Servicio diario - 20 de abril de 2019


 

Papa Francisco: "A Jesús no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida"
Rosa Die Alcolea

Vigilia Pascual: Ocho adultos bautizados por el Papa Francisco
Rosa Die Alcolea

San Conrado (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham, 21 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

20/04/2019-20:30
Rosa Die Alcolea

Papa Francisco: "A Jesús no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida"

(ZENIT – 20 abril 2019).- “Es esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se tiene una fe de museo, no la fe de pascua”, ha predicado el Papa Francisco en la homilía de la Vigilia Pascual, en el Basílica de San Pedro. “Jesús no es un personaje del pasado, es una persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida”.

En la noche del Sábado Santo al Domingo de Resurrección, el Santo Padre ha presidido la celebración de la Vigilia Pascual, a partir de las 20:30 horas, este 20 de abril de 2019, en la Basílica Vaticana.

“Esta noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama?”, ha reflexionado el Pontífice, apelando a cada uno a la conversión.

Hoy, en la víspera del Domingo de la Resurrección de Cristo, “descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no termina delante de una piedra funeraria”, y ha citado la frase que sacude a las mujeres ante el sepulcro que y cambia la historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».

 

“Psicología del sepulcro”

“A menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza“, ha prevenido Francisco.

“Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida”. Y ha insistido en la pregunta: “Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”, que ha ido repitiendo a lo largo de su reflexión.

El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos (cf. Mt22,32). ¡No enterréis la esperanza!”, ha dicho.

 

Piedra del pecado

Así, Francisco también ha advertido sobre otra piedra: la del “pecado”, y ha meditado: “El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte”. Así, ha exhortado: “¿Por qué no pones a Jesús, luz verdadera, por encima de los destellos brillantes del dinero, de la carrera, del orgullo y del placer? ¿Por qué no le dices a las vanidades mundanas que no vives para ellas, sino para el Señor de la vida?”.

Dios nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada uno de nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación, corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla.

Publicamos a continuación el texto de la homilía que pronunció el Papa durante la Vigilia de Pascua, después de la proclamación del Santo Evangelio:

RD

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Homilía del Papa Francisco

1. Las mujeres llevan los aromas a la tumba, pero temen que el viaje sea en balde, porque una gran piedra sella la entrada al sepulcro. El camino de aquellas mujeres es también nuestro camino; se asemeja al camino de la salvación que hemos recorrido esta noche. Da la impresión de que todo en él acabe estrellándose contra una piedra: la belleza de la creación contra el drama del pecado; la liberación de la esclavitud contra la infidelidad a la Alianza; las promesas de los profetas contra la triste indiferencia del pueblo. Ocurre lo mismo en la historia de la Iglesia y en la de cada uno de nosotros: parece que el camino que se recorre nunca llega a la meta. De esta manera se puede ir deslizando la idea de que la frustración de la esperanza es la oscura ley de la vida.

Hoy, sin embargo, descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no termina delante de una piedra funeraria. Una frase sacude a las mujeres y cambia la historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc24,5); ¿por qué pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover vuestras piedras? ¿Por qué os entregáis a la resignación y al fracaso? La Pascua es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la «piedra viva» (cf. 1 P2,4): Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo, para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama?

A menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza. Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos (cf. Mt22,32). ¡No enterréis la esperanza!

Hay una segunda piedra que a menudo sella el corazón: la piedra del pecado. El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte. El pecado es buscar la vida entre los muertos, el sentido de la vida en las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¿Por qué no te decides a dejar ese pecado que,como una piedra en la entrada del corazón, impide que la luz divina entre? ¿Por qué no pones a Jesús, luz verdadera (cf. Jn1,9), por encima de los destellos brillantes del dinero, de la carrera, del orgullo y del placer? ¿Por qué no le dices a las vanidades mundanas que no vives para ellas, sino para el Señor de la vida?

2. Volvamos a las mujeres que van al sepulcro de Jesús. Ante la piedra removida, se quedan asombradas; viendo a los ángeles, dice el Evangelio, quedaron «despavoridas» y con «las caras mirando al suelo» (Lc24,5). No tienen el valor de levantar la mirada. Cuántas veces nos sucede también a nosotros: preferimos permanecer encogidos en nuestros límites, encerrados en nuestros miedos. Es extraño: ¿por qué lo hacemos? Porque a menudo, en la situación de clausura y de tristeza nosotros somos los protagonistas, porque es más fácil quedarnos solos en las habitaciones oscuras del corazón que abrirnos al Señor. Y sin embargo solo él eleva. Una poetisa escribió: «Ignoramos nuestra verdadera estatura, hasta que nos ponemos en pie» (E. DICKINSON, We neverknow how high we are). El Señor nos llama a alzarnos, a levantarnos de nuevo con su Palabra, amirar hacia arriba y a creer que estamos hechos para el Cielo, no para la tierra; para las alturas de la vida, no para las bajezas de la muerte: ¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?

