Tribunas

Necesitamos a Romano Guardini

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

Con motivo de la celebración del 50 aniversario de la muerte de Romano Guardini se ha celebrado hace unos días, en la Universidad de Navarra, una interesante jornada sobre este teólogo clave para nuestra conciencia eclesial presente.

De vez en cuando hay que elevar un poco el nivel del día a día. La pregunta podría ser, ¿qué nos enseña Romano Guardini para el presente eclesial?

En la citada jornada, el profesor Juan Luis Lorda dijo que “Guardini vivió en una época de decepción generalizada con las capacidades culturales y sociales del liberalismo, que se tradujo en movimientos juveniles con nuevos ideales; un movimiento que llegó también al mundo católico”.

En este contexto, añadió el profesor Lorda, “desarrolló una conciencia viva sobre el cambio cultural de la época y reflexionó sobre cómo debían formarse los jóvenes en ese entorno: su formación tenía que estar marcada por la libertad y la vivencia de la liturgia”.

Siguiendo la línea del profesor Lorda, Guardini nos enseñó la necesidad de la visión integral, que busca ver el mundo desde el Todo. La pregunta que se hizo sigue siendo actual: ¿Voluntad de poder o voluntad de verdad? En la sociedad, y ¿en la Iglesia?

Escribió el teólogo muniqués, por ejemplo, referido a uno de los ámbitos privilegiados de la búsqueda de la verdad, la Universidad: “El núcleo de la antigua Universidad era la pregunta por la verdad. Pese a toda crítica, relativización, etc., ella constituía el núcleo último; la motivación última; la legitimación última. Hoy esta pregunta ha desaparecido en gran medida. Aquí reside la razón más profunda de la crisis de la Universidad (…) Se trata de la decisión de si la existencia humana, y la existencia universitaria, debe estar definitivamente dominada por la voluntad de poder o por la voluntad de verdad”.

Romano Guardini pesaba que “no hay día que esté solamente para que se dé el día siguiente, no hay búsqueda con el solo fin de encontrar, sino que cada día es la existencia, y el hombre vive en cada búsqueda”.

Ante el vacío existencial propuso una vía: instalarse en la verdad, en la verdad originaria del hombre que está en su Creador. Quien conoce a Dios conoce al hombre, se podría decir. También podríamos preguntarnos si hoy se habla más del hombre que de Dios, quizá porque en todas las ocasiones en las que estemos hablando del hombre, no parece que hablemos de Dios.

La comprensión de lo que es el hombre en Guardini parte de “arriba”, de la comprensión de la revelación de Dios. De este modo entramos en la dinámica apasionante de la relación entre autonomía y heteronomía, característica de la modernidad, y de la necesidad de recuperar en la comprensión de la fe la respuesta específica de la revelación –ese hablar positivo de Dios que penetra en la historia-. Estas afirmaciones, aunque puedan parecer muy generales, acarrean consecuencias interesantes para la pedagogía de la fe y para la transmisión de la fe.

No olvidemos lo que Romano Guardini escribió en sus “Apuntes para una autobiografía”: “Entre 1920 y 1943 desarrollé una intensa actividad como predicador. (…) A medida que pasaba el tiempo, menos me importaba el efecto inmediato. Lo que desde un principio pretendía, primero por instinto y luego cada vez más conscientemente, era hacer resplandecer la verdad”.

 

José Francisco Serrano Oceja