Servicio diario - 15 de noviembre de 2018


 

Israel: Audiencia del Santo Padre con Reuven Rivlin, Presidente del Estado
Rosa Die Alcolea

Santa Marta: "La Iglesia crece por testimonio, por oración, no por los eventos"
Rosa Die Alcolea

Colegio Pío Latinoamericano: Comunidad sacerdotal "abierta y creativa, alegre y esperanzadora"
Rosa Die Alcolea

Perú: El Papa nombra al reverendo Ciro Quispe López obispo prelado de Juli
Rosa Die Alcolea

Discurso de Mons. Parolin en el Simposio "Derechos fundamentales y conflictos entre derechos"
Redacción

Estados Unidos: Los obispos se forman para atender a víctimas de abusos sexuales
Enrique Soros

Card. Sergio Obeso: "Señor, me has recompensado con un sueldo extraordinario: 'Vivir a tu servicio'
Redacción

Kenia: El Papa nombra arzobispo de Kisumu a Mons. Philip A. Anyolo
Rosa Die Alcolea

Santa Gertrudis "la Grande", 16 de noviembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

15/11/2018-15:25
Rosa Die Alcolea

Israel: Audiencia del Santo Padre con Reuven Rivlin, Presidente del Estado

(ZENIT — 15 mov. 2018).- Este jueves, 15 de noviembre de 2018, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a Reuven Rivlin, Presidente del Estado de Israel, según ha informado la Oficina de Prensa de la Santa Sede, esta mañana, con un comunicado.

En esta reunión, se ha reiterado la "importancia de construir una mayor confianza recíproca en vista de la reanudación de las negociaciones entre Israelíes y Palestinos para alcanzar un acuerdo respetuoso con las legítimas aspiraciones de los dos Pueblos", indica la nota de prensa del Vaticano.

 

Jerusalén, Ciudad de la Paz

Asimismo, se ha hablado de "la cuestión de Jerusalén", en su "dimensión religiosa y humana" para judíos, cristianos y musulmanes, así como de la importancia de "salvaguardar su identidad y su vocación de Ciudad de la Paz".

Próximos a la celebración del 25° aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas, el Pontífice Francisco y el Presidente Reuven Rivlin han recordado las buenas relaciones entre la Santa Sede y el Estado de Israel y, por lo que respecta a las autoridades estatales y a las comunidades católicas locales, "se ha manifestado el deseo de alcanzar acuerdos satisfactorios sobre algunas cuestiones de interés común", indica el comunicado de la Oficina de Prensa del Vaticano.

Por último —señala la Santa Sede— se ha abordado la situación política y social en la Región, "marcada por varios conflictos y por las consiguientes crisis humanitarias". En este contexto, se ha
subrayado la "importancia del diálogo" entre las diferentes comunidades religiosas con el fin de garantizar la convivencia pacífica y la estabilidad.

Tras mantener una conversación privada con el Papa, el presidente israelí se ha reunido con el cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado, y con Mons. Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados.

 

 

15/11/2018-18:01
Rosa Die Alcolea

Santa Marta: "La Iglesia crece por testimonio, por oración, no por los eventos"

(ZENIT — 15 nov. 2018).- El Papa Francisco ha reflexionado en la Eucaristía celebrada esta mañana en la Casa Santa Marta: "La Iglesia crece por testimonio, por oración, por atracción del Espíritu que está dentro, no por los eventos".

Inspirado por el pasaje del Evangelio según san Lucas, el Santo Padre ha recordado que la Iglesia se manifiesta "en la Eucaristía y en las buenas obras". Así lo ha dicho en la homilía de la Misa matutina, que ha tenido lugar a primera hora, en la Capilla de la Residencia de Santa Marta, este jueves, 15 de noviembre de 2018, informa 'Vatican News' en español.

A pesar de los eventos "ayudan" —ha dicho el Santo Padre— "el crecimiento propio de la Iglesia, la que da fruto, se produce en el silencio, a escondidas con las buenas obras y la celebración de la Pascua del Señor, la alabanza de Dios".

Así, el Pontífice ha matizado que la Iglesia se manifiesta "en la Eucaristía y en las buenas obras", si bien, aparentemente, no "hacen noticia". La Esposa de Cristo tiene un temperamento silencioso, genera frutos "sin ruido", sin "sonar la trompeta como los fariseos".

Francisco ha compartido con los fieles presentes en la Misa: "El Señor nos ha explicado cómo crece la Iglesia con la parábola del sembrador. El sembrador siembra y la semilla crece de día y de noche... — Dios da el crecimiento — y después se ven los frutos. Pero esto es importante: primero, la Iglesia crece en silencio, a escondidas; es el estilo eclesial. ¿Y cómo se manifiesta la Iglesia? Por los frutos de las buenas obras, para que la gente vea y glorifique al Padre que está en los cielos — dice Jesús — y en la celebración — la alabanza y el sacrificio del Señor — es decir en la Eucaristía. Allí se manifiesta la Iglesia; en la Eucaristía y en las buenas obras".

"Que el Señor nos ayude a no caer en la tentación de la seducción. "Nosotros querríamos que la Iglesia se viera más; ¿qué cosa podemos hacer para que se vea?". Y se suele caer en una Iglesia de los eventos que no es capaz de crecer en silencio con las buenas obras, a escondidas", ha planteado el Papa.

 

 

15/11/2018-18:28
Rosa Die Alcolea

Colegio Pío Latinoamericano: Comunidad sacerdotal "abierta y creativa, alegre y esperanzadora"

(ZENIT – 15 nov. 2018).- El “Pío” –ha expresado Francisco– puede ayudar mucho a crear una comunidad sacerdotal “abierta y creativa, alegre y esperanzadora”, si sabe ayudarse y socorrerse, si es capaz de “enraizarse en la vida de los otros”, hermanos hijos de una historia y patrimonio común, parte de un mismo presbiterio y pueblo latinoamericano.

El Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a la comunidad del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano con motivo del 160º aniversario de su fundación, a las 12:15 horas en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.

El Papa ha comentado la “particularidad” de este Colegio: “su ser latinoamericano”. Es de los pocos Colegios romanos que su identidad no se refiere a una Nación o carisma, sino que busca ser el “lugar de encuentro, en Roma, de nuestra tierra latinoamericana”.

Esto es una oportunidad –ha calificado– para los jóvenes sacerdotes de “gestar una mirada, una reflexión y una experiencia de comunión” expresamente “latinoamericanizada”.

 

No olvidemos a la Virgen

Así, les ha exhortado a mirar a la Virgen: En el camino de mestizaje cultural y pastoral no estamos huérfanos; nuestra Madre nos acompaña. “No la olvidemos” y, confiadamente, pidámosle que nos enseñe el camino, que nos libre de la perversión del clericalismo, nos haga cada día más “pastores de pueblo” y no permita que nos convirtamos en “clérigos de Estado”, les ha animado el Papa.

La Virgen María “quiso mostrarse así, mestiza y fecunda, y así está junto a nosotros, Madre de ternura y fortaleza que nos rescata de la parálisis o la confusión del miedo porque simplemente está allí, es Madre”, ha señalado el Pontífice.

RD

 

Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes en el encuentro.

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Discurso del Papa Francisco

Me alegra poder encontrarme con ustedes y sumarme a la acción de gracias por los 160 años de vida del Pontificio Colegio Pío Latinoamericano. Gracias al rector, P. Gilberto Freire, S.J., por sus palabras en nombre de toda la comunidad sacerdotal y de los colaboradores laicos que hacen posible, con su trabajo cotidiano, la vida de hogar.

La particularidad quizá más notoria de vuestro Colegio es su ser latinoamericano. Es de los pocos Colegios romanos que su identidad no se refiere a una Nación o carisma, sino que busca ser el lugar de encuentro, en Roma, de nuestra tierra latinoamericana —la Patria Grande como gustaban soñar nuestros próceres—. Y así fue soñado el Colegio y así es querido por sus obispos que priorizan esta casa brindándoles a ustedes, jóvenes sacerdotes, la oportunidad de gestar una mirada, una reflexión y una experiencia de comunión expresamente “latinoamericanizada”.

