Servicio diario - 01 de abril de 2018


 

Pascua: "¿Deseamos participar en este anuncio de vida?"
Raquel Anillo

Vigilia de Pascua: el Papa bautiza a ocho adultos
Anne Kurian

"Y yo, hoy, en esta Pascua 2018, ¿qué estoy haciendo?"
Raquel Anillo

"La resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo"
Raquel Anillo

Pascua: la oración del Papa Francisco por los países en conflicto
Anne Kurian

San Francisco de Paula, 2 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

 

01/04/2018-08:07
Raquel Anillo

Pascua: "¿Deseamos participar en este anuncio de vida?"

(ZENIT — 31 marzo 2018).- "¿Deseamos participar en este anuncio de vida o permaneceremos callados ante los acontecimientos? Esta es la invitación que el Papa Francisco hizo en la vigilia de Pascua que celebró el 31 de marzo de 2018 en la Basílica de San Pedro: una invitación a "romper con los hábitos repetitivos, a renovar nuestras vidas, nuestras elecciones y nuestra existencia".

Hablando en su homilía "el peso del silencio ante la muerte del Señor", el Papa añadió: "Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra adormecido y paralizado... el discípulo de hoy sin voz ante una realidad que se impone sobre él, haciéndole sentir y, lo que es peor, creyendo que no se puede hacer nada para vencer tantas injusticias que muchos de nuestros hermanos viven en sus carnes. Es el discípulo aturdido inmerso en una rutina abrumadora que le priva de la memoria, que hace acallar la esperanza y le acostumbra al siempre lo hemos hecho así"".

"La tumba vacía, dijo el Papa Francisco, quiere desafiar, sacudir, interrogar, pero sobre todo, quiere animarnos a creer y confiar en que Dios "viene" en cada situación, en cada persona, y que su luz puede llegar hasta los rincones más impredecibles y cerrados de la existencia... Él ha resucitado y con Él resucita nuestra esperanza creativa para enfrentar los problemas actuales, porque sabemos que no estamos solos".

"Celebrar la Pascua", continuó, "significa volver a creer que Dios irrumpe y sigue abriéndose paso en nuestras historias, desafiando nuestros determinismos unificantes y paralizantes. Celebrar la Pascua significa asegurarse de que Jesús venza esa actitud cobarde que tantas veces nos asedia e intenta enterrar todo tipo de esperanza".

Este es el texto de la homilía pronunciada por el Papa durante la celebración.

AK

 

Homilía del Papa Francisco

Esta celebración la hemos comenzado fuera... inmersos en la oscuridad de la noche y en el frío que la acompaña. Sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras.

Son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor que genera la muerte de Jesús: ¿Qué decir ante tal situación? El discípulo que se queda sin palabras al tomar conciencia de sus reacciones durante las horas cruciales en la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio que sufrió el Maestro, los discípulos callaron. Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron (cfr. Jn 18,25-27).

Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean. Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos.

Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así». Es el discípulo enmudecido que, abrumado, termina «normalizando» y acostumbrándose a la expresión de Caifás: «¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca la nación entera?» (Jn 11,50).

Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40) [1] y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio. Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte.

Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que traspasaron» (Jn 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan miedo... ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora.

Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí...ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio!

Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.

Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza.

La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?

¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.

 

[1] «Yo os digo: si ellos callan, gritarán las piedras»

© Librería editorial del Vaticano

 

 

01/04/2018-08:33
Anne Kurian

Vigilia de Pascua: el Papa bautiza a ocho adultos

(ZENIT — 1 abril 2018).- El Papa Francisco bautizó a ocho adultos: tres mujeres y cinco hombres, de entre 28 y 52 años, durante la Vigilia pascual que tuvo lugar en la basílica vaticana este sábado, 31 de marzo de 2018, a las 20:30 horas.

Los catecúmenos eran cuatro italianos, un albanés, un nigeriano, un estadounidense de los Estados Unidos y un peruano.

Durante esta celebración, el Papa Francisco bendijo el fuego en el atrio de la basílica y encendió el cirio pascual. Después de la procesión de entrada silenciosa, en la oscuridad, y la canción tradicional del Exultet, el himno triunfal de la resurrección cantada en la noche de Pascua, el Papa Francisco presidió la liturgia de la Palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística La asamblea oró especialmente por los obispos, los gobernantes, las familias, los más pobres y los que sufren, los difuntos.

