Servicio diario - 22 de marzo de 2019


 

Cuaresma: En un mundo de "disipación", el P. Cantalamessa invita a encontrar "la interioridad"
Redacción

Audiencia a los dirigentes y miembros del Centro de Turismo para Jóvenes
Redacción

México: Manos a la obra contra los abusos en la Iglesia capitalina
Redacción

Irak: Solidaridad del Papa tras el hundimiento del ferry en Mosul
Anne Kurian

San José Oriol, 23 de marzo
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

22/03/2019-15:06
Redacción

Cuaresma: En un mundo de "disipación", el P. Cantalamessa invita a encontrar "la interioridad"

(ZENIT 22 marzo 2019).- "La disipación es el nombre de la enfermedad mortal que nos amenaza a todos", advirtió el predicador de la Casa Pontificia, p. Raniero Cantalamessa, en su segunda meditación de Cuaresma, el 22 de marzo de 2019. Por el contrario, enfatizó las virtudes de la "interioridad", que "conduce a una vida auténtica".

Todos los viernes por la mañana durante la temporada de Cuaresma, el capuchino realiza una meditación sobre el tema "Entra en ti". Desde la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, en presencia del Papa Francisco, invitó a las personas a reflexionar sobre "el lugar donde cada uno de nosotros entra en contacto con el Dios vivo": "En un sentido universal y sacramental, este" lugar ", Es la Iglesia, pero en un sentido personal y existencial, es nuestro corazón. "

P. Cantalamessa invitó a redescubrir la interioridad, "un valor en crisis" hoy en un mundo liderado por "la ola de externalidad". Se trata de encontrar "la" célula interior "que cada uno lleva consigo y en la que siempre es posible retirarse en el pensamiento, renovar un contacto vivo con la Verdad que vive en nosotros".

AK

 

«¡Entra en ti mismo!»

 

Segunda predicación, Cuaresma 2019

San Agustín lanzó un llamamiento que a distancia de tantos siglos conserva intacta su actualidad: «In te ipsum redi. In interiore homine habitat veritas»: «Entra en ti mismo. En el hombre interior habita la verdad» [1] . En un discurso al pueblo, con insistencia aún mayor, exhorta:

«¡Entrad de nuevo en vuestro corazón! ¿Dónde queréis ir lejos de vosotros? Yendo lejos os perderéis. ¿Por qué os encamináis por carreteras desiertas? Entrad de nuevo desde vuestro vagabundeo que os ha sacado del camino; volved al Señor. Él está listo. Primero entra en tu corazón, tú que te has hecho extraño a ti mismo, a fuerza de vagabundear fuera: no te conoces a ti mismo, y ¡busca a aquel que te ha creado! Vuelve, vuelve al corazón, sepárate del cuerpo… Entra de nuevo en el corazón: examina allí lo que quizá percibiste de Dios, porque allí se encuentra la imagen de Dios; en la interioridad del hombre habita Cristo, en tu interioridad eres renovado según la imagen de Dios» [2].

Continuando el comentario iniciado en Adviento sobre el versículo del Salmo «Mi alma tiene sed del Dios vivo», reflexionemos sobre el «lugar» en que cada uno de nosotros entra en contacto con el Dios vivo. En sentido universal y sacramental este «lugar» es la Iglesia, pero en sentido personal y existencial es nuestro corazón, lo que la Escritura llama «el hombre interior», «el hombre escondido en el corazón» [3]. A esta elección nos impulsa también el tiempo litúrgico en que nos encontramos. Jesús en estos cuarenta días está en el desierto, y es allí donde lo debemos alcanzar. No todos pueden ir a un desierto exterior; pero todos podemos refugiarnos en el desierto interior que es nuestro corazón. «En la interioridad del hombre habita Cristo», nos ha dicho Agustín.

Si queremos una imagen plástica, o un símbolo que nos ayude a aplicar esta conversión hacia el interior, nos la ofrece el Evangelio con el episodio de Zaqueo.

Zaqueo es el hombre que quiere conocer a Jesús y, para hacerlo, sale de casa, va entre la multitud, sube a un árbol… Lo busca fuera. Pero hete aquí que Jesús al pasar lo ve y le dice: «Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que quedarme a tu casa» (Lc 19,5). Jesús lleva a Zaqueo a su casa y allí, en secreto, sin testigos, ocurre el milagro: conoce verdaderamente quién es Jesús y encuentra la salvación.

Nos parecemos a menudo a Zaqueo. Buscamos a Jesús y lo buscamos fuera, por las calles, entre la multitud. Y es el mismo Jesús quien nos invita a entrar en nuestra casa en nuestro propio corazón, donde él desea encontrarse con nosotros.

 

Interioridad, un valor en crisis

La interioridad es un valor en crisis. La «vida interior» que en un tiempo era casi sinónimo de vida espiritual, ahora, en cambio, tiende a ser mirada con sospecha. Hay diccionarios de espiritualidad que omiten totalmente las voces «interioridad» y «recogimiento» y otros que las llevan, pero no sin expresar algunas reservas. Por ejemplo, se destaca que, después de todo, no hay ningún término bíblico que corresponda exactamente a estas palabras; que podría haber habido, en este punto, un influjo determinante de la filosofía platónica; que podría favorecer el subjetivismo y así sucesivamente.