Uno de los fenómenos que actualmente golpea con fuerza al continente es la fragmentación cultural, la polarización del entramado social y la pérdida de raíces. Esto se agudiza cuando se fomentan discursos que dividen y propagan distintos tipos de enfrentamientos y odios hacia quienes “no son de los nuestros”, inclusive importando modelos culturales que poco o nada tienen que ver con nuestra historia e identidad y que, lejos de mestizarse en nuevas síntesis como en el pasado, terminan desarraigando a nuestras culturas de sus más ricas y autóctonas tradiciones. ¡Nuevas generaciones desarraigadas y fragmentadas! La Iglesia no es ajena a la situación y está expuesta a esta tentación; sometida al mismo ambiente corre el riesgo de desorientarse al quedar presa de una u otra polarización o desarraigada si se olvida su vocación a ser tierra de encuentro. También en la Iglesia se sufre la invasión de las colonizaciones ideológicas.

De ahí la importancia de este tiempo en Roma y especialmente en el Colegio: poder crear lazos y alianzas de amistad y fraternidad. Y esto no por una declaración de principios o gestos de buena voluntad sino porque durante estos años puedan aprender a conocer mejor y hacer suyas las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de sus hermanos; puedan ponerles nombre y rostro a situaciones concretas que viven y enfrentan nuestros pueblos y sentir como propios los problemas del vecino.

El “Pío” puede ayudar mucho a crear una comunidad sacerdotal abierta y creativa, alegre y esperanzadora, si sabe ayudarse y socorrerse, si es capaz de enraizarse en la vida de los otros, hermanos hijos de una historia y patrimonio común, parte de un mismo presbiterio y pueblo latinoamericano. Una comunidad sacerdotal que descubre que la mayor fortaleza con la que cuenta para construir la historia nace de la solidaridad concreta entre ustedes hoy, y seguirá mañana entre vuestras Iglesias y pueblos para ser capaces de trascender lo meramente “parroquial” y liderar comunidades que sepan abrirse a otros para entretejer y curar la esperanza (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228).

Nuestro continente, marcado por viejas y nuevas heridas necesita artesanos de relación y de comunión, abiertos y confiados en la novedad que el Reino de Dios puede suscitar hoy. Y eso ustedes pueden empezar a gestarlo desde ya. Un cura en su parroquia, en su diócesis puede hacer mucho —y está bien— pero también corre el riesgo de quemarse, aislarse o cosechar para sí. Sentirse parte de una comunidad sacerdotal, en la que todos son importantes —no por ser la sumatoria de personas que viven juntas, sino por las relaciones que crean, este sentirse parte de esta comunidad— logra despertar y animar procesos y dinámicas capaces de trascender el tiempo.

Este sentido de pertenencia y reconocimiento ayudará a desatar y estimular creativamente renovadas energías misioneras que impulsen un humanismo evangélico capaz de convertirse en inteligencia y fuerza propulsora en nuestro continente. Sin este sentido de pertenencia y de trabajo codo a codo, por el contrario, nos dispersaremos, nos debilitaremos y lo que sería peor, privaremos a tantos hermanos nuestros de la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo y de una comunidad de fe que dé horizonte de sentido y vida (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49). Y así, poco a poco, y casi sin darnos cuenta, terminaremos por ofrecer a América Latina un «Dios sin Iglesia, una Iglesia sin Cristo, un Cristo sin pueblo» (Homilía en la Misa de Santa Marta, 11 noviembre 2016) o, si queremos decirlo de otro modo, un Dios sin Cristo, un Cristo sin Iglesia, una Iglesia sin pueblo… puro gnosticismo reelaborado.

Nuestro continente ha logrado plasmar en su tradición y en su memoria una realidad: el amor a Cristo y de Cristo no puede manifestarse sino en pasión por la vida y por el destino de nuestros pueblos y en especial solidaridad con los más pobres, sufrientes y necesitados.

Esto nos recuerda la importancia, queridos hermanos, que para ser evangelizadores con alma y de alma, para que nuestra vida sea fecunda y se renueve con el pasar del tiempo, es necesario desarrollar el gusto de estar siempre cerca de la vida de nuestra gente; nunca aislarnos de ellos. La vida del presbítero diocesano vive —valga la redundancia— de esta identificación y pertenencia. La misión es pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, es pasión por su pueblo. Es aprender a mirar donde él mira y a dejarnos conmover por lo mismo que él se conmueve: sentimientos entrañables por la vida de sus hermanos, especialmente de los pecadores y de todos los que andan abatidos y fatigados como ovejas sin pastor (cf. Mt 9,36). Por favor, nunca acurrucarse en cobertizos personales o comunitarios que nos alejen de los nudos donde se escribe la historia. Cautivados por Jesús y miembros de su Cuerpo integrarnos a fondo en la sociedad, compartir la vida con todos, escuchar sus inquietudes… alegrarnos con los que están alegres, llorar con los que lloran y ofrecer cada eucaristía por todos esos rostros que nos fueron confiados (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 269-270).

De ahí que encuentre providencial poder unir este aniversario con la canonización de san Óscar Romero, exalumno de vuestra institución y signo vivo de la fecundidad y santidad de la Iglesia Latinoamericana. Un hombre enraizado en la Palabra de Dios y en el corazón de su pueblo. Esta realidad nos permite tomar contacto con esa larga cadena de testigos en la que se nos invita a enraizarnos e inspirarnos cada día, especialmente en este tiempo que ustedes están “fuera de casa”.  No le tengan miedo a la santidad,  no le tengan miedo a gastar la vida por su gente.

En el camino de mestizaje cultural y pastoral no estamos huérfanos; nuestra Madre nos acompaña. Ella quiso mostrarse así, mestiza y fecunda, y así está junto a nosotros, Madre de ternura y fortaleza que nos rescata de la parálisis o la confusión del miedo porque simplemente está allí, es Madre.

Hermanos sacerdotes: No la olvidemos y, confiadamente, pidámosle que nos enseñe el camino, que nos libre de la perversión del clericalismo, nos haga cada día más “pastores de pueblo” y no permita que nos convirtamos en “clérigos de Estado”.

Una última palabra para la Compañía de Jesús –la presencia de su General y los jesuitas que están aquí– que desde los inicios acompaña el caminar de esta casa. Gracias por su labor y tarea.

Una de las notas distintivas del carisma de la Compañía es la de buscar armonizar las contradicciones sin caer en reduccionismos. Así lo quiso san Ignacio al pensar en los jesuitas como hombres contemplativos y de acción, hombres de discernimiento y de obediencia, comprometidos en lo cotidiano y libres para partir. La misión que la Iglesia pone en vuestras manos les pide sabiduría y dedicación para que el tiempo que los muchachos estén en la casa puedan nutrirse de este don de la Compañía, aprendiendo a armonizar las contradicciones que la vida les presenta y les presentará sin caer en reduccionismos, ganando en espíritu de discernimiento y libertad. Enseñar a abrazar los problemas y conflictos sin miedo; a manejar el disenso y la confrontación. Enseñar a develar todo tipo de discurso “correcto” pero reduccionista, es tarea crucial de quienes acompañan a sus hermanos en la formación. Ayúdenlos a descubrir el arte y gusto del discernimiento como modo de proceder para encontrar, en medio de las dificultades, los caminos del Espíritu gustando y sintiendo internamente al Deus semper maior. Sean maestros de grandes horizontes y, a la vez, enseñen a hacerse cargo de lo pequeño, a abrazar a los pobres, a los enfermos y a asumir lo concreto del día a día. Non coereceri a maximo, contineri tamen a minimo divinum est.

Nuevamente gracias por permitirme celebrar con ustedes los primeros 160 años de camino. Al saludarlos quiero saludar también a vuestras comunidades, vuestros pueblos, vuestras familias. Y, por favor, no se olviden de rezar y hacer rezar por mí.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

15/11/2018-17:05
Rosa Die Alcolea

Perú: El Papa nombra al reverendo Ciro Quispe López obispo prelado de Juli

(ZENIT — 15 nov. 2018).- El Santo Padre ha nombrado obispo prelado de la prelatura territorial de Juli, al reverendo Ciro Quispe López, del clero de la archidiócesis de Cuzco y Director de Estudios del Seminario Mayor "San Antonio Abad" en la misma archidiócesis.

