Papa Francisco | cuaresma

 

El Papa asiste a la quinta predicación de Cuaresma

 

“Pongámonos las armas de la luz”. Este cuarto viernes de marzo la capilla Redemptoris Mater fue nuevamente el escenario en el que el Predicador de la Casa Pontificia ofreció su última meditación en preparación a la inminente Pascua

 

 

23 marzo 2018, 18:47 | María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano


 

 

El Padre Raniero Cantalamessa en su predicación de esta mañana, ante la presencia del Papa Francisco y los demás miembros de la Curia Romana abordó el tema de la pureza cristiana.

 

Las motivaciones cristianas de la pureza

Y destacó que San Pablo – en su carta a los Gálatas – escribe que “el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí”. Sin embargo – dijo –aquí, como por lo demás casi siempre en el Nuevo Testamento, el “dominio de sí” está incluido en una esfera muy precisa de la persona, es decir, en el marco de la sexualidad.

Además, explicó que cuando se habla de la pureza y de la impureza en simples listas de virtudes o de vicios, sin profundizar en la materia, el lenguaje del Nuevo Testamento no difiere mucho del de los moralistas paganos.

También recordó el salto de cualidad casi infinito existente entre las dos perspectivas; en el primer caso – dijo – la pureza está en función de mí mismo, yo soy el objetivo y en el segundo caso, la pureza está en función de Jesús. A la vez que agregó que esta motivación cristológica de la pureza se hace más apremiante, por lo que San Pablo añade en el mismo texto: Nosotros no somos sólo genéricamente “de” Cristo, como su propiedad o cosa suya; ¡somos el cuerpo mismo de Cristo, sus miembros!

 

Pureza, belleza y amor al prójimo

A la luz nueva que brota del misterio pascual y que San Pablo nos ha ilustrado hasta aquí – prosiguió explicando el Predicador de la Casa Pontificia – el ideal de la pureza ocupa un lugar privilegiado en cualquier síntesis de moral cristiana del Nuevo Testamento.

Y especificó que en su conjunto, este aspecto de la vida cristiana determina lo que el Nuevo Testamento y de modo especial, las cartas pastorales, llaman la “belleza” o el carácter “hermoso” de la vocación cristiana, que, fusionándose con el otro rasgo, el de la bondad, forma el ideal único de la “belleza buena”, o la “bella bondad”, por lo que se habla indistintamente tanto de buenas obras como de obras hermosas.

 

Pureza y renovación

Estudiando la historia de los orígenes cristianos – destacó el P. Raniero Cantalamessa – se ve con claridad que los principales instrumentos con que la Iglesia logró transformar el mundo pagano de entonces fueron dos; el primero, fue el anuncio de la Palabra, y el segundo, el testimonio de vida de los cristianos, el martirio; y se ve cómo, en el marco del testimonio de vida, dos fueron, de nuevo, las cosas que más admiraban y convertían a los paganos, a saber: el amor fraterno y la pureza de las costumbres. Ya la primera carta de Pedro alude al asombro del mundo pagano frente al tenor de vida tan diferente de los cristianos.

 

¡Puros de corazón!

“Hoy – dijo el Predicador al concluir – hay algo nuevo que el Espíritu Santo nos llama a hacer: nos llama a testimoniar al mundo la inocencia originaria de las criaturas y de las cosas”. De donde se deduce la necesidad de sanar la raíz que es el corazón, porque de allí sale todo lo que contamina realmente la vida de una.

Y recordando la experiencia de San Agustín terminó con aquella oración: “Señor – decía el santo – tú me pides ser casto: dame lo que me pides y pídeme lo que quieras”. Una oración – dijo el P. Cantalamessa – que todos podemos hacer nuestra, sabiendo que en este campo, como en cualquier otro, sin la gracia de Dios no podemos hacer nada.