Servicio diario - 15 de septiembre de 2019


 

Ángelus: "Vencer al mal acogiendo el perdón de Dios"
Raquel Anillo

Rusia y Ucrania: El Papa saluda el intercambio de prisioneros
Anne Kurian

Ángelus: Saludo del Papa a los peregrinos y a los recién proclamados beatos
Raquel Anillo

San Juan Macías, 16 de septiembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

15/09/2019-11:49
Raquel Anillo

Ángelus: "Vencer al mal acogiendo el perdón de Dios"

(ZENIT — 15 septiembre 2019).- A las 12 del mediodía de hoy, el Santo Padre Francisco se asoma a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos reunidos en la Plaza San Pedro en este 24° domingo del Tiempo Ordinario.

Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:

 

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (Lc 15, 1-32) comienza con algunos que critican a Jesús, viéndolo en compañía de publicanos y pecadores, y dicen con desprecio: "Él acoge a los pecadores y come con ellos" (v.2). Esta frase se revela en realidad como un anuncio maravilloso. Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Esto es lo que sucede con nosotros, en cada Misa, en cada iglesia: Jesús se alegra de acogernos en su mesa donde se ofrece así mismo por nosotros. Es la frase que podríamos escribir en las puertas de la nuestras iglesias: "Aquí Jesús acoge a los pecadores y los invita a su mesa". Y el Señor, respondiendo a aquellos que lo criticaban, cuenta tres maravillosas parábolas, que muestran su predilección por los que se sienten lejos de Él.

Hoy sería lindo que cada uno de ustedes tomara el Evangelio, el Evangelio de Lucas, capítulo 15, y leyera las tres parábolas. Son estupendas.

En la primera parábola dice: "¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja a las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada hasta que la encuentra?" (v. 4) ¿Quién de ustedes? Una persona con sentido común no hace dos cálculos y sacrifica uno para mantener las noventa y nueve. Dios, en cambio, no se resigna, a Él le importas tú, que todavía no conoces la belleza de su amor, tú que todavía no has acogido a Jesús en el centro de tu vida, tú que no logras superar tu pecado, tú que quizás por las cosas malas que han acaecido en tu vida, no crees en el amor.

En la segunda parábola, tú eres esa pequeña moneda que el Señor no se resigna a perder y busca sin cesar: quiere decirte que eres precioso a sus ojos, que eres único. Nadie puede sustituirte en el corazón de Dios. Tienes un lugar, eres tú, nadie puede sustituirte; y tampoco a mí, nadie puede sustituirme en el corazón de Dios.

Y en la tercera parábola Dios es padre que espera el regreso del hijo pródigo: Dios siempre nos espera, no se cansa, no se desanima. Porque somos nosotros, cada uno de nosotros, ese hijo en sus brazos de nuevo, esa moneda encontrada de nuevo, esa oveja acariciada y puesta sobre los hombros. Él espera cada día que nos demos cuenta de su amor. Si tú dices: "Pero yo me he equivocado demasiado!" No tengas miedo: Dios te ama, te ama como eres y sabe que sólo su amor puede cambiar tu vida.

Pero este amor infinito de Dios por nosotros pecadores, que es el corazón del Evangelio, puede ser rechazado. Eso es lo que hace el hijo mayor de la parábola. No entiende la parábola y tiene en mente más a un dueño que a un padre. Es un riesgo para nosotros también: creer en un dios que es más riguroso que misericordioso, un dios que derrota al mal con poder en vez de con perdón. No es así, Dios salva con el amor, no con la fuerza; proponiéndose, no imponiéndose. Pero el hijo mayor, que no acepta la misericordia de su padre, se encierra, comete un error peor: se presume justo, se presume traicionado y juzga todo en base de su pensamiento de justicia. Así se enoja con el hermano y reprocha al padre: "Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, haces matar para él el ternero engordado" (cf. v. 30).

"Este hijo tuyo": no lo llama hermano, sino tu hijo. Se siente hijo único. También nosotros nos equivocamos cuando nos creemos justos, cuando pensamos que los malos son los otros. No nos creamos buenos porque solos, sin la ayuda de Dios, que es bueno, no sabemos vencer el mal. Hoy no se olviden, tomen el Evangelio y lean las tres parábolas de Lucas, capítulo 15. Les hará bien, será salud para ustedes.

¿Cómo se hace para vencer el mal? Acogiendo el perdón de Dios, acogiendo el perdón de los hermanos. Sucede cada vez que nos confesamos: allí recibimos el amor del Padre que vence nuestro pecado: ya no está más, Dios lo olvida. Dios, cuando perdona, pierde la memoria, se olvida de nuestros pecados, se olvida. Es tan buen Dios con nosotros! No como nosotros, que después de decir "No es nada", a la primera oportunidad que acordamos con intereses de los males que hemos sufrido. No, Dios borra el mal, nos hace nuevos dentro y así hace renacer la alegría en nosotros, no la tristeza, no la oscuridad en el corazón, no la sospecha, la alegría.