Así lo ha comunicado la Oficina de Prensa de la Santa Sede este jueves, 15 de noviembre de 2018.

 

Rev. Ciro Quispe López

El reverendo Ciro Quispe López nació el 20 de octubre de 1973 en Cuzco. Asistió a las escuelas primarias de los Salesianos en Cuzco. Después de terminar el trienio filosófico en el Seminario "San Antonio Abad" en Cuzco, fue enviado a Roma, donde continuó sus estudios en el Ateneo Regina Apostolorum y en el "Angelicum" (1994-1997). Completó sus estudios teológicos en el Seminario de Cuzco (1997-2001). Fue ordenado presbítero el 30 de noviembre de 2001, incardinándose en la archidiócesis de Cuzco.

Ha ocupado los siguientes cargos: Vicario Parroquial de "San Jerónimo y San Antonio Abad' en Cuzco (2001-2003); Estudios para la licenciatura en Teología Bíblica y luego para el doctorado en Ciencias Bíblicas en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, residiendo en la parroquia "San Pío V' en Roma (2004-2011); profesor de Ciencias Bíblicas en la Facultad Pontificia y Civil de Teología de Lima y vicario parroquial de " Santa Beatriz" también en Lima (2012-2016). En estos años, también fue profesor extraordinario en varias Universidades Católicas, Facultades de Teología y Seminarios Mayores de Perú.

Desde 2016 es Director de Estudios del Seminario Mayor "San Antonio Abad" en la archidiócesis de Cuzco.

 

 

15/11/2018-17:42
Redacción

Discurso de Mons. Parolin en el Simposio "Derechos fundamentales y conflictos entre derechos"

(ZENIT — 15 nov. 2018).-
Se ha inaugurado hoy en la Lumsa de Roma el 8° Simposio internacional "Derechos fundamentales y conflictos entre derechos" (15-16 de noviembre de 2018) organizado por la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI en colaboración con la Universidad Lumsa, en el 70° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en el vigésimo aniversario de la concesión del Doctorado honoris causa de la Universidad al entonces cardenal Joseph Ratzinger.

Publicamos a continuación el discurso pronunciado por el Secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin durante el Simposio:

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Discurso del Cardenal Secretario de Estado

Rector magnífico,
Reverendo Presidente de la Fundación Ratzinger / Benedicto XVI
Ilustres oradores,
Señoras y señores,

Agradezco a los organizadores, especialmente al Padre Federico Lombardi, Presidente de la Fundación Ratzinger / Benedicto XVI, su cordial invitación a participar en este Simposio que precede a la presentación del Premio Ratzinger. Particularmente significativo es el tema elegido este año para el congreso, que tiene como desafiante título: "Derechos fundamentales y conflictos entre derechos", dedicado por completo a los derechos humanos en el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948.

Los derechos humanos son, sin duda, un tema de gran actualidad, complejo y, a veces, controvertido. Las intervenciones de estos días nos brindan análisis importantes y significativos, que destacan aspectos clave de la discusión, desde el origen y el fundamento de los derechos humanos, pasando por su jerarquía e interacción mutua hasta los límites donde pueden o deben llegar. El tema de mi intervención pretende abordar el ámbito de investigación desde una perspectiva diferente, centrándose especialmente en los interlocutores de la Santa Sede en el campo de los derechos humanos y, por lo tanto, en el diálogo que establece con la comunidad internacional.

Ciertamente, no podemos olvidar que la actitud de la Iglesia y su propensión al diálogo sobre el tema han ido evolucionando a lo largo de los siglos desde que la expresión apareció en los comienzos de la Revolución Francesa en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, del 26 de agosto, 1789. Como se sabe, al principio se rechazó cualquier diálogo posible al respecto con la sociedad. Los derechos humanos se percibían exclusivamente como un intento de subvertir los auténticos valores cristianos en los que se basaba la convivencia civil y la voluntad de crear una sociedad en cuya base hubiera un sistema legal liberado de la religión. Los derechos del ciudadano aparecían así como "una propaganda engañosa difundida por aquellos que en realidad pretendían subvertir todo buen ordenamiento de la vida colectiva, mientras que los" derechos humanos" reales consistían en la obediencia, según los dictados de la Iglesia, a los deberes inculcados por la ley natural y divina y traducidos a ley positiva ".

El lenguaje de los derechos entra lentamente en la vida de la Iglesia con el desarrollo de la doctrina social. La Encíclica Rerum novarum de León XIII mencionará el derecho de propiedad, vinculando el concepto de propiedad privada con el derecho natural y recordando que "las leyes civiles [...], cuando son justas, deducen su vigor de esa misma ley natural, confirman y amparan (cf. S. Th. II, Q. 95, A. 4), incluso con la fuerza este derecho de que hablamos".

Tras los dramáticos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y con la instauración de una nueva relación con la modernidad en los años del Concilio Vaticano II, la Iglesia abandonó la dialéctica inicial y se convirtió ella misma en promotora de los derechos humanos fundamentales, aunque sin renunciar a subrayar las prerrogativas de la ley divina. "No hay ley humana —afirma Gaudium et spes — que pueda garantizar la dignidad personal y la libertad del hombre con la seguridad que comunica el Evangelio de Cristo confiado a la Iglesia. El Evangelio enuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan, en última instancia, del pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión; advierte sin cesar que todo talento humano debe redundar en servicio de Dios y bien de la humanidad; encomienda, finalmente, a todos a la caridad de todos... [...]La Iglesia, pues, en virtud del Evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce y estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por todas partes tales derechos. Debe, sin embargo, lograrse que este movimiento quede imbuido del espíritu evangélico y garantizado frente a cualquier apariencia de falsa autonomía. Acecha, en efecto, la tentación de juzgar que nuestros derechos personales solamente son salvados en su plenitud cuando nos vemos libres de toda norma divina.".

Por lo tanto, si por un lado, en el curso del tiempo se abrió un diálogo fructífero entre la Iglesia y la sociedad sobre el tema a lo largo del tiempo, por otro lado, no con poca frecuencia, suelen estar marcadas las distancias acerca del contenido y el lenguaje adoptado. En su enfoque, la Iglesia parte de las palabras del Apóstol: "examinad todas las cosas y quedaos con lo bueno" (1 Tes. 5:21). Por lo tanto, se siente libre de llegar a todos los interlocutores posibles, incluso desde las posiciones más lejanas.

Al mismo tiempo, no debemos olvidar que el punto de partida de todo diálogo, que realmente quiera ser eficaz, es la conciencia de uno mismo. Abrirse a otro no significa renunciar a la identidad y las prerrogativas propias. Allá donde se promueven "derechos" que la Iglesia considera incompatibles tanto con la ley divina como con la ley natural, conocible con la recta razón, la Santa Sede no dejará de levantar su voz en defensa sobre todo de la persona humana. No se trata de atrincherarse en posturas preconcebidas, sino más bien de defender el desarrollo armonioso e integral del hombre, porque desafortunadamente, como señalaba el Papa Francisco, "Está también el peligro —en cierto sentido paradójico— de que, en nombre de los mismos derechos humanos, se vengan a instaurar formas modernas de colonización ideológica", por lo que algunos derechos fundamentales se dañan en nombre de la promoción de otros derechos. Al mismo tiempo, la legítima defensa de una identidad cultural no puede ser un pretexto para eximirse del respeto a los derechos humanos.

En el debate de hoy, es bueno tener en cuenta algunos elementos que son fundamentales para el diálogo de la Iglesia con sus interlocutores. El primero que me gustaría señalar es el carácter universal de los derechos. La Declaración de 1948 se proponía, en efecto, el objetivo de formular declaraciones que fueran siempre válidas, en toda época, lugar y cultura, ya que son inherentes a la naturaleza misma de la persona humana. Hoy notamos una toma de distancias, tanto en algunos ámbitos del llamado Occidente, como en otros contextos culturales, casi como si el significado profundo de los derechos humanos se pudiera contextualizar y aplicar solo en ciertos lugares y en una cierta época, que ahora parece irremediablemente orientarse hacia el ocaso. En cambio, es necesario recuperar la dimensión objetiva de los derechos humanos, basada en el reconocimiento de que "la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana". Sin tal visión, se establece un cortocircuito de los derechos que, de universales y objetivos, se convierten en individuales y subjetivos, con la consecuencia paradójica de que "cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus actos", y " esto lleva al sustancial descuido de los demás, y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo, fruto de una concepción del hombre incapaz de acoger la verdad y vivir una auténtica dimensión social".

