Servicio diario - 26 de septiembre de 2018


 

Mensaje del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal
Redacción

El pueblo báltico ha renovado ha renovado con María su «sí» a Jesucristo
Rosa Die Alcolea

Hermanos de China: "Saben que no están solos. Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos"
Rosa Die Alcolea

Audiencia general, 26 septiembre 2018 — Catequesis completa
Redacción

Misioneras de la Caridad: Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad
Redacción

Mons. Felipe Arizmendi: Educación o deformación sexual en las escuelas
Felipe Arizmendi Esquivel

San Vicente de Paul, 27 de septiembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

26/09/2018-11:04
Redacción

Mensaje del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal

(ZENIT – 26 sept. 2018).- Francisco dirige un mensaje de aliento a los hermanos católicos de China: “En un momento tan significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón”.

En este contexto, el Papa ha hecho un llamamiento esta mañana, 26 de septiembre de 2018, en la audiencia general: “¡Tenemos una tarea importante! Estamos llamados a acompañar a nuestros hermanos y hermanas en China con fervientes oraciones y amistad fraterna. Saben que no están solos. Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos”.

El Acuerdo Provisional trata del nombramiento de los obispos, una cuestión de gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea las condiciones para una colaboración más amplia a nivel bilateral.

A continuación, ofrecemos el Mensaje íntegro que el Papa Francisco ha escrito para los católicos chinos y a la Iglesia universal:

***

 

Mensaje del Papa Francisco

«Su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades
»
(Salmo 100, 5).

Queridos hermanos en el episcopado, sacerdotes, personas consagradas y todos los fieles de la Iglesia católica en China: damos gracias al Señor, porque es eterna su misericordia y reconocemos que «él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3).

En este momento resuenan en mi interior las palabras con las que mi venerado Predecesor os exhortaba en la Carta del 27 de mayo de 2007: «Iglesia católica en China, pequeña grey presente y operante en la vastedad de un inmenso Pueblo que camina en la historia, ¡cómo resuenan alentadoras y provocadoras para ti las palabras de Jesús: “No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino” (Lc 12,32)! Por tanto, “alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro a Padre que está en el cielo” (Mt 5,16)» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 5).

1.         En los últimos tiempos, han circulado muchas voces opuestas sobre el presente y, especialmente, sobre el futuro de la comunidad católica en China. Soy consciente de que semejante torbellino de opiniones y consideraciones habrá provocado mucha confusión, originando en muchos corazones sentimientos encontrados. En algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al Sucesor de Pedro. En otros muchos, en cambio, predominan expectativas y reflexiones positivas que están animadas por la esperanza de un futuro más sereno a causa de un testimonio fecundo de la fe en tierra china.

Dicha situación se ha ido acentuando sobre todo con referencia al Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China que, como sabéis, se ha firmado recientemente en Pekín. En un momento tan significativo para la vida de la Iglesia, y a través de este breve Mensaje, deseo, sobre todo, aseguraros que cada día os tengo presentes en mi oración además de compartir con vosotros los sentimientos que están en mi corazón.

Son sentimientos de gratitud al Señor y de sincera admiración —que es la admiración de toda la Iglesia católica— por el don de vuestra fidelidad, de la constancia en la prueba, de la arraigada confianza en la Providencia divina, también cuando ciertos acontecimientos se demostraron particularmente adversos y difíciles.

Tales experiencias dolorosas pertenecen al tesoro espiritual de la Iglesia en China y de todo el Pueblo de Dios que peregrina en la tierra. Os aseguro que el Señor, precisamente a través del crisol de las pruebas, no deja nunca de colmarnos de sus consolaciones y de prepararnos para una alegría más grande. Con el Salmo 126 tenemos la certeza de que «los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares» (v. 5).

Sigamos, entonces, con la mirada fija en el ejemplo de tantos fieles y pastores que no han dudado en ofrecer su “testimonio maravilloso” (cf. 1 Tm 6,13) al Evangelio, hasta el ofrecimiento de la propia vida. Se han de considerar como verdaderos amigos de Dios.

2.         Por mi parte, siempre he considerado a China como una tierra llena de grandes oportunidades, y al Pueblo chino como artífice y protector de un patrimonio inestimable de cultura y sabiduría, que se ha ido acrisolando resintiendo a las adversidades e integrando las diferencias, y que tomó contacto, no por casualidad, desde tiempos remotos con el mensaje cristiano. Como decía con gran sutileza el P. Mateo Ricci, S.J., desafiándonos a vivir la virtud de la confianza, «antes de establecer una amistad, se necesita observar; después de tenerla, se necesita confianza mutua» (De Amicitia, 7).

Tengo también la convicción de que el encuentro solo será auténtico y fecundo si se realiza poniendo en práctica el diálogo, que significa conocerse, respetarse y “caminar juntos” para construir un futuro común de mayor armonía.

En este surco se coloca el Acuerdo Provisional, que es fruto de un largo y complejo diálogo institucional entre la Santa Sede y las Autoridades chinas, iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido por el Papa Benedicto XVI. A lo largo de dicho recorrido, la Santa Sede no tenía —ni tiene— otro objetivo, sino el de llevar a cabo los fines espirituales y pastorales que le son propios; es decir, sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como el de alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica en China.

Sobre el valor y finalidades de dicho Acuerdo, deseo proponeros algunas reflexiones, ofreciéndoos además alguna sugerencia de espiritualidad pastoral para el camino que, en esta nueva fase, estamos llamados a recorrer.

Se trata de un camino que, como la etapa precedente, «requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las partes» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4), pero para la Iglesia, dentro y fuera de China, no se trata solo de adherirse a valores humanos, sino de responder a una vocación espiritual: salir de sí misma para abrazar «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1), así como los desafíos del presente que Dios le confía. Por tanto, es una llamada eclesial para que nos hagamos peregrinos en los caminos de la historia, confiando ante todo en Dios y en sus promesas, como hicieron Abrahán y nuestros padres en la fe.

