Servicio diario - 25 de agosto de 2019


 

Papa Francisco: "El amor es exigente siempre, requiere compromiso"
Rosa Die Alcolea

Llamamiento del Papa por el Amazonas, "pulmón vital" para el planeta
Rosa Die Alcolea

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, 26 de agosto
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

25/08/2019-11:59
Rosa Die Alcolea

Papa Francisco: "El amor es exigente siempre, requiere compromiso"

(ZENIT — 25 agosto 2019).- "Para salvarse, es necesario amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una 'puerta estrecha' porque es exigente, el amor es exigente siempre, requiere compromiso, es decir, 'esfuerzo', es decir, la voluntad firme y decisiva para vivir según el Evangelio", ha indicado el Papa Francisco.

El Santo Padre ha rezado el Ángelus este domingo, 25 de agosto de 2019, desde el balcón del Palacio Apostólico, dirigido a los visitantes y peregrinos que se encontraban en la plaza de San Pedro. Como de costumbre, el Pontífice ha comentado el Evangelio antes de rezar la oración.

En el Evangelio de hoy, XXI Domingo Ordinario, Jesús habla de quién se va a salvar y lo hace por medio de la parábola de la puerta estrecha por la que entrarán personas de toda la tierra, mientras que otros que se tenían por salvados quedarán excluidos.

"El Señor nos reconocerá, no por nuestros títulos", ha asegurado Francisco. "El Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde y buena, una vida de fe que se traduce en las obras". Así, el Papa ha exhortado en el rezo del Ángelus a un "esfuerzo de todos los días, de cada día, para amar a Dios y al prójimo".

Jesús no quiere engañarnos, diciendo: "Sí, estad tranquilos, es fácil, hay una bonita autopista y una gran puerta en la parte inferior...". "No nos dice eso. Nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el pasaje es estrecho", ha aclarado el Papa.

A continuación, ofrecemos las palabras del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus, este domingo, 25 de agosto de 2019.

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Palabras del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Lc 13, 22-30) nos presenta a Jesús, que pasa enseñando por ciudades y pueblos, en su camino hacia Jerusalén, donde sabe que debe morir en la cruz por la salvación de todos nosotros. En este contexto, se inserta la pregunta de tal persona, que se vuelve hacia él y le dice: "Señor, ¿son pocos los que son se salvan?" (v. 23).

La cuestión era debatida en aquel tiempo —cuantos se salvan, cuantos no...— y había diferentes maneras de interpretar las Escrituras al respecto, dependiendo de los textos que tomaran. Pero Jesús invierte la pregunta, —que se centra más en la cantidad, "¿son pocos?"— y en cambio, coloca la respuesta en el plano de la responsabilidad, invitándonos a hacer buen uso del tiempo presente. En efecto dice: Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque muchos intentarán entrar pero no lo conseguirán.

Con estas palabras, Jesús deja claro que no se trata de una cuestión de número, ¡no hay un "número cerrado" en el Paraíso! Se trata de cruzar el pasaje derecho ahora mismo, y este pasaje derecho es para todos, pero es estrecho. Ese es el problema. Jesús no quiere engañarnos, diciendo: "Sí, estad tranquilos, es fácil, hay una bonita autopista y una gran puerta en la parte inferior...". No nos dice eso. Nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el pasaje es estrecho.

¿En qué sentido? En el sentido de que para salvarse, es necesario amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una "puerta estrecha" porque es exigente, el amor es exigente siempre, requiere compromiso, es decir, "esfuerzo", es decir, la voluntad firme y decisiva para vivir según el Evangelio. San Pablo lo llama "la buena batalla de la fe" (1 Tim 6, 12). Se necesita el esfuerzo de todos los días, de cada día, para amar a Dios y al prójimo.

Y, para explicarse mejor, Jesús narra una parábola. Hay un casero que representa al Señor. Su casa simboliza la vida eterna, es decir, la salvación. Y aquí vuelve la imagen de la puerta. Jesús dice: "Cuando el casero se levante y cierre la puerta, vosotros, que os habéis quedado fuera, empezaran a llamar a la puerta diciendo: "Señor, ábrenos". Pero él les contestará: "No sé de dónde son". (v. 25). Estas personas tratarán de hacerse reconocer, recordando al casero: "Comí contigo, bebí contigo... Escuché tus consejos, tus enseñanzas en público...". (ver v. 26); "Yo estaba allí cuando diste esa conferencia...". Pero el señor repetirá que no los conoce, y los llama "operadores de injusticia". ¡Ese es el problema! El Señor nos reconocerá, no por nuestros títulos — "Pero mira, Señor, que yo pertenecía a esa asociación, que era amigo del monseñor, del cardenal, del sacerdote...". No, los títulos no cuentan, no cuentan. El Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde y buena, una vida de fe que se traduce en las obras.

