Tribunas

Satanás, Pecado. Castidad

 

 

Ernesto Juliá


 

 

Comprendo que el título de estas líneas puede llamar la atención a más de un lector. ¿Simple querer llamar la atención? Algo de eso hay, soy sincero; y a la vez he de añadir que tengo razones serias para titular así.

Al terminar la concelebración eucarística que cerraba el encuentro “La protección de los menores en la Iglesia”, Francisco leyó un discurso con una serie de análisis estadísticos sobre ese hecho en todo el mundo, y otra serie de medidas que la Iglesia irá tomando para afrontar el problema, también en el ámbito general de la sociedad. Recemos para que todo vaya adelante para el bien de las almas y gloria de Dios.

En medio del discurso el papa pronunció esas tres palabras del título, una sola vez, en ese orden, y siempre en minúscula. Primero satanás: “Detrás de todo esto (lo abusos) está satanás”. Después pecado. “tiene la convicción (el papa) de que los “pecados y crímenes de las personas consagradas adquieren un tinte todavía más oscuro de infidelidad, de vergüenza, y deforman el rostro de la Iglesia”. La tercera, castidad: hablando de la formación de los candidatos al sacerdocio señala la necesidad de “ofrecer un camino de formación a los candidatos idóneos, orientado a la santidad y en el que se contemple la virtud de la castidad”.

En mi opinión, en estas tres palabras –aunque pueden pasar casi inadvertidas al leer el discurso- está el núcleo de donde puede salir la purificación de los eclesiásticos: la Iglesia como tal no necesita ninguna purificación porque es una, santa, católica y apostólica.

Satanás. El diablo solo nada puede. Provocará todo tipo de tentaciones, pero necesita el asentimiento de la voluntad de un hombre, de una mujer, para que el pecado eche raíces en el corazón y en la inteligencia de una persona.

Descargar toda la culpa del mal, de los abusos, sobre satanás es muy engañoso. Es el camino del hombre que quiere quitarse toda responsabilidad por sus acciones, y acaba echando la culpa sobre Dios, que “le ha permitido” caer en semejante aberración.

El hombre no está “condenado”, ni “predispuesto” a pecar, así porque sí. Y a la vez necesita que se le hable con toda claridad sobre el pecado, si de verdad se desea que viva la misericordia de Dios pidiéndole perdón por sus pecados.

¿Abusos? ¿Por qué no se les llama claramente pecados, y pecados mortales que alejan el alma de Dios?

Si no se llama Pecado a un hecho semejante, el horizonte del mensaje de Cristo se desvanece, y la perspectiva de las relaciones del hombre con Dios se banalizan sobremanera. Todo abuso sexual a un niño o a un adolescente es sodomía, homosexualidad practicada.

Que se quiera explicar como fruto del “poder” o/y del “clericalismo” no puede ser obstáculo para afirmar claramente que la acción pecaminosa es una práctica homosexual; y ya San Pablo no ahorra palabras para condenar esas prácticas: “No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúltero, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios” (1 Cor 6, 9-10). Palabras que hace más explícitas en su carta a los Romanos 1, 26-27.

Los abusos, esos pecados, desaparecerán por un camino muy normal y sencillo: viviendo la castidad como el Señor quiere que la vivamos –y nos da la Gracia para vivirla-, y formando a todos los candidatos al sacerdocio en esa maravillosa virtud que nos invita a poner todas nuestras potencias, cualidades, instintos, al servicio del amor a Cristo y del servicio a los demás, “por el Reino de los Cielos. Quien sea capaz de entender, que entienda” (cfr. Mt 19, 12).

La castidad sacerdotal no es carga, ni renuncia; es “afirmación gozosa”, que abre nuestro corazón y nuestra mente para pensar en los demás, para preocuparnos de las necesidades de los demás, para servir sin límites el amor de Dios en todos nuestros hermanos, hombres y mujeres, pobres y ricos, jóvenes, adultos, ancianos, sanos y enfermos,…

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com