Un síntoma revelador de este descenso del gusto y estima de la interioridad es la suerte que ha tocado a la Imitación de Cristo que es una especie de manual de introducción a la vida interior. De libro más amado entre los cristianos, después de la Biblia, ha pasado, en pocas décadas, a ser un libro olvidado.

Algunas causas de esta crisis son antiguas e inherentes a nuestra propia naturaleza. Nuestra «composición», es decir, el estar constituidos de carne y espíritu, hace que seamos como un plano inclinado; inclinado, sin embargo, hacia lo exterior, lo visible y lo múltiple. Como el universo, tras la explosión inicial (el famoso Big Bang), también nosotros estamos en fase de expansión y de alejamiento del centro. «No se sacia el ojo de mirar, ni el oído se sacia nunca de oír», dice la Escritura (Qo 1,8). Estamos perennemente en «salida», a través de esas cinco puertas o ventanas que son nuestros sentidos.

Otras causas son, en cambio, más específicas y actuales. Una es la emergencia de lo «social» que es ciertamente un valor positivo de nuestros tiempos, pero que, si no se reequilibra, puede acentuar la proyección hacia lo exterior y la despersonalización del hombre. En la cultura secularizada y laica de nuestros tiempos el papel que desempeñaba la interioridad cristiana fue asumido por la psicología y el psicoanálisis, las cuales se detienen, sin embargo, en el inconsciente del hombre y en su subjetividad, prescindiendo por su íntimo vínculo con Dios.

En el campo eclesial, la afirmación, con el Concilio, de la idea de una «Iglesia para el mundo» ha hecho que al ideal antiguo de la fuga del mundo, se haya sustituido a veces el ideal de la fuga hacia el mundo. El abandono de la interioridad y la proyección hacia lo externo es un aspecto —y entre los más peligrosos— del fenómeno del secularismo.

Hubo incluso un intento de justificar teológicamente esta nueva orientación que ha tomado el nombre de teología de la muerte de Dios, o de la ciudad secular. Dios —se dice— nos ha dado él mismo el ejemplo. Al encarnarse, él se ha vaciado, ha salido de sí mismo, de la interioridad trinitaria, se ha «mundanizado», es decir, dispersado en lo profano. Se ha convertido en un Dios «fuera de sí».

 

 La interioridad en la Biblia

Como siempre, a la crisis de un valor tradicional, se debe responder en el cristianismo haciendo una recapitulación, es decir, retomando las cosas en su principio para llevarlas a un nuevo cumplimiento. En otras palabras, se trata de partir de nuevo desde la palabra de Dios y, a su luz, encontrar, en la misma Tradición, el elemento vital y perenne, liberándolo de los elementos caducos de los que se ha revestido a lo largo de los siglos. Es lo que el concilio Vaticano II siguió como método en todos sus trabajos. Igual que en la naturaleza, en primavera, se poda el árbol de las ramas de la temporada anterior para hacer posible que el tronco florezca de nuevo, así hay que hacer también en la vida de la Iglesia.

Ya los profetas de Israel lucharon para trasladar el interés del pueblo desde las prácticas exteriores de culto y del ritualismo, a la interioridad de la relación con Dios. «Este pueblo —leemos en Isaías— se acerca a mí solo con palabras y me honra con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí y el culto que me rinde es un aprendizaje de costumbres humanas» (Is 29,13). El motivo es que «el hombre mira las apariencias, pero Dios escudriña el corazón» (1 Sam 16,7). «Rasgaos el corazón, no las vestiduras, —se lee en otro profeta» (Jl 2,13).

Es el tipo de reforma religiosa que Jesús retomó y llevó a cabo. Uno que analice la actuación de Jesús y sus palabras, fuera de preocupaciones dogmáticas, desde un punto de vista de la historia de las religiones, nota sobre todo una cosa: que él quiso renovar la religiosidad judía, terminada a menudo en lo seco del ritualismo y del legalismo, poniendo en el

centro de ella una relación con Dios intima y vivida. Él no se cansa de apelar a ese ámbito «secreto», el «corazón», donde se opera el verdadero contacto con Dios y con su voluntad viva y del que depende el valor de toda acción (cf. Mt 15,10ss). El llamamiento a la interioridad encuentra su motivación bíblica más profunda y objetiva en la doctrina de la inhabitación de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el alma del bautizado [4].

Con el paso del tiempo, en la visión bíblica de la interioridad cristiana algo se había ofuscado, contribuyendo a la crisis de la que he hablado anteriormente. En ciertas corrientes espirituales, como en algunos de los místicos renanos, se había ofuscado el carácter objetivo de esta interioridad. Insisten en volver al «fondo del alma» mediante lo que ellos llaman «introversión». Pero no siempre resulta claro si este «fondo del alma» pertenece a la realidad de Dios o a la del yo, o, peor aún, si es ambas cosas juntas, fusionadas de manera panteísta.

