La firma

 

Las cofradía y la Eucaristía

 

Las manifestaciones de la religiosidad popular, y en concreto las cofradías, tienen como función principal el culto de unas imágenes y el fomento y participación en unas tradiciones

 

 

28/03/2018 | por Tomás Salas


 

 

Hay una escena que me llamó la atención y que he comentado en más de una ocasión, con referencia a la religiosidad popular. En una visita a la iglesia de san Pablo en Málaga, observé la cantidad de gente que se acercaba a la venerada imagen de Jesús Cautivo, objeto de profunda y masiva devoción popular en la ciudad y fuera de ella.  Los que lo hacían mostraban gestos de devoción: persignarse, hincarse de rodillas, inclinar la cabeza. Sin embargo, en el trayecto desde la entrada hasta el altar del “Señor de Málaga” se encontraba situado el Sagrario. La mayoría de los que se dirigían hacia su querida imagen, pasaban delante de Él con la mayor indiferencia, motivada -quiero pensarlo así- más por el desconocimiento que por la maldad. Esto no es sino una anécdota, un detalle curioso; pero sintomático de ciertos aspectos de la religiosidad popular y de cuáles son, frente a sus fortalezas y potencialidades, sus limitaciones y debilidades.

Las manifestaciones de la religiosidad popular, y en concreto las cofradías, tienen como función principal el culto de unas imágenes y  el fomento y participación en unas tradiciones. Últimamente se está ampliando este campo cada vez más al terreno cultural, asistencial, formativo. Ahora bien, estás funciones, con ser  importantes, son medios para conseguir el objetivo fundamental, que es el de cualquier cristiano: la santificación personal y el servicio a los demás, impulsados por la caridad. Si colocamos los fines por encima de los objetivos trastocamos la jerarquía natural de las cosas.

La Eucaristía es el  sacramento en el que Cristo se entrega a nosotros para alimentarnos y para que formemos parte de su  Cuerpo Místico. Por el misterio de la transustanciación el pan y el vino  se convierten en su Cuerpo y Sangre. La Eucaristía es “el corazón de la Iglesia” (Henri de Lubac). Cada misa es la actualización del sacrificio de Cristo y no sólo (como la conciben los protestantes), asamblea fraterna, reunión. Los grandes santos siempre han sido personas eucarísticas. En la cima de esta montaña se coloca santo Tomás de Aquino, cuyos himnos, como el Adorote devote o el Pane Lingua, nos siguen pareciendo de una belleza inmarchitable.

Por ello me parece magnífico fomentar en nuestras hermandades y cofradías el culto eucarístico.  Ese es el camino correcto que nos conduce al lugar adecuado, a restituir a las cosas su jerarquía natural, de forma que lo fundamental esté por encima de lo secundario.

Me parece benemérita cualquier iniciativa de parroquias, grupos, instituciones que tengan como fin  organizar actos de Adoración Eucarística para los cofrades. Para muchos miembros de hermandandes y cofradías significará una grata experiencia y una ocasión de profundizar en su fe.

No lo olvidemos los cofrades: ante nuestras imágenes, maravillosas muestras de devoción, arte e historia, estamos ante un QUE; pero Cristo en el sagrario es un QUIEN.