En la mañana de Pascua, domingo 1 de abril, el Papa celebrará la misa en la explanada de la Basílica de San Pedro a las 10 h. El Evangelio será proclamado en latín y griego. Durante la oración universal, la asamblea orará por el Papa y los obispos, así como por los sacerdotes y las personas consagradas, y por la paz y la justicia en el mundo.

Después de la celebración, al mediodía, el Papa dará la bendición "Urbi et Orbi", a la ciudad y al mundo, desde la logia central de la basílica. Esta bendición especial, que confiere indulgencia plenaria, en las condiciones usuales prescritas por la Iglesia, incluida la confesión sacramental y la comunión, incluidos los que siguen la bendición por televisión, radio o Internet, se da en Navidad y en Pascua, lo mismo que en la elección de un nuevo papa.

Como cada año, la Plaza de San Pedro estaba decorada con flores, especialmente amarillas, para la ocasión: 50,000 plantas. Incluyendo 1,000 orquídeas, que son traídas de los Países Bajos desde hace 32 años.

© Traducción ZENIT, Raquel Anillo

 

 

01/04/2018-15:29
Raquel Anillo

"Y yo, hoy, en esta Pascua 2018, ¿qué estoy haciendo?"

(ZENIT — 1 abril 2018).- "Y yo, hoy, en esta Pascua 2018, ¿qué estoy haciendo?" Esta es la pregunta que hizo el Papa Francisco al celebrar la Misa del Domingo de Pascua el 1 de abril de 2018. Hablando de una abundancia de corazón en su homilía desde la Plaza de San Pedro, el Papa subrayó que "los anuncios de Dios siempre son sorpresas... Dios te sorprende".

Las sorpresas de Dios, ha añadido ante los 80.000 fieles presentes en la plaza decorada con flores de Holanda, "nos puso en el camino, de inmediato, sin esperar... Las sorpresas, las buenas nuevas se darán siempre así: apurado. Pero "el Señor también tiene paciencia para aquellos que no se apresuran tanto", observó, dando el ejemplo de Santo Tomas.

"Y yo? preguntó el Papa. ¿Tengo mi corazón abierto a las sorpresas de Dios? ¿Puedo ir a toda prisa a las sorpresas de Dios? ¿Puedo apresurarme?"

Esta es nuestra traducción completa de la homilía que pronunció.

AK

 

Homilía del Papa Francisco

Después de escuchar la palabra de Dios de este pasaje del Evangelio me nace decir tres cosas.

Primero: El anuncio, allí hay un anuncio: el Señor ha resucitado, ese anuncio que desde los primeros tiempos de los cristianos iba de boca en boca; era el saludo, el Señor ha resucitado. Y las mujeres allí que fueron para ungir el cuerpo del Señor, se encontraron ante una sorpresa, los anuncios de Dios son siempre sorpresas, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Es así desde los inicio de la historia de la salvación, desde nuestro padre Abraham. Dios te sorprende: "deja tú tierra, ve". Siempre hay una sorpresa detrás de otra. Dios no sabe hacer un anuncio sin sorprendernos. Y la sorpresa es lo que nos conmueve el corazón, los que nos toca precisamente allí, donde no lo espera. Para decirlo en el lenguaje de los jóvenes: la sorpresa es un golpe bajo; tú no te la esperas. Y Él va y te conmueve, el primer anuncio hecho, sorpresa.

Segundo: La prisa. Las mujeres corren, van de prisa: "Pero, para decirnos ¡hemos encontrado esto!" las sorpresas de Dios nos ponen en camino, inmediatamente, sin esperar, y así corren para ver. Y Pedro y Juan corren. Los pastores, en la noche de Navidad, corren: "Vamos a Belén a ver lo que nos dijeron los ángeles". Y la Samaritana, corre para decir a su gente: "Esto es una novedad: encontré a un hombre que me dijo todo lo que hice". Y la gente sabía todo lo que ella había hecho. Y esa gente corre, deja lo que está haciendo, también el ama de casa deja las papas en la olla — las encontrará quemadas -pero lo importante es ir, corren, para ver esa sorpresa, el anuncio. También hoy sucede, en nuestros barrios, en nuestros pueblos, cuando sucede algo extraordinario, la gente corre a ver. Ir de prisa. Andres no perdió su tiempo y fue de prisa a lo de Pedro para decir: "Hemos encontrado al Mesías". Las sorpresas, las buenas noticias, se dan siempre así: de prisa. En el Evangelio, hay uno que se toma un poco de tiempo; no quiere arriesgar. Pero el Señor es bueno y lo espera con amor.

