Tribunas

La homilía de don Juan José

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

El sur, la Iglesia en el sur de España, está últimamente dando mucho juego informativo. No voy a hablar de la interesante carta pastoral de inicio de curso del obispo de Guadix, monseñor Francisco Jesús Orozco Mengíbar, aunque debiera.

Me voy a referir a la homilía del arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, con motivo de los cincuenta años de su sacerdocio. Me contaron, esa misma noche por cierto, mi amigos sevillanos que la celebración eucarística fue una gozada. Los mismos amigos que dan gracias a Dios por tener a don Juan José como obispo, por sus sencillos gestos de paternidad espiritual. Vamos, que están orgullosos de su obispo, un dato que, en condiciones habituales, no debiera tener que destacar.

Don Juan José Asenjo me parece una de las personalidades más completas de nuestra Iglesia en España. Un sacerdote, y un obispo, que tiene unas cualidades humanas no habituales de trato y cercanía, y una sentida y trasparente vida espiritual que se palpa en el ejercicio de su ministerio.

Tengo que confesar que desde el Juan José Asenjo que fuera secretario general de la Conferencia Episcopal Española, cuando se hablaba del clan de Sigüenza en Añastro, hasta el de hoy hay mucho recorrido, se ha hecho grande, “mu” grande, que dirían por allá.

Hay una virtud que le caracteriza y que quizá sea la línea vertebral de su ministerio: el servicio. Recuerdo aquella fecha en la que no fue reelegido secretario general de la Conferencia, para sorpresa de muchos, y la forma en la que aceptó aquel imprevisto cambio de rumbo. O la época de auxiliar de Toledo, por seguir con el crisol.

Quizá uno de los mejores Asenjos está en su tesis doctoral, dedicada a Saturnino López Novoa, fundador de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Es posible que haya querido ser un reflejo de don Saturnino, uno de los sacerdotes españoles más interesantes del XIX.

Pero vayamos a la homilía en su misa de aniversario sacerdotal, sencilla, emotiva, al grano. Un texto en el que se traslucía algunas de las virtudes de don Juan José y, sobre todo, su amor a la Iglesia y al Papa. A la Iglesia, citando a san Ireneo, –“la escalera de mi ascensión hacia Dios”-, y a san Cipriano de Cartago –“ella es la madre que me ha engendrado a la fe y que me permite tener a Dios por padre”.

O las afectuosas palabras dedicadas al sucesor de Pedro, el papa Francisco. Para que quede claro, “el amor al Papa y el sentir con el Papa han sido siempre un signo distintivo de los buenos católicos, como lo ha sido también la acogida, docilidad y obediencia a sus enseñanzas”.

Es verdad que algunos hacen cábalas sobre su salud –sin óbice en este momento- y sobre su edad, por tanto, sobre su futuro más o menos inmediato. Quizá no haya que tener tanta prisa.

 

José Francisco Serrano Oceja