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Sinodalidad misionera y jóvenes, al centro del discurso del card. Blázquez

 

Su Eminencia, el Cardenal Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, inauguró la 112ª Asamblea Plenaria de los Obispos españoles con un discurso en el que destacó el reciente Sínodo dedicado a los jóvenes, la misionalidad de la Iglesia y la necesidad de que el pueblo "renueve el espíritu de la Transición".

 

 

20 noviembre 2018, 16:00 | Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano


 

 

El re­cien­te Sí­no­do de la Igle­sia so­bre los Jó­ve­nes, la Fe y el dis­cer­ni­mien­to vo­ca­cio­nal; la fi­gu­ra de Pa­blo VI ca­no­ni­za­do en oc­tu­bre, la importancia de luchar contra los abu­sos en el seno de la Igle­sia y el papel de las vocaciones, fueron algunos de los puntos más relevantes del discurso pronunciado por el cardenal Ri­car­do Bláz­quez, ar­zo­bis­po de Va­lla­do­lid y pre­si­den­te de la Conferencia Episcopal española con motivo de la aper­tu­ra de la 112° Asam­blea Ple­na­ria, que dio comienzo la ma­ña­na del lu­nes 19 de no­viem­bre.

 

El sí­no­do y la par­ti­ci­pa­ción de los jó­ve­nes

En re­la­ción a la si­no­da­li­dad, el purpurado se­ña­ló que este concepto sig­ni­fi­ca ha­cer ca­mino jun­tos, "no se re­du­ce a la Asam­blea que es la fase cul­mi­nan­te, sino que tie­ne tres eta­pas: la es­cu­cha, el dis­cer­ni­mien­to en Asam­blea y la úl­ti­ma de ac­tua­ción. El pro­ce­so si­no­dal está aún abier­to has­ta que sea re­ci­bi­do por las Igle­sia par­ti­cu­la­res e im­pul­se su pues­ta en prác­ti­ca".

En este ám­bi­to, el cardenal subrayó que los jó­ve­nes han ha­bla­do y han sido es­cu­cha­dos en la pre­pa­ra­ción de la Asam­blea y en el cur­so de la mis­ma tan­to en las Con­gre­ga­cio­nes Ge­ne­ra­les como en los Círcu­los Me­no­res.

"La re­la­ción en­tre jó­ve­nes y obis­pos ha sido de mu­tua es­cu­cha y de sa­tis­fac­ción com­par­ti­da. La cer­ca­nía aten­ta, la bús­que­da en co­mún, el gozo de la fra­ter­ni­dad son as­pec­tos des­ta­ca­dos que de­ben pro­lon­gar­se. Ha­blar en­tre los jó­ve­nes y en su pre­sen­cia so­bre lo que los con­cier­ne es­pe­cial­men­te, tie­ne un al­can­ce pe­cu­liar: Real­men­te se hizo ca­mino jun­tos", añadió.

 

La lucha de la Iglesia contra los abusos

En cuanto al tema de los abu­sos perpetrados en la Igle­sia por al­gu­nos obis­pos, sa­cer­do­tes, re­li­gio­sos y lai­cos, y que fue abordado en el do­cu­men­to fi­nal del Sí­no­do; Su Eminencia recordó que pro­vo­can en quie­nes son víc­ti­mas, "su­fri­mien­tos que pue­den du­rar toda la vida y a los que nin­gún arre­pen­ti­mien­to pue­de po­ner re­me­dio".

"Tal fe­nó­meno está di­fun­di­do en la so­cie­dad, toca tam­bién a la Igle­sia y re­pre­sen­ta un se­rio obs­tácu­lo a su mi­sión. El Sí­no­do reite­ra el fir­me com­pro­mi­so de adop­tar ri­gu­ro­sas me­di­das de pre­ven­ción que im­pi­dan re­pe­tir­se, a par­tir de la se­lec­ción y de la for­ma­ción de aque­llos a los que se­rán con­fia­dos ta­reas de res­pon­sa­bi­li­dad y edu­ca­ti­vas” (Doc. Fi­nal del Sí­no­do, n. 29), indicó el purpurado.

“Exis­ten di­ver­sos ti­pos de abu­so: de po­der, eco­nó­mi­cos, de con­cien­cia, se­xua­les. Es evi­den­te el de­ber de erra­di­car las for­mas de ejer­ci­cio de la au­to­ri­dad en las cua­les se in­ser­tan y de com­ba­tir la fal­ta de res­pon­sa­bi­li­dad y trans­pa­ren­cia con las cua­les mu­chos ca­sos se han tra­ta­do. El de­seo de do­mi­nio, la fal­ta de diá­lo­go y de trans­pa­ren­cia, las for­mas de do­ble vida, el va­cío es­pi­ri­tual, como tam­bién las fra­gi­li­da­des psi­co­ló­gi­cas son el te­rreno en el cual pros­pe­ra la co­rrup­ción” (Doc. Fi­nal del Sí­no­do, n.30).

