Servicio diario - 03 de febrero de 2019


 

Ángelus: Jesús enviado a cumplir su misión
Raquel Anillo

Vida consagrada: obediencia a la ley y apertura al Espíritu
Raquel Anillo

Yemen: la oración del Papa Francisco por los niños "en peligro de muerte"
Anita Bourdin

Santa Juana de Valois, 4 de febrero
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

03/02/2019-12:05
Raquel Anillo

Ángelus: Jesús enviado a cumplir su misión

(ZENIT — 3 febrero 2019).- A las 12 del mediodía de hoy, IV domingo del tiempo ordinario, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro para la cita habitual del domingo antes de partir hacia su 27° Viaje Apostólico Internacional, esta vez con destino a los Emiratos Árabes Unidos.

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El domingo pasado, la liturgia nos propuso el episodio de la sinagoga de Nazaret, donde Jesús lee un pasaje del profeta Isaías y finalmente revela que esas palabras se cumplen "hoy" en él. Jesús se presenta como aquel en quien se ha depositó el Espíritu del Señor, que lo consagró y lo envió a cumplir la misión de salvación en favor de la humanidad.

El Evangelio de hoy (cf. Lc 4, 211) es la continuación de esa historia y nos muestra el asombro de sus conciudadanos al ver que uno de sus compatriotas, "el hijo de José" (v. 22), afirma ser el Cristo, el enviado del Padre. Jesús, con su capacidad de penetrar en las mentes y los corazones, entiende inmediatamente lo que piensan sus conciudadanos. Creen que, dado que él es uno de ellos, debe demostrar esta extraña "pretensión" haciendo milagros allí, en Nazaret, como lo hizo en los pueblos vecinos (v. 23). Pero Jesús no quiere y no puede aceptar esta lógica, porque no se corresponde con el plan de Dios: Dios quiere la fe, ellos quieren milagros, Dios quiere salvar a todos, y ellos quieren un Mesías para su propio beneficio. Y para explicar la lógica de Dios, Jesús trae el ejemplo de dos grandes profetas antiguos: Elías y Eliseo, a quienes Dios envió para sanar y salvar a personas no judías, de otros pueblos, pero que habían confiado en su palabra. Ante esta invitación a abrir sus corazones a la gratuidad y universalidad de la salvación, los ciudadanos de Nazaret se rebelan, e incluso adoptan una actitud agresiva, que degenera hasta el punto de que "se levantaron, lo sacaron de la ciudad y lo condujeron a un lugar escarpado [...], con intención de despeñarlo "(v. 29). La emoción del primer instante se convirtió en una rebelión en contra en contra de él.

Este Evangelio nos muestra que el ministerio público de Jesús comienza con un rechazo y con una amenaza de muerte, paradójicamente precisamente por parte de sus conciudadanos. Jesús, al vivir la misión que el Padre le confió, sabe bien que debe enfrentar la fatiga, el rechazo, la persecución y la derrota. Un precio que, ayer como hoy, la auténtica profecía está llamada a pagar. El duro rechazo, sin embargo, no desanima a Jesús, ni detiene el camino y la fecundidad de su acción profética. Sigue su camino (v. 30), confiando en el amor del Padre.

Incluso hoy, el mundo necesita ver en los discípulos del Señor profetas, es decir, de las personas valientes y perseverantes en responder a la vocación cristiana. Personas que siguen el "empuje" del Espíritu Santo, que los envía para proclamar esperanza y salvación a los pobres y excluidos; personas que siguen la lógica de la fe y no de lo milagroso; personas dedicadas al servicio de todos, sin privilegios ni exclusiones. En resumen: personas que están abiertas a acoger en sí mismas la voluntad del Padre y se comprometan a dar testimonio fiel a los demás.Oremos a María Santísima, para que podamos crecer y caminar en el mismo celo apostólico por el Reino de Dios que animó la misión de Jesús.

 

 

03/02/2019-10:54
Raquel Anillo

Vida consagrada: obediencia a la ley y apertura al Espíritu

(ZENIT — 3 febrero 2019).- "La vida consagrada no es supervivencia, es una vida nueva. Es el encuentro vivo con el Señor en su pueblo. Es una llamada a la obediencia fiel todos los días y a las sorpresas inéditas del Espíritu. Es una visión de lo que supone estrecharse en sus brazos para tener la alegría: Jesús ": el Papa Francisco concluyó con estos términos su homilía para la fiesta de la presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén, que corresponde, desde Juan Pablo II. a la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, este 2 de febrero de 2019.

