Tribunas

Las grietas de nuestras iglesias

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

Mientras en la Iglesia se habla de las llagas del cuerpo de Cristo; mientras los titulares de estos días se vuelcan en el problema de la pederastia en el clero norteamericano, aquí, en España, lo que ha centrado la atención son las grietas.

Las grietas de las iglesias físicas, de los templos. Hasta el punto que el arzobispado de Burgos ha lanzado una original campaña que dice “Grietas, heridas de nuestros pueblos”.

Sí, es cierto, las grietas de tantas iglesias son heridas de muerte a nuestros pueblos.

Es habitual que en el verano los pueblos se llenen de los hijos que un día abandonaron el solar familiar. Por más que se empeñen las autoridades pertinentes, la identidad viva de los pueblos pasa por la vitalidad de la comunidad de fe que es la parroquia, que tiene como edificio el templo, o los templos. El principio del fin de muchos pueblos llegó el día en el que el sacerdote dejó de ir a celebrar misa el domingo.

Uno de los problemas más importantes a los que se enfrenta la Iglesia en España no es sólo la falta de vocaciones, sino el efecto de esa pérdida de presencia sacramental en la vida de los pueblos.

Ante la carencia de sacerdotes, los primeros que sufren son los más pobres, que en la pastoral de nuestra iglesia son las personas mayores de los pueblos.

Es cierto que se están ofreciendo alternativas, como las celebraciones eucarísticas en pueblos de concentración sacramental.  Un obispo me contaba que además de reunir a la gente en el pueblo más cercano para la misa del domingo de forma alterna, era muy importante que las parroquias pudieran estar abiertas durante el día en cada uno de los pueblos. Y que los fieles mayores, que se hacen cargo de esta iglesias de puertas abiertas, se reúnan dentro del templo para prácticas comunitarias de piedad, en particular durante los momentos fuertes del ciclo litúrgico.

Cuando hemos celebrado en tantas diócesis este fin de semana la Jornada de la colecta Pro Templos, la pregunta sigue siendo la misma: templos sí, con sacerdote al servicio de la comunidad. Los templos sin comunidad y sin sacerdote acaban convirtiéndose en centros de cultura subvencionada.

 El obispo de Almería, monseñor Adolfo González Montes, lo ha explicado muy bien esta semana en una carta pastoral para la Jornada Pro Templos con el título “Una casa para Dios y para la comunidad cristiana”.

Al final del texto se pregunta: “¿Cómo no pediros vuestra ayuda para que la casa de Dios y de los hombres, levantada sobre la piedra angular que es Cristo, acoja a los que Dios llama para formar parte de la gran familia de hijos de Dios?”.

 

José Francisco Serrano Oceja