Solo manteniendo viva la conciencia de la valencia universal de los derechos humanos podemos evitar esta deriva, que resulta en la proliferación de una " multiplicidad de «nuevos derechos», no pocas veces en contraposición entre ellos" y, al mismo tiempo, iniciar un diálogo vasto especialmente en el ámbito de la ONU donde tienen lugar la mayoría de las discusiones sobre el tema. Sin embargo, también se debe tener en cuenta que la creciente irritación que se advierte en muchas partes hacia las organizaciones internacionales y la diplomacia multilateral, pone hoy en grave peligro la interlocución sobre los derechos humanos. Por su parte, la Santa Sede considera fundamental fomentar la confrontación más amplia posible con todos los hombres de buena voluntad y con aquellas instituciones que trabajan para proteger los derechos humanos y promover el bien común y el desarrollo social. El Papa Francisco nos alienta constantemente a construir puentes y los puentes se pueden construir con múltiples interlocutores, tanto en el campo multilateral como en el bilateral, tanto con los Estados como con las organizaciones no gubernamentales, con los interlocutores religiosos, así como con sujetos laicos y no confesionales.

En este sentido, la esfera diplomática es privilegiada, ya que permite desarrollar contactos y relaciones personales a través de las cuales la Santa Sede puede alcanzar las tierras más lejanas y las sensibilidades humanas más distantes. Por lo tanto, no debemos renunciar a la creación de nuevas oportunidades de encuentro, siguiendo la feliz intuición que el entonces Sustituto de la Secretaría de Estado, Monseñor Giovanni Battista Montini, tuvo cuando fundó el Círculo di Roma, que era un foro extraordinario y una sede privilegiada de relaciones internacionales. Ofreció una oportunidad de conocimiento mutuo y colaboración a nivel cultural y diplomático, promoviendo, entre otros, estudios sobre problemas internacionales. También hoy necesitamos puntos de contacto, en los que todos puedan ofrecer su propia contribución original respetando la opinión de los demás. Desafortunadamente, no es infrecuente que algunas ideas preconcebidas y lugares comunes sobre la Iglesia hagan más difícil una discusión serena.

La interlocución es más complicada sobre todo allí donde se tocan los ámbitos más íntimos de la vida y de la persona humana sin un anclaje objetivo. De hecho, el cristianismo se remite a "remitido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, (...) a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios". Por el contrario, en los últimos tiempos parece haber prevalecido una visión fragmentada del hombre, liberado de cualquier vínculo, tanto con lo sobrenatural como con los otros hombres, de modo que se ha activado un mecanismo por el cual los derechos humanos están sujetos al "sentimiento común" de la mayoría. En la reflexión de la Iglesia, sin embargo, no existen los derechos de "un hombre liberado de cualquier vínculo", no hay un "hombre fragmentado" en sus diversos aspectos sociales, económicos, religiosos, etc., sino el hombre en su totalidad.

La Iglesia, por lo tanto, enfoca los derechos humanos sobre la base de su universalidad, racionalidad y objetividad. Desde este punto de vista, se entiende el compromiso concreto de la Santa Sede en defensa de algunos derechos específicos a los que presta especial atención y en cuya promoción está comprometida.

En primer lugar, está el derecho a la vida contenido en el artículo 3 de la Declaración de 1948. Esta es la verdadera base de todos los derechos humanos. La actividad multilateral de la Santa Sede, en cualquier foro internacional, así como en las relaciones con los Estados, siempre tiene como objetivo defender este derecho. Del mismo modo, no debemos olvidar el compromiso concreto de la Iglesia a través de las órdenes religiosas y sus numerosas obras de caridad, así como a través de las numerosas organizaciones no gubernamentales, inspiradas en el cristianismo. Junto con la defensa del comienzo de la vida y de su fin natural, que constituye la premisa fundamental de la promoción del derecho a la vida, hoy existen nuevos desafíos relacionados con la biotecnología moderna y, a veces, favorecidos por una legislación más bien permisiva.

Surgen preguntas espinosas sobre la manipulación genética, el tráfico de órganos y los nuevos hechos de la "hibridación" de la persona humana con el genoma de otras especies.

Frente a estos desafíos, la Iglesia está comprometida a subrayar el valor único e irrepetible de cada vida, don precioso de Dios. "El cristiano- recordaba Benedicto XVI-está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia". Desgraciadamente, el derecho a la vida parece ser el más expuesto al individualismo que caracteriza en particular las sociedades occidentales. En el intento constante de liberar al hombre de Dios, la vida deja de ser un don y se considera más bien como una propiedad, de la cual cada uno puede disponer libremente dentro de los límites establecidos por el simple consenso de la mayoría. Esto hace que el diálogo sea más complejo, debido a la dificultad de encontrar un terreno metafísico y léxico común en el que encontrarse.

En el contexto de la defensa de la vida, la Santa Sede también participa activamente en la promoción de la eliminación universal de la pena de muerte. Es un compromiso que toma en cuenta tanto el artículo 3 como el artículo 5 de la Declaración de 1948, que prohíbe las penas crueles, inhumanas y degradantes. Se trata de una cuestión particularmente importante para el Santo Padre, quien el pasado 2 de agosto decidió actualizar el Catecismo de la Iglesia Católica. "Durante mucho tiempo —reza la nueva fórmula- el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común. Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente. Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona», FRANCESCO, Discurso a los participantes en el encuentro promovido por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, 11 de octubre 2017) y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo".

En este ámbito, la Santa Sede interactúa sea con los organismos que promueven la abolición de la pena de muerte apoyando su acción, entre los cuales debemos mencionar especialmente a la Unión Europea con la que existe una profunda armonía sobre el tema, sea allí donde hay la posibilidad, con aquellos países que todavía la aplican, subrayando el escaso efecto disuasorio que posee, así como el anacronismo de recurrir a ese castigo en los estados que, en general, están equipados para proteger adecuadamente la seguridad de sus ciudadanos. Por otra parte, reiteraba el Papa, " La cautela en la aplicación de la pena debe ser el principio que rija los sistemas penales, y la plena vigencia y operatividad del principio pro homine debe garantizar que los Estados no sean habilitados, jurídicamente o de hecho, a subordinar el respeto de la dignidad de la persona humana a cualquier otra finalidad, incluso cuando se logre alcanzar una especie de utilidad social. El respeto de la dignidad humana no sólo debe actuar como límite de la arbitrariedad y los excesos de los agentes del Estado, sino como criterio de orientación para perseguir y reprimir las conductas que representan los ataques más graves a la dignidad e integridad de la persona humana".

Con referencia a los artículos 13 y 14 de la Declaración de 1948, la Santa Sede está comprometida en promover los derechos de los migrantes y de los refugiados. En las diversas crisis de los últimos años, el Santo Padre no ha dejado de hacer oír su voz ante una tragedia de inmensas proporciones, fuertemente dañosa para la dignidad humana. También en este caso, los interlocutores son muchos, a partir de la comunidad internacional y, por lo tanto, de las Naciones Unidas, con quien la Santa Sede está trabajando desde hace ya un par de años en la definición de los Global Compacts sobre migrantes y refugiados, que serán adoptados dentro del 'año. Lamentablemente, es doloroso constatar que algunos países se están retirando de la discusión.

Por su parte, la Santa Sede, a través de las Misiones Permanentes en Nueva York, por lo que concierne a los migrantes, y en Ginebra, con respecto a los refugiados, continúa ofreciendo su contribución activa a las discusiones y consultas preparatorias, promoviendo la visión del Pontífice centrada en torno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. También durante sus viajes apostólicos, el primero de los cuales estuvo dedicado precisamente a los migrantes, con la visita a la isla de Lampedusa, el Papa Francisco no ha dejado de recordar la urgente necesidad de cuidar de aquellos que se ven obligados a abandonar sus tierras debido a de guerras y persecuciones, así como por el hambre y las dificultades económicas. Sabemos que su compromiso con la promoción de la dignidad de los más débiles, especialmente de los niños y adolescentes que se ven forzados a vivir lejos de su patria y separados de los afectos familiares, le ha acarreado a veces la hostilidad, especialmente de aquellos que han visto su territorio fuertemente afectado por las recientes oleadas migratorias.