En los últimos siglos el aspecto del método había acabado por prevalecer sobre el contenido de la interioridad cristiana, reduciéndola a veces a una especie de técnica de concentración y de meditación, más que en el encuentro con Cristo vivo en el corazón, aunque no han faltado en ninguna época espléndidas realizaciones de la interioridad cristiana. Santa Isabel de la Trinidad está en la línea de la más pura interioridad objetiva, cuando escribe: «Yo he encontrado el paraíso en la tierra, porque el paraíso es Dios y Dios está en mi corazón».

 

 Regreso a la interioridad

Pero volvamos al presente. ¿Por qué es urgente volver a hablar de interioridad y redescubrir el gusto sobre ella? Vivimos en una civilización toda proyectada hacia lo exterior. Ocurre en el ámbito espiritual lo que se observa en el ámbito físico. El hombre envía sus sondas hasta la periferia del sistema solar, fotografía lo que hay en planetas lejanos; ignora, en cambio, lo que se agita a pocos miles de metros bajo la corteza terrestre y no consigue, por eso, prever terremotos y erupciones volcánicas. También nosotros sabemos, ahora en tiempo real, lo que sucede en el otro extremo del mundo, pero ignoramos lo que se agita en el fondo de nuestro corazón. Vivimos como en una centrifugadora en acción a toda velocidad.

Evadirse, es decir, salir fuera, es una especie de palabra de orden. Incluso hay una literatura de evasión, espectáculos de evasión. La evasión está, por así decirlo, institucionalizada. El silencio da miedo. No se logra vivir, trabajar, estudiar sin alguna

voz o música alrededor. Hay una especie de horror vacui, de miedo del vacío, que impulsa a aturdirse.

Tuve ocasión de entrar una vez en una discoteca, invitado a hablar a los jóvenes allí reunidos. Me bastó para hacerme una idea de lo que reina allí: la orgía del barullo, el ruido ensordecedor como droga. Se han hecho investigaciones entre los jóvenes a la salida de la discoteca y a la pregunta: «¿Por qué os reunís en este lugar?»; algunos han respondido: «¡Para no pensar!». Pero es fácil imaginar a qué manipulaciones se exponen los jóvenes que han renunciado ya a pensar.

«Imponedles un trabajo pesado y que lo cumplan y no hagan caso de palabras engañosas» [de Moisés], fue la orden del faraón de Egipto a sus ministros para con los Israelitas (cf. Éx 5,9). La orden tácita, pero no menos perentoria, de los faraones modernos es: «¡Imponed el ruido sobre estos jóvenes, que se aturdan con él, de modo que no piensen, no hagan elecciones libres, sino que sigan la moda que nos conviene, compren lo que decimos nosotros, piensen como nosotros queremos!» Para un sector muy influyente de nuestra sociedad, el del espectáculo y la publicidad, los individuos cuentan solo en cuanto que son «espectadores», números que hacen subir las «audiencias» de los programas.

Hay que oponerse con un rotundo «¡no!» a este vaciamiento. Los jóvenes son también los más generosos y dispuestos a rebelarse contra las esclavitudes y, de hecho, hay multitud de jóvenes que reaccionan a este asalto y, en lugar de huir, buscan lugares y tiempos de silencio y contemplación para reencontrarse de vez en cuando consigo mismos y, en sí mismos, con Dios. Son muchos, aunque nadie habla de ello. Algunos han fundado casas de oración y adoración eucarística perpetua y a través de la Red dan la posibilidad a muchos para que se unan a ellos.

La interioridad es la vía para una vida auténtica. Se habla mucho hoy de autenticidad y se hace de ello el criterio de éxito o fracaso de la vida. El filósofo quizá más conocido del siglo pasado, Martin Heidegger, puso este concepto en el centro de su sistema. Para el cristiano la autenticidad verdadera no se alcanza más que viviendo «coram Deo», en la presencia de Dios.

«Un vaquero —escribe Kierkegaard— el cual, si esto fuera posible, es un yo delante de sus vacas, es un yo muy inferior; un soberano que fuese un yo frente a sus esclavos, lo mismo. En el fondo ninguno de los dos es un yo, en ambos casos falta la medida… Pero, ¡qué acento infinito adquiere el yo cuando adquiere conciencia de existir ante Dios,

convirtiéndose en un yo humano cuya medida es Dios! […] Se habla muchos de vidas desperdiciadas. Pero desperdiciada es sólo la vida de aquel hombre que nunca se dio cuenta, porque no tuvo nunca, en el sentido más profundo, la impresión de que existe un Dios y que él, precisamente él, su yo, está ante este Dios» [5].

El Evangelio nos narra la historia de uno de estos «vaqueros». Había huido de la casa paterna y había gastado sus bienes y su juventud, viviendo disolutamente. Pero un día «entró en sí mismo». Pasó revista a su vida, preparó las palabras que tenía que decir y se puso en camino hacia la casa paterna (cf. Lc 15,17). Su conversión se realizó en este momento, antes de moverse, mientras estaba solo en medio de una piara de puercos. Se realizó en el momento en que «entró dentro de sí». A continuación no hizo más que ejecutar lo que había deliberado. La conversión externa fue precedida por la interior y recibió de esta su valor. ¡Cuánta fecundidad en aquel «entrar en sí mismo!».