Abrahán, llamado por Dios, obedeció partiendo hacia una tierra desconocida que tenía que recibir en heredad, sin conocer el camino que se abría ante él. Si Abrahán hubiera pretendido condiciones, sociales y políticas, ideales antes de salir de su tierra, quizás no hubiera salido nunca. Él, en cambio, confió en Dios y por su Palabra dejó su propia casa y sus seguridades. No fueron pues los cambios históricos los que le permitieron confiar en Dios, sino que fue su fe auténtica la que provocó un cambio en la historia. La fe, de hecho, «es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos» (Heb 11,1-2).

3.         Como Sucesor de Pedro, deseo confirmaros en esta fe (cf. Lc 11,32) —en la fe de Abrahán, en la fe de la Virgen María, en la fe que habéis recibido—, para invitaros a que pongáis cada vez con mayor convicción vuestra confianza en el Señor de la historia, discerniendo su voluntad que se realiza en la Iglesia. Invoquemos el don del Espíritu para que ilumine la mente, encienda el corazón y nos ayude a entender hacia dónde nos quiere llevar para superar los inevitables momentos de cansancio y tener el valor de seguir decididamente el camino que se abre ante nosotros.

Con el fin de sostener e impulsar el anuncio del Evangelio en China y de restablecer la plena y visible unidad en la Iglesia, era fundamental afrontar, en primer lugar, la cuestión de los nombramientos episcopales. Todos conocéis que, lamentablemente, la historia reciente de la Iglesia católica en China ha estado dolorosamente marcada por las profundas tensiones, heridas y divisiones que se han polarizado, sobre todo, en torno a la figura del obispo como guardián de la autenticidad de la fe y garante de la comunión eclesial.

Cuando, en el pasado, se pretendió determinar también la vida interna de las comunidades católicas, imponiendo el control directo más allá de las legítimas competencias del Estado, surgió en la Iglesia en China el fenómeno de la clandestinidad. Dicha experiencia —cabe señalar— no es normal en la vida de la Iglesia y «la historia enseña que pastores y fieles han recurrido a ella sólo con el doloroso deseo de mantener íntegra la propia fe» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 8).

Quisiera daros a conocer que, desde que me fue confiado el Ministerio Petrino, he experimentado gran consuelo al constatar el sincero deseo de los católicos chinos de vivir su fe en plena comunión con la Iglesia universal y con el Sucesor de Pedro, que es «el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 23). De este deseo, he recibido durante estos años numerosos signos y testimonios concretos, también de parte de los que, incluso obispos, han herido la comunión en la Iglesia, a causa de su debilidad y de sus errores, pero, además, no pocas veces, por la fuerte e indebida presión externa.

Por lo tanto, después de haber examinado atentamente cada situación personal y escuchado distintos pareceres, he reflexionado y rezado mucho buscando el verdadero bien de la Iglesia en China. Finalmente, ante el Señor y con serenidad de juicio, en continuidad con las directrices de mis Predecesores inmediatos, he decidido conceder la reconciliación a los siete restantes obispos “oficiales” ordenados sin mandato pontificio y, habiendo remitido toda sanción canónica relativa, readmitirlos a la plena comunión eclesial. Al mismo tiempo, les pido a ellos que manifiesten, a través de gestos concretos y visibles, la restablecida unidad con la Sede Apostólica y con las Iglesias dispersas por el mundo, y que se mantengan fieles a pesar de las dificultades.

4.         En el sexto año de mi Pontificado, que ya desde los primeros pasos puse bajo el amor misericordioso de Dios, invito por lo tanto a todos los católicos chinos a que se hagan artífices de reconciliación, recordando con renovado empuje apostólico las palabras de san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18).

De hecho, como escribí al concluir el Jubileo Extraordinario de la misericordia, «no existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. […] Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la gracia divina» (Carta ap. Misericordia et misera, 20 noviembre 2016, 11).

Con este espíritu, y con las decisiones adoptadas, podemos iniciar un camino inédito, que confiamos en que ayudará a sanar las heridas del pasado, a restablecer la plena comunión de todos los católicos chinos y a abrir una fase de mayor colaboración fraterna, para asumir con renovado compromiso la misión de anunciar el Evangelio. En efecto, la Iglesia existe para dar testimonio de Jesús y del amor del Padre que perdona y salva.

5.         El Acuerdo Provisional firmado con las Autoridades chinas, aun cuando está circunscrito a algunos aspectos de la vida de la Iglesia y está llamado necesariamente a ser mejorado, puede contribuir —por su parte— a escribir esta nueva página de la Iglesia católica en China. Por primera vez, se contemplan elementos estables de colaboración entre las Autoridades del Estado y la Sede Apostólica, con la esperanza de asegurar buenos pastores a la comunidad católica.

En este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que le corresponde hasta el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de forma conjunta buenos candidatos que sean capaces de asumir en la Iglesia el delicado e importante servicio episcopal. No se trata, en efecto, de nombrar funcionarios para la gestión de las cuestiones religiosas, sino de tener pastores auténticos según el corazón de Jesús, entregados con su trabajo generoso al servicio del Pueblo de Dios, especialmente de los más pobres y débiles, teniendo en cuenta las palabras del Señor: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44).

En este sentido, es evidente que un Acuerdo no es nada más que un instrumento, y por sí solo no podrá resolver todos los problemas existentes. En realidad, este resultaría ineficaz y estéril si no fuera acompañado por un compromiso profundo de renovación de la conducta personal y del comportamiento eclesial.