Dios nos pide que miremos la vida como Él la mira, que siempre ve en cada uno de nosotros un núcleo de belleza imborrable. En el pecado, él ve hijos que hay que elevar de nuevo; en la muerte, hermanos para resucitar; en la desolación, corazones para consolar. No tengas miedo, por tanto: el Señor ama tu vida, incluso cuando tienes miedo de mirarla y vivirla. En Pascua te muestra cuánto te ama: hasta el punto de atravesarla toda, de experimentar la angustia, el abandono, la muerte y los infiernos para salir victorioso y decirte: “No estás solo, confía en mí”. Jesús es un especialista en transformar nuestras muertes en vida, nuestros lutos en danzas (cf. Sal30,12); con Él también nosotros podemos cumplir la Pascua, es decir el paso: el paso de la cerrazón a la comunión, de la desolación al consuelo, del miedo a la confianza. No nos quedemos mirando el suelo con miedo, miremos a Jesús resucitado: su mirada nos infunde esperanza, porque nos dice que siempre somos amados y que, a pesar de todos los desastres que podemos hacer, su amor no cambia. Esta es la certeza no negociable de la vida: su amor no cambia. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde miro? ¿Contemplo ambientes sepulcrales o busco al que Vive?

3. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Las mujeres escuchan la llamada de losángeles, que añaden: «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea» (Lc24,6). Esas mujeres habían olvidado la esperanza porque no recordaban las palabras de Jesús, su llamada acaecida en Galilea. Perdida la memoria viva de Jesús, se quedan mirando el sepulcro. La fe necesita ir de nuevo a Galilea, reavivar el primer amor con Jesús, su llamada: recordarlo, es decir, literalmente volver a Él con el corazón. Es esencial volver a un amor vivo con el Señor, de lo contrario se tiene una fe de museo, no la fe de pascua. Pero Jesús no es un personaje del pasado, es una persona que vive hoy; no se le conoce en los libros de historia, se le encuentra en la vida. Recordemos hoy cuando Jesús nos llamó, cuando venció nuestra oscuridad, nuestra resistencia, nuestros pecados, cómo tocó nuestros corazones con su Palabra.

Las mujeres, recordando a Jesús, abandonan el sepulcro. La Pascua nos enseña que el creyente se detiene por poco tiempo en el cementerio, porque está llamado a caminar al encuentro del que Vive. Preguntémonos: en la vida, ¿hacia dónde camino? A veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros problemas, que nunca faltan, y acudimos al Señor solo para que nos ayude. Pero entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades. Y es siempre un buscar entre los muertos al que vive. Cuántas veces también, luego de habernos encontrado con el Señor, volvemos entre los muertos, vagando dentro de nosotros mismos para desenterrar arrepentimientos, remordimientos, heridas e insatisfacciones, sin dejar que el Resucitado nos transforme. Queridos hermanos y hermanas, démosle al que Vive el lugar central en la vida. Pidamos la gracia de no dejarnos llevar por la corriente, por el mar de los problemas; de no ir a golpearnos con las piedras del pecado y los escollos de la desconfianza y el miedo. Busquémoslo a Él, en todo y por encima de todo. Con Él resurgiremos.

 

© Librería Editorial Vaticano

© Fotografías: Zenit/María Langarica

 

 

 

 

20/04/2019-21:00
Rosa Die Alcolea

Vigilia Pascual: Ocho adultos bautizados por el Papa Francisco

(ZENIT – 20 abril 2019).- El Papa Francisco ha presidido la celebración de la Vigilia Pascual, desde las 20:30 horas del sábado, 20 de abril de 2019, hasta las 22:50 horas, aproximadamente, en la Basílica del Vaticano, acompañado de los cardenales, obispos, sacerdotes, diáconos y pueblo de Dios.

La Vigilia Pascual se compone de 3 partes litúrgicas: La bendición del fuego nuevo y el prendimiento del cirio pascual, así como de todas las luces, como símbolo de la "luz de Cristo", la Liturgia de la Palabra, y la Liturgia Bautismal, que continúa con la Liturgia Eucarística.