No son solo los jóvenes los que son arrollados por la oleada de exterioridad. También lo son las personas más comprometidas y activas en la Iglesia. ¡También los religiosos! Disipación es el nombre de la enfermedad mortal que nos acecha a todos. Se termina por ser como un vestido del revés, con el alma expuesta a los cuatro vientos. En un discurso dirigido a los superiores de una orden religiosa contemplativa, san Pablo VI dijo:

«Hoy estamos en un mundo que parece enfrascado en una fiebre que se infiltra incluso en el santuario y la soledad. Ruido y estruendo han invadido casi todo. Las personas no logran ya recogerse. Víctimas de mil distracciones, disipan habitualmente sus energías detrás de las diversas formas de la cultura moderna. Periódicos, revistas, libros invaden la intimidad de nuestras casas y de nuestros corazones. Es más difícil que antes encontrar la oportunidad para ese recogimiento en el cual el alma logra estar plenamente ocupada en Dios».

Santa Teresa de Jesús escribió una obra titulada El castillo interior que es ciertamente uno de los frutos más maduros de la doctrina cristiana de la interioridad. Pero existe, por desgracia, también un «castillo exterior» y hoy constatamos que es posible estar encerrados también en este castillo. Encerrados fuera de casa, incapaces de entrar de nuevo en ella. ¡Presos de la exterioridad! San Agustín describe así su vida antes de la conversión:

«Tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera y te buscaba aquí abajo, lanzándome deforme, sobre estas formas de belleza que son tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti esas criaturas que no existirían tampoco si no fuera por ti que las haces existir» [6].

¡Cuántos de nosotros deberían repetir esta amarga confesión: «Tú estabas dentro de mí, pero yo estaba fuera!» Hay algunos que sueñan con la soledad, pero la sueñan solamente. La aman, siempre que se mantenga en el sueño y no se traduzca nunca en la realidad. En realidad, rehúyen de ella, tienen miedo de ella. La desaparición del silencio es un síntoma grave. Han sido eliminados casi en todas partes esos carteles típicos que en cada pasillo de las casas religiosas reclamaban en latín: Silentium! Yo creo que en muchos ambientes religiosos se impone una elección: ¡O silencio o muerte! O se reencuentra un clima y tiempos de silencio y de interioridad o es el vaciamiento espiritual progresivo y total. Jesús define el infierno como «las tinieblas exteriores» (cf. Mt 8,12) y esta designación es altamente significativa.

No hay que dejarse engañar por la objeción habitual: pero a Dios se le encuentra fuera, en los hermanos, en los pobres, en la lucha por la justicia; se le encuentra en la Eucaristía, en la Palabra de Dios… Todo cierto. Pero, ¿dónde «encuentras» realmente al hermano y al pobre, si no en tu corazón? Si los encuentras sólo fuera, no es un yo, una persona a la que encuentras, sino una cosa; te chocas más que encontrarlo. ¿Dónde encuentras al Jesús de la Eucaristía si no en la fe, es decir, dentro de ti? Un verdadero encuentro entre personas no puede tener lugar más que entre dos conciencias, dos libertades, es decir, entre dos interioridades.

Es erróneo, por lo demás, pensar que la insistencia en la interioridad pueda perjudicar al compromiso activo por el reino y la justicia; pensar, en otras palabras, que afirmar la primacía de la intención pueda perjudicar a la acción. La interioridad no se opone a la acción, sino a un cierto modo de realizar la acción. Lejos de disminuir la importancia del actuar para Dios, la interioridad la fundamenta y la preserva.

 

 El eremita y su eremitorio

Si queremos imitar lo que Dios ha hecho al encarnarse, imitémosle verdaderamente hasta el fondo. Es cierto que él se vació, salió de sí mismo, de la interioridad trinitaria, para venir al mundo. Sin embargo, sabemos cómo ha sucedido esto: «Lo que era permaneció, lo que no era lo asumió», dice un antiguo aforismo a propósito de la Encarnación. Sin abandonar el seno del Padre, el Verbo vino en medio de nosotros. También nosotros vamos hacia el mundo, pero sin salir nunca del todo de nosotros mismos. «El hombre interior —dice la Imitación de Cristo— se recoge espontáneamente porque no se dispersa nunca del todo en las cosas exteriores. A él no le perjudica la actividad exterior y las ocupaciones a su tiempo necesarias, pero sabe adaptarse a las circunstancias» [7].

Pero tratemos de ver también cómo hacerlo, concretamente, para recuperar y conservar la costumbre de la interioridad. Moisés era un hombre muy activo. Pero se lee que se hizo construir una tienda portátil y en cada etapa del éxodo fijaba la tienda fuera del campamento y regularmente entraba en ella para consultar al Señor. Allí, el Señor hablaba con Moisés «cara a cara, como habla un hombre con otro» (Éx 33,11).