6.         A nivel pastoral, la comunidad católica en China está llamada a permanecer unida, para superar las divisiones del pasado que tantos sufrimientos han provocado y lo siguen haciendo en el corazón de muchos pastores y fieles. Que todos los cristianos, sin distinción, hagan ahora gestos de reconciliación y de comunión. En este sentido, tomemos en serio la advertencia de san Juan de la Cruz: «A la tarde te examinarán en el amor» (Palabras de luz y de amor, 1,60).

Que, en el ámbito civil y político, los católicos chinos sean buenos ciudadanos, amen totalmente a su Patria y sirvan a su País con esfuerzo y honestidad, según sus propias capacidades. Que, en el plano ético, sean conscientes de que muchos compatriotas esperan de ellos un grado más en el servicio del bien común y del desarrollo armonioso de la sociedad entera. Que los católicos sepan, de modo particular, ofrecer aquella aportación profética y constructiva que ellos obtienen de su fe en el reino de Dios. Esto puede exigirles también la dificultad de expresar una palabra crítica, no por inútil contraposición, sino con el fin de edificar una sociedad más justa, más humana y más respetuosa con la dignidad de cada persona.

7.         Me dirijo a todos vosotros, queridos hermanos obispos, sacerdotes y personas consagradas, que «servís al Señor con alegría» (Sal 100,2). Que nos reconozcamos como discípulos de Cristo en el servicio al Pueblo de Dios. Que vivamos la caridad pastoral como brújula de nuestro ministerio. Que superemos las contradicciones del pasado, la búsqueda de intereses personales y atendamos a los fieles, haciendo nuestras sus alegrías y sufrimientos. Que trabajemos humildemente por la reconciliación y la unidad. Que retomemos con fuerza y pasión el camino de la evangelización, como señaló el Concilio Ecuménico Vaticano II.

A todos vosotros os digo nuevamente con afecto: «Nos moviliza el ejemplo de tantos sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 19 marzo 2018, 138).

Os ruego con convicción que pidáis la gracia de no vacilar cuando el Espíritu nos reclame que demos un paso adelante: «Pidamos el valor apostólico de comunicar el Evangelio a los demás y de renunciar a hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. En todo caso, dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia en la clave de Jesús resucitado. De ese modo la Iglesia, en lugar de estancarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor» (ibíd., 139).

8.         En este año, en el que toda la Iglesia celebra el Sínodo de los Jóvenes, deseo dirigirme especialmente a vosotros, jóvenes católicos chinos, que atravesáis las puertas de la Casa del Señor «con himnos dándole gracias y bendiciendo su nombre» (Sal 100,4). Os pido que colaboréis en la construcción del futuro de vuestro País con los dones personales que habéis recibido y con vuestra fe joven. Os animo a llevar a todos, con vuestro entusiasmo, la alegría del Evangelio.

Estad dispuestos a acoger como guía segura al Espíritu Santo, que indica al mundo de hoy el camino hacia la reconciliación y la paz. Dejaos sorprender por la fuerza renovadora de la gracia, también cuando os pueda parecer que el Señor os pide un compromiso superior a vuestras fuerzas. No tengáis miedo de escuchar su voz que os pide fraternidad, encuentro, capacidad de diálogo y de perdón, y espíritu de servicio, a pesar de tantas experiencias dolorosas del pasado reciente y de las heridas todavía abiertas.

Abrid el corazón y la mente para discernir el plan misericordioso de Dios, que nos pide superar los prejuicios personales y antagonismos entre los grupos y las comunidades, para abrir un camino valiente y fraterno a la luz de una auténtica cultura del encuentro.

Muchas son las tentaciones de hoy: el orgullo del éxito mundano, la cerrazón en las propias certezas, la supremacía dada a las cosas materiales como si Dios no existiese. Id contracorriente y permaneced firmes en el Señor: «Él solo es bueno», solo «su misericordia es eterna», solo su fidelidad dura «por todas las edades» (Sal 100,5).

9.         Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia universal: todos debemos reconocer como uno de los signos de nuestro tiempo lo que está sucediendo hoy en la vida de la Iglesia en China. Tenemos una tarea importante: acompañar con la oración fervorosa y la amistad fraterna a nuestros hermanos y hermanas en China. De hecho, ellos deben experimentar que no están solos en el camino que en este momento se abre ante ellos. Es necesario que sean acogidos y ayudados como parte viva de la Iglesia: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133,1).

Que cada comunidad católica local, en todo el mundo, se comprometa a valorizar y a acoger el tesoro espiritual y cultural específico de los católicos chinos. Ha llegado la hora en que probemos juntos los frutos genuinos del Evangelio sembrado en el seno del antiguo “Reino del Medio” y que elevemos al Señor Jesucristo el canto de la fe y de la acción de gracias, embellecido con auténticas notas chinas.

10.       Me dirijo con respeto a los que guían la República Popular China y renuevo la invitación a continuar el diálogo iniciado hace tiempo con confianza, valentía y amplitud de miras. Deseo asegurar que la Santa Sede seguirá trabajando sinceramente para crecer en la auténtica amistad con el Pueblo chino.

Los contactos actuales entre la Santa Sede y el Gobierno chino se están revelando útiles para superar las contraposiciones del pasado, también reciente, y para escribir una página de colaboración más serena y concreta en la certeza de que «las incomprensiones no favorecen ni a las Autoridades chinas ni a la Iglesia católica en China» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4).

De este modo, China y la Sede Apostólica, llamadas por la historia a una tarea difícil pero apasionante, podrán actuar más positivamente a favor del crecimiento ordenado y armonioso de la comunidad católica en tierra china, y se esforzarán en promover el desarrollo integral de la sociedad, asegurando un mayor respeto por la persona humana también en el ámbito religioso, trabajando de forma concreta en la protección del ambiente en el que vivimos y en la construcción de un futuro de paz y de fraternidad entre los pueblos.