El Papa presidió la misa a las 17:30 h en la Basílica de San Pedro, en vísperas de su viaje a los Emiratos Árabes Unidos (3-5 de febrero), en presencia de sacerdotes y consagrados presentes en Roma, incluido el General Jesuita , p. Arturo Sosa.

El Papa invitó a los consagrados a una vida obediente a la ley en lo concreto y la fidelidad de la vida cotidiana, como María y José, y al mismo tiempo abiertos a las sorpresas del Espíritu, como Simeón y Ana: "Cuando es así florece y se convierte en un recordatorio para todos contra la mediocridad: : contra el descenso de altitud en la vida espiritual, contra la tentación de jugar con Dios, contra la adaptación a una vida cómoda y mundana, contra el lamento, la insatisfacción y el hecho de llorar sobre su suerte, contra la costumbre del «se hace lo que se puede» y el «siempre se ha hecho así».

Aquí está la traducción oficial al español de la homilía del Papa Francisco.

AB

 

Homilía del Papa Francisco

La liturgia de hoy nos muestra a Jesús que va al encuentro de su pueblo. Es la fiesta del encuentro: la novedad del Niño se encuentra con la tradición del templo; la promesa halla su cumplimiento; María y José, jóvenes, encuentran a Simeón y Ana, ancianos. Todo se encuentra, en definitiva, cuando llega Jesús.

¿Qué nos enseña esto? En primer lugar, que también nosotros estamos llamados a recibir a Jesús que viene a nuestro encuentro. Encontrarlo: al Dios de la vida hay que encontrarlo cada día de nuestra existencia; no de vez en cuando, sino todos los días. Seguir a Jesús no es una decisión que se toma de una vez por todas, es una elección cotidiana. Y al Señor no se le encuentra virtualmente, sino directamente, descubriéndolo en la vida. De lo contrario, Jesús se convierte en un hermoso recuerdo del pasado. Pero cuando lo acogemos como el Señor de la vida, el centro de todo, el corazón palpitante de todas las cosas, entonces él vive y revive en nosotros. Y nos sucede lo mismo que pasó en el templo: alrededor de él todo se encuentra, la vida se vuelve armoniosa. Con Jesús hallamos el ánimo para seguir adelante y la fuerza para estar firmes. El encuentro con el Señor es la fuente. Por tanto, es importante volver a las fuentes: retornar con la memoria a los encuentros decisivos que hemos tenido con él, reavivar el primer amor, tal vez escribir nuestra historia de amor con el Señor. Le hará bien a nuestra vida consagrada, para que no se convierta en un tiempo que pasa, sino que sea tiempo de encuentro.

Si recordamos nuestro encuentro decisivo con el Señor, nos damos cuenta de que no surgió como un asunto privado entre Dios y nosotros. No, germinó en el pueblo creyente, en medio de tantos hermanos y hermanas, en tiempos y lugares precisos. El Evangelio nos lo dice, mostrando cómo el encuentro tiene lugar en el pueblo de Dios, en su historia concreta, en sus tradiciones vivas: en el templo, según la Ley, en clima de profecía, con los jóvenes y los ancianos juntos (cf. Lc 2,25-28.34). Lo mismo en la vida consagrada: germina y florece en la Iglesia; si se aísla, se marchita. Madura cuando los jóvenes y los ancianos caminan juntos, cuando los jóvenes encuentran las raíces y los ancianos reciben los frutos. En cambio, se estanca cuando se camina solo, cuando se queda fijo en el pasado o se precipita hacia adelante para intentar sobrevivir. Hoy, fiesta del encuentro, pidamos la gracia de redescubrir al Señor vivo en el pueblo creyente, y de hacer que el carisma recibido se encuentre con la gracia de hoy.

El Evangelio también nos dice que el encuentro de Dios con su pueblo tiene un principio y una meta. Se parte de la llamada al templo y se llega a la visión en el templo. La llamada es doble. Hay una primera llamada «según la Ley» (v. 22). Es la de José y María, que van al templo para cumplir lo que la ley prescribe. El texto lo subraya casi como un estribillo, cuatro veces (cf. vv. 22.23.24.27). No es una constricción: los padres de Jesús no van a la fuerza o para realizar un mero cumplimiento externo; van para responder a la llamada de Dios. Luego hay una segunda llamada, según el Espíritu. Es la de Simeón y Ana. También esta está resaltada con insistencia: tres veces, refiriéndose a Simeón, se habla del Espíritu Santo (cf. vv. 25.26.27) y concluye con la profetisa Ana que, inspirada, alaba a Dios (cf. v. 38). Dos jóvenes van presurosos al templo llamados por la Ley; dos ancianos movidos por el Espíritu. Esta doble llamada, de la Ley y del Espíritu, ¿qué nos enseña para nuestra vida espiritual y nuestra vida consagrada? Que todos estamos llamados a una doble obediencia: a la ley —en el sentido de lo que da orden bueno a la vida—, y al Espíritu, que hace todo nuevo en la vida. Así es como nace el encuentro con el Señor: el Espíritu revela al Señor, pero para recibirlo es necesaria la constancia fiel de cada día. Sin una vida ordenada, incluso los carismas más grandes no dan fruto. Por otro lado, las mejores reglas no son suficientes sin la novedad del Espíritu: la ley y el Espíritu van juntos.

