Tribunas

María junto a la Cruz de Jesús

 

 

Ernesto Juliá


 

 

En el ambiente de cierta banalización de la Fe que se respira fuera y dentro de la Iglesia, los días de la Semana Santa están también en peligro de ser considerados simples días de vacaciones, si acaso “interrumpidas” por la presencia de algunas procesiones que algo recuerdan de lo que sucedió aquellos días en Jerusalén hace 2.000 años.

¿Qué sucedió?

“Estaban de pie junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena” (Jn 19, 25).

María acompaña a su Hijo hasta el Calvario; y permanece firme al pie de la Cruz. A su alrededor todo es abandono, desilusión, oscuridad. Llanto y blasfemia; traición y desesperación.

Cristo está muriendo en la Cruz. Dios y hombre verdadero. Dios que está viviendo la muerte de los hombres, muerte fruto del pecado, viviendo la muerte en su humanidad. Y el único ser humano que está a su lado, que le acompaña, corazón a corazón, es María. Le prestó su seno para que un día se encarnara y naciera Dios y hombre verdadero; y ahora le presta su espíritu adolorido –“no hay dolor como su dolor”- y le acompaña al cargar con la Cruz, con la ofensa a Dios y a los hombres que engendra el Pecado.

En el Corazón de Cristo claman todos los pecados del mundo y piden perdón a Dios Padre para ser redimidos. ¿Nos unimos los hombres a esa petición de perdón de Cristo?

En el Corazón de María palpita la Fe de toda la humanidad, arrepentida de su pecado; en su Corazón sin pecado pide perdón a Cristo clavado en la Cruz.

En el Corazón de Cristo, traspasado en la Cruz por la lanza del centurión, manan los Sacramentos: Esperanza para todos los hombres de poder participar en la vida de Cristo; de poder sufrir y gozar con Él.  Esperanza de vida eterna en Cristo Jesús.

En el Corazón de María al pie de la Cruz está toda la esperanza de los hombres y de las mujeres que caminarán por la tierra hasta el fin del mundo. Esperanza para vencer toda desesperanza. Esperanza para sonreír ante cualquier contradicción que se presente en sus vidas; para no desfallecer ni darse jamás por vencido. Esperanza de ver salir el sol cada mañana –“estrella de la mañana”-, hasta que seamos iluminados por la Luz Eterna: la mirada de Dios Padre.

En el Corazón de Cristo agonizando en la Cruz, palpita todo el Amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo a sus criaturas los hombres. Les perdona y pide a Dios Padre que les perdone;  y les ama hasta el extremo: “nadie ama más que aquel que da la vida por sus amigos”.

En el Corazón de María, en pie junto a la Cruz, encontramos los hombres la gracia para perdonar a todos nuestros enemigos; a todas las personas que nos han querido hacer mal; a quienes han pretendido el fracaso de nuestras vidas; a quienes han querido saciar su deseo de venganza sobre nuestra fragilidad y debilidad humana.

Y antes de expirar, Cristo une Su Corazón, al Corazón de su Madre, y los funde con nuestros pobres corazones humanos.

“Viendo Jesús a su Madre, y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su Madre, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la tomó consigo” (Jn 19, 26).

Con el discípulo amado, Juan, estamos todos los hombres en el Corazón de María.

La muchedumbre en torno al Gólgota ha dejado de lanzar blasfemias e insultos al condenado a muerte. Comienza a reinar el silencio en el Calvario. Silencio que va a durar hasta el fin del mundo.

Dios Padre está viviendo la muerte y el sufrimiento de Dios Hijo hecho hombre, porque sabe que muchos hombres, muchas mujeres, rechazarán el Amor clavado en la Cruz, y la muerte será la puerta que les aparte definitivamente de Dios. Dios sufre la pérdida de tantos hijos.

María es la única criatura que acompaña a Cristo en este momento de tiniebla en el que el pecado, manejado por satanás, parece haber vencido a Dios y destrozado su creación. A su lado, Juan y las santas mujeres.

“Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos…Porque si en leño verde hacen esto, en el seco, ¿qué se hará? (Lc 23, 28-31).

Los hijos y las hijas de Jerusalén seguimos llenando los caminos del mundo.

María, al pie de la Cruz, nos abre su corazón materno y nos da aliento a la espera de la Resurrección.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com