Es de suma importancia que también en China, a nivel local, se profundicen cada vez más las relaciones entre los Responsables de las comunidades eclesiales y las Autoridades civiles, mediante un diálogo sincero y una escucha sin prejuicios que permita superar las actitudes recíprocas de hostilidad. Se tiene que aprender un estilo nuevo de colaboración sencilla y cotidiana entre las Autoridades locales y las eclesiásticas —obispos, sacerdotes, ancianos de las comunidades— de tal modo que se garantice el desarrollo ordenado de las actividades pastorales, armonizando las expectativas legítimas de los fieles y las decisiones que son competencia de las Autoridades.

Esto ayudará a comprender que la Iglesia en China no es ajena a la historia china, ni pide ningún privilegio: su finalidad en el diálogo con las Autoridades civiles es la de «llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo» (ibíd.).

11.       En nombre de toda la Iglesia, pido al Señor el don de la paz, a la vez que os invito a todos a invocar conmigo la protección maternal de la Virgen María.

Madre del cielo, escucha la voz de tus hijos, que humildemente invocan tu nombre.

Virgen de la esperanza, a ti confiamos el camino de los creyentes en la noble tierra de China. Te pedimos que presentes al Señor de la historia las tribulaciones y las fatigas, las súplicas y las esperanzas de los fieles que te rezan, oh Reina del cielo.

Madre de la Iglesia, te consagramos el presente y el futuro de las familias y de nuestras comunidades. Protégelas y ayúdalas en la reconciliación fraterna y en el servicio hacia los pobres que bendicen tu nombre, oh Reina del cielo.

Consoladora de los afligidos, nos dirigimos a ti para que seas refugio de los que lloran en la hora de la prueba. Vela sobre tus hijos que alaban tu nombre, haz que lleven juntos el anuncio del Evangelio. Acompaña sus pasos por un mundo más fraterno, haz que todos lleven la alegría del perdón, oh Reina del cielo.

María, Auxilio de los cristianos, te pedimos para China días de bendición y de paz. Amén.

Vaticano, 26 de septiembre de 2018

FRANCISCO

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

26/09/2018-09:17
Rosa Die Alcolea

El pueblo báltico ha renovado ha renovado con María su «sí» a Jesucristo

(ZENIT — 26 sept. 2018).- El Santo Padre Francisco ha compartido con los visitantes y peregrinos presentes en la audiencia general, celebrada esta mañana en la plaza de San Pedro, sus impresiones sobre el 25° viaje apostólico, a Lituania, Letonia y Estonia, del que regresó anoche, 25 de septiembre de 2018.

Con gesto de cansancio, pero satisfecho de la experiencia vivida en los Países Bálticos, el Papa ha asegurado que a estas tres Naciones las une una "fuerte devoción mariana". Por ello, en las tres celebraciones eucarísticas, el santo Pueblo fiel de Dios que peregrina en esas tierras, ha renovado con María su «sí» a Jesucristo, suplicando a la Madre de Dios que continúe protegiendo y acompañando a sus hijos en estos momentos de su historia.

 

Darle sentido a la vida

Este 25° viaje apostólico internacional del Pontífice argentino se ha celebrado con motivo del centenario de su independencia. Estos países, llamados Bálticos, son pueblos que bajo el yugo nacista y también soviético, "sufrieron mucho", ha señalado el Papa.

Ahora que gozan de libertad, "mi misión fue anunciarles nuevamente la alegría del Evangelio y la revolución de la misericordia y de la ternura, porque para darle sentido y plenitud a la vida, además de la libertad, es indispensable el amor que viene de Dios".

 

Carácter ecuménico

Durante este viaje, con marcado carácter ecuménico, el Santo Padre se encontró con muchas personas ha relatado. En Vilna, "les recordé a los jóvenes la importancia del diálogo entre las generaciones", y en Riga, "les subrayé a los ancianos la estrecha relación que existe entre la paciencia y la esperanza".

También a los sacerdotes, consagrados y seminaristas, les manifesté que es "indispensable" estar centrados en Dios y arraigados en su amor, "manteniendo viva la memoria de los mártires", para seguir su ejemplo y ser testigos de esperanza, ha indicado Francisco.

Asimismo, recordó que tuvo la oportunidad para honrar a las víctimas del genocidio judío en Lituania.

 

 

26/09/2018-10:27
Rosa Die Alcolea

Hermanos de China: "Saben que no están solos. Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos"

(ZENIT — 26 sept. 2018).- Con motivo del Acuerdo Provisional firmado recientemente por la Santa Sede y el Gobierno de China, el Papa ha hecho un llamamiento en la audiencia general:

¡Tenemos una tarea importante! Estamos llamados a acompañar a nuestros hermanos y hermanas en China con fervientes oraciones y amistad fraterna. Saben que no están solos. Toda la Iglesia ora con ellos y por ellos.

El Acuerdo Provisional trata del nombramiento de los obispos, una cuestión de gran importancia para la vida de la Iglesia, y crea las condiciones para una colaboración más amplia a nivel bilateral.

En "este espíritu", el Pontífice ha decidido dirigir un "mensaje de aliento fraterno" a los católicos chinos y a toda la Iglesia universal, que se publicará hoy, 26 de septiembre de 2018, ha anunciado Francisco.

Con este Acuerdo, firmado el pasado 22 de septiembre de 2018, el Papa espera que en China "se pueda abrir una nueva etapa que ayude a sanar las heridas del pasado, restaurar y mantener la plena comunión de todos los católicos chinos y asumir con renovado compromiso la proclamación del Evangelio".

Este convenio es "fruto de un camino largo y reflexivo de diálogo", dirigido a "promover una colaboración más positiva entre la Santa Sede y las autoridades chinas por el bien de la comunidad católica en China y por la armonía de toda la sociedad", ha explicado el Santo Padre.

"Le pedimos a Nuestra Señora —ha concluido el Papa— Madre de la Esperanza y Ayuda de los Cristianos, que bendiga y mantenga a todos los católicos en China, mientras que para todo el pueblo chino invocamos a Dios el regalo de la prosperidad y la paz".