Para nosotros, los cristianos, esto significa que estamos llamados a instaurar una verdadera comunión con Jesús, orando, yendo a la Iglesia, acercándonos a los sacramentos, y alimentándonos con su Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra esperanza y reaviva la caridad y así con la gracia de Dios podemos y debemos gastar nuestra vida por el bien de nuestros hermanos, luchando contra toda forma de mal y de injusticia.

Que la Virgen María nos ayude. Ella pasó por la puerta estrecha, que es Jesús. Lo acogió con todo su corazón y lo siguió todos los días de su vida, aun cuando ella no comprendía, incluso cuando una espada atravesaba su alma. Por eso la invocamos como "Puerta del Cielo": María, Puerta del Cielo; una puerta que sigue exactamente la forma de Jesús: la puerta del corazón de Dios, corazón exigente, pero abierto a todos nosotros.

 

 

 

25/08/2019-12:20
Rosa Die Alcolea

Llamamiento del Papa por el Amazonas, "pulmón vital" para el planeta

(ZENIT — 25 agosto 2019).- "Estamos todos preocupados por los grandes incendios que se han desarrollado en el Amazonas. Recemos para que, con el compromiso de todos, sean domados lo antes posible. Ese pulmón de bosque es vital para nuestro planeta", ha pedido el Papa Francisco después de rezar el Ángelus este domingo, 25 de agosto de 2019.

Asimismo, el Santo Padre ha dirigido unas palabras a los seminaristas recién llegados al Pontificio Colegio Norteamericano, exhortándolos "a un compromiso espiritual y a la fidelidad a Cristo, al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia". Les ha dicho: "Sin construir sobre estas columnas, será imposible edificar su vocación".

Siguen las palabras textuales del Pontífice, tras la oración mariana del Ángelus, este XXI Domingo Ordinario.

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Queridos hermanos y hermanas:

Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos.

Saludo en particular a la comunidad del Pontificio Colegio Norteamericano, especialmente a los nuevos seminaristas recién llegados. Queridos seminaristas, los exhorto a un compromiso espiritual y a la fidelidad a Cristo, al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia. Sin construir sobre estas columnas, será imposible edificar su vocación. Saludo a los jóvenes de Acción Católica de la diócesis de Bolonia; a los jóvenes de la Unidad Pastoral de Rovato, diócesis de Brescia; y a los de Ponte Nossa, en la diócesis de Bérgamo.

Estamos todos preocupados por los grandes incendios que se han desarrollado en el Amazonas. Recemos para que, con el compromiso de todos puedan ser domados lo antes posible. Ese pulmón de bosque es vital para nuestro planeta.

Veo que hay algunos de mis compatriotas argentinos, ¡los saludo bien!

Les deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, no olvides rezar por mí. Que tengas un buen almuerzo y hasta la vista.

 

 

 

25/08/2019-07:00
Isabel Orellana Vilches

Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, 26 de agosto

«Fundadora del Instituto de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Patrona de la ancianidad. Se dejó guiar por esta convicción: Dios en el corazón, la eternidad en el pensamiento, el mundo bajo los pies»

«Cuiden con interés y esmero a los ancianos; ténganse mucha caridad y observen fielmente las Constituciones: en esto está nuestra santificación». Eran palabras testamentarias de la fundadora a punto de exhalar su último suspiro, dejando que manase de sus labios lo que de forma tan abundante pervivía en su corazón: su amor a Cristo, y en Él a los se hallan en el ocaso de la vida faltos tantas veces de la gratitud y del cariño de aquellos por los que desvivieron, o tal vez despojados de sus bienes y maltratados como un objeto inservible. Teresa tuvo la fortuna de nacer en una familia profundamente arraigada en la fe, que dio, antes de nacer ella y proporcionaría después, nuevos miembros consagrados a la Iglesia. Creció con una sensibilidad particular hacia los desamparados.

Vino al mundo en Aytona, Lérida, España, el 9 de enero de 1843. Fue la primogénita de cuatro hermanos. Si la infancia acostumbra a dejar una huella imborrable para el resto de la existencia, la suya tuvo el signo del desprendimiento, de solícita atención hacia los pobres a quienes no dudó en sentar a su mesa compartiendo con ellos las viandas. Tenía gran fuerza de voluntad, era inteligente, responsable, sencilla, equilibrada, y trabajadora. Estudió magisterio en Lérida influida por dos familiares: el insigne padre Francisco Palau, tío abuelo suyo, un carmelita descalzo exclaustrado por influjo de la intolerancia política, y su tía Rosa. Luego Teresa pasó un tiempo en Fraga. Con el título de maestra ejerció la docencia en la localidad barcelonesa de Argensola, donde la acompañó su hermana María. En ese tiempo la gente supo de su buen hacer profesional y de su piedad.

