Tribunas

Frecuencia, estabilidad y atracción de la familia

 

 

Salvador Bernal


 

Durante el verano tuve ocasión de leer con cierto detenimiento un informe del Social Trends Institute, presentado como Mapa de los cambios en la familia en consecuencias en el bienestar infantil. Me impresionó la capacidad de la sociología contemporánea para medir con bastante precisión las situaciones sociales, sobre las que tantas veces improvisamos, no sin cierta ligereza. Lo he releído estos días, pensando no tanto en el bienestar de los niños, como en la influencia radical de la familia en la formación de la joven generación, objeto de estudio en el sínodo de obispos que se celebra en Roma. Y he comparado brevemente sus conclusiones con notas informativas recientes del Instituto Nacional de Estadística español, que reflejan también tendencias sociales significativas.

En España, 171.454 parejas contrajeron matrimonio en 2017, un 2,2% menos que el año anterior. La tasa bruta de nupcialidad disminuyó una décima, hasta 3,6 matrimonios por cada mil habitantes. El INE muestra una situación más o menos estable, después de la brusca caída en 2007 (204.772) y 2008 (197.216).

Por otra parte, la edad media de los contrayentes confirma una tendencia creciente. Alcanzó los 37,8 años para los hombres y los 35,0 años para las mujeres. La nota que he consultado no precisa si se refiere sólo a primeras nupcias, aunque muy probablemente los segundos o terceros matrimonios aumentarán seguramente esa media. Sí precisa que sólo el 2,7% de los registros corresponde a personas del mismo sexo (4.606).

Más sombras al cuadro añade la estadística de nulidades, separaciones y divorcios de ese año 2017: se produjeron 102.341 casos (una tasa de 2,2 por cada 1.000 habitantes), un aumento del 1,0% respecto al año anterior. Los divorcios representaron el 95,7% del total, mientras las nulidades apenas llegaron a un centenar. En conjunto, la duración media de los matrimonios hasta su resolución fue de 16,6 años, cifra ligeramente superior a la de 2016. El 43,3% de los matrimonios no tenía hijos (menores o mayores dependientes económicamente).

El informe americano que menciono al comienzo ofrece una información exhaustiva sobre otra tendencia familiar, relativa a las tasas de maternidad extramatrimonial, con la correspondiente influencia en la formación de los hijos. Apenas existe en Asia y en Oriente Próximo, porque la mayor parte de los adultos están casados y pocos mantienen relaciones de cohabitación. En cambio, alcanza entre el 23% y el 47% en Europa, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Estados Unidos.

El estudio señala que los nacimientos en parejas que cohabitan contribuyen a la inestabilidad de la vida familiar de los niños. Los hijos experimentan más cambios en la relación de los padres antes de los doce años que los hijos de parejas casadas, independientemente del nivel educativo de la madre. El grado de inestabilidad varía mucho de un país a otro, pero hay excepciones que confirman la regla: los hijos de parejas casadas tienen más posibilidades de vivir en un entorno estable en distintos sistemas jurídicos, regímenes de bienestar y culturas.

La mayor brecha de estabilidad entre los nacidos de parejas que cohabitan y de parejas casadas cuando, en ambos casos, la madre presenta un nivel educativo alto, se da en Estados Unidos: el 49% de los hijos de parejas que cohabitan sufre la separación de sus padres, frente al 18% de las casadas. En otros niveles educativos, existe una mayor similitud entre Estados Unidos y Europa en ese aspecto.

Se dan variaciones importantes asociadas con las especificidades de cada país sobre cómo el tipo de relación condiciona la estabilidad, pero, en la mayoría de las naciones, el matrimonio se considera una ventaja, independientemente del nivel educativo. Tan solo en Bulgaria los hijos de madres con un nivel educativo moderado experimentaron menos cambios de relación cuando nacen en entornos de cohabitación que en matrimonios. El aumento de la cohabitación se correlaciona estadísticamente con un aumento de la inestabilidad familiar. La excepción que confirma la regla es el norte de Europa, donde no da lugar a una mayor inestabilidad.

El gran reto informativo, tras este leve repaso estadístico, sigue siendo la capacidad de presentar con rasgos atractivos la belleza del amor humano expresado de modo incomparable en la relación familiar. El riesgo del World Family Map es el énfasis que aporta de hecho a las patologías respecto de la normalidad (si se puede seguir usando este término en la cultura postmoderna). En cambio, cuesta más medir y enfocar los aspectos positivos, que son los dominantes, como señalé en mi comentario sobre la Jornada Mundial de Dublín.

Pero el individualismo sigue haciendo estragos, también en la ideología socialdemócrata, sin que sus dirigentes adviertan que está muy probablemente en el origen de la crisis de tantos partidos de izquierda. Manifiesto mi nostalgia de Tony Blair, Gerhard Schröder y Lionel Jospin, grandes defensores de la familia convencidos de que era opción de progreso, no de conservadurismo. Como también, en otro orden de cosas, de dos documentos de la Conferencia episcopal española, que merecen una relectura: La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad (2001) y La verdad del amor humano (2012). Porque –no se olvide- somos los laicos los principales actores de la doctrina social de la Iglesia.