Esto no siempre se puede hacer. No siempre se puede uno retirar a una capilla o a un lugar solitario para recuperar el contacto con Dios. San Francisco de Asís sugiere otra astucia más al alcance de la mano. Al enviar a sus frailes por las calles del mundo, decía: Nosotros tenemos siempre un eremitorio con nosotros dondequiera que vayamos y cada vez que lo queramos podemos, como eremitas, entrar en esta ermita. «Hermano cuerpo es la ermita y el alma el eremita que habita dentro de él para orar a Dios y meditar» [8]. Es la misma recomendación que santa Catalina de Siena expresaba con la imagen de la «celda interior», que cada uno lleva consigo y a la que siempre es posible retirarse con el pensamiento, para reanudar un contacto vivo con la Verdad que habita en nosotros. Es a esta celda interior, no delimitada por paredes, dice S. Ambrosio, que Jesús nos invita diciendo: «Tú,  cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto». (Mt 6,6) [9].

Hemos escuchado al inicio el apremiante llamamiento de san Agustín a reentrar en el corazón; terminamos escuchando otro llamamiento igualmente apremiante en la misma dirección, lo que san Anselmo de Aosta dirige al lector al comienzo de su Proslogion:

¡Venga, pues, desgracia humana, huye un momento de tus ocupaciones, apártate por un instante de tus tumultuosos pensamientos! Deshazte de las preocupaciones que te agobian y pospón tus laboriosos quehaceres. Entrégate un poco a Dios y descansa un instante en Él. ¡«Entra en el aposento» de tu espíritu, ahuyenta todo excepto a Dios y lo que te ayude a hallarle y, «una vez cerrada la puerta», búscale! ¡Ahora di «corazón mío», di todo entero ahora a Dios: «Busco tu rostro, Señor; tu rostro es lo que busco»! (Sal 27,8).

Con estos deseos y propósitos iniciamos nuestra jornada de trabajo al servicio de la Iglesia.

 

 

[1] S. Agustín, De vera rel. 39, 72: PL 34,154.

[2] S. Agustín, In Ioh. Ev., 18, 10: CCL 36, 186.

[3] Cf. Rom 7,22; 2 Cor 4,16; 1 Pe 3,4.

[4] Cf. Jn 14,17.23; Rom 5,5; Gál 4,6.

[5] S. Kierkagaard, La malattia mortale, II, en Opere [Ed. C. Fabro] (Florencia 1972) 662-663 [trad. esp. Enfermedad mortal (Alba Libros, Madrid 2005)].

[6] S. Agustín, Confesiones, X, 27.

[7] Imitación de Cristo, II, 1.

[8] Leyenda Perugina, 80: Fuentes Franciscanas, n. 1636.

[9] S. Ambrosio, De Cain et Abel, I, 9, 38 (CSEL 32,1, p. 372).

 

© Traducido del original italiano por Pablo Cervera Barranco

 

 

 

 

22/03/2019-18:58
Redacción

Audiencia a los dirigentes y miembros del Centro de Turismo para Jóvenes

(ZENIT — 22 marzo 2019).- Esta mañana, a las 11.50, en el Aula Pablo VI, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los dirigentes y miembros del Centro de Turismo para Jóvenes con motivo del setenta aniversario de su fundación.

Este es el discurso del Papa a los presentes en la audiencia.

 

Discurso del Santo Padre

Queridos jóvenes,

¡Bienvenidos! Os saludo a todos con afecto y agradezco al Presidente las palabras que me ha dirigido. Me gustaría transmitiros algunas sugerencias acerca de vuestro compromiso  y  vuestro camino asociativo, pero vosotros me dais también el entusiasmo de la juventud, que surge de vuestros rostros y de la imaginación que demostráis al proponer tantas iniciativas, un reflejo de la fantasía infinita del Espíritu de Dios.

Vuestra asociación cumple 70 años. Es un buena meta, pero es solo la etapa de un viaje. De hecho, atesorando el precioso camino realizado hasta ahora, estáis llamados a crecer todavía más, a desarrollar vuestras actividades y a difundir tantos  buenos frutos. Precisamente hace setenta años, algunos jóvenes de la Juventud de Acción Católica, viajando con Don Carlo Carretto en el tren que los llevaba a Ginebra, tuvieron la idea de fundar el Centro de Turismo para Jóvenes. Lo sintieron realmente como una inspiración, tanto que,  menos de dos meses después, dieron vida a la Asociación, bajo el liderazgo de Don Carlo, proponiéndose hacerse portadores, a través de múltiples actividades recreativas y culturales, de lazos sociales inspirados en la participación y en una visión integral de la persona humana, cultivando el sueño de animar y transformar el entorno social.

Hablando de “visión integral de la persona” ciertamente no nos referimos a una teoría, sino a una forma de vivir y actuar. En primer lugar esta visión no se encuentra en un manual, sino en las personas que viven con este estilo: con los ojos abiertos al mundo, con las manos entrelazadas con  otras manos, con el corazón sensible a las debilidades de sus hermanos. También podríamos decir que la “integridad” a la que os referís no alude a la perfección, sino a la imperfección; no llama a la  completitud del individuo, sino a su estado incompleto y a la necesidad de mirar a su alrededor para entenderse más profundamente; no conduce a una orgullosa auto-inmovilización, sino a la humilde búsqueda de nuevos conocimientos, de contacto con las personas, las culturas, los problemas de nuestro tiempo.
Con estos objetivos vuestra asociación promueve el turismo; un turismo que no está inspirado en los cánones del consumismo o deseoso  solamente de  acumular experiencias, sino capaz de favorecer el encuentro entre las personas y el territorio y de favorecer el crecimiento en el conocimiento y el respeto mutuos. Si visito una ciudad, no solo es  importante que conozca los monumentos, sino también que me dé cuenta de la historia que tiene detrás, de cómo viven sus ciudadanos, de los desafíos que tratan de enfrentar. Si subo una montaña, además de mantenerme dentro de los límites que la naturaleza me impone, tendré que respetarla admirando su belleza y protegiendo su entorno, creando así un vínculo con los elementos naturales hecho de conocimiento, reconocimiento y aprecio.