 

 

26/09/2018-12:09
Redacción

Audiencia general, 26 septiembre 2018 —Catequesis completa

La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar  a las 9:30 en la Plaza de San Pedro  donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo.

El Santo Padre ha hablado de su recién concluido viaje apostólico a Lituania, Estonia y Letonia (pasaje bíblico: Salmo 126, 1-6).

Tras resumir su discurso en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en particular a los grupos de fieles presentes procedentes de todo el mundo y a continuación ha lanzado un llamamiento con motivo de la firma de un Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China sobre el nombramiento de los obispos que tuvo lugar el pasado 22 de septiembre en Beijing.

La audiencia general ha terminado con el canto del  Pater Noster  y la  bendición apostólica.

***

 

Catequesis del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En los últimos días he efectuado un viaje apostólico a Lituania, Letonia y Estonia, con motivo del centenario de la independencia de estos Países llamados Bálticos. Cien años, cuya mitad han vivido bajo el yugo de las ocupaciones, primero la nazi, después  la soviética. Son pueblos que han sufrido mucho, y por esta razón el Señor los ha mirado con predilección. Estoy seguro de ello. Agradezco a los Presidentes de las tres Repúblicas y a las Autoridades civiles la exquisita acogida que recibí. Doy las gracias a los obispos y a todos aquellos que han colaborado en la preparación y realización de este evento eclesial.

Mi visita tuvo lugar en un contexto muy diferente al que encontró  San Juan Pablo II; por eso mi misión era anunciar de nuevo a esos pueblos la alegría del Evangelio y la revolución de la ternura, de la misericordia, porque la libertad no es suficiente para dar sentido y plenitud a la vida sin el amor, amor que siempre viene de Dios El Evangelio, que en el momento de la prueba da fuerza y ​​alma a la lucha por la liberación, en el tiempo de la libertad es luz para el camino cotidiano de las personas, de las familias, de las sociedades y es sal que da sabor a la vida ordinaria y la preserva de la corrupción de la mediocridad y de los egoísmos.

En Lituania, los católicos son la mayoría, mientras en Letonia y Estonia prevalecen los luteranos y ortodoxos, pero muchos se han alejado de la vida religiosa. El desafío era, pues, fortalecer la comunión entre todos los cristianos, ya desarrollada durante el duro período de la persecución. En efecto, la dimensión ecuménica era intrínseca en este viaje y se manifestó en el momento de la oración en la catedral de Riga y en el encuentro con los jóvenes en Tallin.

Al dirigirme a las respectivas Autoridades de los tres países, he puesto el acento en la contribución que brindan a la comunidad de las naciones y especialmente a Europa: contribución de valores humanos y sociales pasada por el crisol de la prueba. He incentivado el diálogo entre la generación de los ancianos y la de los jóvenes, para que el contacto con las “raíces” pueda continuar fertilizando el presente y el futuro. He exhortado a combinar siempre la libertad con la solidaridad y la acogida de acuerdo con la tradición de esas tierras.

Dos encuentros específicos estuvieron dedicados a los jóvenes y los ancianos: con los jóvenes en Vilnius, con los ancianos en Riga. En la plaza de Vilnius, llena de chicos  y chicas, era palpable el lema de la visita a Lituania: “Jesucristo, nuestra esperanza“. Los testimonios han demostrado la belleza de la oración y del canto, donde el alma se abre a Dios; la alegría de servir a los demás, dejando los recintos del “yo” para estar en el camino, capaces de levantarse después de las caídas. Con los ancianos, en Letonia, hice hincapié en el estrecho vínculo entre la paciencia y esperanza. Aquellos que han pasado  a través de duras pruebas  son las raíces de un pueblo, que hay que custodiar  con la gracia de Dios, para que los nuevos brotes puedan arraigarse, florecer y dar fruto. El desafío para los que envejecen es no es endurecerse por dentro, sino permanecer abiertos y tiernos en la mente y el corazón; y esto es posible con la “savia” del Espíritu Santo, en la oración y escuchando la Palabra.

También con los sacerdotes, las personas consagradas y los seminaristas, encontrados en Lituania, se demostró esencial para la esperanza la dimensión de la constancia: estar centrados en Dios, firmemente enraizados en su amor. ¡Qué gran testimonio han dado y todavía dan muchos sacerdotes, religiosos y religiosas ancianos! Han sufrido calumnias, cárceles, deportaciones… pero se mantuvieron firmes en la fe. Les exhorté a no olvidar, a guardar la memoria de los mártires, a seguir sus ejemplos.

Y hablando de memoria, en Vilnius rendí homenaje a las víctimas del genocidio judío en Lituania, exactamente 75 años después del cierre del gran gueto, que fue la antecámara de la muerte de decenas de miles de judíos. Al mismo tiempo, visité el Museo de las Ocupaciones y de las Luchas por la  Libertad: me detuve en oración precisamente en las habitaciones donde los opositores del régimen eran  detenidos, torturados y asesinados. Mataban a unos cuarenta cada noche. Es conmovedor ver hasta dónde puede llegar la crueldad humana. Pensémoslo.

Pasan los años, pasan los regímenes, pero desde lo alto de la Puerta de la Aurora en Vilnius, María, Madre de la Misericordia, sigue velando por su pueblo, como una señal de esperanza cierta y de consuelo (cf. Vaticano II. Ecum. IVA. II de la Constitución dog. Lumen Gentium, 68).

Signo viviente del Evangelio es siempre la caridad concreta. Incluso donde la secularización es más fuerte, Dios habla con el lenguaje del amor, de la atención, del servicio gratuito a los necesitados. Y luego se abren los corazones y ocurren los milagros: en los desiertos brota una nueva vida.