El anuncio sorpresa, la respuesta apresurada y la tercera cosa que quisiera decirles hoy es una pregunta: "¿Y yo qué? ¿Tengo mi corazón abierto a las sorpresas de Dios? ¿Soy capaz de ir de prisa a las sorpresas de Dios? ¿Puedo ir a toda prisa o siempre con este coro? "Pero mañana veré, mañana, mañana?". ¿Qué me dice la sorpresa? Juan y Pedro fueron corriendo hacía el sepulcro. El Evangelio nos dice de Juan: "Él creyó". Pedro también: "Él creyó", pero en cierto modo, con la fe un poco mezclada de remordimiento por haber negado al Señor.

El anuncio sorprende, la carrera, ir corriendo, y la pregunta: "Y yo, hoy, en esta Pascua 2018, ¿qué estoy haciendo? ¿Qué estás haciendo? "

© Traducción de Zenit, Raquel Anillo

 

 

01/04/2018-13:47
Raquel Anillo

"La resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo"

(ZENIT — 1 abril 2018).- "La resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, que no defrauda", ha dicho el Papa Francisco el domingo de Pascua, desde el balcón de la basílica de San Pedro.

"Esta es la fuerza del grano de trigo, la del amor que se rebaja y se entrega hasta el final, y que realmente renueva el mundo"-explicó- "La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra", dijo.

Al mediodía, después de celebrar la misa en la Plaza de San Pedro, el Papa dio la bendición "Urbi et Orbi" a la ciudad y al mundo: esta bendición especial, confiere la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales previstas por la Iglesia, incluida la confesión sacramental y la comunión, incluidos los que siguen la bendición por televisión, radio o Internet, se da en Navidad y Pascua, así como en la elección de un nuevo Papa.

La fuerza del amor, enfatizó el Papa, "hoy también da frutos en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias": "Lleva frutos de esperanza y dignidad allá" donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y donde falta el trabajo, en medio de las personas desplazadas y de los refugiados... de las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las esclavitudes de nuestro tiempo".

El Papa Francisco ha pedido "frutos de paz para el mundo entero" para Siria, Tierra Santa, el sur de Sudán y la República Democrática del Congo, la península de Corea, para Ucrania y para el pueblo venezolano.

"Que Cristo Resucitado", añadió, "aporte frutos de vida nueva a los niños que, debido a las guerras y al hambre, crecen sin esperanza, privados de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos dejados aparte por la cultura egoísta, que deja de lado al que no es 'productivo"". El Papa también oró por "aquellos que en el mundo entero tienen responsabilidades políticas, para que siempre respeten la dignidad humana".

AK

 

Mensaje pascual del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua! Jesús ha resucitado de entre los muertos.

Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.

Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor

Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.

Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.

Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.
Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.

Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.

Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.

Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual —como han escrito sus Pastores— vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria.

Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo"

Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos.

Queridos hermanos y hermanas,

También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).

¡Feliz Pascua a todos!

© Librería editorial del Vaticano

 

 

01/04/2018-17:20
Anne Kurian

Pascua: la oración del Papa Francisco por los países en conflicto

(ZENIT— 1 marzo 2018).- Con motivo de la Pascua, este domingo,1 de abril de 2018, el Papa Francisco pidió "frutos de paz para el mundo entero". Al dar la bendición `Urbi et Orbi', a la ciudad y al mundo, desde la logia central de la basílica, el Papa oró especialmente por los países en conflicto: Siria, Tierra Santa, Yemen, Oriente Medio, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Corea, Ucrania y Venezuela.

 

Siria, Tierra Santa, Medio Oriente

Citando "la amada y atormentada Siria, con una población agotada por una guerra que no ve el fin", el Papa deseó que "la luz de Cristo resucitado ilumine las conciencias de todos los líderes políticos y militares, para poner fin de inmediato al exterminio en curso".