Sin embargo, no hay que detenerse en los malentendidos. El mismo Papa Francisco no ha dejado de subrayar que la acogida debe ser razonable, es decir, debe ir acompañada de la capacidad de integración y de la prudencia de los gobernantes. Afirmar el derecho de quien es débil a recibir protección no significa eximirlo del deber de respetar el lugar que lo acoge, con su cultura y sus tradiciones. Por otro lado, el deber de los Estados de intervenir en favor de quienes están en peligro no significa abdicar del derecho legítimo de proteger y defender a sus ciudadanos y sus valores. En este sentido, debe señalarse que, no pocas veces, en los últimos años la política ha renunciado a su papel de mediación social para construir el bien común, cediendo a la tentación imprudente de buscar el consenso fácil y foguear los temores ancestrales de la población. También en el contexto internacional, hay que lamentar la menor propensión a colaborar en la búsqueda de soluciones compartidas entre los Estados, frente a la prevalencia de nuevas formas de nacionalismo. Estas dificultades no eliminan el compromiso de la Santa Sede en la búsqueda de un diálogo constructivo con todos para defender las vidas en peligro, ni el esfuerzo de la Iglesia y sus instituciones caritativas para interactuar con la sociedad civil para fomentar soluciones concretas que alivien el sufrimiento de los migrantes y protejan la vida y las actividades de los ciudadanos.

Por último, quisiera recordar el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, a saber, " toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia" Como se sabe, este es un derecho sobre el cual la Iglesia, después de un largo rechazo, ha elaborado su propia reflexión profunda a partir de los años del Concilio Vaticano II, con la Declaración Dignitatis Humane, que establece que "la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos».

Como recordaba el Papa Ratzinger, para la Santa Sede se trata del "primer derecho del hombre, porque expresa la realidad más fundamental de la persona". Por otro lado, "Cuando se reconoce la libertad religiosa, la dignidad de la persona humana se respeta en su raíz, y se refuerzan el ethos y las instituciones de los pueblos. Y viceversa, cuando se niega la libertad religiosa, cuando se intenta impedir la profesión de la propia religión o fe y vivir conforme a ellas, se ofende la dignidad humana, a la vez que se amenaza la justicia y la paz". A su vez, el Papa Francisco explicaba que " la razón reconoce en la libertad religiosa un derecho fundamental del hombre que reflexiona su más alta dignidad, la de poder buscar la verdad y de adherirse a ella, y reconoce en ella una condición indispensable para poder desplegar toda la propia potencialidad. La libertad religiosa no es sólo la de un pensamiento o de un culto privado. Es la libertad de vivir según los principios éticos consiguientes a la verdad encontrada, sea privada que públicamente". No son pocos, de hecho, los intentos de reducir la libertad religiosa a la esfera meramente privada de la persona, así como también los de hacer que los derechos civiles dependan de la afiliación religiosa. La Santa Sede, por lo tanto, está en primera línea en la promoción del derecho a la libertad religiosa, trabajando por un lado para evitar la marginación de la religión en la sociedad civil, por el otro para que en todas las sociedades los derechos de todos los ciudadanos estén igualmente protegidos independientemente de sus creencias religiosas.

Junto con la libertad religiosa, es importante afirmar la libertad de conciencia. "Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana". En nuestros días, se asiste con preocupación a los intentos de reducir este derecho que corre el riesgo de ser marginados y limitados, especialmente en lo que respecta a la objeción de conciencia en materias delicadas relacionadas con la vida. Para la Iglesia, la objeción de conciencia es, en cambio, un derecho fundamental ya que, como afirma Gaudium et Spes," La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre", y por lo tanto no puede violarse sin dañar a la persona humana

Ilustres oradores,
Señoras y señores,

Al concluir esta breve revisión, me gustaría resaltar el elemento fundamental para la Iglesia en su interlocución en el campo de los derechos humanos. Lo hago a partir de una imagen que tomo del décimo capítulo del Evangelio según Lucas. Es la parábola del buen samaritano que ayuda a un malparado por el camino que cruza el desierto de Judá, una tierra para él extranjera y hostil. Aquellos que han cubierto ese tramo del camino comprenden las dificultades: los descensos pronunciados y el calor sofocante acompañan al viajero en los mil metros de desnivel que separan a Jerusalén de Jericó. Lucas nos habla de un hombre que, bajando ese camino áspero, se encuentra con los bandidos que lo dejan malherido. Ni el sacerdote ni el levita lo ayudan, de hecho, al verlo, lo evitan, casi, para marcar deliberadamente una distancia. Solo un extranjero no tiene miedo de acercarse al malparado, lo cuida, lo acompaña a una posada cercana y se ocupa de su manutención hasta su completa curación.

En esta parábola que acompaña la enunciación del mandamiento del amor, podemos encontrar expresada la idea inspiradora de los derechos humanos. La expreso con una paradoja: en el origen de los derechos humanos no hay un derecho, ni tantos hay un deber. El viajero herido no tiene el derecho de ser atendido, ni en sí mismo el deber de ninguno de los transeúntes es asistirlo. Originalmente solo hay la compasión y la gratuidad, -en términos cristianos decimos caridad-, de un hombre que descubre a otro hombre en peligro. Mirar al hombre, independientemente de sus características físicas, mentales, étnicas o religiosas, como una persona con su dignidad inherente es precisamente la novedad que Jesús introduce en el mundo con la parábola del Buen Samaritano. En este sentido, el concepto mismo de derecho humano tiene grabado en su ADN la caridad evangélica que completa y, -podríamos decir-, sublima la naturaleza misma del hombre. Con esto no pretendo afirmar una coincidencia entre el mensaje evangélico y los derechos humanos. Hay una diferencia profunda y radical, ya que los últimos apelan a la razón y a la ley natural, mientras que el primero apela a la revelación divina. Sin embargo, como no hay coincidencia, tampoco hay oposición allí donde en el centro está el hombre en su integridad racional, afectiva y social, y los derechos se entienden y se profundizan de acuerdo con la recta razón. Por lo tanto, la Iglesia enfoca positivamente los derechos humanos, porque a través de ellos toda la humanidad toma conciencia de la dignidad de cada persona humana. En esta perspectiva, la Santa Sede trabaja por un debate sereno, fructífero y honesto. Esto requiere, -como mencioné anteriormente-, resaltar las posibles dificultades y malentendidos que surgen cuando la interlocución se basa en un lenguaje líquido, como el lenguaje contemporáneo, en el que las palabras adquieren significados ambiguos.

Pensándolo, ambiguas, no son tanto las palabras como la antropología subyacente, que quizás de manera demasiado apresurada ha dejado al margen la contribución judeocristiana a la filosofía griega y al derecho romano. Si, por un lado, el concepto de derechos humanos surge en el contexto revolucionario francés en oposición a la Iglesia, no se puede callar que rinde un homenaje innegable a la sensibilidad cristiana en la que se formaron los escritores de la Declaración de 1789. La dificultad de nuestro tiempo no estriba tanto en el intento de liberar a los derechos humanos de cualquier vínculo con el cristianismo; -esto no es lo que nos preocupa-, sino la pérdida del anclaje filosófico y jurídico de los derechos en sí, de modo que, en una evolución continua y deseosa de novedades, el pensamiento occidental termina por disminuir la arquitectura misma de los derechos que había enunciado. Sin una visión antropológica clara, todo derecho llama a otros derechos, que terminan devorándose y reprimiéndose mutuamente.

La tentación moderna es acentuar mucho la palabra "derechos", dejando de lado la más importante: "humanos". Si los derechos pierden su nexo con la humanidad, se convierten solo en expresiones de grupos de interés y prevalece, como dice el Papa Francisco, " una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» (Tm?), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor.»[26]. Del mismo modo, como hemos mencionado, los deberes relacionados con ellos caen, y así al afirmar los derechos del individuo, ya no se tiene en cuenta que " cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma".

