dios. Se debe prestar más atención a la proclamación y predicación de la Palabra, en la preparación de los laicos para poder participar activamente en este servicio. Es necesario abrir más tiempo las iglesias a fin de ofrecer un lugar de acogida, reposo y paz. Hay que transformar el concepto de iglesia diocesana. Todas las estructuras diocesanas deben ser lugares privilegiados donde vivir y transmitir la fe, dentro y fuera. Las diócesis deben transformar sus estructuras haciéndolas más participativas, ampliando los ámbitos de responsabilidad a los laicos y testimoniando progresos significativos en relación a la participación de las mujeres en la vida eclesial.

Hay fortalecer la Iglesia católica en Cataluña. Si no lo sabemos hacer, corremos el riesgo de convertirse en una minúscula realidad de fe sumergida bajo gran estructuras que aparentemente funcionan, pero poco exitosas para transmitir a la sociedad el anuncio gozoso de la Buena Nueva.

 

Publicado en La Vanguardia 22-12-2015