Servicio diario - 14 de abril de 2019


 

Domingo de Ramos: "Para lograr el verdadero triunfo, debemos dejar espacio a Dios": "Callar, rezar, humillarse"
Rosa Die Alcolea

Domingo de Ramos: El Papa bendice las palmas bajo el obelisco de San Pedro
Rosa Die Alcolea

Jornada Mundial de la Juventud: Francisco invita a los jóvenes a rezar el rosario por la paz en el mundo
Rosa Die Alcolea

San Damián de Molokai (Jozef van Veuster), 15 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

14/04/2019-09:47
Rosa Die Alcolea

Domingo de Ramos: "Para lograr el verdadero triunfo, debemos dejar espacio a Dios": "Callar, rezar, humillarse"

(ZENIT – 14 abril 2019).- En su entrada en Jerusalén, Jesús “nos muestra el camino”. Él “destruyó el triunfalismo con su Pasión”. El Pontífice previene con la “mundanidad espiritual”, que ha calificado como “una forma sutil de triunfalismo”, “el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia”.

Son palabras de la homilía que el Papa Francisco ha leído esta mañana, 14 de abril de 2019, en la celebración litúrgica del Domingo de Ramos, celebrada en la plaza de San Pedro, en Roma, dando comienzo a la Semana Santa.

Tras la bendición de las palmas y la procesión, el Papa ha celebrado la Santa Misa ante los miles de visitantes y fieles llegados al Vaticano, y ha invitado a “acompañar con fe a nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran enseñanza de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el espíritu del mal”.

 

Triunfalismo

Francisco ha advertido contra el “triunfalismo” que “trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos falsos. Busca subirse al carro del ganador”, ha explicado el Santo Padre. “El triunfalismo vive de gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como peores, con defectos, fracasados…”.

“Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse. Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza. Y con su humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe y precedernos en él”, ha exhortado el Papa.

 

Tentaciones

“Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un superhombre, sino que es un abandono confiado en el Padre y en su voluntad de salvación, de vida, de misericordia”, ha explicado Francisco.

Así, en toda su misión, Jesucristo pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo él el modo y desligándose de la obediencia al Padre. “Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esta tentación mediante la confianza obediente en el Padre”.

 

Entusiasmo por Jesús

Hoy, Domingo de Ramos, se celebra a nivel diocesano la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud, y el Papa ha querido recordar a tantos santos y santas jóvenes, especialmente a aquellos “de la puerta de al lado”, que “solo Dios conoce, y que a veces a él le gusta revelarnos por sorpresa”.

“Queridos jóvenes –ha anunciado– no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra vida”. Ha continuado: “Pero al mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz. Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo al Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos”.

A continuación, ofrecemos la homilía completa del Papa Francisco en la celebración del Domingo de Ramos:

***

 

Las aclamaciones de la entrada en Jerusalén y la humillación de Jesús. Los gritos de fiesta y el ensañamiento feroz. Este doble misterio acompaña cada año la entrada en la Semana Santa, en los dos momentos característicos de esta celebración: la procesión con las palmas y los ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne de la narración de la Pasión.

Dejemos que esta acción animada por el Espíritu Santo nos envuelva, para obtener lo que hemos pedido en la oración: acompañar con fe a nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran enseñanza de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el espíritu del mal.

Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un superhombre, sino que es un abandono confiado en el Padre y en su voluntad de salvación, de vida, de misericordia; y, en toda su misión, pasó por la tentación de “hacer su trabajo” decidiendo él el modo y desligándose de la obediencia al Padre. Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esta tentación mediante la confianza obediente en el Padre.

También hoy, en su entrada en Jerusalén, nos muestra el camino. Porque en ese evento el maligno, el Príncipe de este mundo, tenía una carta por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor respondió permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad.

El triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos falsos. Busca subirse al carro del ganador. El triunfalismo vive de gestos y palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como peores, con defectos, fracasados… Una forma sutil de triunfalismo es la mundanidad espiritual, que es el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia (De Lubac). Jesús destruyó el triunfalismo con su Pasión.

