Tribunas

Oración por el Sínodo

 

 

Ernesto Juliá


 

 

He leído con pena, hay que ser sinceros, dos propuestas del grupo presidido por el card. Madariaga para que se tengan en cuenta al redactar el documento definitivo de Sínodo de los jóvenes.

La primera es la siguiente: En las perspectiva de una Iglesia “en salida”, “hay que repensar la parroquia para que sea lugar de encuentro, de escucha, de comunión y de misión, para lo cual hay que pensar en una pastoral menos sacramental o sacramentalista y en el presbiterio y episcopado con sentido de comunidad desde la óptica de la Iglesia Pueblo de Dios”.

Y ésta es la segunda: “Las bancas de nuestros templos están vacías por falta de sintonía con la gente y especialmente con los jóvenes, por lo que se necesita una liturgia más participada, cantos, moniciones, ofrendas, revisar fórmulas de oraciones y plegarias. Si los jóvenes abandonan la celebración de la Eucaristía es un primer síntoma de pérdida hasta de fe. Hemos dejado de hablar el lenguaje actual y cada vez nos entiende menos gente. Necesitamos reaprender como parte de la conversión pastoral”.

Conozco no pocas parroquias e iglesias con los bancos llenos de jóvenes y que celebran una liturgia verdaderamente sacramental.

¿Si dejamos los Sacramentos, la acción de Cristo en cada Sacramento, qué dejamos? Pura palabrería y entretenimiento. La Iglesia no sería el lugar del encuentro con Dios hecho hombre; y apenas sería poco más que un encuentro de pueblo en el la gente se entendería más o menos bien entre ellos; pero apenas vislumbrarían ente ellos a Dios, a Cristo.

Si la liturgia se convierte en un simple y puro recital; y no manifiesta la Presencia de Cristo Sacramentado, de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo allí, en ese lugar, el espacio de la Iglesia acabará siendo apenas una sala de conciertos; quizá de buenos conciertos, pero vacío de la música amorosa de Dios.

Por eso me animo a elevar al Señor esta Oración por el Sínodo:

“Señor, para que el Sínodo acerque los jóvenes a Ti, a tu Hijo Jesucristo, Dios y hombre verdadero, a la Iglesia fundada por Cristo, envía  el Espíritu Santo para que las enseñanzas del documento final transmitan:

-Amor a la Grandeza Divina de la Liturgia: el Cielo en la tierra. Que Tu luz, Señor, llene la Iglesia.

-Amor a la Grandeza Divina de los Sacramentos: la acción de Tu Hijo, Cristo vivo, resucitado, en los hombres hasta el fin del mundo.

-Amor a la Grandeza Divina y Humana de la Familia creada por Dios desde el principio: “hombre y mujer los creó”.  “Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”

-Amor a la Grandeza Humana y Divina de la Castidad; que lleva a vivir la sexualidad dentro del Matrimonio: hombre y mujer, según el deseo del Creador: “Creced, multiplicaos, y llenar la tierra”.

-Amor a la Grandeza Divina y Humana de la Oración y del Sacrificio, del trato personal con Cristo Nuestro Señor en la Cruz y en la Resurrección.

-Amor a Tu Madre, la Virgen María, que nos acompaña siempre en nuestro caminar en la tierra, y quiere reunirnos a todos en el Cielo. Amen”.

Los bancos de las iglesias se volverán a llenar; y los jóvenes, hartos de su propio lenguaje vacío de contenido y de sentido al no ser más que un lenguaje sencillamente humano, vislumbrarán el lenguaje amoroso y lleno de sentido de Dios Padre, de Cristo, Dios y hombre verdadero, del Espíritu Santo.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com