En el debate sobre los derechos, el desafío para la Iglesia y, por lo tanto, también para la Santa Sede en los diversos foros internacionales no es defender posiciones o "poseer espacios", como diría el Papa, sino proponer de manera simple y transparente su visión del hombre: no el producto solitario del azar, sino el hijo de un Padre amoroso, que "a todos da la vida, el aliento y todas las cosas" (Hechos 17:25). Es un camino arduo, que sin duda merece ser recorrido

Gracias.

© Librería Editorial Vaticano

 

 

15/11/2018-14:35
Enrique Soros

Estados Unidos: Los obispos se forman para atender a víctimas de abusos sexuales

(ZENIT — 15 nov. 2018).- Ha finalizado ayer la Asamblea de Obispos Católicos de Estados Unidos en Baltimore. El día martes fue dedicado nuevamente al tema de los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes, y a cómo regular para evitar la inacción de obispos, protegiendo a los abusadores, en vez de acoger a las víctimas y brindarles ayuda.

La Junta Nacional de Revisión expresó la necesidad de ampliar el alcance de la Carta sobre la Protección de Niños y Jóvenes. El presidente del panel asesor independiente laico de la Conferencia de Obispos, Francesco Cesareo, presentó un informe especial a la asamblea del cuerpo sobre la crisis de abuso en la Iglesia. El informe pide que se amplíe el alcance de la Carta sobre la Protección de Niños y Jóvenes incluyendo a los obispos; la publicación de listas completas de sacerdotes acusados ??de manera creíble en todas las diócesis; mejorar del proceso de auditoría; y hacer responsables a los obispos que protejan a víctimas de abuso.

 

Asistencia a Víctimas

Mons. José Gómez, arzobispo de Los Ángeles y vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos de América (USCCB), invitó a la Dra. Heather Banis, coordinadora de Asistencia a Víctimas de la mencionada arquidiócesis, a informar a los obispos sobre el sufrimiento de las víctimas, la importancia de estar cerca de ellas, y de la necesidad de denuncia civil contra el abusador.

En una alocución muy sentida, la doctora Banis expresó que "Tenemos que escuchar a los que han sido abusados, para entender el impacto de su sufrimiento, y que así podamos ser capaces de ayudar a sanar. Y esto no sucede en un corto tiempo, ni en veinte sesiones de terapia. Es un camino, y tenemos que seguir escuchando profundamente".

Los obispos escucharon con atención esta alocución, centrada en el imperativo de respetar y acoger a las víctimas de abusos. "Nosotros podemos escucharlos, y de hecho lo hacemos", explicó Banis, "pero es muy distinto si lo hacen ustedes personalmente, sentir con el sobreviviente, acogerlo, tener empatía con su sufrimiento". Durante el transcurso del día los obispos siguieron trabajando en asamblea general sobre las acciones a seguir para generar un cambio radical, a través del cual se proteja a las víctimas y se haga responsables a los obispos que protejan a los abusadores.

 

Elecciones

Ayer, miércoles, 14 de noviembre de 2018, tuvieron lugar elecciones de diversas comisiones episcopales.

Como presidente de la Comisión de las Colectas Nacionales, se eligió al arzobispo Paul D. Etienne, de Anchorage, Alaska, que recibió 137 votos. El el obispo Thomas A. Daly, de Spokane, estado de Washington, recibió 11 votos.

A su vez, se eligió como Tesorero Electo al obispo Gregory Parkes, de San Petersburgo, Florida. El arzobispo Charles Thompson, de Indianápolis, Indiana, recibió 87 votos.

Asimismo, se eligió como presidente de la Comisión de Educación Católica al obispo Michael Barber, de Oakland, California. El obispo David Malloy, de Rockford, Illinois, recibió 103 votos.

Además, se votó por cinco autoridades de comisiones, que servirán por un año como presidentes electos antes de comenzar un período de tres años al concluir la Asamblea General de otoño de 2019. Enunciamos a continuación los cinco presidentes electos.

Presidente electo de la Comisión de Credo, Vida Consagrada y Vocaciones, el obispo James Checchio, de Metuchen, Nueva Jersey, con 168 votos. El obispo Michael Olson, de Fort Worth, Texas recibió 77 votos.

Presidente electo de la Comisión de Adoración Divina, el arzobispo Leonard Blair, de Hartford, Connecticut, con 132 votos. El obispo David Ricken, de Green Bay, Wisconsin recibió 113 votos.

Presidente electo de la Comisión de Justicia Doméstica y Desarrollo Humano, el arzobispo Paul Coakley, de Oklahoma City, Oklahoma, con 140 votos. El arzobispo John Wester, de Santa Fe, Nueva México, recibió 105 votos.

Presidente electo de la Comisión de Laicos, Matrimonio, Vida Familiar y Juventud, el arzobispo Salvatore Cordileone, de San Francisco, California, con 125 votos. El obispo John Doerfler, de Marquette, Michigan, recibió la misma cantidad de votos, por protocolo, por contar con más años como obispo.

Por último, presidente electo de la Comisión de Migración, el obispo Mario Dorsonville, de la arquidiócesis de Washington, con 158 votos. El obispo John Stowe, de Lexington, Kentucky, recibió 88 votos.

Por la tarde del miércoles tuvieron lugar diversas presentaciones. Una de ellas fue la del obispo Frank Caggiano, de Bridgeport, Connecticut, miembro de la comisión de Laicos, Matrimonio, Vida de Familia y Juventud, y enlace episcopal con la Jornada Mundial de la Juventud, en Panamá. Caggiano dio un informe sobre el Sínodo de los Jóvenes, la Fe y el Discernimiento Vocacional que tuvo lugar en el Vaticano que tuvo lugar en octubre pasado, al que asistieron ocho obispos y tres jóvenes representando a Estados Unidos, remarcando el espíritu de alegría que transmiteron los jóvenes en el sínodo y un llamativo espíritu de oración, que iba más allá de las liturgias. Caggiano reportó sobre una activa participación del Papa Francisco en el desarrollo de las jornadas, e incluso sobre su llegada 20 minutos antes del comienzo de las sesiones, lo que provocó un marcado impacto en los jóvenes especialmente, el encontrarse con el "mismísimo" Papa en un diálogo distendido.

Por su parte, el arzobispo Gustavo García-Siller, presidente de la comisión de Diversidad de USCCB, y el obispo Nelson Pérez, presidente del subcomité de Asuntos Hispanos, dieron un informe sobre el V Encuentro de Pastoral Hispana, que tuviera lugar en septiembre en Grapevine, Texas. El cardenal Sean O'Malley expresó en esa jornada que se trataba de un oasis para la Iglesia y los obispos en medio de la tremenda crisis que vivía (y sigue viviendo) la Iglesia de Estados Unidos. El obispo García-Siller remarcó la importancia del proceso del V Encuentro, que duró cuatro años, y tocó la vida de millones de hispanos y no hispanos en todo el país, impactando la forma de evangelizar, y en el espíritu de las comunidades latinas del país.

 

 

15/11/2018-16:08
Redacción

Card. Sergio Obeso: "Señor, me has recompensado con un sueldo extraordinario: `Vivir a tu servicio'

(ZENIT – 15 nov. 2018).- “Confieso que si mi vida pudiera representarse como una composición musical, si miro a los dones con que el Señor la ha ido adornando a todo su largo, resultaría una espléndida sinfonía”, reflexionó el Card. Sergio Obeso, Arzobispo Emérito de Xalapa, en la Eucaristía que celebró junto a sus hermanos mexicanos en el episcopado en Casa Lago, en Cuautitlán Izcalli.

El Cardenal Sergio Obeso participa estos días en la CVI Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano, en la que se reúnen los 126 prelados de México para elegir los nuevos cargos de la Conferencia Mexicana para el Trienio 2019-2021. Mons. Rogelio Cabrera, Arzobispo de Monterrey, ha sido nombrado Presidente.