Hermanos y hermanas, coraje, ánimo, con Dios, ningún pecado tiene la última palabra. La Virgen, que desata los nudos de la vida, nos libere de la pretensión de creer que somos justos y nos haga sentir la necesidad de ir hacia el Señor, que siempre nos espera para abrazarnos, para perdonamos.

 

 

 

15/09/2019-12:30
Anne Kurian

Rusia y Ucrania: El Papa saluda el intercambio de prisioneros

(ZENIT — 15 septiembre 2019).- El Papa Francisco alabó el intercambio de prisioneros "tan esperado" entre la Federación de Rusia y de Ucrania, realizada el 7 de septiembre de 2019.

Él habló sobre este gesto en el Ángelus del 15 de septiembre que presidió en la Plaza de San Pedro: "Me alegro por las personas liberadas, que han podido besar a sus seres queridos nuevamente", dijo después de la oración mariana.

El Papa también aseguró sus oraciones "por un rápido final del conflicto y por una paz duradera en el este de Ucrania".

Después de varios meses de negociaciones, Moscú y Kiev intercambiaron a 35 detenidos cada uno, incluidos marineros ucranianos arrestados por la guardia costera rusa en noviembre de 2018, agentes secretos y presos políticos.

 

 

 

15/09/2019-14:13
Raquel Anillo

Ángelus: Saludo del Papa a los peregrinos y a los recién proclamados beatos

(ZENIT — 15 septiembre 2019).-

Queridos hermanos y hermanas.

La semana pasada, se produjo el tan esperado intercambio de prisioneros entre la Federación Rusa y Ucrania. Me alegro por las personas liberadas y por quienes han podido volver a abrazar a sus seres queridos, y sigo rezando para que se ponga fin al conflicto y por una paz duradera en Ucrania oriental.

Ayer en Forli fue proclamada Beata Benedetta Bianchi Porro, fallecida en 1964 con solo 28 años. Toda su vida estuvo marcada por la enfermedad, y el Señor le dio la gracia de soportarla, es más, de transformarla en un testimonio luminoso de fe y amor.

Y hoy en Limburgo (Alemania) se proclama Beato al padre Riccardo Henkes, sacerdote palotino, asesinado por el odio de la fe en Dachau en 1945.

Que el ejemplo de estos dos valientes discípulos de Cristo sostenga también nuestro camino hacia la santidad. Aplaudamos a los nuevos beatos'

Os saludo con afecto a todos ustedes, romanos y peregrinos procedentes de diferentes países: familias, grupos parroquiales y asociaciones.

Saludo a los fieles de Honduras y Bolivia; a los jóvenes empresarios africanos comprometidos a trabajar juntos — harambe — por el futuro de África; y a la peregrinación con coches eléctricos procedentes de Polonia.

Saludo a los militares reunidos en memoria del Siervo de Dios Padre Gianfranco Chiti; a las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor; a los fieles de Montecchio Emilia con sus amigos venezolanos; y los confirmandos de Crotone.

Saludo al grupo UNITALSI, la gran peregrinación nacional a Lourdes que tendrá lugar en los próximos días.

Les deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Bueno almuerzo y adiós!

 

 

 

15/09/2019-07:00
Isabel Orellana Vilches

San Juan Macías, 16 de septiembre

«Este extremeño es considerado el padre de los pobres y 'ladrón' del purgatorio. Desempeñó su admirable acción caritativa en Lima como limosnero y portero del convento de los dominicos»

Nació en Ribera del Fresno, Badajoz, España, el 2 de marzo de 1585. Huérfano de padre y madre a los 4 años, se crió junto a unos tíos. Ella ya le había legado su mejor patrimonio enseñándole a rezar las primeras oraciones. Pasó la infancia cuidando el rebaño de un rico hacendado, dejándose arrebatar por la belleza del entorno en el que percibía la presencia de Dios. Los olivos daban cobijo a sus ardientes plegarias elevadas a la Virgen mientras desgranaba las cuentas del rosario. América era una voz que llamaba no solo a los intrépidos conquistadores extremeños, sino también a los misioneros. Y Juan sentía correr por sus venas esa vocación. Uno de esos días en los que trabajaba como pastor, un niño que decía llamarse Juan Evangelista había sembrado este afán en su corazón, diciéndole: «Téngote que llevar a unas tierras muy remotas y lejanas», y desde ese instante se dispuso interiormente a cumplir la voluntad divina. A los 20 años evocando este hecho singular, aunque ignoraba el alcance sobrenatural de esta visita, dejó a sus parientes.