En las tres celebraciones eucarísticas – en Kaunas, Lituania, en Aglona, ​​Letonia, y en Tallin, Estonia – el santo pueblo fiel de Dios en su camino a esas tierras ha renovado su “sí” a Cristo nuestra esperanza; lo renovó con María, que siempre se muestra Madre de sus hijos, especialmente de los que  más sufren; lo renovó como pueblo elegido, sacerdotal y santo, en cuyo corazón Dios despierta la gracia del bautismo.

Recemos por nuestros hermanos y hermanas de Lituania, Letonia y Estonia. ¡Gracias!

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

26/09/2018-11:53
Redacción

Misioneras de la Caridad: Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad

(ZENIT – 26 sept. 2018).- “Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad, de ponerse en juego y se anima a salir, logra transparentar las palabras más hermosas del Maestro: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Jn 13,34)”, dijo el Papa Francisco durante el encuentro con personas atendidas en Tallin, capital de Estonia, por las Misioneras de la Caridad, congregación fundada de la Madre Teresa de Calcuta.

La fe misionera va como estas hermanas por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, diciendo con gestos bien concretos: “tú eres parte de nuestra familia, de la gran familia de Dios en la que todos tenemos un lugar. No te quedes afuera. Y vosotras, hermanas, haced esto. Gracias”, alentó el Santo Padre.

 

Almuerzo con las Hermanas Brigidinas

Antes de este encuentro, el Papa almorzó en el Convento de las Hermanas Brigidinas, en Pirita, y se desplazó en automóvil a la catedral de los Santos Pedro y Pablo en Tallin para reunirse con los asistidos por las obras de caridad  de la Iglesia. Antes de despedirse, el Santo Padre posó para una foto de grupo con las monjas del convento, entregó un don para la casa y finalmente, junto con las religiosas, fue a la entrada del convento para plantar un árbol.

A las 15.10 hora local (14.10 horas en Roma), el Papa Francisco llegó a la catedral de los Santos Pedro y Pablo y se encontró con los asistidos por las obras de caridad de la Iglesia.

 

Madre de 9 hijos

A su llegada, el Papa fue recibido en la entrada principal por el Administrador Apostólico de Tallin, el párroco, la Madre Superiora de las Hermanas Misioneras de la Caridad y de una familia con 9 hijos asistidos por las Hermanas. Cuatro niños ofrecieron al Papa un ramo de flores.

Alrededor de 100 asistidos por las obras de caridad de la Iglesia Católica participaron en el encuentro, entre ellos personas con problemas de alcohol, personas con dificultades, madres solteras y personal de Caritas.

Después de los saludos de uno de los asistidos y de una  madre de familia también asistida, el Santo Padre dirigió unas palabras a los presentes.

Al final, después de la entrega de un regalo y el saludo a algunas personas asistidas por las obras de caridad católicas, el Papa se trasladó en automóvil a la Plaza de la Libertad.

Publicamos a continuación las palabras del Santo Padre durante el encuentro:

***

 

Saludo del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por recibirme esta tarde en vuestra casa. Para mí es importante realizar esta visita y poder estar aquí entre vosotros. Gracias a vosotros por vuestro testimonio y por haber querido compartir con nosotros todo lo que lleváis dentro del corazón.

En primer lugar, quisiera felicitaros a ti, Marina, y a tu esposo, por el hermoso testimonio que nos habéis regalado. Habéis sido bendecidos con nueve hijos, con todo el sacrificio que eso significa, como bien lo has señalado. Donde hay niños y jóvenes, hay mucho sacrificio, pero sobre todo hay futuro, alegría y esperanza. Por eso es reconfortante escucharte decir: “Damos gracias al Señor por la comunión y el amor que reina en nuestra casa”. En esta tierra, donde los inviernos son crudos, a vosotros no os falta el calor más importante, el del hogar, ese que nace de estar en familia. ¿Con discusiones y problemas? Sí, es normal, pero con ganas de salir adelante juntos. No son palabras bonitas, sino un claro ejemplo.

Y gracias por compartir también el testimonio de esas hermanas que no tuvieron miedo de salir e ir allí donde vosotros estabais para ser signo de la cercanía y de la mano tendida de nuestro Dios. Dijiste que eran como ángeles que vinieron a visitarte. Es así: son ángeles.

Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad, de ponerse en juego y se anima a salir, logra transparentar las palabras más hermosas del Maestro: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Jn 13,34). Amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa, como sucede en este hogar. Amor que sabe de compasión y de dignidad. Y esto es hermoso. [Mira a los nueve hijos de Marina sentados en un solo banco y los cuenta] Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve. ¡Hermosa familia!

La fe misionera va como estas hermanas por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, diciendo con gestos bien concretos: tú eres parte de nuestra familia, de la gran familia de Dios en la que todos tenemos un lugar. No te quedes afuera. Y vosotras, hermanas, haced esto. Gracias.

Creo que ese es el milagro del que tú nos hablaste, Vladímir. Encontraste hermanas y hermanos que te regalaron la posibilidad de despertar el corazón y ver que, en todo momento, el Señor te buscaba incansablemente para vestirte de fiesta (cf. Lc15,22) y para celebrar que cada uno de nosotros es su hijo muy querido. La mayor alegría del Señor es vernos nacer de nuevo, por eso no se cansa nunca de regalarnos una nueva oportunidad. Por esta razón, son importantes los lazos, sentir que nos pertenecemos los unos a los otros, que toda vida vale, y estamos dispuestos a jugárnosla por esto.

Quisiera invitaros a seguir creando lazos. A que salgáis por los barrios a decirles a muchos: Tú y tú eres parte de nuestra familia. Jesús llamó a los discípulos, y hoy también os llama a cada uno de vosotros, queridos hermanos, para seguir sembrando y transmitiendo su reino. Él cuenta con vuestras historias, con vuestras vidas, con vuestras manos para recorrer la ciudad y compartir lo mismo que vosotros habéis vivido. Hoy, ¿puede contar Jesús con vosotros?