Vosotros habéis definido sabiamente esta forma de viajar “Turismo lento”, contraponiéndolo al de masas, porque promueve la calidad y la experiencia, la solidaridad y la sostenibilidad. Como mascota de este turismo cuidadoso y constructivo, habéis elegido una tortuga, representada en el carnet de este año, que con su calma decidida  nos enseña que la lentitud,  – si no es  el fruto de la pereza-  genera atención a los lugares y a las personas, fidelidad a  la tierra y dedicación a ella.

Ahora bien,  precisamente la práctica del “Turismo lento”, basada en la animación y la educación cultural y ambiental, os ayuda a vivir cada momento de la vida cotidiana, incluidos los del trabajo y del mayor esfuerzo, de una manera diferente y más consciente. Por lo tanto, os deseo que mantengáis la amplitud de vuestros horizontes, que viváis los espacios con la vigilante lentitud de la tortuga y animéis el tiempo libre de una manera alegre y gratuita.

Saludándoos, me referí al entusiasmo típico de  vuestra edad; sin embargo, hay que reconocer que muchos jóvenes, en vez  de deseosos de construir el futuro, lamentablemente se sienten desilusionados y desmotivados. Tal vez debido al pesimismo que les rodea, no se atreven a volar alto, sino que se contentan con sobrevivir o ir tirando. ¡Qué feo es, cuando un joven va tirando, en lugar de vivir; ya está “jubilado”, y es feo que un joven esté ya jubilado.  Precisamente a la luz de  vuestra espiritualidad, dentro del Centro de Turismo para Jóvenes podéis haceros compañeros de viaje de tantos de vuestros compañeros; podéis ayudarles a recuperar el entusiasmo si ya no lo perciben porque está enterrado entre los escombros del desencanto o en el polvo  de los malos ejemplos. Compartir el tiempo libre como tiempo de calidad puede convertirse en una buena llave para abrir la puerta del corazón de tantos  jóvenes, generando lazos de amistad capaces de transmitir valores auténticos y la fe misma.

¡Qué el reconocimiento, obtenido del Centro de Turismo Juvenil por parte de los más altos órganos del Estado, de vuestros fines asistenciales y, sobre todo, de la promoción social, os confirme en vuestras intenciones y os  impulse a un compromiso cada vez más generoso! Por su parte, la Iglesia os mira con gratitud y esperanza, y  os invita a que profeséis siempre vuestra catolicidad con orgullo: ser católico no significa estar encerrado en una cerca, sino abrirse al mundo, deseosos  de encontrar , porque tenéis la intención de vivir “según el todo” y por el bien de todos.

A la luz de estas consideraciones, entendemos claramente cómo la memoria del aniversario de la Asociación signifique celebrar una llamada y, por lo tanto, reconocer una misión dentro de la Iglesia y de la familia humana. Don Carlo Carretto nos recomendaría a cada uno de nosotros recordar que: “Si bebes ese vino que Dios mismo te ofrece, estás en alegría” (Meditaciones diarias). Conservad la herencia de la espiritualidad y el ejemplo de vuestro fundador. Vivid todo en la oración, y por lo tanto, en el asombro y la acción de gracias. Hoy rezo con y por vosotros, para que el Señor siga bendiciendo vuestro trabajo y os acompañe con su consuelo. Y por favor, una oración también por mí. ¡Gracias!

 

 

 

 

22/03/2019-09:52
Redacción

México: Manos a la obra contra los abusos en la Iglesia capitalina

(ZENIT — 22 marzo 2019).- Este miércoles 20 de marzo, en la Arquidiócesis Primada de México se llevó a cabo la presentación, ante los medios de comunicación, del Equipo Interdisciplinario de Atención a Víctimas, creado en virtud de los señalamientos que en materia de abusos sexuales ha hecho el Papa Francisco; de las disposiciones establecidas por la Conferencia del Episcopado Mexicano, y de la política de "cero tolerancia" impulsada por el Arzobispo de México, Cardenal Carlos Aguiar Retes.

El Equipo Interdisciplinario está integrado por el padre Andrés Luis García, encargado del Tribunal Eclesiástico de la Arquidiócesis de México; la psicóloga Zaira Noemí Rosales, directora del Departamento de Protección a Menores; el padre Manuel Corral, Secretario para las Relaciones Institucionales de la Arquidiócesis Primada de México; Marilú Esponda, directora de Comunicación Social, y Joaquín Aguilar, director de SNAP-México, una red internacional de apoyo a víctimas de abuso sexual.