Pidió "respeto por el derecho humanitario y el acceso a la ayuda que estos hermanos y hermanas necesitan urgentemente, al tiempo que se garantice las condiciones adecuadas para el regreso de todos aquellos que han sido dispersados".

Invocando "frutos de reconciliación para Tierra Santa, todavía herida en estos días por conflictos abiertos que no perdonan a los indefensos", el Papa también rezó "por Yemen y por todo el Oriente Medio, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia".

"Que nuestros hermanos en Cristo, que a menudo sufren persecución y hostigamiento, sean testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal", añadió.

 

Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Corea

El Papa también se refirió a "aquellas partes del continente africano atormentadas por el hambre, los conflictos endémicos y el terrorismo". "Que la paz del Resucitado pueda sanar las heridas en Sudán del Sur y en la atormentada República Democrática del Congo: Que abra los corazones al diálogo y al entendimiento mutuo".

"¡No olvidemos a las víctimas de estos conflictos, especialmente a los niños! Que no falte la solidaridad por las muchas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir", insistió.

Deseó "frutos del diálogo para la península de Corea, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región": "Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza dentro de la comunidad internacional".

 

Ucrania, Venezuela

El Papa ha pedido "frutos de paz para Ucrania, para que se tomen medidas a favor de la concordia y (que) se faciliten las iniciativas humanitarias que la población necesita".

Por último ha deseado "frutos de consolación para el pueblo venezolano": "Que él, por el poder de la resurrección del Señor Jesús, pueda encontrar el camino correcto, pacífico y humano para salir lo más rápido de la crisis política y humanitaria, que le atenaza, y que la acogida y la asistencia no falten a todos aquellos de sus hijos que se ven obligados a abandonar su patria",

 

Niños, ancianos, gobernantes

El Papa abogó por los niños "que, debido a las guerras y al hambre, crecen sin esperanza, privados de educación y asistencia sanitaria"; y a los ancianos "apartados por la cultura egoísta, que deja de lado al que no es 'productivo"'.

En cuanto a los que tienen responsabilidades políticas, alentó: "que siempre respeten la dignidad humana y se prodiguen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad de sus propios ciudadanos".

© Traducción ZENIT, Raquel Anillo

 

 

01/04/2018-06:32
Isabel Orellana Vilches

San Francisco de Paula, 2 de abril

«Gran taumaturgo y apóstol, impulsor de la Congregación eremítica paolana de San Francisco de Asís. Cuando la fama de sus prodigios llegó a oídos del monarca francés Luís XI, reclamó la presencia del santo a través del papa Sixto IV»

Cuando nació el 27 de marzo de 1416 en Paula, Cosenza, Italia, sus progenitores Giacomo D'Alessio y Vienna de Fuscaldo tenían una edad respetable. Tras dieciséis años sin descendencia la viabilidad de una paternidad prácticamente se había esfumado para ellos. Habían rogado la mediación de san Francisco de Asís y le atribuyeron esta nueva vida. Por eso, impusieron su nombre al recién nacido. Poco después, ante una grave enfermedad ocular que se le presentó, prometieron al santo que si sanaba vestiría el hábito franciscano, y al verle curado mantuvieron su promesa.

Francisco era un adolescente cuando ingresó en el convento de San Marco Argentano de Cosenza tal como sus padres habían previsto a través de un voto que le comprometía durante un año. En ese tiempo con su ejemplar conducta puso de manifiesto que la inspirada decisión tomada por ellos de vincularlo a la vida religiosa, cuando él no tenía edad de elegir, la compartía plenamente; no era algo impuesto. Joven orante y entregado, acogía con edificante disposición las humildes tareas que le encomendaron, y ya comenzaba a ser agraciado con favores celestiales. Pasado el tiempo inicialmente acordado para su estancia en el convento, dejó a los religiosos. Abandonar el claustro, en su caso, no significaba dar la espalda a una consagración. Latía en el fondo de su corazón un anhelo tal de entrega que todas las opciones que se le ofrecían es como si se le quedaran cortas. Se sentía poderosamente alentado a conquistar más altas cotas.

