Servicio diario - 10 de marzo de 2019


 

Ángelus : "Con el diablo no se dialoga, solo se le responde con la Palabra de Dios"
Raquel Anillo

Ángelus: El Papa invita a orar por el Retiro de Cuaresma de la Curia Romana
Raquel Anillo

España: Beatificación de nueve seminaristas, un testimonio para la Iglesia en estos tiempos difíciles
Raquel Anillo

San Eulogio de Córdoba, 11 de marzo
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

10/03/2019-12:38
Raquel Anillo

Ángelus : "Con el diablo no se dialoga, solo se le responde con la Palabra de Dios"

(ZENIT — 10 marzo 2019).- El Papa Francisco presidió la oración del Ángelus este domingo 10 de marzo de 2019, desde la ventana del despacho del Palacio Apostólico Vaticano, que da a la Plaza de San Pedro.

En este primer domingo de cuaresma el Papa nos dice "con el diablo no se dialoga, solo se le responde con la Palabra de Dios" y nos invita a que sea un tiempo que "dé fruto".

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este primer domingo de Cuaresma (cf. Lc 4, 1-13) narra la experiencia de las tentaciones de Jesús en el desierto. Después de ayunar por cuarenta días, Jesús es tentado tres veces por el diablo. Primero lo invita a convertir una piedra en pan (v. 3); luego le muestra los reinos de la tierra desde arriba y promete convertirse en un mesías poderoso y glorioso (v. 5-6); finalmente, lo lleva al punto más alto del templo en Jerusalén y lo invita a que se arroje, a manifestar su poder divino de una manera espectacular (v. 9-11).

Las tres tentaciones indican tres caminos que el mundo siempre propone prometiendo grandes éxitos: la avidez de posesión, tener, tener y tener, la gloria humana y la instrumentalización de Dios. Son tres caminos que nos harán perder.

La primera, el camino de la avidez de posesión. Esta es siempre la lógica insidiosa del diablo. Comienza con la necesidad natural y legítima de alimentarse, de vivir, de realizarse, de ser feliz, para empujarnos a creer que todo esto es posible sin Dios, incluso contra Él. Pero Jesús se opone diciendo: "Está escrito:" "No solo de pan vivirá el hombre" (v. 4). Al recordar el largo viaje del pueblo elegido a través del desierto, Jesús afirma que quiere abandonarse con plena confianza a la providencia del Padre, que siempre cuida de sus hijos.

Segunda tentación: el camino de la gloria humana. El diablo dice: "Si tu te arrodillas delante de mi, todo será tuyo" (v. 7). Uno puede perder toda dignidad personal, dejarse corromper por los ídolos del dinero, del éxito y el poder, solo para alcanzar la propia autoafirmación. Y uno se complace en la emoción de una alegría vacía que pronto se desvanece y esto nos lleva a pavonearse, la vanidad y esto se desvanece. Por eso Jesús responde: "Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto" (v. 8).

Tercera tentación: instrumentalizar a Dios para su propio beneficio. Al diablo que, invocando las Escrituras, lo invita a buscar de Dios un milagro sorprendente, Jesús nuevamente se opone a la firme decisión de permanecer humilde y confiado ante el Padre: "Se ha dicho:" No tentarás al Señor tu Dios " (v. 12). Y así Jesús rechaza la tentación, tal vez más sutil: la de querer "poner a Dios de nuestro lado", pidiéndole gracias que realmente sirvan para satisfacer nuestro orgullo. Estos son los caminos que se nos presentan, con la ilusión de poder alcanzar de esta manera el éxito y la felicidad. Pero, en realidad, son completamente ajenos a la manera de actuar de Dios; más bien, de hecho, nos separan de Él, porque son obra de Satanás. Jesús, enfrentando estas pruebas en primera persona, supera tres veces la tentación para adherirse completamente al proyecto del Padre. Y nos muestra los remedios: la vida interior, la fe en Dios, la certeza de su amor. La certeza que Dios nos ama, que es Padre y con esta certeza venceremos toda tentación. Pero hay algo sobre la cual quisiera llamar la atención, interesante, Jesús en el responder al tentador no entra en diálogo, sino que responde a los desafíos solamente con la Palabra de Dios. Esto nos enseña que con el Diablo no se dialoga, no se debe dialogar, solamente se le responde con la Palabra de Dios.