Durante la presentación, Marilú Esponda informó que actualmente se están revisando, en coordinación con las autoridades civiles, diez casos de sacerdotes acusados de pederastia, como parte de una revisión más exhaustiva que el equipo está proyectando. Explicó que, por lo pronto, estos diez sacerdotes han sido dados de baja mediante un procedimiento ad cautelam, que les impide ejercer su ministerio hasta que el caso se dictamine.

Dijo que con la creación de este equipo se ha abierto un canal para que la víctima de abuso sexual, o quien detecte una situación irregular, pueda dar parte de la situación, estableciendo contacto, vía telefónica o por correo electrónico, con la licenciada Zaira Noemí Rosales, encargada del Departamento de Atención a Víctimas del arzobispado.

Marilú Esponda explicó que este instrumento de protección a víctimas al interior de la Arquidiócesis es el primer paso de una estrategia más amplia, en la que se pretende, mediante campañas de prevención y otras acciones, crear ambientes de protección a menores en los diversos círculos sociales, pues el delito de abuso sexual de ninguna manera es privativo de la Iglesia, sino que se trata de un fenómeno que se puede dar en cualquier núcleo de la sociedad.

Aseguró que la conformación de este Equipo Interdisciplinario pudo darse gracias a acciones realizadas en años anteriores. "Una cosa que me gustaría destacar es que la Arquidiócesis de México fue la primera (diócesis) en tener protocolos de atención a víctimas, con monseñor Jorge Estrada al frente de un esfuerzo que se llevó a cabo desde años atrás. Hoy aquellas acciones tienen resultados".

En su turno, Joaquín Aguilar, como representante de las víctimas, externó que, si bien históricamente les ha sido complicado abrir canales de comunicación con la Arquidiócesis de México, hoy la Iglesia ha dado los primeros pasos para la reparación integral del daño, como el impulso a las sanciones para los responsables, la prevención del delito y la atención a las víctimas. "No es fácil; requiere de mucho camino, pero quiero resaltar que este equipo es de los pocos que pretende trabajar muy bien, por eso me incorporé".

Señaló que algo de lo más complicado cuando se suscita un caso de abuso sexual, es el trabajo con las víctimas, pues muchas se niegan a denunciar, en gran medida porque el procedimiento médico es muy agresivo. "Se tiene que hacer, pero no deja de ser agresivo... Respecto a la reparación (económica) del daño; todos tenemos derecho a ésta como víctimas, pero es la autoridad la que determina de cuánto es, bajo previo estudio".

Por su parte, el padre Manuel Corral dejó en claro que de los 15 casos de sacerdotes que causaron baja de la Arquidiócesis por comportamientos indebidos —mismos que fueron citados tiempo atrás por el Cardenal Rivera Carrera—, sólo seis fueron por acciones relacionadas con abuso sexual; mientras que los otros 11 tuvieron que ver con la comisión de otro tipo de actos, penados más bien con sanciones canónicas, como revelar el secreto de confesión, por temas relacionados con el consumo de drogas u otros.

 

`Desde la fe'

 

 

 

22/03/2019-19:12
Anne Kurian

Irak: Solidaridad del Papa tras el hundimiento del ferry en Mosul

(ZENIT — 22 marzo 2018).- El Papa Francisco expresó su solidaridad con los iraquíes, después del hundimiento de un ferry que mató a cien personas en el río Tigris el 21 de marzo de 2019.

En un telegrama dirigido al día siguiente a las autoridades eclesiásticas y civiles locales, el Papa expresó su profunda tristeza "por todos aquellos que perdieron la vida" en la tragedia. La mayoría de las víctimas son mujeres y niños, que celebraban el Año Nuevo Kurdo.

Expresando su "solidaridad en la oración" con todos los afligidos, el Papa "confía a los fallecidos a merced del Altísimo", dice el mensaje firmado por el Secretario de Estado el Cardenal, Pietro Parolin. Él "ora por las autoridades locales y los socorristas".

"El Papa Francisco invoca las bendiciones divinas de la curación, la fuerza y el consuelo de toda la nación iraquí".

 

 

 

22/03/2019-18:20
Isabel Orellana Vilches

San José Oriol, 23 de marzo

«Su vida fue una permanente catequesis para quienes conocieron a este santo catalán, dechado de humildad. Era pobre con los pobres ejerciendo su admirable caridad con los enfermos, indigentes, reclusos, militares y niños, entre otros»

Dios concedió muchos dones a este santo nacido en Barcelona, España, el 6 de mayo de 1650. Entre otros, el de la dirección espiritual y el de la penetración de corazones. Era un maestro en el cultivo de la pobreza y de la oración, que efectuaba postrado durante horas ante el Santísimo Sacramento. Su piedad era manifiesta siendo monaguillo y cantor en la iglesia de Santa María del Mar de Barcelona. Tanto es así que los sacerdotes le costearon los estudios. Al morir su padre, su madre contrajo nuevas nupcias. Pero al enviudar Gertrudis por segunda vez se encontraron con serias carencias. Seguramente sus benefactores tendrían en cuenta esta precaria situación familiar. Era tal el candor de José que no había duda de que estaba llamado a ser un gran santo. El único problema que tuvo que afrontar siendo estudiante fue la parálisis de una de sus piernas que le obligó a permanecer recluido en cama durante un tiempo.