Para comprender mejor esta llamada que vemos hoy en el templo, en los primeros días de la vida de Jesús, podemos ir al comienzo de su ministerio público, a Caná, donde convierte el agua en vino. También hay allí una llamada a la obediencia, cuando María dice: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Lo que él diga. Y Jesús pide una cosa particular; no hace una cosa nueva de inmediato, no saca de la nada el vino que falta, sino que pide algo concreto y exigente. Pide llenar seis grandes ánforas de piedra para la purificación ritual, que recuerdan la Ley. Significaba verter unos seiscientos litros de agua del pozo: tiempo y esfuerzo, que parecían inútiles, porque lo que faltaba no era agua, sino vino. Y, sin embargo, precisamente de esas ánforas bien llenas, «hasta el borde» (v. 7), Jesús saca el vino nuevo. Lo mismo para nosotros, Dios nos llama a que lo encontremos a través de la fidelidad en las cosas concretas: oración diaria, la misa, la confesión, una caridad verdadera, la Palabra de Dios de cada día. Cosas concretas, como en la vida consagrada la obediencia al Superior y a las Reglas. Si esta ley se practica con amor, el Espíritu viene y trae la sorpresa de Dios, como en el templo y en Caná. El agua de la vida cotidiana se transforma entonces en el vino de la novedad y la vida, que pareciendo más condicionada, en realidad se vuelve más libre.

El encuentro, que nace de la llamada, culmina en la visión. Simeón dice: «Mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2,30). Ve al Niño y ve la salvación. No ve al Mesías haciendo milagros, sino a un niño pequeño. No ve nada de extraordinario, sino a Jesús con sus padres, que llevan al templo dos pichones o dos palomas, es decir, la ofrenda más humilde (cf. v. 24). Simeón ve la sencillez de Dios y acoge su presencia. No busca nada más, pide y no quiere nada más, le basta con ver al Niño y tomarlo en brazos: «Nunc dimittis, ahora puedes dejarme ir» (cf. v. 29). Le basta Dios así como es. En él encuentra el sentido último de la vida. Es la visión de la vida consagrada, una visión sencilla y profética, donde al Señor se le tiene ante los ojos y entre las manos, y no se necesita nada más. La vida es él, la esperanza es él, el futuro es él. La vida consagrada es esta visión profética en la Iglesia: es mirada que ve a Dios presente en el mundo, aunque muchos no se den cuenta; es voz que dice: «Dios basta, lo demás pasa»; es alabanza que brota a pesar de todo, como lo muestra la profetisa Ana. Era una mujer muy anciana, que había vivido muchos años como viuda, pero no era una persona sombría, nostálgica o encerrada en sí misma; al contrario, llega, alaba a Dios y habla solo de él (cf. v. 38).

Esto es la vida consagrada: alabanza que da alegría al pueblo de Dios, visión profética que revela lo que importa. Cuando es así, florece y se convierte en un reclamo para todos contra la mediocridad: contra el descenso de altitud en la vida espiritual, contra la tentación de jugar con Dios, contra la adaptación a una vida cómoda y mundana, contra el lamento, la insatisfacción y el llanto, contra la costumbre del «se hace lo que se puede» y el «siempre se ha hecho así». La vida consagrada no es supervivencia, es vida nueva. Es un encuentro vivo con el Señor en su pueblo. Es llamada a la obediencia fiel de cada día y a las sorpresas inéditas del Espíritu. Es visión de lo que importa abrazar para tener la alegría: Jesús.

© Libreria editorial del Vaticano

 

 

03/02/2019-16:52
Anita Bourdin

Yemen: la oración del Papa Francisco por los niños "en peligro de muerte"

(ZENIT — 3 febrero 2019).- Miles de personas oraron con el Papa Francisco por el fin de la crisis humanitaria en Yemen, después del Ángelus de este domingo 3 de febrero de 2019, en la Plaza San Pedro.