El Señor realmente compartió y se regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre aclamándolo como Rey y Mesías. Su corazón gozaba viendo el entusiasmo y la fiesta de los pobres de Israel. Hasta el punto que, a los fariseos que le pedían que reprochara a sus discípulos por sus escandalosas aclamaciones, él les respondió: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Humildad no significa negar la realidad, y Jesús es realmente el Mesías, el Rey.

Pero al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,6-8). Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse. Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza. Y con su humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe y precedernos en él.

Tras él, la primera que lo ha recorrido fue su madre, María, la primera discípula. La Virgen y los santos han tenido que sufrir para caminar en la fe y en la voluntad de Dios. Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón» (cf. S. JUAN PABLO II, Carta enc. Redemptoris Mater, 17). Es la noche de la fe. Pero solo de esta noche despunta el alba de la resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar en las palabras con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será grande […]; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33).

En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa: su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo, destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el corazón de la Madre; ambos supieron callar.

Precedidos por María, innumerables santos y santas han seguido a Jesús por el camino de la humildad y la obediencia. Hoy, Jornada Mundial de la Juventud, quiero recordar a tantos santos y santas jóvenes, especialmente a aquellos “de la puerta de al lado”, que solo Dios conoce, y que a veces a él le gusta revelarnos por sorpresa. Queridos jóvenes, no os avergoncéis de mostrar vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra vida. Pero al mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz. Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo al Padre que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos. Estáis en el camino del Reino de Dios.

Aclamaciones de fiesta y furia feroz; el silencio de Jesús en su Pasión es impresionante. Vence también a la tentación de responder, de ser “mediático”. En los momentos de oscuridad y de gran tribulación hay que callar, tener el valor de callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso. La mansedumbre del silencio hará que parezcamos aún más débiles, más humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz. Será necesario resistirlo en silencio, “manteniendo la posición”, pero con la misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada, sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo

hacer. Nuestro puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta (cf. Mc 4,37-41), con nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a los demás razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15). Esto nos ayudará a vivir en la santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección.

 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

 

14/04/2019-09:00
Rosa Die Alcolea

Domingo de Ramos: El Papa bendice las palmas bajo el obelisco de San Pedro

(ZENIT – 14 abril 2019).- En la mañana del Domingo de Ramos, 14 de abril de 2019, el Pontífice Francisco ha presidido la celebración litúrgica en la plaza de San Pedro que ha dado comienzo a la Semana Santa.

A las 10 horas, el Santo Padre ha bendecido las palmas y los ramos de olivo bajo el obelisco que hay en medio de la gran plaza, y junto a los sacerdotes que concelebrándola la Eucaristía, se ha dirigido en procesión hacia el altar, colocado frente a la Basílica Vaticana.

 

Doble significado

Esta celebración especial del Domingo de Ramos tiene como fin unir dos cosas importantes. Por un lado, la realeza de Cristo, con su entrada triunfal en Jerusalén, y por otro lado, el anuncio de la Pasión.

En esta celebración, muy concretamente, hay en la primera parte una procesión donde con ramas, bendecidas por el Papa, recordamos ese momento glorioso del triunfo y de la entrada de Cristo en Jerusalén.

Después se lee la Pasión de Jesús completa, con el que se recuerda el paso de Cristo por este mundo, se recuerda el momento de dolor, de muerte, pero con la certeza en el triunfo y la certeza en la Resurrección.

 

Sentido de las palmas

Las palmas y los ramos no son un amuleto de buena suerte que ponemos en las casas. Son un signo de la participación alegre en la procesión, y expresión de la fe en Cristo, Mesías y Señor, que va a la muerte para la salvación de todos los hombres.

Este inicio de la Semana Santa simboliza la preparación para la unión con Cristo en estos momentos de dolor y de sufrimiento, invitando a un recogimiento y espíritu de oración, ayudo y penitencia, con la certeza de la Resurrección y del triunfo del Señor.

 

 

 

 

14/04/2019-15:20
Rosa Die Alcolea

Jornada Mundial de la Juventud: Francisco invita a los jóvenes a rezar el rosario por la paz en el mundo

(ZENIT – 14 abril 2019).- El Papa Francisco ha invitado a los jóvenes a rezar el rosario por la paz en el mundo, especialmente en Tierra Santa y en Oriente Medio, y les ha entregado coronas de rosario de madera de olivo hechos por cristianos en Belén, para la JMJ de Panamá (enero 2019) y para este día, dedicado a la 34ª Jornada de la Juventud en todas las diócesis del mundo.

