Ir a contracorriente

 

Mariano Fortuny de Madrazo: Un genio olvidado II

 

 

23/05/2018 | por Ramon Torra i Puigdellívol


 

 

La genialidad

El genio nace, no se hace, pero para que pueda forjarse es necesario que las circunstancias le sean favorables. La genialidad no se puede transmitir de padres a hijos por mucho que nos empeñemos, pero el entorno del Mariano Fortuny de Madrazo fue tan excepcional que por eso llegó donde llegó. Su madre, Cecilia de Madrazo, se encargó de cultivar en los dos hijos, María Luisa y Mariano, un culto casi reverencial al recuerdo del talento y la personalidad de su marido, Marian Fortuny i Marsal, un hombre que pasó por este mundo con el brillo y fugacidad de una lágrima de san Lorenzo pero que cumplió con el destino romántico de los elegidos por los dioses: vivir intensamente y no sobrevivir a la juventud.

Mariano hijo pinta, canta, toca el piano, investiga la luz, descubre el teatro, se quiere convertir en un artista lleno al estilo wagneriano y por ello se adentra en el lirismo convulso de la música del polémico compositor Richard Wagner y el pensamiento de Schopenhauer, el filósofo que sustentaba todo el andamio wagneriano. El simbolismo, el movimiento posromántico que revalorizaba lo misterioso como fuente de belleza, que vislumbra la correspondencia entre música y pintura, donde los colores pueden sugerir sonidos y los sonidos colores y que ambos pueden originar ideas, es un camino por el que transita también Mariano. El simbolismo, el Art Nouveau y la filosofía wagneriana conforman el espíritu del arte total que cultivará Mariano. Cultivará todas las disciplinas y acabará, como Wagner, recluido en Venecia, la ciudad donde el tiempo está parado, donde el espíritu sensible encuentra lugar y espacio para vivir y crear al margen del mundo.

 

Cecilia de Madrazo

Cecilia de Madrazo –hija de un pintor famoso, casada con un pintor famoso, madre de un pintor, diseñador e inventor que llegará a ser famoso– viuda y con dos hijos pequeños María Luisa y Mariano, se traslada de Roma a París. Mariano tiene 3 años y allí estarán 15, los suficientes para que Mariano viva el entorno del mundo del arte y el diseño. Cuando Mariano tiene 18 la madre decide irse de París y se instalan en Venecia, cerca del Gran Canal, en el Palazzo Martinengo, la ciudad desde donde almas sensibles y no tan sensibles, excéntricas, cultivadas y adineradas sueñan en poder tocar el otro lado de la luna. La profunda personalidad, la telaraña de magia y esplendor que late en las entrañas de la ciudad atrapará la familia Fortuny para siempre.

 

Venecia

Venecia es una ciudad que flota entre el cielo y el mar. Venecia se ha convertido en la ciudad de las apariencias, en la ciudad donde se cultiva el esplendor, el lujo y la frivolidad, la ciudad donde la gente de la alta sociedad se pelea por poseer todo lo que se puede exhibir: palacios, joyas, arte, vestimentas, muebles, ropas… Allí van a parar potentados, escritores, artistas, intelectuales… toda esa gente que siente la necesidad de paz, de intimidad y de sosiego para que florezca su creación.

Aquí Mariano creará su propio universo, un mundo sin tiempo, original, único, lleno de fantasía, un paraíso mágico donde hará que se encuentren Oriente y Occidente. Venecia es un espacio pequeño donde se practica la convivencia, donde todos se conocen y se alimenta la inspiración de escritores y artistas. Un puñado de mujeres con marcada personalidad acogen, en las habitaciones de sus palacios, huéspedes ilustres y escritores. Cecilia y María Luisa, madre e hija, abren el Palazzo Martinengo, con soirées musicales y literarias, a la aristocracia y la intelectualidad de Venecia entre los que se encuentran los amigos Josep M Sert, Isaac Albéniz, Martín Rico, Henri de Régnier

 

La luz

En esta época aparecen grandes avances técnicos: el telégrafo, el coche y la luz, sobre todo la luz. A Mariano le apasiona la pintura pero ahora que aún es joven explora otros territorios. Con 18 años, pasea por los canales y puentes de Venecia con una de las primeras cámaras fotográficas Kodak captando la sombra de los antiguos palacios o la luz sesgada sobre la puerta de un templo; o va con el caballete arriba y abajo en busca de alguna iglesia para copiar un lienzo de Tintoretto.

