IGLESIA | #JMJPanamá

 

Signo de contradicción en las entrañas del mundo

 

En la oración del Papa Francisco en el Vía Crucis de la JMJ en Panamá, el eco de los gritos de tantos "cristianos" que caminan a nuestro lado

 

 

26 enero 2019, 11:55 | Andrea Tornielli - Panamá


 

 

En el imaginario colectivo, las Jornadas Mundiales de la Juventud, con su colorida exuberancia, son hermosos momentos de celebración o "grandes acontecimientos" destinados a dejar el tiempo que encuentran. Pero, basta con mirar los rostros de los muchachos que participan en él para comprender que no es así en absoluto y que las heridas de la humanidad, incluso las más olvidadas o incómodas, están presentes y ardiendo en su conciencia.

El viernes de la misericordia panameña, Francisco indicaba con gestos, incluso antes con palabras, lo que significa "conversión". Es decir, mirar la realidad con nuevos ojos, desde otro punto de vista. Esto es lo que Francisco había subrayado por la mañana a los jóvenes huéspedes de la prisión juvenil de Pacora. Adolescentes que cometieron graves delitos, en algunos casos muy graves, cantaban conmovidos por el Papa, que creía en los suyos y los miraba y acogía con misericordia, sin etiquetarlos por los errores que habían cometido. Mirar la realidad desde otro punto de vista es también volver a verla, salir de la apatía y la indiferencia, intentar abrazar a los que se consideran indignos de un abrazo, como lo hizo Jesús.

Y así, mientras ya estaba oscuro en la Cinta Costera y con los cientos de miles de jóvenes que tenían detrás el horizonte de la Ciudad de Panamá y delante al Obispo de Roma que venía a acompañarlos, muchos Vía Crucis contemporáneos entraron en oración en común: desde el grito sofocado de los niños a los que se les impide nacer hasta el de aquellos a los que se les roba su infancia. Desde los gritos de las mujeres maltratadas y explotadas, hasta los de las víctimas de abusos. Desde la soledad de los ancianos abandonados hasta el grito de los nativos y el grito de los migrantes identificados como portadores del mal social.

La mirada auténticamente católica lo mantiene todo unido, incluso cuando se dirige a las heridas del mundo: es imposible hacer selecciones convenientes o explotarlas. Francisco nos invita a aprender de María, la mujer fuerte del "sí" que sostiene y acompaña, protege y abraza: "También nosotros queremos ser una Iglesia que sostiene y acompaña, que sabe decir: ¡Estoy aquí, en la vida y en las cruces de tantos cristianos que caminan a nuestro lado!