Por lo tanto, aprovechemos la Cuaresma, como un momento privilegiado para purificarnos, para experimentar la presencia consoladora de Dios en nuestras vidas. La intercesión materna de la Virgen María, ícono de la fidelidad a Dios, nos sostiene en nuestro camino, ayudándonos siempre a rechazar el mal y a acoger el bien.

 

 

 

10/03/2019-13:12
Raquel Anillo

Ángelus: El Papa invita a orar por el Retiro de Cuaresma de la Curia Romana

(ZENIT 10 marzo 2019).- Durante el Ángelus del 10 de marzo de 2019, el Papa Francisco invitó a la multitud a orar por él y sus colaboradores en la Curia Romana, quienes comenzarán su Retiro de Cuaresma en Ariccia, al sur de Roma, unas horas más tarde.

Desde la Plaza de San Pedro, deseó que todos hicieran de la Cuaresma un tiempo "que dé fruto".

El retiro de la Curia, predicado por el monje benedictino olivetano, Dom Bernardo Francesco Maria Gianni, abad de San Miniato al Monte, en Florencia, comenzará este domingo a las 18h y terminará el viernes 15 de marzo. El tono de las dos meditaciones diarias será dado por un poema del abad benedictino Mario Luzi.

Aquí está nuestra traducción de las palabras que el Papa pronunció después de la oración mariana.

AK

 

Palabras del Papa tras el Ángelus.

Queridos hermanos y hermanas,

Ayer, en Oviedo (España), los seminaristas Angelo Cuartas y ocho de sus compañeros mártires, asesinados en odio a la fe en un momento de persecución religiosa, fueron proclamados beatos. Estos jóvenes aspirantes al sacerdocio amaron tanto al Señor, que lo siguieron en el camino de la Cruz. Que su heroico testimonio ayude a los seminaristas, sacerdotes y obispos a permanecer limpios y generosos, para servir fielmente al Señor y al pueblo santo de Dios.

Extiendo un cordial saludo a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a todos los peregrinos que han venido de Italia y de diferentes países. Saludo a los alumnos de Castro Urdiales (España) ya los fieles de Varsovia; así como los de Castellammare di Stabia y Porcia. Saludo a los pequeños cantores de Pura (Suiza), a los jóvenes del decanato de Baggio (Milán), a aquellos de la profesión de fe de Samarate, a los confirmandos de Bondone y de Pullo, a los jóvenes de Verona ya los alumnos de la escuela "Emiliani"de los Padres Somaschi de Ginebra.

Les deseo a todos que el camino de la Cuaresma, iniciado recientemente, sea rico en frutos; y les pido un recuerdo en la oración por mí y por los colaboradores de la Curia Romana, que esta tarde comenzaremos nuestra semana de ejercicios espirituales.

Buen domingo ! Buen almuerzo ¡Y adiós!

 

 

 

10/03/2019-09:15
Raquel Anillo

España: Beatificación de nueve seminaristas, un testimonio para la Iglesia en estos tiempos difíciles

(ZENIT 10 marzo 2019).- La beatificación en la Catedral de Oviedo de nueve seminaristas españoles, martirizados muertos en el siglo )0(, es un testimonio de la Iglesia de hoy, desfigurada por el abuso sexual y el poder cometido por miembros del clero, dijo el cardenal Angelo Becciu, celebrando el martirio de Angelo Cuartas Cristóbal y 8 compañeros, el 9 de marzo de 2019, en Oviedo (España): "Necesitamos sacerdotes honestos e irreprochables".

Estos nueve seminaristas: Angelo, Mariano, Jesús, César Gonzalo, José María, Juan José, Manuel, Sixto y Luis, asesinados por odio a la fe entre 1934 y 1937, "oyeron la voz del Divino Maestro que les dijo: ' Sígueme!' Dijo el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos en su homilía. Pero "este 'iSíguemer, En cierto punto, pedía una mayor y heroica disponibilidad; y, de nuevo, dijeron "sí".