Gracias por el tiempo que me habéis regalado. Ahora me gustaría daros la bendición para que el Señor siga haciendo milagros por medio de vuestras manos.

Y, por favor, también yo necesito ayuda; no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

26/09/2018-14:54
Felipe Arizmendi Esquivel

Mons. Felipe Arizmendi: Educación o deformación sexual en las escuelas

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

 

VER

Pedí a una de mis sobrinas nietas que me facilitara su libro de Biología, correspondiente a 1°. de Secundaria. Hay que reconocer que, en general, los libros oficiales están bien hechos, con muchos y oportunos contenidos y una muy buena pedagogía.

Sin embargo, en lo relativo a sexo y género, en ese libro se dice: "Ser hombre o mujer, desde el punto de vista biológico, se refiere estrictamente a las características físicas que los distinguen, determinadas por los cromosomas sexuales: estas características designan el sexo del individuo. El concepto de género, en cambio, se refiere al grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido éste desde el punto de vista sociocultural, y no exclusivamente biológico. Así, el concepto de género incluye los atributos psicológicos, sociales y culturales de cada sexo" (pág. 185). "El género se refiere a la identificación de los individuos con las normas sociales y culturales que han asignado tanto a la masculinidad como a la feminidad" (pág. 186).

Sobre la masturbación, afirma: "En la adolescencia es natural sentir la necesidad de autosatisfacerse mediante caricias y estímulos, sobre todo en la zona de los genitales: es lo que se conoce como masturbación" (pág. 187). Y propone una discusión en grupos sobre "mitos e ideas falsas asociados a la sexualidad", en base a "la discusión entre dos personajes: uno de ellos está influenciado por creencias falsas sobre la masturbación, y el otro que se ha informado con sexólogos, lo convence mediante argumentos sólidos" (pág. 190).

En cuanto a relaciones sexuales, dice: "¿Piensas que cualquier práctica sexual que cuente con el total consentimiento de los involucrados, que no produzca daño y resulte placentera, es sana y agradable? ¿Por qué? (pág. 188). "Ejercer tu sexualidad de manera responsable, respetuosa y tolerante -es decir, madura- implica informarte y actuar con libertad, pues no tendrás miedos ni culpas. Si logras esto vivirás una sexualidad segura y plena" (pág. 191). Y entre los métodos anticonceptivos, además de toso los consabidos, enumera también los naturales, como el Billings y el calendario, pero les da sólo entre el 70 y el 80% de efectividad (pág. 200). Por lo menos los menciona, cosa que antes no se hacía.

 

PENSAR

Dice el Papa Francisco en Amoris laetitia:

"La educación sexual brinda información, pero sin olvidar que los niños y los jóvenes no han alcanzado una madurez plena. La información debe llegar en el momento apropiado y de una manera adecuada a la etapa que viven. No sirve saturarlos de datos sin el desarrollo de un sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la pornografía descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad. Los jóvenes deben poder advertir que están bombardeados por mensajes que no buscan su bien y su maduración. Hace falta ayudarles a reconocer y a buscar las influencias positivas, al mismo tiempo que toman distancia de todo lo que desfigura su capacidad de amar. Igualmente, debemos aceptar que la necesidad de un lenguaje nuevo y más adecuado se presenta especialmente en el tiempo de presentar a los niños y adolescentes el tema de la sexualidad"(281).

"Con frecuencia la educación sexual se concentra en la invitación a «cuidarse», procurando un «sexo seguro». Es irresponsable toda invitación a los adolescentes a que jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la madurez, los valores, el compromiso mutuo y los objetivos propios del matrimonio. De ese modo se los alienta alegremente a utilizar a otra persona como objeto de búsquedas compensatorias de carencias o de grandes límites" (283).

¿Es correcto lo que enseñan los oficiales libros de texto? En cuanto a sexo y género, son diferentes, en efecto, pero no se pueden separar, como si alguien pudiera escoger su género sin tener en cuenta su sexo. Las modalidades culturales afectan y hasta condicionan la forma de vivir la masculinidad y la femineidad, pero no la pueden ignorar o despreciar. Así como se presenta el tema en el libro oficial, se intenta llegar a evitar la discriminación hacia quienes tienen tendencias diferentes, lo cual es sano, pero no se puede justificar asumir un género sin tener como base el propio sexo.

Lo que afirma sobre la masturbación no es moralmente aceptable, porque ésta refleja un problema de personalidad. Es una regresión a la etapa fetal, en que el individuo está vuelto sobre sí mismo. Es una compensación a muchas frustraciones. Es un autoconsuelo egoísta. Es producirte una autosatisfacción, porque la vida no te complace. Es una señal de que no estás recibiendo el afecto, el aprecio y el reconocimiento que necesitas para disfrutar la vida. Sin embargo, es un autoengaño pasajero y transitorio, que provoca nuevas frustraciones y decepciones de sí mismo.

No es moralmente adecuada la liberalidad a que da pie cuando trata lo de las relaciones sexuales, pues es una invitación a que practiquen su genitalidad en todo tipo de relaciones, sin control de emociones y sentimientos. Luego se quejan de por qué hay tantos embarazos en adolescentes. Estos libros de texto también tienen responsabilidad.

 

ACTUAR

Padres de familia, conozcan lo que sus hijos reciben en las escuelas; platiquen con ellos al respecto; discutan y aclaren lo necesario; procuren tener buena información y formación sobre estos temas. Hablen con sus maestros, para que pueda complementarse lo que dicen los libros con otras opiniones morales confiables, con la colaboración de ustedes, que son los primeros e insustituibles responsables de la educación de sus hijos.