Minutos antes de las 12 horas, al terminar la Eucaristía este Domingo de Ramos, el Papa Francisco ha rezado la oración mariana del Ángelus, en la plaza de San Pedro, con todos los fieles y
sacerdotes presentes.

Asimismo, el Santo Padre ha animado a los jóvenes a leer la Exhortación Apostólica Christus vivit, fruto del Sínodo, donde podrán encontrar "ideas fructíferas para su propia vida y su propio camino de crecimiento en la fe y en el servicio a sus hermanos", ha dicho.

Siguen las palabras íntegras del Santo Padre Francisco antes de rezar el Ángelus esta mañana:

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, saludo a todos los que han participado en esta celebración. Y a todos los que se han unido a nosotros a través de los diferentes medios de comunicación. Este saludo se extiende a todos los jóvenes que hoy, en torno a sus obispos, celebran la Jornada de la Juventud en todas las diócesis del mundo.

Queridos jóvenes, les invito a hacerla vuestra y a vivir en su cotidianidad las indicaciones de la reciente Exhortación Apostólica Christus vivit, fruto del Sínodo, en el que han participado también muchos de vuestros contemporáneos. En este texto, cada uno de ustedes puede encontrar ideas fructíferas para su propia vida y su propio camino de crecimiento en la fe y en el servicio a sus hermanos.

En el contexto de este domingo, he querido ofrecer a todos ustedes, reunidos aquí en la plaza de San Pedro, una corona especial de rosario. Estas coronas de madera de olivo fueron hechas en Tierra Santa específicamente para el Encuentro Mundial de los jóvenes en Panamá el mes de enero pasado y para el día de hoy.

Por eso renuevo a los jóvenes y a todos mi llamado a rezar el rosario por la paz, especialmente por la paz en Tierra Santa y en Oriente Medio. Y ahora volvamos a la Virgen María para que nos ayude a vivir bien la Semana Santa.

Angelus Domini...

 

 

 

14/04/2019-07:00
Isabel Orellana Vilches

San Damián de Molokai (Jozef van Veuster), 15 de abril

«Fue un ángel en el infierno. Abrasado de amor a Cristo, por quien quiso sufrir y ser despreciado, no dudó en entregar su vida junto a los leprosos de Molokai haciendo de aquél lugar, cuajado de desdichas, un pequeño remanso del cielo»

Ante su vida enmudecen las palabras. Porque este gran apóstol de la caridad, que no abandonó a sus queridos enfermos, murió como ellos dando un testimonio de entrega conmovedor. Vino al mundo en Tremeloo, Bélgica, el 3 de enero de 1840. Tenía manifiesta vocación para ser misionero.

En las manualidades infantiles incluía de forma predilecta la construcción de casas que recuerdan a las que ocupan los misioneros en la selva. Su hermana y él abandonaron el hogar paterno con el fin de hacerse ermitaños y vivir en oración. Para gozo de sus padres, la aventura terminó al ser descubiertos por unos campesinos.

Cuando tenía edad suficiente para trabajar, ayudó a paliar la maltrecha economía doméstica empleado en tareas de construcción y albañilería. También sabía cultivar las tierras. Era un campesino, y ese noble rasgo se apreciaba en su forma de actuar y de hablar.

Tenía por costumbre realizar la visita al Santísimo y un día, mientras se hallaba en su parroquia, escuchó el sermón de un redentorista que decía: «Los goces de este mundo pasan pronto... Lo que se sufre por Dios permanece para siempre... El alma que se eleva a Dios arrastra en pos de sí a otras almas... Morir por Dios es vivir verdaderamente y hacer vivir a los demás». En 1859 ingresó en la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María de Lovaina.

Admiraba a san Francisco Javier y le pedía: «Por favor, alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero como tú». La ocasión llegó al enfermar su hermano, el padre Pánfilo, religioso de la misma Orden, que estaba destinado a Hawai. Él iba a sustituirlo. A renglón seguido aquél sanó, favor que el santo agradeció a María en el santuario de Monteagudo. Ese día se despidió de sus padres a los que no volvería a ver.