En un clima de "fuerte hostilidad católica, que apuntaba a la eliminación de la Iglesia y en particular del clero", continuó, estaban "decididos a seguir su vocación ... conscientes de las trampas y peligros a los que se enfrentaban". Si bien fue suficiente para que sus perseguidores "los identificaran como seminaristas para dar rienda suelta a su violencia homicida", estos jóvenes "sabían cómo perseverar con una fuerza particular hasta el último momento de su vida, sin negar su identidad de clérigos en formación".

AK

 

Homilía del card. Becciu

Queridos hermanos y hermanas,

En el Evangelio hemos escuchado el relato siempre conmovedor de la vocación del apóstol Mateo, también llamado Leví, según la costumbre de quienes, para las relaciones con los gentiles, combinaron el nombre hebreo con otro término griego o latino. El evangelista Lucas describe la esencia de ese encuentro entre Mateo el publicano y Aquél que iba a cambiar el curso de su vida. Pero aún más directa es la invitación que Jesús dirige a Mateo; una invitación limitada a una sola y perentoria palabra: "¡Sígueme!". Así iniciaba para el hijo de Alfeo una nueva etapa de su vida, en la que ya no se iba a dedicar a pedir a los ciudadanos de Cafarnaúm el tributo para la autoridad pública o publicum del que precisamente deriva el nombre de publicano. Ahora era llamado a dedicar su vida a pedirles a los hombres que dieran a Dios otro tributo, el de la fe.

También estos Beatos nuestros: Ángel, Mariano, Jesús, César Gonzalo, José María, Juan José, Manuel, Sixto y Luis, un día escucharon la voz del divino Maestro que les decía: "¡Seguidme!". Y respondieron generosamente a la llamada divina, emprendiendo el camino para convertirse en sacerdotes del Señor. Pero ese "¡Sígueme!", a un cierto punto, ha requerido una disponibilidad aún mayor y heroica; y ellos, una vez más, respondieron "sí". No dudaron en confesar su amor por Cristo, subiendo con él a la cruz, en la ofrenda extrema de sus jóvenes vidas. Unidos por el mismo testimonio de fe en Jesús, los nuevos Beatos fueron víctimas de la misma violencia feroz marcada por una acalorada hostilidad anticatólica, que tenía como objetivo la eliminación de la Iglesia y en particular del clero. Para sus perseguidores y asesinos, fue suficiente identificarlos como seminaristas para descargar sobre ellos su crueldad criminal, impulsados por el odio visceral contra la Iglesia y contra el cristianismo.

Estos nueve jóvenes, seminaristas de la Archidiócesis de Oviedo, estaban convencidos de su vocación al sacerdocio ministerial, comprometidos sinceramente en un camino formativo para convertirse en fieles servidores del Evangelio. Entusiastas, cordiales y devotos, se dedicaron por completo al estilo de vida del Seminario, hecho de oración, de estudio, del compartir fraterno, de compromiso apostólico. Siempre se mostraron decididos a seguir la llamada de Jesús, a pesar del clima de intolerancia religiosa, siendo conscientes de las insidias y de los peligros a los que se enfrentarían. Supieron perseverar con particular fortaleza hasta el último instante de sus vidas, sin negar su identidad de clérigos en formación. La afirmación de la condición de ser clérigos equivalía a una sentencia de muerte, que podía ejecutarse inmediatamente o ser retrasada, si bien no había ninguna duda sobre el destino que esperaba a los seminaristas una vez que habían sido identificados. Por lo tanto, cada uno de ellos, conscientemente, ofreció su vida por Cristo en las circunstancias trágicas ocurridas durante la persecución religiosa del los años Treinta del siglo pasado.

El Salmo responsorial de la celebración de hoy nos permite, en cierto sentido, interpretar algunos momentos del testimonio martirial de estos jóvenes seminaristas. ¿Cuántas veces habrían meditado las palabras del salmista: «Señor, protege mi vida, que soy un fiel tuyo?» (Sal 85, 1-2). ¿Quizá no repitieron también ellos esta invocación en la hora suprema de la prueba? En el momento de la terrible amenaza de los torturadores provistos de medios de opresión, ellos se refugiaron en Dios. Y suplicaron: «Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día [...], levanto mi alma hacia ti» (vv.3-4), como queriendo decir: la prepotencia despiadada no prevalecerá sobre nosotros, porque Tú eres la fuente de nuestra fortaleza en el momento de la desesperación y de la debilidad. «Salva, Dios mío, a tu siervo, que confía en ti» (v.2). Así rezaba el salmista. Y así rezaron nuestros Beatos en la hora del martirio, cuando fueron exterminados sin piedad. Ellos no salvaron la vida temporal. Hallaron la muerte. Entregaron la vida terrenal, para obtener la vida verdadera y eterna con Cristo.