 

 

26/09/2018-14:58
Isabel Orellana Vilches

San Vicente de Paul, 27 de septiembre

«Fundador de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad. Considerado en Francia padre de la patria, fue proclamado por León XIII patrono de todas las entidades católicas de caridad»

ZENIT trae hoy a este heraldo de la caridad cristiana marcado por la pobreza familiar desde que tuvo uso de razón. Nació en la pequeña población francesa de Ranquine, anexa a Pouy, hacia 1580 o 1581. Fue el tercero de seis vástagos. En su niñez trabajó cuidando el ganado para ayudar a los suyos. Nunca renegó de su condición y así lo reconocía ante quienes, siendo ya un virtuoso sacerdote, sembraban alabanzas a su paso. Además de su inclinación a los menesterosos, y de signos precoces de piedad, tenía una inteligencia despierta, y fue enviado a estudiar con los franciscanos de Dax. Aspiraba al sacerdocio, que era una vía para hallar un futuro más halagüeño que el que le aguardaba, dada su humilde procedencia, aunque pensaba también en ayudar económicamente a su familia. Sus cualidades le permitieron ascender progresivamente.

Estudió teología en Toulouse, aunque algunas materias las cursó en Zaragoza, y fue ordenado sacerdote en 1600. Pasado el tiempo, evocando ese momento de su vida, manifestó: «Si yo hubiera sabido, como lo he sabido después, lo que era el sacerdocio, cuando cometí la temeridad de aceptarlo, habría preferido dedicarme a trabajar la tierra antes de ingresar en un estado tan temible». Declinó la parroquia que le ofreció el prelado de Dax, y eligió el estudio que le ofrecía la posibilidad de escalar nuevos peldaños logrando su objetivo de ser obispo.

Flamante doctor en teología en 1604, de la noche a la mañana supo que había heredado un capital legado por una anciana. Pero había caído en manos de un desaprensivo, y lo persiguió en Burdeos y Marsella. Recuperó solo una parte, y al regresar a Toulouse, hallándose en Carbona, fue apresado por los turcos y destinado a Túnez como esclavo. Curioso destino el de este santo que, aspirando a otras glorias, fue exhibido y examinado públicamente como una vulgar mercancía. Sirvió a un pescador, a un médico y a su sobrino; el último fue un cristiano que había abjurado de su fe y al que convirtió. Con él regresó a Roma, y de allí a París en 1609 con una misión para Enrique IV, y sin haber obtenido el alto puesto que ansiaba.

Hubiera deseado entonces hacer de su vida anterior una tabla rasa y vivir una vida oculta. A los pies de Cristo, tras una intensa purificación, determinó entregar su vida por los pobres. De carácter hosco, sus desabridas respuestas estaban lejos de las que cabía esperar en un hombre de Dios, lo cual hacía peligrar su misión. Se dio cuenta de ello: «Y entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme, en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por transformar mi carácter áspero en un modo de ser agradable». Obtuvo esa gracia de ver tornada su acritud en mansedumbre a fuerza de perseverante oración. Su modelo fue san Francisco de Sales, con el que mantuvo un estrecho vínculo.

En París tomó contacto con Pierre de Bérulle, fundador del Oratorio de París integrado por sacerdotes, quien le ofreció integrarse en él, pero declinó la invitación. Bérulle sería un decisivo pilar para Vicente abriéndole un mundo de relaciones importantes que le servirían para su misión apostólica. Comenzó en la pequeña parroquia de Clichy, sustituyendo a un sacerdote que se vinculaba al Oratorio; era la primera vez que ejercía su labor pastoral. En 1613, por mediación de Bérulle, fue preceptor de los hijos de Phillipe de Gondi, sobrino del arzobispo de París. En los viajes que se veía obligado a realizar, revivió, con visos nuevos, su sensibilidad por los pobres y necesitados, y comenzó a ver la radicalidad evangélica en el ejercicio de la caridad. El aldabón
definitivo para su auténtica conversión se produjo en Gannes, en el lecho de un moribundo que le abrió su corazón huérfano de afecto y compasión. Este hecho le conmovió profundamente al punto de cambiar el rumbo de su vida para hacer de la caridad su estandarte. «¡Cómo! ¡Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él! Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura»,diría más tarde.

Instado por este indeclinable amor al prójimo, en 1617 se estableció en Chatillon-des-Dombes como párroco, y prodigó la caridad a manos llenas. Se instaló en lo que había sido el «hospital de San Lázaro» para leprosos; fue sede de la Congregación de la Misión fundada en 1625. En 1617 había impulsado las Cofradías de la Caridad y en 1633erigió las Hijas de la Caridad con santa Luisa de Marillac; a todas les dijo:

«Por monasterio tendréis las salas de los enfermos, por clausura, las calles de la ciudad, por rejas el temor de Dios y por velo la santa modestia».A él se deben también asilos para ancianos y niños abandonados. Era un confesor excepcional, guía de santa Juana de Chantal y director de las Visitandinas de París a petición de san Francisco de Sales. Fue capellán y limosnero de la reina Margarita de Valois. Reformó el clero y luchó contra el jansenismo.

Este apóstol de la ternura escribió cartas, memorias, impartió conferencias, etc., siempre llevando a todos el amor de Dios, especialmente a los pobres, a los que amaba con singular dilección: «Los pobres serán nuestros jueces. Solo podremos entrar en el cielo sobre los hombros de los pobres» [...]. El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración...».Su humildad, mansedumbre y abnegación heroicas traspasaron fronteras. Bossuet manifestó: «¡Que bueno debe ser Dios cuando ha hecho tan bueno a Vicente de Paúl!». Por toda su labor era considerado como una de las personalidades relevantes de Francia; es «padre de la patria». Murió el 27 de septiembre de 1660. Clemente XIII lo canonizó el 16 de junio de 1737. León XIII lo proclamó patrono de todas las entidades católicas de caridad.