Opinión

 

El síndrome de la selfie (II)

 

El eterno adolescente no ha aprendido a educar su libertad, y su concepto de libertad no es tanto el disponer del libre albedrío al menos para elegir entre diferentes opciones, sino hacer lo que le da la gana en cada momento

 

 

18/06/2018 | por Jordi-Maria d'Arquer


 

 

Como queda claro en mi anterior artículo, la actitud de buena parte de la sociedad actual es lo que he llamado síndrome de la selfie. Yo tengo que estar al loro, en mi habitación o en la calle, en cualquier circunstancia, y que nadie me coja despeinado. Eso no quiere decir que tenga que estar siempre correcto, sino guay. Da igual si estoy guapo o feo, sino (más aún, más morbo) sí tengo que quedar siempre, para todos y la posteridad, como trendie. ¿No advertimos lo tendenciosa que es esa actitud? ¿Acaso no es perversa, por lo radicalmente errónea que es? Los adolescentes crecen, y así, como por arte de birlabirloque, los adultos que se supone que debían dejar de ser adolescentes, se han convertido en más adolescentes todavía: de manera que nos encontramos todos inmersos en la sociedad eternamente adolescente o sociedad selfie. Y sabemos que la adolescencia es una etapa inestablemente inmadura, lo cual significa que un adolescente no está preparado para desenvolverse en sociedad. ¿Y cuando se convierte en lo que se supone que debe ser un adulto, sigue inestable? Pues, si es eternamente adolescente, sí: y eternamente selfie. Y así estamos. Con adultos que deben enseñar a ser adultos a sus hijos (porque se supone también que van a tener hijos y que tienen que educarlos, que no es moco de pavo, ni va de broma). De tal guisa, resulta que, como soy inestable eterno adolescente, me deprimo si mis amiguetes tienen más friends que yo, porque no juzgo con objetividad, sino como me tira mi personalidad inestable; cuando lo que debería entender es que no tengo que esperar reconocimiento siempre y a cualquier precio, sino que debo actuar en todo momento como se debe. ¡Ah, amigo! ¿Pero cómo es ese “se debe”? ¿Quién lo dice, el “se debe”? ¡Tú eres tendencioso, quieres imponerme tu manera de pensar! No hay objetividad ni concepto del deber, todo es según el color del cristal con que se mira, y ya está. ¡Vete tú, si quieres, con los de tu cristal!, ¡a mí déjame en paz! Porque el eterno adolescente no ha aprendido a educar su libertad, y su concepto de libertad no es tanto el disponer del libre albedrío al menos para elegir entre diferentes opciones, sino hacer lo que le da la gana en cada momento, lo que comporta pensar lo que le da la gana en cada acción. De esta manera, el amor es usar cada nueva relación según me conviene, porque me conviene tener relaciones según me conviene, porque si no, no las tendría. No recuerdo qué sabio dijo: “el hombre no ama porque duerme”. Ahora podríamos decir: “no ama porque sueña en sí mismo”. La eterna selfie…