En el sacramento del bautismo, comenzó su vida nueva en Cristo. Y pereciendo a manos de los agresores, ofrecieron el último testimonio en esta tierra, siendo fieles a esa vida divina sembrada en ellos. La muerte corporal no los destruye. La muerte significa un nuevo comienzo de esta vida, que proviene de Dios, y de la que nosotros participamos por medio de Cristo, a través de su muerte y resurrección. Los nueve seminaristas perecieron; sus jóvenes cuerpos permanecen sin vida. Pero la muerte de estos inocentes anuncia con particular fuerza la verdad expresada por el profeta Isaías en la primera lectura: «El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos. Serás un huerto bien regado» (58.11). Sí, estos jóvenes aspirantes al sacerdocio, capturados y presa de la furia asesina revolucionaria anticristiana, están a salvo, están en manos de Dios que los guiará por los caminos de la vida y hará que su luz brille en las tinieblas (cfr. Is 58,10).

Provenientes de familias cristianas sencillas y de una clase social humilde, hijos de la tierra de Asturias, hoy la Iglesia reconoce en estos nueve Beatos aquella luz que ha brillado en la oscuridad de la noche y que continúa iluminando el camino de los creyentes de hoy. Por ello la Iglesia, al proclamarlos "Beatos", agradece al Señor por el poder que ha manifestado en sus vidas cristianas virtuosas y en sus muertes heroicas. Sus testimonios son de gran actualidad: ellos no huyeron ante las dificultades, sino que eligieron la fidelidad a Cristo. El mensaje de estos seminaristas mártires habla a España y habla a Europa con sus comunes raíces cristianas. Ellos nos recuerdan que el amor por Cristo prevalece sobre cualquier otra opción y que la coherencia de vida puede llevar incluso a la muerte. Nos recuerdan que no podemos aceptar componendas con nuestra propia conciencia y que no hay autoridad humana que pueda competir con la primacía de Dios.

Con la santidad de sus vidas, los nuevos Beatos hablan sobre todo a la Iglesia de hoy. Ellos, con su sangre, han engrandecido a la Iglesia y han dado esplendor al sacerdocio. Todos estamos preocupados por los escándalos que parecen no tener fin y que desfiguran el rostro de la Esposa de Cristo. Necesitamos sacerdotes, personas consagradas, pastores generosos, como estos mártires de Oviedo. Necesitamos sacerdotes honestos y irreprensibles que lleven las almas a Dios y no causen sufrimiento a la Iglesia ni turbación al pueblo de Dios.

Los nuevos Beatos, con su mensaje y su martirio, nos hablan a todos y nos recuerden que morir por la fe es un don que se concede solo a algunos; pero vivir la fe es una llamada que se dirige a todos.

Que con su ejemplo y su intercesión, estos jóvenes seminaristas Beatos nos ayuden a reavivar nuestra adhesión a Jesús, mostrando con el ejemplo de la vida al hombre nuevo del que hemos sido revestidos en el bautismo. Que ayuden a todo bautizado a encaminarse por la vía de la santidad y a ver en ellos modelos convincentes a seguir con una entrega sin límites a la llamada de Dios.

Por ello los invocamos: Beato Ángel Cuartas Cristóbal y ocho compañeros mártires,

¡rogad por nosotros!

 

© Libreria Editorial Vaticana

 

 

 

10/03/2019-09:27
Isabel Orellana Vilches

San Eulogio de Córdoba, 11 de marzo

«Este insigne mártir y apologeta, arzobispo de Toledo, es otra de las grandes glorias de la Iglesia. Su vasta cultura puesta a los pies de Cristo revirtió en numerosas conversiones en una época harto compleja de la historia española»

Es uno de los grandes hombres que han enriquecido la historia de la Iglesia. Era brillante y audaz; un valeroso defensor de Cristo hasta el final. Vivió en Córdoba, España, en el siglo IX. Su familia permaneció fiel a la fe católica a pesar del dominio musulmán que penalizaba con severos impuestos la asistencia al templo, y daba muerte a quien hablase de Cristo fuera de él. Con estas presiones y el miedo al martirio muchos católicos abandonaban la ciudad. Eulogio renovó el fervor de sus conciudadanos dentro de la capital y en sus aledaños. Siendo niño, su abuelo le enseñó a recitar una pequeña oración cada vez que el reloj señalaba las horas, y así lo hacía; «Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven aprisa a socorrerme», era una de ellas. Se formó en el colegio anexo a la iglesia de San Zoilo.