Sus padres le acompañaron en peregrinación por varios eremitorios de distintos lugares. Roma, Loreto, Montecasino —núcleo emblemático de la vida cenobítica— centros que entonces recorrió, así como otros grupos de anacoretas establecidos en el enclave privilegiado de Monte Luco, a los que también visitó, dan fe del estado de búsqueda que le animaba. Tenía claro lo que perseguía. Por eso no tuvo reparos en exponer su malestar y confusión al ver en una vía romana las ricas vestimentas de un cardenal. Sin contenerse, espetó: «Nuestro Señor no iba de esta manera».

Este viaje no fue en vano. Al regresar a Paula se había decantado por la vida monástica. Sus padres le ayudaban en el camino de discernimiento. Y en 1435, en unos terrenos que pusieron a su disposición a las afueras de la ciudad, inició una vía de oración, penitencia y mortificaciones. Apenas había rebasado la adolescencia y la severa austeridad que caracterizaba su vida comenzó a atraer el interés de otros nuevos aspirantes que se unieron a él. Unos años más tarde, monseñor Pirro Caracciolo, arzobispo de Cosenza, sabedor del núcleo monástico que Francisco había impulsado, les dio su bendición y les dotó de un oratorio. La fama de virtud del santo traspasó los confines de Paula y se hizo notar en todo Nápoles. Enterado Pablo II de la misión que llevaba a cabo no dudó en ayudarle directa e indirectamente, concediendo indulgencias a los que contribuían económicamente para la construcción de la iglesia. El 17 de mayo de 1474 la «Congregación eremítica paolana de San Francisco de Asís» obtuvo la aprobación pontificia. En muchos lugares anhelaban la presencia de estos religiosos y demandaban la apertura de nuevas fundaciones. Los nacientes eremitorios, sustentados por las limosnas, comenzaron a surgir por doquier.

El único deseo de Francisco era cumplir la voluntad de Dios y junto a la oración extremaba sus disciplinas. Por lo demás, no había prebendas para nadie. Fuesen pobres o ricos, nobles o plebeyos, a todos los trataba sin acepción, manteniendo viva la profunda religiosidad y fe de su entorno que cautivó a numerosos peregrinos. Los pobres, en particular, tuvieron en él a un acérrimo partidario de sus causas. Alzando su voz les defendía frente a los poderosos. Fue un gran taumaturgo. Se ocupó de enseñar a quienes acudían pidiendo su amparo que la clave de todo milagro es la fe. Es el único requisito que Cristo exige. Al respecto, se destaca el caso del joven que tenía una llaga abierta en un brazo, herida que no se cerró pese a haber visitado a distintos médicos. Su madre le sugirió ir en busca del santo, quien al verle simplemente le entregó una hierba que segó al paso, y le indicó que se la aplicase después de hervirla. El joven la conocía por tratarse de una especie común que crecía en su entorno. Incrédulo, quiso saber cómo era posible que tal arbusto hiciera el milagro. Francisco respondió: « Es la fe la que hace milagros».

Tantos fueron sus prodigios y tan renombrados que su eco llegó a Francia. Allí se encontraba postrado en su lecho de muerte el rey Luís XI, quien rogó a Sixto IV que le enviase a Francisco. El pontífice, seguramente constreñido por intereses diplomáticos, accedió. Pero aquél se hizo rogar varios meses y solamente partió cuando el papa se lo impuso. No era una situación grata. La clara vocación a la vida austera que abrazaba desde hacía varias décadas se contraponía a la de palacio, pero siempre antepuso el bien ajeno al suyo y se volcó en esa nueva misión. Su presencia no deparó la curación al monarca, pero le reconcilió con Dios y murió aceptando su voluntad. Antes le había encomendado la dirección espiritual de su hijo y sucesor Carlos VIII. Además, las relaciones entre el papado, Francia y los reinos de España, Bohemia y Nápoles salieron beneficiados con el generoso gesto del santo.

Permaneció en el país galo durante veinticinco años, siendo aclamado por todos. Le precedía su fama de hombre penitente y austero. Su estilo de vida eremítico fue seguido por miembros de otras familias religiosas. Benedictinos y franciscanos, entre otros, se unieron a él. Así surgió la Orden de los Mínimos en Calabria, y luego la creación de la Tercera Orden seglar, a la que después se unió la de las monjas. Murió a los 91 años, el 2 de abril de 1507 en la localidad francesa de Plessis-les-Tours. León X lo beatificó el 7 de julio de 1513. Él mismo lo canonizó el 1 de mayo de 1519.