Por ello, el card. Bláz­quez hizo suyo “el agra­de­ci­mien­to a los que han te­ni­do la va­len­tía de de­nun­ciar el mal pa­de­ci­do; ya que ayu­dan a la Igle­sia a to­mar con­cien­cia de cuan­to ha ocu­rri­do y de la ne­ce­si­dad de reac­cio­nar con de­ci­sión", a la vez que animó tam­bién el com­pro­mi­so sin­ce­ro de in­nu­me­ra­bles lai­cos y lai­cas, sa­cer­do­tes, con­sa­gra­dos, con­sa­gra­das y obis­pos, que dia­ria­men­te se en­tre­gan con ho­nes­ti­dad y de­di­ca­ción al ser­vi­cio de los jó­ve­nes” (Doc. Fi­nal del Sí­no­do, n.31).

 

Las vocaciones

Ante el planteamiento sobre la disminución de vocaciones a la vida religiosa, el Presidente de la CEE aseguró que se debe “responder, ante todo, cultivando la iniciación cristiana”, ya que “en toda vocación cristiana hay una dimensión personal insustituible. Hay un diálogo entre el Señor que llama y el invitado que responde, el único autorizado para llamar eficazmente es Jesús”.

"Es­tas di­ver­sas vo­ca­cio­nes es­pe­cí­fi­cas, con su for­ma de vida co­rres­pon­dien­te, –lai­cos com­pro­me­ti­dos con la Igle­sia y la so­cie­dad, ma­tri­mo­nios cris­tia­nos, el ser­vi­cio pas­to­ral (diá­cono, pres­bí­te­ro, obis­po), la vida con­sa­gra­da, etc.- pro­ce­den de Dios, y de­ben ser es­cu­cha­das, agra­de­ci­das, re­co­no­ci­das y aco­gi­das en la vida de la Igle­sia", argumentó.

 

Pa­blo VI y la Igle­sia en Es­pa­ña

Y en el marco de los cua­ren­ta años de la Cons­ti­tu­ción española, que se­lló un con­sen­so en­tre el pueblo al ter­mi­nar el ré­gi­men an­te­rior; el cardenal resaltó que al ambiente de in­quie­tud su­ce­dió el de la es­pe­ran­za: "con la ge­ne­ro­si­dad de to­dos he­mos vi­vi­do un lar­go pe­rio­do de paz. La Igle­sia, en vías de re­no­va­ción por el Con­ci­lio Va­ti­cano II, co­la­bo­ró efi­caz­men­te en aquel sin­gu­lar pe­rio­do de la his­to­ria. Los ca­tó­li­cos es­ta­mos sa­tis­fe­chos de ha­ber pres­ta­do la ayu­da que es­ta­ba en nues­tras ma­nos, nos sen­ti­mos bien in­te­gra­dos en el sis­te­ma de­mo­crá­ti­co y es nues­tra in­ten­ción con­ti­nuar par­ti­ci­pan­do, des­de nues­tra iden­ti­dad, en la jus­ti­cia, la so­li­da­ri­dad, la paz, la con­vi­ven­cia y la es­pe­ran­za de nues­tra so­cie­dad".

"El diá­lo­go es una pa­la­bra, que en­ton­ces es­ca­sea­ba y aho­ra goza de fa­vor. En el diá­lo­go los in­ter­lo­cu­to­res se acer­can y mu­tua­men­te se ofre­cen res­pe­to y es­ti­ma; el diá­lo­go mues­tra el apre­cio del otro, que no es con­si­de­ra­do ni ad­ver­sa­rio ni inexis­ten­te. El diá­lo­go debe ser el modo que hace vi­si­ble la dig­ni­dad per­so­nal en la re­la­ción de unos con otros y exi­ge el tra­to de­mo­crá­ti­co de sus re­pre­sen­tan­tes: re­quie­re unas ac­ti­tu­des de aper­tu­ra en los in­ter­lo­cu­to­res para dis­cu­tir las cues­tio­nes so­bre las que tie­nen com­pe­ten­cia y den­tro de un mar­co ge­ne­ral com­par­ti­do. Por ello, de­be­mos re­no­var el es­pí­ri­tu de la Tran­si­ción y ani­ma­dos por él afron­tar las cues­tio­nes que el tiem­po nos va en­co­men­dan­do", concluyó.