La firma | Escritores Católicos Modernos

 

Charles Williams: balbuceos espléndidos

 

Sus amigos lo admiraron por su talante amable y su conversación inteligente pero no lo invistieron con su celebridad

 

 

04/04/2018 | por Mauricio Sanders


 

 

Charles Williams (Inglaterra, 1886-1945) fue amigo de escritores célebres, C.S. Lewis, W.H. Auden, T.S. Eliot y J.R.R. Tolkien. Sus amigos lo admiraron por su talante amable y su conversación inteligente pero no lo invistieron con su celebridad. Tal vez con razón: Williams no logró sacar al papel todo lo que pensaba, sentía y vivía interiormente.

Las novelas de Charles Williams (Descent Into Hell, All Hallow’s End, entre otras) se leyeron bien en su tiempo. Daban entretenimiento para las dos o tres horas que dura un viaje en tren o en avión, para el cual uno compra en el kiosco un libro, tal vez sin fijarse siquiera en el nombre del autor. Lograron interesar a los lectores por sus aventuras y divertirlo con un paseo por un mundo ficticio, donde lo sobrenatural y lo natural se ponen en contacto, como en los cuentos de zombis y vampiros.

Por debajo de esta superficie, hay una materia rica y densa, si bien presentada de manera imperfecta. Charles Williams probó todas las formas literarias, el teatro, la novela, el ensayo, la poesía, para poder expresar las maravillas que llevaba adentro, pero esto que quería decir estaba más allá de su alcance como escritor, y quizá también fuera del alcance del lenguaje humano. Por eso, con todo y su buena factura, las novelas de Williams dejan la sensación de ser imperfectas.

Williams habitaba con naturalidad en la bisagra entre el mundo natural y el sobrenatural. Los espíritus, benignos o malévolos, le eran familiares. Solía tratar lo mismo con un ángel que con un demonio, con un fantasma que con un tritón. Este trato salía a torrentes por su boca, cuando conversaba con sus amigos, y por su pluma, cuando escribía para sus lectores. Para Williams, lo natural era absolutamente sobrenatural y lo sobrenatural, perfectamente natural.

Esta peculiaridad permitía a Charles Williams penetrar hasta lo alto del bien y lo hondo del mal, proporcionando a sus novelas su capacidad para emocionar, pero también su valor perdurable. Williams, anglicano devoto de moralidad evangélica, comprendía profundamente el mal, cochino y repugnante. No le interesaban sus manifestaciones ordinarias, siempre revueltas con bien, sino su esencia: el mal que no tiene capacidad de atracción, porque es el pantano de la desolación y la miseria de los condenados. Williams también fue un místico del amor, de una divinidad que los seres humanos apenas conocemos en reflejo y en sombra.

Charles Williams no fue un gran escritor, a pesar de la grandeza de la materia sobre la cual escribía. Sin embargo, no fue un escritor mediocre. Fue demasiado humilde y generoso para cortejar la gloria literaria, por lo cual no es posible afirmar que fracasó, aunque no haya llegado a ser célebre. Acaso nunca quiso ser grande. Solamente quería conversar, fuera con sus amigos de tertulia, con sus alumnos en Oxford, con los lectores de sus libros.

Charles Williams hablaba de cosas enormes entre las cuales vivía, deslumbrado por el brillo del bien, la verdad y el amor. Al hablar de tales cosas, parece que balbucea, que la lengua se le traba, que se le atoran las palabras. Sin embargo, sus balbuceos tienen esplendor.