Mucho influyó en su educación el abad y escritor Speraindeo. Después recibió una esmerada formación en filosofía y en otras ciencias. Su biógrafo, amigo y compañero de estudios, Álvaro de Córdoba (Paulo Álvaro), reflejó su juventud diciendo que: «Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con éL Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España». Álvaro añade que: «tenía gracia para sacar a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz».

Siendo sacerdote, era un predicador excelente. Su anhelo fue agradar a Dios y se ejercitaba en el amor viviendo una rigurosa vida ascética. Confidenció a sus íntimos: «Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia». Este sentimiento de indignidad que acompaña a los santos, le instaba a emprender un camino de peregrinación para expiación de sus culpas. Roma era su objetivo, pero su idea de llegar a pie era casi un imposible. De modo que pospuso este proyecto.

Hombre de vasta cultura, inquieto como las personas inteligentes que no pasan por la vida ajenas a las raíces de la historia, después de ver frustrados sus intentos de penetrar en el país galo que estaba sumido en guerras, y donde se trasladaba con la idea de averiguar el paradero de dos de sus hermanos, vivió durante un tiempo en Navarra, en Aragón y en Toledo. En Leire tuvo ocasión de conocer la Vida de Mahoma así como clásicos de la literatura griega y latina, y otras obras relevantes entre las que se incluía La ciudad de Dios de san Agustín. Y después de contribuir a acrecentar el patrimonio espiritual de los monasterios sembrados por el Pirineo, cuando ya había hecho acopio de una importante formación intelectual, regresó a Córdoba llevando con él un importante legado bibliográfico que nutriría los centros académicos de la capital. Poco a poco fue naciendo una especie de círculo en torno a él integrado por sacerdotes y religiosos.

Pero en el año 850 los cristianos cordobeses quedaron estremecidos ante la cruenta persecución que se desató contra ellos. Muchos regaron con su sangre el amor que profesaban a Cristo, negándose a abjurar de su fe y a colocar en el centro de sus vidas a Mahoma. Eulogio fue apresado; junto a él se hallaba el prelado Saulo. El artífice de su detención fue otro obispo, Recaredo, que junto a un grupo de clérigos se puso de parte de los musulmanes. En la cárcel Eulogio redactó su obra «Memorial de los mártires». A finales del año 851 fue liberado. Con Muhammad I, sucesor de Abderramán, la situación de los cristianos se hizo aún más insostenible. Y el santo no estaba seguro en ningún lugar. De modo que durante un tiempo fue de un lado a otro para proteger su vida.

El año 858 fue elegido arzobispo de Toledo, pero su glorioso martirio estaba próximo. La joven Lucrecia, hija de mahometanos, anhelaba ser católica. Como la obligaban a ser musulmana, ayudada por Eulogio huyó de su casa y se refugió en la de unos católicos. Apresados ambos el año 859, fueron condenados a muerte. La notoriedad pública de Eulogio era altísima. Los ojos de los fieles estaban clavados en él. De modo que si los captores lograban que abjurase de la fe, el éxito estaba más que asegurado; muchos seguirían sus pasos. No lograron sus propósitos, a pesar de que astutamente le propusieron simular su retractación. Solo tenía que hacer creer a todos que abandonaba su fe, pero después podía actuar a conveniencia. Naturalmente, el santo respondió con el evangelio en la mano, renovando los pilares esenciales de su vida ante el emir que presidía el tribunal.

Uno de los fiscales que juzgaba su caso y el de Lucrecia montó en cólera: «Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ir así a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida».

La pena capital era por decapitación. Pero Eulogio no se inmutó. Respondió: «Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no solo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo», palabras que coronó derramando su sangre junto a la de Lucrecia el 11 de marzo del año 859.