Durante diecinueve años trabajó como agricultor en distintos puntos del Sur de España. Era un emigrante que buscaba serenamente ese lugar que Dios había destinado para él, mientras seguía rezando el Santo Rosario y dando testimonio a todos con su humildad, sencillez, generosidad y alegría; repartía entre los pobres casi todas las ganancias. Juan Evangelista continuaba siendo su ángel de la guarda particular y en Sevilla le rescató de ciertos peligros en los que pudo haber quedado atrapado debido a su ingenuidad. Partió a Jerez de la Frontera y trabó contacto con los dominicos quienes le invitaron a unirse a la comunidad. Pero él, que tenía singulares experiencias místicas, con toda rotundidad decía: «No está de Dios que yo lo sea aquí». En esta ciudad gaditana, en la que ya había dejado la huella de su caridad, entró al servicio de un adinerado marinero, y en 1619 desde Sanlúcar se embarcó con él al Nuevo Mundo.

Al llegar a Cartagena de Indias el armador le dio su salario, pero le abandonó a su suerte. Juan era un iletrado, y dado que no sabía ni leer ni escribir, ya no le servía para los negocios. Al verse desamparado, oró ante una imagen de María en la Iglesia de los dominicos. Y al día siguiente, después de haber constatado por sí mismo el trato ignominioso que recibían los esclavos y de sentir indecible compasión por ellos, buscó trabajo en el puerto. Después, viajó por Perú, pasando por Pasto y Quito, hasta que llegó a Lima en 1620, tras un viaje efectuado a pie y en mula de varios meses de duración. Le sostuvo la Eucaristía y el rezo diario del rosario. Lo primero que hizo fue buscar a los dominicos. Fray Martín de Porres le franqueó la entrada. Era el primer encuentro de dos santos que siguieron caminos casi paralelos. Durante un tiempo, Juan trabajó al servicio de un ganadero como pastor siempre sin dejar de rezar el rosario; solía pedir por los difuntos; por eso se le llama «el ladrón del purgatorio». Un día Juan Evangelista le dijo: «Tu puesto no es el de pastor. Vete al convento de la Magdalena, de la Orden de Predicadores, y pide el hábito de hermano».

Inserto como hermano lego en la comunidad de los dominicos de Santa María Magdalena, tomó los hábitos en 1622. Espiritualmente fue probado con diversas tentaciones. Defectos como la soberbia, la vanidad, acusaciones acerca de la intencionalidad que le guiaba a vivir en el convento (le acusaban de perseguir su comodidad), incitaciones contra la castidad, visión de los placeres que le aguardaban fuera..., todo ello pugnaba por apoderarse de su mente conminándole a abandonar su vocación. La gracia de Cristo le ayudó a purificarse fortaleciendo una decisión que emprendió en acto de fe y que no hizo sino robustecerse. Designado portero conventual, tuvo como guía a fray Pablo de la Caridad. Y de ese lugar recoleto hizo un paraíso particular para los pobres, los explotados y oprimidos, los enfermos, los abandonados, los que precisaban consuelo... Todos los que acudían allí hallaban lo preciso en este hombre humilde y desprendido, que pasaba las noches en oración, haciendo penitencia y dando incansables muestras de exquisita caridad, al punto de que grandes personalidades de la nobleza, incluido el virrey de Lima, le confiaban sus cuitas deseosos de recibir sus inspirados consejos. Entregó todo a Cristo, ofreciéndole su tendencia natural a pasar por la vida sin notoriedad alguna, íntimo afán que su pública misión como portero le impedía. Y eso justamente, al exigir de él gran esfuerzo, lo agradecía a Dios.

Cuando manifestó: «El portero de un convento es el espejo de la comunidad. Conforme es el portero, son los religiosos que moran en ella», sabía bien lo que decía. Las buenas y las pésimas acciones de una sola persona impregnan toda la convivencia y traspasan los muros del recinto. Cada una ha de saber que es testigo para el mundo. Y Juan estaba expuesto a ser examinado por las constantes visitas que recibían los religiosos de la Recoleta, a quienes franqueaba la puerta. Lo que veían en él fácilmente podían atribuirlo al resto de sus hermanos. Por tanto, lo que afirmó era una apreciación religiosa, profunda, que había brotado en su meditación. Iba llegándole el fin, y atrás dejaba también una vida entregada a los pobres en los que reconocía a Cristo; para ellos pidió por las calles de Lima, además de alentarlos en la fe. Su burrito, que había amaestrado, le traía las limosnas que recogía él solo cuando Juan no podía salir. En estos desvalidos pensaban sus hermanos de comunidad cuando vieron que iba helándose su aliento. Ante el comentario de lo que podría ser de ellos con su orfandad, Juan les tranquilizó: «Con que tengan a Dios, sobra todo lo demás». Fue agraciado, entre otros dones, con el de milagros. Murió el 16 de septiembre de 1645 mientras la comunidad honraba a María con la Salve Regina. Gregorio XVI lo beatificó el 22 de octubre de 1837. Pablo VI lo canonizó el 28 de septiembre de 1975.