Opinión

 

¿A qué llamamos ‘pastel’?

 

Si el ser humano pierde la actitud humilde, se convierte en un animal. Sucede, entonces, que la mujer deja de ser mujer y el hombre deja de ser hombre

 

 

04/04/2018 | por Jordi-Maria d'Arquer


 

 

Para evitar la situación de colapso mundial a la que vamos abocados, que no olvidemos que proviene de nuestras malas acciones (y luego blasfemaremos contra Dios, la Naturaleza, y el mundo), será bueno retomar el camino del diálogo en todo aquello en que el diálogo sea posible, que es la mayor parte del pastel, para que ese pastel dé alimento para todos. Pero no perdamos de vista que el pastel es el que es, y por tanto no es ser dialogante inventarse la esencia del pastel (harina, nata, chocolate… lo que es), aunque sí lo sea el cómo repartir el pastel. Ahí está, como prueba fehaciente de diálogo y verdad, el Sínodo de los Jóvenes, fermentado entre jóvenes. Según una reciente comunicación del obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, criticando el feminismo radical, defendió, yendo a la raíz, que el machismo se deriva de vivir “a nivel no racional, sino animal”, “de modo que se generan relaciones machistas, basadas en la ley del más fuerte”. De ahí vienen los abusos de hombres a mujeres y de las propias mujeres contra su propia esencia: porque confunden el pastel con un pastizal, y se empastan en él. Tenemos que ir al origen y embebernos de él como un niño. El niño parte de una actitud humilde, innata en él, de asimilar reconociendo en sí mismo a una cierta edad que está en proceso de aprendizaje. ¿Qué es, si no, la vida, tanto para un niño como para un adulto? Si el ser humano pierde la actitud humilde, se convierte en un animal. Sucede, entonces, que la mujer deja de ser mujer y el hombre deja de ser hombre, y ahí ya no hay posible entente que no prostituya toda relación posterior, porque se prostituye la esencia. La mujer, que en su estricta naturaleza es receptividad, está violentándose a sí misma con la quimera de la dominación, y no digamos el hombre, pretendiendo ambos “soltarse”, haciendo en cada momento lo que les viene en gana, de manera que no hacen más que agravarse el problema cada uno de ellos por separado y entre ellos, tras el enamoramiento inicial, si lo hay. Es un hecho: las parejas no duran. Las relaciones personales, tampoco. Y la sociedad se fractura. Y el medio ambiente se quebranta de un todo armónico a la hecatombe. “¡Déjame, que ya lo sé!”, te escupen, pero siguen ciegamente su quimera. Se forjan un personaje de ficción y se imponen a los demás desde ese personaje y no desde su propia realidad, de manera que toda relación, hasta consigo mismos como vemos, nace desde la falsedad, y no desde la realidad que no deja de gritarnos la vida, con nuestra conciencia: “¡Para disfrutar del pastel y vivir la vida de verdad!”.