 

Fuego nuevo

El Rito ha comenzado en el atrio de la Basílica de San Pedro con la bendición del fuego y la preparación de la vela de Pascua. “Lumen Christi! Deo gratias!”. Una vez bendecido el fuego, el Papa graba en el cirio pascual la cruz cristiana con el alpha y omega, y señala el número 2019, año en curso, para luego encenderlo.

En oscuridad, a la luz del Cirio de Pascua y con las luces de las velas que se iban encendiendo poco a poco de este fuego, el Papa y los cardenales, obispos y sacerdotes han entrado en la Basílica Vaticana en procesión hacia el Altar,  y el canto del Exultet. Al ingresar en el templo, se anuncia 3 veces la luz Pascual del “fuego nuevo”.

 

Liturgia de la Palabra

Colocado el cirio pascual delante del altar, ha dado inicio la 2ª parte de la Vigilia: la liturgia de la Palabra. Un joven ha leído en francés la primera lectura del Libro del Génesis 1, 1. 26-31. A continuación se ha proclamado la lectura del Salmo responsorial Ps 103: “Tu aliento, Señor, se renovará la faz de la tierra”.

La segunda lectura, del libro del Éxodo 14, 15 – 15, 1, la ha realizado un chico en español, y luego se ha cantado el Salmo en latín Ex 15, 1-6. Tras la oración del Santo Padre, la lectura del profeta Isaías 54, 5-14, ha sido pronunciada por un joven sacerdote asiático en inglés.

Después se ha leído el Salmo 29, se han leído la Carta de san Pablo a los Romanos 6, 3-11, y el Salmo Ps 117, y se ha proclamado el Evangelio según San Lucas, 24, 1-12, que ha seguido con la homilía del Santo Padre.

 

8 nuevos bautizados

El Papa administrado los sacramentos de la iniciación cristiana a 8 neófitos de Italia, Albania, Ecuador, Indonesia y Perú. Estas personas, todas adultas, han sido bautizados por el Pontífice, en la pila bautismal. Momentos después, para la Confirmación, han sido ungidos por el Santo Padre con el crisma, bendecido el pasado Jueves Santo en la Misa Crismal. Y por último, han recibido por primera vez la Comunión.

 

© Fotografías: Zenit/María Langarica

 

 

 

 

20/04/2019-07:00
Isabel Orellana Vilches

San Conrado (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham, 21 de abril

«El santo portero de Altótting. Ejemplo de caridad y piedad en la vida ordinaria de un capuchino que desde niño aborrecía el pecado y que alcanzó la gloria ejercitando su humilde misión durante más de cuarenta años»

El testimonio de vida de este humilde capuchino nuevamente pone de relieve que la santidad se alcanza en cualquier misión por sencilla que sea. El dintel del convento y la campanilla que avisaba de la presencia de alguien era el escenario cotidiano de Conrado. Ante todo recién llegado al claustro de la ciudad bávara de Altótting con su cálida sonrisa y sencillez dibujaba seductoras expectativas aventurando las bendiciones que podían derramarse sobre ellos en el religioso recinto. Para un santo las contrariedades son vehículos de insólita potencia que le conducen a la unión con la Santísima Trinidad. Él sobrenaturalizó lo ordinario en circunstancias hostiles. Y conquistó la santidad. No hicieron falta levitaciones, milagros, ni hechos extraordinarios, sino el escrupuloso cumplimiento diario de su labor realizada por amor a Cristo. En la portería que tuvo a su cargo durante más de cuatro décadas no olvidó que franqueaba el acceso a su divino Hermano, especialmente cuando los pobres llegaban a él y les atendía con ejemplar caridad. Con virtudes como la amabilidad, caridad y paciencia, fruto de su recogimiento, forjaba su eterna corona en el cielo, aunque ni sus propios hermanos de comunidad podían sospecharlo.