Palau pensó en ella para que formase parte del Instituto que estaba fundando con una vertiente dedicada a la enseñanza. Y, de hecho, colaboró dando clases en escuelas abiertas por él. Esta misión no cumplía sus expectativas, aunque se sentía llamada a la consagración. Por eso, en 1868 ingresó en el monasterio de clarisas de Briviesca, Burgos; su hermana Josefa se decantó por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul uniéndose a ellas en Lérida. Debido a la grave situación ideológica que afectó a la Iglesia, las religiosas no podían emitir votos. En un compás de espera, confiando que las aguas volvieran a su cauce, Teresa enfermó en 1870, y a requerimiento de sus superiores, que temían el contagio, tuvo que abandonar el convento. Siguiendo las sugerencias del padre Palau aún se vinculó a las terciarias carmelitas, pero no veía que fuese su camino. Así que en otro intento de ayudarla, el carmelita la nombró visitadora de los centros que ponía en marcha para la Península y Baleares. Teresa continuó dando lo mejor de sí, sin establecer un compromiso religioso, hasta que en 1872 falleció el padre Palau.

Vuelta a Aytona latía en su corazón el interrogante que muchas veces pende sobre la mente de quienes se disponen a entregar su vida a Dios: ¿qué debía hacer? Lo ignoraba. La Providencia puso en su camino al sacerdote Pedro Llacera, de Barbastro, Huesca, que estimaba al padre Palau. Él puso en antecedentes a la santa del afán apostólico en pro de los ancianos abandonados que alentaba otro presbítero, el padre Saturnino López Novoa, maestro de capilla de la catedral de Huesca. Teresa se unió a él pasando a formar parte del pequeño grupo que abanderaba la naciente fundación surgida el 3 de octubre de 1872. Al fin y al cabo había sido el signo de su vida; los pobres siempre hallaron en su casa paterna limosna y afecto, y ella se había ocupado de salir por las calles en busca de los mendigos para socorrerlos.

Su hermana María y otra amiga común, a las que convenció de la bondad de la entrega en esta obra, le siguieron en este camino. Teresa primeramente fue designada superiora con carácter provisional, y comenzó su fecunda andadura en el edificio conocido como «Pueyo», hasta que la fundación se estableció en Valencia, en un lugar cercano al santuario de la Virgen de los Desamparados bajo cuya tutela puso a todas las casas que se fueron abriendo. En 1874 enfermó de gravedad. No fue la única ocasión. Hubo otras en las que incluso se vio acechada por la muerte, pero siguió en pie recibiendo de vez en cuando tratamientos en balnearios, mientras extendía las ramas de la fundación.

En 1875 el arzobispo Barrio Fernández la confirmó como directora general. Su sucesor monseñor Antolín Monescillo la mantuvo en la misión. En 1887 fue elegida superiora general del nuevo Instituto, renovándose su mandato en 1896 por un periodo de nueve años que ya no pudo concluir. Pero en el cuarto de siglo que estuvo al frente de la obra dejó la impronta de su sencillez, alegría y humildad, así como de su gozosa capacidad de entrega, abnegación y sacrificio. Tomando como punto de referencia lo que sucede en el seno de una familia, no quiso que las llamasen «Madres», sino «Hermanitas», prestas a asistir y a desvelarse para dar respuesta a las necesidades y deseos de los auténticos reyes de la casa, de los «hermanos mayores»: los ancianos. Junto a ellos permaneció durante el asedio y bombardeo de Valencia, época en la que vivieron de la limosna, refugiadas en Alboraya, pero siempre junto a sus queridos ancianos que trasladaron en destartaladas carretas. «Dios en el corazón, la eternidad en el pensamiento, el mundo bajo los pies», dijo a sus hijas. Las formó a conciencia, sosteniendo los pilares de la auténtica consagración, hablando con claridad: « Fervorosas, sí, pero no de las que dejan el trabajo a las demás».

Antes de morir en Liria el 26 de agosto de 1897, consumida por dolorosa enfermedad, esta caritativa mujer había advertido que no quería canonizaciones por el gasto que conlleva el proceso. Pero la Providencia tiene sus caminos, y Teresa fue canonizada por Pablo VI el 27 de enero de 1974.