A medida que Mariano va creciendo el ambiente que respira hace que trabaje activamente en la creación. Es un apasionado de los tejidos que tiene por casa, pinta sin parar, vive de forma intensa y se sentirá atraído por las cosas extrañas, ocultas o misteriosas. Con 25 años sigue retratando fachadas de edificios y tiene una técnica impecable como grabador. En este mundo misterioso del Palazzo Martinengo, entre las enigmáticas dos mujeres que viven, Mariano flota, crece e intenta mantener su personalidad artística y sustraerse del poderoso influjo que ambas ejercen sobre su persona.

Con 30 años Mariano continúa por las calles con la cámara fotográfica captando paisajes, rincones o encuadres para hacer un decorado teatral. Mariano olfatea, busca, encuentra y se sumerge en lo que le llama la atención. La cámara le sirve para almacenar información que más tarde trabajará artísticamente. Al final de su vida tiene un catálogo de doscientos álbumes con unos doce mil negativos. Pero lo que le atrae de verdad desde pequeño es la luz.

¡La luz! La luz era el anuncio de la modernidad. En París en 1889 hay la Exposición Universal y la Tour Eiffel, este mecano de hierro de 300 metros de altura, emite un haz de luces de colores que iluminan la noche de forma mágica. Mariano inicia los estudios sobre la luz y la luminotecnia hasta que llega a elaborar un sistema personal de iluminación indirecta para escenarios teatrales basados en la reflexión de la luz: lámparas de arco que reflejan la luz sobre superficies esmeriladas; evita sombras, deslumbramientos y consigue espectaculares tonalidades y cambios de luz así como también proyectar imágenes en el fondo del escenario.

El trabajo y la investigación sobre la luz le llevará a hacer el Proyecto Luminoténico para la Ópera de París; una demostración en Londres; iluminará las pinturas de Paul Baudry en el foyer de la Ópera de París; la Exposición de Arte Francés en Londres; la exposición sobre Tintoretto en San Roco; la Asunción de Tiziano y el Ciclo Pictórico de Carpaccio en Venecia.

 

La escenografía

Sus viajes a Bayreuth para captar la escenografía wagneriana hacen que Mariano se sienta atraído por el teatro, sobre todo por la escenografía y los problemas lumínicos no resueltos.

«Todo lo que vi y sentir en el viaje que hicimos en Baviera, incrementó mi deseo de realizar formas nuevas y nuevos aspectos para aumentar los efectos generales del teatro. Recuerdo una escena de El Oro del Rihn que decepcionó mi fantasía. El efecto del río en el horizonte carecía de realismo por culpa de una mala iluminación».

Era consciente de que la iluminación era tanto o más importante que la audición y la visión del drama musical. Todo había evolucionado en el teatro menos la iluminación. La luz provenía de las candilejas instaladas en el suelo. ¿Cuál es la situación real de la luz? ¿Dónde está el sol? ¿Por dónde entra la luz a los templos? ¿De dónde viene la luz en el campo? ¡Siempre viene de arriba!, pues ¿por qué se ilumina el escenario contra natura, desde abajo? Con este sistema los actores no tienen una expresión humana. Se debe reproduir la luz de la naturaleza, este es el reto de la escenografía.

El año 1899 es fundamental en la vida de Mariano. Con 29 años sale del Palazzo Martinengo, donde vive con su madre y hermana, y alquila un desván en el Palazzo Pesaro degli Orfei. Es el inicio de su actividad creativa profesional. Le encargan la escenografía de la opereta Mikado que se representará en el palacio de una condesa. El año siguiente recibe el encargo de la Scala de Milán de la escenografía completa de Tristán e Isolda, de Wagner, dirigida por Toscanini. Éxito total!, ha conseguido la ansiada armonía escénica de Wagner.