Después, doctorado en filosofía y en teología, recibió el sacramento del sacerdocio en mayo de 1676 en la localidad de Vich. Entonces orientó su acción a educar a los jóvenes. En un momento dado, Dios le permitió atisbar parte de su alma. Quedó tan impresionado de lo que vio, que tomó la resolución de vivir con espíritu de penitencia y ayunar todos los días. En esa época se hallaba al servicio de la familia Gasneri como preceptor de los hijos, simultaneando esta labor con la de párroco en San Felipe Neri. Aceptó temporalmente el trabajo con objeto de paliar las dificultades por las que atravesaban su madre y hermanos. Pero era un hombre que amaba la pobreza. Le costaba hallarse rodeado de abundancia como la que veía en el hogar.

Un día en este domicilio se produjo un episodio impactante para él desde el punto de vista espiritual. En el transcurso de un almuerzo hasta en tres ocasiones extendió el brazo para proveerse de unas exquisitas viandas, y se vio impedido por una fuerza sobrenatural para lograr su propósito. Interpretó el hecho como una invitación a someterse para siempre al más riguroso ayuno. No se retractó de ello el resto de su existencia. Se alimentó de pan y de agua. El pan, elegido por él entre el menos apetitoso —si podía encontrarlo viejo y pasado, mejor—, y se abastecía del agua en las fuentes públicas que hallaba al paso. La única licencia que se permitía era añadir unas hierbas a tan frugal comida los domingos, y las obtenía gratuitamente tomándolas de la ladera del monte Montjuic. Siempre vivió de la beneficencia; lo poco que tenía era de los pobres. Tanta era su austeridad que ni siquiera poseía una cama.

Estos gestos de piedad y sus mortificaciones, insólitas para la mayoría de la gente, eran bien conocidos en la ciudad. Con sus modales exquisitos y la profundidad de su consejo alentaba a todos a vivir la santidad, enseñándoles que no se basa en actos puntuales externos y que debe discurrir afianzada en la oración. Los que se acercaban a él partían edificados por su alegría y confianza. Era dador de paz. En sí mismo, su ejemplo constituía ya una catequesis permanente. Viéndole cómo actuaba, se enamoraban de Dios. Era su mejor apostolado. Lo testimonial cala siempre en el corazón de las personas.

No llegó a cumplir una década con esta familia acomodada, porque falleció su madre, y sus hermanos se hallaban una situación económica menos comprometida. Viviendo pobremente, como siempre hizo, intensificó su labor caritativa. Auxiliaba a los enfermos, indigentes, reclusos, militares, niños... En 1686 peregrinó a Roma. En los meses de permanencia en la Ciudad Eterna, a la que llegó con cartas de recomendación que ensalzaban su altura humana y espiritual, alcanzó su sueño de entrevistarse con Inocencio Xl. Amigos cardenales lo hicieron posible. El papa le otorgó una prebenda en la parroquia de Santa María del Pino de Barcelona. En ella ejerció su acción pastoral con abundantes frutos. Pero no le faltaron detractores. Llevaron sus quejas al prelado y le acusaron ante él de imponer a los penitentes mortificaciones como las suyas.

A la muerte del obispo, que vetó su labor apostólica, siguió en manos de su sucesor. De todos modos, José quiso ser mártir ardientemente. Por eso, en abril de 1698 partió rumbo a Roma de nuevo, a pesar del clamor de las gentes que temían perderle e intentaron disuadirle para que permaneciese entre ellas. Él pensaba que allí obtendría de la Santa Sede la gracia de poder encaminarse al martirio. Pero la voluntad divina fue que enfermase en Marsella, y la Virgen le hizo ver que debía proseguir su misión en Barcelona atendiendo a los enfermos.

Aunque Dios obró numerosos prodigios por su mediación, siempre los atribuyó al arrepentimiento que mostraban quienes le abrían su corazón. Les hacía ver que eran sanados directamente por Él. Humilde y sencillo, rechazó frontalmente cualquier intento de considerarle artífice de signos extraordinarios. Fue agraciado con el don de profecía, de levitación, y de milagros. Dios le concedió sanar a los enfermos con una simple bendición. Un inmenso gentío, que procedía no solo de Barcelona sino de otros lugares, se arremolinaba en torno a él esperando recibir la aspersión del agua bendita y la señal de la cruz trazada sobre ellos.

Algunos de sus numerosos milagros fueron memorables. Dos en particular llaman la atención. El que hizo que recuperase la pierna gangrenada un joven que iba a verla amputada. Y el obrado con un maltrecho paralítico que vivía de la limosna de los parroquianos y que pudo caminar súbitamente. José vaticinó su propia muerte, que se produjo el 23 de marzo de 1702 a consecuencia de una pleuresía cuando tenía 52 años. Sus postreros instantes discurrieron en una habitación que le prestó un cuchillero. Se hallaba rodeado de la gente del barrio que tanto cariño le profesaba, de amigos sacerdotes y seglares. Desde la escolanía de la capilla del Palau cantaban en ese momento, como él había solicitado, el Stabat Mater. Pío VII lo beatificó el 21 de septiembre de 1806. Pío X lo canonizó el 20 de mayo de 1909.