 

Cardenal por su “servicio a la Iglesia”

El obispo emérito de Xalapa, Sergio Obeso Rivera, de 86 años, figura entre los 14 nuevos cardenales que Francisco creó el pasado 29 de junio de 2018.

Al igual que otros dos cardenales creados ese día, Mons. Sergio Obeso recibió la distinción del purpurado porque “se distinguieron por su servicio a la Iglesia”, a diferencia de los otros 11, menores de 80 años, que por tanto cuentan con derecho a voto en un futuro Cónclave.

 

Ordenado en Roma en 1954

Nacido en Xalapa, Veracruz, el 31 de octubre de 1931, el clérigo mexicano ingresó en el seminario el 23 de enero de 1944. Tras sus estudios de humanidades, se trasladó a Roma donde cursó filosofía y teología en la Pontificia Universidad Gregoriana.

Ordenado sacerdote en la “ciudad eterna” el 31 de octubre de 1954, pocos meses después regresó a México donde prestó diversos servicios en el Seminario de Xalapa hasta 1971, desde prefecto de filosofía hasta director espiritual y rector.

El 30 de abril de 1971, Pablo VI lo designó obispo de Papantla, y en enero de 1974, el mismo pontífice lo nombra obispo coadjutor de la Arquidiócesis de Xalapa con derecho a sucesión. El 12 de marzo de 1979 asumió ese puesto, en sustitución de Emilio Abascal Salmerón.

 

Presidente de la CEM

Rápidamente se convirtió en un protagonista de la Iglesia mexicana, siendo elegido presidente de la Conferencia del Episcopado para el período 1983-1985 y reelecto de 1985 a 1988.

El 10 de abril de 2007, el Papa Benedicto XVI aceptó su renuncia como obispo de Xalapa tras haber sobrepasado el límite de edad jubilatoria obligatoria establecido en 75 años; lo sucedió en el puesto Hipólito Reyes Larios.

Entre otras cosas, Sergio Obeso Rivera fue uno de los grandes responsables de la canonización del primer santo obispo latinoamericano, san Rafael Guizar y Valencia, que fue elevado al honor de los altares por el Papa Benedicto XVI el 15 de octubre de 2006.

***

 

Homilía del Cardenal Sergio Obeso

Señores Cardenales, Señores Arzobispos y Obispos integrantes de la Conferencia Episcopal Mexicana, Señores Obispos Eméritos aquí presentes, personal del Coro, Seminaristas que nos auxilian y demás personas de apoyo en esta CVI Asamblea Plenaria.

A cabamos de escuchar en el Evangelio, la célebre parábola de los llamados a la viña a distinta hora, recibiendo el mismo salario. Antes que nada, quiero referirme a ella.

Debo confesar que la inteligencia de lo que es e implica dicha parábola, tiene su aspecto difícil de captar: ¿no queda mal parada la justicia cuando los que trabajaron más reciben lo mismo que los que llegaron a última hora? Esta pregunta se hacía un sacerdote protagonista de una famosa narración que precisamente lleva el título desafiante de “A cada uno un denario”, Se trata del célebre novelista escocés Bruce Marshall. En ella, el protagonista es precisamente un sacerdote que alcanzó a comprender su hondo significado sólo al final de su vida, cuando los años lo obligaron a cesar en el ministerio sacerdotal para retirarse al descanso obligatorio: en el último viaje captó que no recibieron todos los trabajadores el mismo salario: quienes llegaron a última hora recibieron una exigua compensación; quienes llegaron a primera hora recibieron una paga con mucho superior a la que recibieron los últimos. A cabo de entender el significado que siempre me fue un problema, se dijo: los que llegaron al último recibieron menos que los que llegaron a primera hora, pues la paga está en el mismo hecho de servir al dueño de la viña, que en este caso representa al Señor.

Pues bien, yo me siento representado entre los que llegaron a primera hora, pues debo confesarles que ingresé al Seminario en circunstancias muy especiales que omito: cuando aún no cumplía 13 años.

El secreto que nos abre la puerta a la inteligencia de la célebre parábola, estriba en entender que, sirviendo al Señor, la paga está en el mismo hecho de servirle: quien le sirve más tiempo, recibe una paga mayor a la paga del que acaba de entrar.

Como ven, no fue un libro de espiritualidad, sino una novela, quien me abrió la inteligencia a darle sentido a la vida que ha ocupado el sacerdocio que recibí a los 23 años: la paga, así lo entiendo ahora, para mí ha sido tan abundante como la suma de años en que mi ocupación exclusiva ha sido como suena: Servir al Señor.

Estamos celebrando, y gracias por acompañarme, el haber sido honrado por el Santo Padre Francisco con el quehacer propio de un cardenal. Esto en el ocaso de mi vida. Si algo define y caracteriza mi vida es precisamente haber sido empleada, con todas mis limitaciones en el servicio del Señor.

Al presente, el dueño de la viña ha querido distinguirme a última hora con el trabajo que puso en mis manos desde el amanecer: poner mi existencia total a  su servicio. La  expresión  última de  este  llamado es lo que estamos celebrando y en el que ustedes me honran con su presencia; al estar el Señor por llamarme en el ocaso de mi vida a dar la cuenta final, me concede un privilegio que hoy pongo bajo el signo del servicio a Su voluntad: me ha llamado a ponerme a su disposición totalmente, en el servicio de su Iglesia. Esto significa para mí el que el Señor se haya fijado en mi insignificancia, para dar la última nota de grandeza a esta espléndida sinfonía que suena en su servicio.

En efecto, confieso que si mi vida pudiera representarse como una composición musical, si miro a los dones con que el Señor la ha ido adornando a todo su largo, resultaría una espléndida sinfonía. Y si pongo atención a mi respuesta personal, apenas si alcanza ser la expresión de alguien que con dificultad hilvana dos o tres notas que dan como resultado un corrido nacional. Culpa mía y no responsabilidad del Señor. Por esto junto con el júbilo que preside esta asamblea, y que juzgo muy justo, debo añadir un golpe de pecho porque mi vida, para ser sincero, solamente ha alcanzado ser catalogada entre los corridos nacionales.

iQué diferencia, si pongo atención no a los resultados obtenidos a partir de mi colaboración, sino a todos los dones en que a lo largo de esta existencia, el Señor se ha volcado para convertirla, si no en una espléndida sinfonía, sí en un aceptable corrido popular!

Todo comenzó con haber sido ordenado presbítero de Su glesia cuando contaba yo con 23 años. Transcurrieron 17 cuando el Señor me llamó a ser Obispo. Desde entonces hasta la f echa son 47 años los que suman la paga con que el Señor me ha recompensado.

Ahora, cuando el sol está por ocultarse, me viene continuo a la mente la manía de sumar todos estos años, para descubrir; y es lo que confieso ahora ante todos ustedes queridos amigos, que en todos he recibido una espléndida paga, para agradecer al Señor:

Señor, gracias porque durante trece años, ya lejanos, me concediste una familia en la que mis padres me amaron, a veces con exigencia, gracias porque durante doce años me llamaste al Seminario para seguir preparándome como trabajador de la viña, gracias por 17 años que me concediste la grave responsabilidad de colaborar en la formación de los sacerdotes, gracias por los tres años privilegiados en que me desposaste con una bella novia que fue la Diócesis de Papantla, gracias por la confianza que pusiste en mis manos como formador del Seminario y, gracias Señor por estos 47 años de Obispo en que me colmaste de regalos al ponerme al servicio de tu pueblo en Xalapa.

Gracias Señor, y perdóname cuando no estuve a la medida de tan bellas encomiendas.

Ahora Señor una petición que por ser la última te ruego encarecidamente me la concedas: dame el don de comprender a mis hermanos, de saber dialogar con ellos, a poder hacer realidad, como programa de vida todo lo que en estos últimos días me han dicho gente buena en palabras benevolentes: han dicho que mi trato es caballeroso, docta mi predicación, cercanía con los fieles, don de gentes, esfuerzo contínuo, nada menos, por vivir los valores integrales de la cruz: su trazo vertical tendiendo hacia tus alturas, su trazo horizontal buscando entender a mis hermanos y, todo esto ponerlo en el escudo que nunca quise tener, porque hijo de emigrantes, comprendí que estaba f uera de lugarde regalos al ponerme al servicio de tu pueblo en Xalapa.