Mariano estudia, observa y trabaja. Un día, de repente, mientras trabaja en el desván vio “…entrar un rayo de luz por la ventana que invadió el suelo…”. Sigue el rayo de luz con la mirada desde la ventana hasta el suelo… y, rápido, coge una hoja de papel blanco y la pone en medio del rayo… Sobre el suelo se origina un efecto diferente. Ha nacido lo que Mariano llamará Sistema de iluminación escénica para luz indirecta, conocido como Sistema Fortuny de iluminación. Registra el sistema en Venecia y después lo patentará en París. Esta pasión por la escenografía y la iluminación le llevará a alquilar un estudio en París.

Tanto en París como en Venecia Mariano se mueve como pez en el agua en medio de artistas y gente exigente y va tejiendo una sólida red de amistades. Los trabajos sobre la iluminación continúan y patenta nuevos sistemas: hasta 10 patentes registra en París sobre iluminación y escenografía. Pero continúa investigando e inventa un aparato escenográfico que llama Cúpula Fortuny, un artilugio genial con que pretende hacer visible, por medio de la luz, “lo infinito en lo finito”. Lo explica así él mismo:

«En el escenario, bajo el telón un doble foyer voltaico ilumina el decorado; ninguna tela al fondo, sino una gran cúpula forrada de blanco; dará la sensación de estar en el interior de un globo. A medida que pasen por delante, la cúpula cogerá el color azul de una mañana de junio, los primeros síntomas de una tormenta o una puesta de sol».

La Cúpula Fortuny es un gran armazón flexible, de hierro, con forma semiesférica, recubierta con dos telas impermeables que pretende reproducir el cielo en el escenario. En París conoce el suizo Adolphe Appia, también obsesionado por la luz, y éste reconoce la importancia del descubrimiento de Fortuny:

«Un artista bien conocido en París, Mariano Fortuny, ha encontrado un sistema de iluminación basado en las propiedades de la luz indirecta. Los resultados son extraordinarios y positivos. Este invento genial provocará en la puesta en escena teatral, una transformación radical a favor de la iluminación».

Appia propone a Fortuny colaborar en el montaje de Tristán e Isolda en casa la condesa Béarn, en su Sala Bizantina. La condesa convoca la flor y nata de París para mostrar la remodelación del teatro y el nuevo sistema de iluminación que el artista Mariano Fortuny ha creado para ella. La sala está llena de artistas, intelectuales y la crème de la crème parisina contemplando extasiados el ballet de Charles-M Widor y cómo las bailarinas de la Ópera de París se mueven bajo el innovador invento. ¡Éxito rotundo! ¡Gloria para el inventor Fortuny! El embajador de Alemania y el director general de la compañía alemana AEG están allí y pactan con Fortuny crear una sociedad para comercializar el sistema. Los viajes a Berlin le sirven para conocer dos grandes directores teatrales: Max Reinhardt y Hugo von Hofmannsthal, con quien hará la escenografía de Electra.

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Obtiene la Medalla de Plata por el Proyecto de Cúpula en la Exposición Internacional de París. Instala cúpulas y sistemas de iluminación en diferentes teatros. En la Sala Bizantina del teatro privado de la condesa Béarn; los Teatros Kroll, Lessingtheater, Schauspielhaus, Deutsche Opernhaus y Neuefreie Volsbühne de Berlín; el Schauspielhaus de Dresde; en la Scala de Milán y el Politeama de Florencia. El Teatro Real de Madrid y el Liceo de Barcelona deiciden no instalar la Cúpula.

Y en el campo de la escenografía de óperas, ballets y teatro hace Francesca di Rimini, Mikado, Tristán e Isolda, Electra, Maestros Cantores, El Mercader de Venecia, Otelo, Carmen; Le Dieu bleu, ballet de Nijinski; Santa Juana, teatro de G.B. Show, Vida breve, de M. de Falla.