El Papa expresó su profunda preocupación "por la crisis humanitaria en Yemen. Donde "la población está agotada por el largo conflicto y donde muchos niños pasan hambre, pero sin acceso a los depósitos de alimentos".

"Hermanos y hermanas", insistió el Papa, "el clamor de estos niños y sus padres se eleva ante Dios".

Hizo un llamamiento a las partes y a la comunidad internacional para que "urgentemente" promuevan "el respeto por los acuerdos alcanzados", a fin de "garantizar la distribución de alimentos y el trabajo por el bien de "la población".

"Los invito a todos a orar por nuestros hermanos en Yemen", pidió al Papa que oró con la multitud un "Ave María".

Luego el Papa les pidió a todos que se llevaran a casa esta intención de oración: "Oremos fuerte, por estos niños hambrientos, sedientos, que no tienen medicinas y están en peligro de muerte".

El Vaticano una vez deploró la muerte de 80.000 niños, y su observador en la ONU, el obispo Bernardito Auza, transmitió las llamadas del Papa Francisco.

A una pregunta de la prensa sobre Yemen Alessandro Gisotti recordó el 31 de enero: "El Papa ha hablado a menudo de Yemen", como el 25 de diciembre, en su mensaje de Navidad Urbi et Orbi, donde el Papa ha "alentado al diálogo ":" No sé si el Papa abordará el tema, en público o en privado, lo que es seguro es que lo mencionó en diferentes ocasiones, ... por el respeto de los derechos humanos, especialmente de la población y los niños. Siempre habló con claridad ... Tomen lo que dijo el 7 de enero al cuerpo diplomático".

De hecho, el Papa dijo: "El compromiso unánime de la comunidad internacional es más valioso y necesario que nunca para lograr este objetivo, así como para promover la paz en toda la región, especialmente en Yemen e Irak. y permitir, al mismo tiempo, proporcionar la ayuda humanitaria necesaria a las poblaciones necesitadas".

"Allí", dijo Alessandro Gisotti, "habló sobre los cristianos en el Oriente Medio, y deseó su protección ... Luego habló de inmediato sobre el viaje, citó el hecho de que a menudo, en la historia, una enemistad de ha desarrollado entre cristianos y musulmanes".

Esto es lo que el Papa Francisco dijo, citando a Francisco de Asís: "Desafortunadamente, en esos años, Siria y en general todo el Oriente Medio se encontraron en la escena de conflictos de múltiples intereses opuestos. Además de los intereses preeminentes de carácter político y militar, el intento de interponer la enemistad entre musulmanes y cristianos no debe descuidarse. Aunque "a lo largo de los siglos, muchas disensiones y enemistades se han manifestado entre cristianos y musulmanes" en diferentes lugares del Oriente Medio, han podido vivir juntos en paz durante mucho tiempo. Pronto, tendré la oportunidad de visitar a estos dos países con mayoría musulmana, Marruecos y los Emiratos Árabes Unidos; Serán dos oportunidades importantes para desarrollar aún más el diálogo interreligioso y el entendimiento mutuo entre los seguidores de ambas religiones en el 8 ° aniversario del histórico encuentro entre San Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kamil."

© Traduction de Zenit, Raquel Anillo

 

 

03/02/2019-07:15
Isabel Orellana Vilches

Santa Juana de Valois, 4 de febrero

«El desprecio fue llave de libertad para esta santa tan maltratada por la naturaleza y por su propia familia. Las flaquezas de los suyos envolvieron gran parte de su vida, aunque para ella fueron un pedestal que le procuró la gloria»

Esta mujer pareció haber nacido para sufrir. Examinando su acontecer, de nuevo la vida santa ofrece hoy una gran lección salpicada de múltiples matices, entre los cuales cabe destacar cómo fluye el amor divino en medio de las desdichas. Se puede afirmar, sin riesgo a equivocarse, que por sus circunstancias bien pudo dejarse envolver por el resentimiento. Durante décadas fueron escasísimos los instantes de respiro.

Ciertamente, la naturaleza no se portó bien con ella. Nada agraciada en sus facciones y con el cuerpo marcado por una incipiente discapacidad, considerada culpable de su condición femenina y subestimada al extremo, sufrió el desprecio de los suyos.