Todo lo anteriormente mencionado fueron las maravillas que dijeron de mí en discursos benevolentes. Dame la fuerza de tu Espíritu para convertirlas ahora en programa para los años que me restan y que tú sabes cuantos son.

Gracias Señor porque a lo largo de toda mi vida, me has recompensado con un sueldo extraordinario, no de última hora, sino muy por encima de lo merecido: Vivir a tu servicio.

13  de Noviembre de  2018

+Sergio Obeso,
Cardenal Arzobispo Emérito de Xalapa

 

 

 

15/11/2018-17:29
Rosa Die Alcolea

Kenia: El Papa nombra arzobispo de Kisumu a Mons. Philip A. Anyolo

(ZENIT — 15 nov. 2018).- El Santo Padre ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la archidiócesis de Kisumu (Kenia), presentada por Mons. Zaqueo Okoth, a sus 76 años, ha informado la Oficina de Prensa del Vaticano, esta mañana, 15 de noviembre de 2018, a través de un comunicado.

Al mismo tiempo, el Papa Francisco ha nombrado arzobispo de la misma sede a Mons. Philip A. Anyolo, hasta ahora obispo de Homa Bay.

Mons. Anyolo, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Kenia, está preparado para sustituir al Arzobispo Zaqueo Okoth, quien se retira después de alcanzar la edad obligatoria, se encargará de su reemplazo.

 

Mons. Philip A. Anyolo

El obispo Anyolo nació en 1956 en Tongaren, condado de Bungoma y fue ordenado sacerdote de la Diócesis Católica de Eldoret en 1983. El Papa Juan Pablo II lo nombró obispo de Kericho el 6 de diciembre de 1995.

Fue nombrado obispo de Homa Bay el 22 de marzo de 2003 e instalado como obispo el 23 de mayo de 2003.

Fue elegido presidente de KCCB en octubre de 2013 y actualmente cumple su segundo mandato. Anteriormente, se desempeñó como vicepresidente de KCCB.

 

 

15/11/2018-18:33
Isabel Orellana Vilches

Santa Gertrudis "la Grande", 16 de noviembre

«Esta gran benedictina es un ejemplo de fortaleza en medio de la debilidad. Toda su vida tuvo que luchar contra su fuerte temperamento. Vio conmovida cómo, a pesar de ello, era constantemente agraciada con favores sobrenaturales»

En los claustros del monasterio de Helfta se fraguó el itinerario espiritual de esta gran santa mística benedictina nacida el 6 de enero de 1256, de la que no se puede proporcionar fehacientemente ni lugar de nacimiento ni nombre de sus progenitores. Ella comprendió a través de una locución que este hecho se insertaba en un plan divino sobre su vida. Sin referente alguno familiar, exonerada de cualquier lazo de sangre, en su horizonte solo cupo la oración y la contemplación, alimento de sus jornadas monacales que se iniciaron cuando tenía 5 años. En esa unión con la Santísima Trinidad que perseguía no cabrían más afectos.

Las religiosas benedictinas le procuraron una esmerada y vasta formación espiritual y cultural en conformidad con el espíritu monacal, que incluía diversas disciplinas. Como le ha sucedido a muchos seguidores de Cristo, tuvo modelos para su acontecer. Se fijó en otras grandes místicas alemanas, Matilde y Gertrudis de Hackeborn, que era entonces la abadesa del monasterio. Una tercera hermana, con la que compartió amistad y vivencias de manera singular, fue la excepcional mística, también de origen germano, Matilde de Magdeburgo, que se incorporó a la comunidad hacia el año 1270.

A simple vista Gertrudis no mostraba rasgos significativos espirituales que pudieran identificar en ella a una persona que podía recibir el privilegio divino de ser agraciada con diversos favores. Su fina sensibilidad y hondura espiritual pronto le llevaron a reconocer en su interior debilidades y tendencias que constituían un veto para caminar por el sendero de la perfección. Examinaba su alma apreciando en ella zonas umbrías, alejadas de Dios. La piedra de toque de toda vida santa es el defecto dominante que usualmente no se circunscribe a uno solo. Malos hábitos agazapados, a veces inconscientes, sutilmente perviven insertados en él. Se hallan prestos a exteriorizarse a la primera de cambio, dominando al asceta, a menos que viva una oración continua. Un temperamento impulsivo y otras manifestaciones caracterológicas provocaban muchos sufrimientos a Gertrudis que, como san Pablo advirtió, veía que no hacía el bien que quería sino el mal que no deseaba. Con todo, la apreciación de rasgos no virtuosos en ella no le indujeron al desánimo. Por el contrario, humildemente y de manera insistente oraba por su conversión; lo hizo en medio de la lucha que sostuvo contra sus tendencias a lo largo de su existencia.

Pese a sus flaquezas, Dios la agraciaba con diversos favores, lo cual era incomprensible para ojos ajenos regidos por razones humanas, esas que no reparan en el misterio de los designios divinos. La victoria sobre la debilidad es fuente de fortaleza. Y aunque Gertrudis se sintiera empujada por un carácter impetuoso y poco dado a la templanza, fue humilde, caritativa, sencilla, servicial, sensible hacia los débiles que socorrió con ternura, una persona accesible a todos, fiel observante de la regla y penitente.

El 27 de enero de 1281 constituyó el inicio de su despegue espiritual e intelectual. Se produjo después de ver a un joven Jesucristo que le invitaba a cambiar de vida asegurándole que la asistiría conduciéndola en ese camino. Desde ese momento, huyendo de la vanidad y desprendiéndose de sus aficiones, se centró en alcanzar la unión con Dios, y comenzó a profundizar en la Escritura, los santos Padres y la teología, abandonando otros intereses intelectuales. Tenía una dotes formidables para el estudio al que estaba dedicada muy especialmente. Se ha considerado que quizá esta atención pudo influirle de forma inicial en su progreso espiritual, restándole recogimiento. Pero también se ha hecho notar que debió ayudarle a neutralizar flaquezas, y preservarla de incurrir en otros errores personales, debidos a su fuerte temperamento, que hubieran podido conducirla por derroteros ajenos a la vida espiritual.

Lo cierto es que a esa primera revelación siguieron otras comunicaciones y experiencias místicas que le alentaban en su búsqueda de lo divino, mientras se esforzaba en progresar en la virtud, horrorizada por sus pecados y agraciada por el don de temor de Dios. Confundida, sintiéndose cada vez más indigna de recibir tantos favores sobrenaturales porque se veía frágil y pecadora, vivía con indecible conmoción que Dios le otorgara tal cúmulo de dones: «...he aprovechado tan poco tus gracias que no puedo decidirme a creer que me hayan sido concedidas para mí sola, no pudiendo tu eterna sabiduría ser frustrada por alguien. Haz, por tanto, oh Dador de todo bien, que me has concedido gratuitamente dones tan inmerecidos, que, leyendo este escrito, el corazón de al menos uno de tus amigos se conmueva por el pensamiento de que el celo por las almas te ha inducido a dejar durante tanto tiempo una gema de valor tan inestimable en medio del fango abominable de mi corazón». En los cinco tomos que comprenden sus Revelaciones plasmó las gracias que recibió; el segundo es de su autoría. Con rigor y fidelidad transmitió la fe en sus escritos, entre los que también se cuentan Heraldo del divino amory sus excepcionales ejercicios espirituales.

Fue agraciada, entre otros, con el don de milagros y de profecía. Se le otorgó reposar su cabeza en la llaga del costado de Cristo oyendo el pálpito de su divino corazón. Pero entre todos los favores que recayeron sobre ella, destacó dos en particular con estas palabras: «Los estigmas de tus saludables llagas que me imprimiste, como preciosas joyas, en el corazón, y la profunda y saludable herida de amor con que lo marcaste...». Y «el de darme por Abogada a la santísima Virgen María Madre Tuya, y de haberme recomendado a menudo a su afecto como el más fiel de los esposos podría recomendar a su propia madre su esposa querida».Gertrudis padeció muchas enfermedades. Murió el 17 de noviembre, bien de 1301 o de 1302. El 27 de enero de 1678 fue inscrita en el Martirologio Romano.