Inició el viaje en 1863. Fue una travesía complicada. Tuvo que hacer de improvisado enfermero asistiendo a los que se indisponían. Entre todos los pasajeros se fijó especialmente en el capitán del barco. Éste reconoció que nunca se había confesado, asegurando que con él habría estado dispuesto a hacerlo. Damián no pudo atenderle porque no era sacerdote, pero años después lo haría en una situación dramática inolvidable.

Fue ordenado en Honolulu. Después, enviado a una pequeña isla de Hawai, su primera morada fue una modesta palmera. Allí construyó una humilde capilla que fue un remanso del cielo. Convirtió a casi todos los protestantes. Comenzó a asistir a los enfermos; les llevaba medicinas y consiguió devolver la salud a muchos. En esa primera misión advirtió la presencia de la lepra, una enfermedad considerada maldita, una de cuyas consecuencias era el destierro.

Los enfermos del lugar eran deportados a Molokai donde permanecían completamente abandonados a su suerte. Sus vidas, mientras duraban, también iban carcomiéndose en medio de la podredumbre de las miserias y pecados. Enterado Damián de la existencia de ese gulag en el que yacían desasistidas tantas criaturas, rogó a su obispo monseñor Maigret que le autorizase a convivir con ellos. El prelado, aún estremecido por la petición, se lo permitió. Damián no era un irresponsable. Sabía de sobra a lo que se enfrentaba, y dejó clara la intención que le guiaba: «Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo».

Llegó a Molokai en 1873. Le recibió un enjambre de rostros mutilados. El lugar, calificado como un «verdadero infierno», estaba maniatado por desórdenes y vicios diversos, droga para asfixia de su desesperación. Le acogieron con alegría. Con él un rayo de esperanza atravesó de parte a parte la isla. No hubo nada que pudiera hacer, y que dejara al arbitrio. Lo tenía pensado todo. Puso en marcha diversas actividades laborales y lúdicas. Incluso creó una banda de música.

Con su presencia desaparecieron los enfermos abandonados. A todos los atendía con paciencia y cariño; les enseñaba reglas de higiene y consiguió que el lugar, dentro de todo, fuese habitable. A la par enviaba cartas pidiendo ayuda económica, que iba llegando junto con alimentos y medicinas. Era sepulturero, carpintero de los ataúdes y fabricante de las cruces que recordaban a los fallecidos.

Además, hacía frente a los temporales reconstruyendo las cabañas destruidas. El trato con los enfermos era tan natural que les saludaba dándoles la mano, comía en sus recipientes y fumaba en la pipa que le tendían. Iba llevando a todos a Dios.

Las autoridades le prohibieron salir de la isla y tratar con los pasajeros de los barcos para evitar un contagio. Llevaba años sin confesarse y lo hizo en una lancha manifestando sus faltas a voz en grito al sacerdote que viajaba en el barco contenedor de las provisiones para los leprosos. Fue la única y la última confesión que hizo desde la isla.

Un día se percató de que no tenía sensibilidad en los pies. Era el signo de que había contraído la lepra. Escribió al obispo: «Pronto estaré completamente desfigurado. No tengo ninguna duda sobre la naturaleza de mi enfermedad. Estoy sereno y feliz en medio de mi gente». Extrajo su fuerza de la oración y la Eucaristía: «Si yo no encontrase a Jesús en la Eucaristía, mi vida sería insoportable». Ante el crucifijo, rogó: «Señor, por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me irá carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo».

Cuando la enfermedad se había extendido prácticamente por todo su cuerpo, llegó un barco al frente del cual iba el capitán que lo condujo a Hawai. Quería confesarse con él. Al final de su vida fue calumniado y criticado por cercanos y lejanos. Él suplicaba: «¡Señor, sufrir aún más por vuestro amor y ser aún más despreciado!».

Murió el 15 de abril de 1889. Dejaba a sus enfermos en manos de Marianne Cope. Juan Pablo II lo beatificó el 4 de junio de 1995. Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.