Tribunas

Salvemos la Familia

 

 

Ernesto Juliá


 

 

En estos últimos días hemos vivido un asesinato en el seno de una familia rota: la muerte de Gabriel. Este hecho reciente me ha hecho recordar unas líneas sobre la familia que escribió Benedicto XVI, en el Mensaje de la XLVI Jornada Mundial de la Paz, 2-I-2013.

“Ninguno puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, institución base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. La familia tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a enriquecerse mutuamente mediante el cuidado recíproco. En concreto, la familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino. La familia es una de los sujetos sociales indispensable en la realización de una cultura de la paz”.

Benedicto XVI no puede ser más claro y preciso. La frase que he puesto en negrita manifiesta sin restricciones de ningún tipo el sentido humano-divino de la familia en el plan creador, redentor y santificador de Dios.

Y para garantizar esa tarea educadora y formadora de la familia, Benedicto XVI concluye el párrafo con estas palabras: “Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor”.

Yo no sé cuántos padres y madres, que aman a sus hijos y se desvelan por sus criaturas, son conscientes de que Dios se vale de ellos para transmitir a esos hijos todo su Amor. Tarea imposible, pensarán algunos, o quizá muchos. Si fuera imposible, Dios no habría contado con la familia para esa maravillosa tarea, no habría creado ni puesto en marcha este mundo.

Quizá no son muchas las madres que al contemplar los ojos de su recién nacido sueñan con que esos ojos pueden ver un día a Dios “cara a cara”. Y, sin embargo, ese es la medida del amor divino de la que habla Benedicto XVI.

Ese “germen” de la familia es la raíz del amor de Dios que hará posible que un día nazca aquí y allá esa sociedad de paz con la que soñamos todos, y que está en la mente de Dios para que los humanos podamos vivir en paz, como en tantas ocasiones nos recuerda el Papa Francisco.

Y sin embargo, los ataques a la familia no cesan, y la mayoría organizados y dirigidos por los propios gobernantes en toda Europa: abortos, divorcios exprés, uniones entre humanos llamadas falsamente “matrimonios”, manipulaciones en la educación para imponer la enseñanza de la ideología de género, etc., etc., y leyes que pretenden regular la custodia compartida –caiga quien caiga- de los hijos de las familias rotas. Acciones todas que generan violencia y dramas sin parar.

Gabriel ha sido asesinado por la “pareja” de su padre. Son muchos los niños que sufren cuando su padre abandona a su madre, se busca una “pareja” –hombre o mujer-y pretende imponer a sus hijos una relación amistosa con esa “pareja”, aplicando la “ley” de la “custodia compartida”.

Muchas criaturas se rebelan, lógicamente, y se niegan radicalmente a tener el mínimo trato con esas personas que han quitado a su madre del corazón y de la vida del padre. En no pocas ocasiones, el padre trata de imponerse a sus hijos memores de edad. Y en algunos casos el final de estos sucesos es más trágico que el del propio Gabriel.

Me duele terminar estas líneas con una tragedia ocurrida hace ya algunos años. Un niño de 11 años se niega a “compartir” fines de semana con su padre y  su “pareja”, otro hombre. El padre insiste. La criatura le amenaza quizá sin ser muy consciente de lo que dice: “Si me obligas a estar con vosotros, me suicido”.

El padre no le hace caso y su “pareja” intenta hacerse amigo del muchacho. Los dos tratan de atraerlo por diversos caminos. No lo consiguen, y el acoso no cesa. Al cabo de unas semanas de soportar la presión, el hijo vuelve a la casa –un cuarto piso-, no saluda a nadie, se mete en una habitación. Cinco minutos después su cuerpo yace muerto en medio de la calle.

“Educación de las personas según la medida del amor divino”. ¿Dónde podrá el ser humano aprender a vivir así si no tiene delante de los ojos, al alcance de su corazón, el amor de su madre y de su padre? ¿Será posible ese ideal si el niño, la niña, no aprende a amar a Dios y a sus padres en el seno de una Familia?

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com