Nació en Venushof, Parzham, Alemania, el 22 de diciembre de 1818 en el seno de una acomodada familia de labradores que tuvieron diez hijos, de los cuales fue el penúltimo. Estos generosos progenitores, con sus prácticas piadosas diarias realizadas en familia, le enseñaron a amar a Cristo, a María y a conocer la Biblia. No era extraño que con ese caldo de cultivo siendo niño le agradase tanto orar y sentirse feliz al hablar de Dios. Su madre advertía en el pequeño una chispa especial cuando narraban las historias sagradas, y le preguntaba: «Juan, ¿quieres amar a Dios?».La respuesta no se hacía esperar: «Mamá, enséñeme usted cómo debo amarle con todas mis fuerzas». Creció aborreciendo las blasfemias y el pecado. Poco a poco se vislumbraba su amor por la oración. A esta edad fue manifiesta su inclinación por el espíritu franciscano. A los 14 años perdió a sus padres y se convirtió en punto de referencia para sus hermanos. Todos siguieron ejercitando las prácticas que ellos les enseñaron. Juan, en particular, aprovechaba la noche para rezar y realizar penitencias que muchas veces solían durar hasta el alba.

En 1837 inició su formación con los benedictinos de Metten, Deggendorf. Pero se ve que lo suyo no era el estudio. En una visita que efectuó al santuario de Altótting tuvo la impresión de que María le invitaba a quedarse allí. Sin embargo, en 1841 se vinculó a la Orden Tercera de Penitencia (Orden franciscana seglar). Dios le puso otras cotas que no supo interpretar y las expuso a un confesor después de haber orado ante la Virgen de Altótting. El sacerdote le dijo: «Dios te quiere capuchino».Repartió sus cuantiosos bienes entre los pobres y la parroquia para ingresar en el convento de Laufen en 1851. Tenía 33 años. Allí tomo el nombre de Conrado.

Su noviciado estuvo plagado de pruebas y públicas humillaciones que, pese a ser de indudable dureza, aún le parecían nimias para lo que juzgaba merecía: «¿Qué pensabas?—se decía—, ¿creías que ibas a recibir caricias como los niños?». En esos días escribió esta nota: «Adquiriré la costumbre de estar siempre en la presencia de Dios. Observaré riguroso silencio en cuanto me sea posible. Así me preservaré de muchos defectos, para entretenerme mejor en coloquios con mi Dios». Tras la profesión fue destinado a la portería del convento de Santa Ana de Altótting, noticia que le llenó de alegría. Era un lugar donde la afluencia de peregrinos exigía la atención de una persona exquisita como él. En aquel pequeño reducto se santificó durante cuarenta y tres años, viviendo el recogimiento en medio de la algarabía creada por el constante ajetreo de los peregrinos. «Estoy siempre feliz y contento en Dios. Acojo con gratitud todo lo que viene del amado Padre celestial, bien sean penas o alegrías. Él conoce muy bien lo que es mejor para nosotros [4 Me esfuerzo en amarlo mucho. ¡Ah!, este es muy frecuentemente mi único desasosiego, que yo lo ame tan poco. Sí, quisiera ser precisamente un serafín de amor, quisiera invitar a todas las criaturas a que me ayuden a amar a mi Dios».

Un día advirtió una celdilla casi oculta debajo de la escalera. Tenía una pequeña ventana que daba a la Iglesia. Y su corazón palpitó de gozo: ¡desde allí podía ver el Sagrario! Era un lugar oscuro y reducido. A fuerza de insistencia consiguió que le dejaran habitarla y en esa morada siguió cultivando su amor a Cristo crucificado y a María. Ayudaba a la sacristía y en las primeras misas oficiadas en el santuario. Sus superiores le autorizaron a comulgar diariamente, algo excepcional en esa época. Nadie le oyó quejarse ni lamentarse. Trataba con auténtica caridad a todos, especialmente a las personas que intentaban incomodarle y socavar su admirable y heroica paciencia. Nunca perdió la mansedumbre. «La Cruz es mi libro, una mirada a ella me enseña cómo debo actuar en cada circunstancia». Fue un gran apóstol en la portería, el hombre del silencio evangélico: «Esforcémonos mucho en llevar una vida verdaderamente íntima y escondida en Dios, porque es algo muy hermoso detenerse con el buen Dios: si nosotros estamos verdaderamente recogidos, nada nos será obstáculo, incluso en medio de las ocupaciones que nuestra vocación conlleva; y amaremos mucho el silencio porque un alma que habla mucho no llegará jamás a una vida verdaderamente interior».

Logró convertir a personas de baja calaña, hombres y mujeres, que después se entregaron a Dios en la vida religiosa. En sus apuntes espirituales se lee: «Mi vida consiste en amar y padecer [4 El amor no conoce límites». Sintiéndose morir, tocó la puerta del padre guardián diciéndole: «Padre, ya no puedo más». Tres días más tarde, el 21 de abril de 1894, falleció. Pío XI lo beatificó el 15 de junio de 1930, y lo canonizó el 20 de mayo de 1934.