Uno de sus puntos álgidos fue el alejamiento de su madre, Carlota de Saboya, que se le impuso a temprana edad. Por si fuera poco, cuando creó un hogar supo lo que era la prepotencia y la infidelidad. En suma, apenas conoció el lenguaje de la ternura. Pero no se dejó atrapar por esa pérfida red devolviendo mal por mal; no alimentó rencores, sino que se alzó poderosamente sobre el pedestal de la fe y de la confianza en Dios, se refugió en María, y lo que pudo haber sido su ruina humana y espiritual, se convirtió en su corona de gloria. Es la respuesta de los santos. Saben que el mal se combate con el bien.

Nació en la localidad francesa de Nogent-le-Roiel 23 de abril de 1464 y, desde ese mismo momento, su padre, Luís XI de Francia, no ocultó una profunda contrariedad que hizo patente sin conmiseración alguna el resto de su vida, defraudado por no haber tenido un heredero. Su madre, que la mantuvo a su lado en el castillo de Amboise, la trató con cariño y le proporcionó una profunda instrucción en la fe. A su padre no le agradaban lo más mínimo las expresiones de este sentimiento maternal. De forma autoritaria amenazó a la niña con severos castigos si osaba elevar sus rezos al Altísimo y a María, en la que había aprendido a buscar consuelo. La separó de Carlota para siempre, enviándola a la fortaleza de Linieres donde crecería al amparo de los dueños de la misma, contando con las atenciones que en su hogar no le dispensaron. Éstos bienhechores nunca pusieron veto a su inclinación hacia lo religioso. Por el contrario, se ocuparon de su formación espiritual. Pero ese pequeño impassedel que pudo disfrutar unos años conociendo lo que era vivir en un clima de paz, se terminó de un plumazo en 1476 cuando se vio obligada a casarse con Luís, duque de Orleáns, por razones de Estado.

Tenía 12 años y el duque 14, quien afrontó forzadamente este matrimonio que le impuso el padre de Juana, tío segundo suyo, bajo cuyo amparo vivía después de quedar huérfano a temprana edad. Así que, profundamente disgustado, no disimuló su animadversión hacia su esposa. Sin embargo, Juana intercedió por él ante su hermano, el rey Carlos VIII, cuando fue encarcelado y condenado a muerte. No es difícil imaginar cuántos sufrimientos debieron producirle los desaires y humillaciones cotidianas, privadas y públicas, de su marido. Ella respondía con paciencia, silencio y humildad. Concebía en su mente virtudes que su esposo estaba lejos de encarnar, amándole desde el corazón del Padre; era uno de los signos de su inocencia.

En su espíritu conservaba el vaticinio de María anunciándole la fundación de una congregación religiosa en su honor. La Madre del cielo le había hecho saber: «Hija mía, seca tus lágrimas; un día tú huirás de este mundo de cuyos peligros temes, y darás nacimiento a una Orden de santas religiosas ocupadas en cantar las alabanzas a Dios, y fieles en seguir mis pasos». Preso de una grave enfermedad, el rey Luís XI reclamó la presencia de san Francisco de Paula. El milagro que esperaba del santo no se produjo. Pero murió arrepentido y dejó para su hija el único signo de ternura y comprensión que se conoce: la dirección espiritual a cargo de aquél. Francisco recibió el apoyo y gratitud de Carlos VIII, hijo y sucesor del rey fallecido, y permaneció en la corte.

A la muerte de Carlos, el duque de Orleáns subió al trono como Luís XII y decidido a contraer nuevas nupcias con Ana de Bretaña, repudió a Juana. Ésta pudo haberse opuesto, pero no lo hizo. Esa determinación, que conllevó anulación de su matrimonio, en juicio harto embarazoso y ruin para ella, la dejaba libre para consagrarse por entero a Dios. San Francisco de Paula la dirigía por carta y a él le confió el tema de la fundación que la Virgen le había rogado que pusiese en marcha. Después de efectuar otras consultas sin que viesen claro su empeño, Juana persistió y, al final, en su refugio de Bourges, donde llevaba una vida de penitencia y se dedicaba a socorrer a los pobres, fundó la Orden de la Santísima Anunciación de la Santa Virgen María con la ayuda de su confesor, el franciscano Gabriel Mary (Gilberto Nicolás).

El proceso de aprobación no fue fácil, pero en 1501 el papa Alejandro VI dio su beneplácito. Juana emitió los votos en 1504. Tantos sufrimientos, unidos a sus intensos ayunos y penitencias, acabaron con su vida el 4 de febrero de 1505. El que había sido su esposo se ocupó de que fuese enterrada con los altos honores que le correspondían por su rango. Fue beatificada por Benedicto XIV en 1742, y canonizada por Pío XII el 28 de mayo de 1950.