El blog de Josep Miró

 

Iglesia, cristianos, cristiandad y reino de Dios (4). La fe cristiana como el gran tensor de la sociedad occidental

 

 

18 octubre, 2019 | por Josep Miró i Ardèvol


 

 

 

El cristianismo es la referencia necesaria para pensar lo humano, incluso para los no cristianos. Michael Hard y Antonio Negri publicaron en el año 2000 Imperio, para algunos una obra que iba a significar el equivalente de El Capital de Marx en el siglo XXI.

Dejando a un lado la dimensión de su importancia, que en todo caso es relevante, la idea de los autores de convertir a la multitud en un sujeto político necesita acudir a San Agustín. Si bien, como escribe Boris Gunjevic en Virtudes babilónicas en El Dolor de Dios, una obra conjunta con Slavoj Zizek, su error es pasar a San Agustín por el tamiz de Spinoza, en lugar de practicar la operación inversa. En cualquier caso, la Ciudad de Dios agustiniana es una referencia necesaria en Imperio, que pude leerse como un comentario materialista a aquella obra, de manera que Imperio se basa en gran medida en las conclusiones planteadas por San Agustín en su obra. Y cita a aquellos autores:

Podemos tomar como ejemplo del proyecto pergeñado por san Agustín para oponerse al decadente Imperio romano. Ninguna comunidad en particular podía lograrlo y constituirse en alternativa al dominio imperial; solo una comunidad universal católica, que reuniera a todos los pueblos y a todas las lenguas en un viaje comun podría conseguirlo. La Ciudad de Dios es una ciudad universal unida, cooperativa, comunicativa. Sin embargo, a diferencia de lo que piensa Agustín nuestra peregrinación por la Tierra no está orientada por un telos trascedente; es absolutamente inmanente.

Y es precisamente esa inmanencia la que le impide realizar la obra universal que pretende Negri, porque carece del sujeto necesario para ello. Porque el ser humano inmanente no puede desarrollarla sin incurrir en excesos contrarios a la propia humanidad, como la historia constata. Sin sentido de la trascendencia, sin conciencia en modo religioso que obliga a ir más allá del propio interés, se requiere de la coerción y el castigo para asegurar los fines.

Hard y Negri utilizan una segunda referencia fuerte cristiana para justificar su respuesta política. Nada más y nada menos que de San Francisco de Asís. Él es el que mejor encarna su lucha contra el Imperio. Negri no acepta of course, la trascendencia, pero sí que necesita del ascetismo franciscano para concretar su posición de rechazo al capitalismo.

Para vivir bien y crear lo común el ascetismo siempre es necesario. La encarnación a modo de Jesucristo es una clase de ascetismo… o más bien un camino hacia la vía virtuosa, como recomendaba Spinoza. Probablemente sea en el ascetismo secular donde las singularidades y la sensualidad están mejor interrelacionadas para construir el mundo que ha de llegar.

En cualquier caso, resulta evidente la deuda intelectual incluso en un ejemplo, como el que he citado, abiertamente materialista.

Pero ya hemos visto con Guardini que el camino que presenta Jesús posee una exigencia tal, que se aparta tanto del “sentido común” y por ello resulta impracticable sin la fe y la gracia. Lo que afirman los autores de Imperio más bien parece surgir de una remembranza de la vida hippy, una operación ascética y sensual, que además tampoco se bastaba a sí misma, no era inmanente, puesto que necesitaba de la droga para configurase. Y la droga la destruyó.

El ejemplo de Imperio es útil porque constituye un proyecto coetáneo crítico y alternativo al modelo de sociedad actual, que sigue los pasos de tantos otros forjados desde el materialismo, y que se basan en algún tipo de revolución. Pues incluso en este ejemplo, la fe cristiana constituye una referencia necesaria. Se inspiran en ella para construir su alternativa. Bien, pero ¿para qué acudir a un sucedáneo incierto y no bien fundamentado si disponemos del original que, junto con su actualidad, cuenta con dos mil años de éxito configurando civilizaciones, culturas, sociedades? No lo hace por medio de revoluciones materiales, sino por sustitución. Esa es la respuesta cristiana que, ahora como en otras ocasiones en el pasado, debe pasar a la acción.

En 1959 se produjo un cambio sustancial en la socialdemocracia alemana, que tuvo un claro efecto sobre otros partidos socialistas, y en concreto y años después, en el PSOE. Fue el congreso en Bad Goldemberg en el que abandono toda referencia marxista. Pero el programa allí aprobado fue mucho más allá, acordando que el socialismo democrático, enraizado en Europa en la Ética cristiana, el humanismo y la filosofía clásica, no pretende proclamar verdades absolutas (Tony Judt Posguerra. 2006. P 540). El hecho cristiano era para los socialdemócratas alemanes una referencia obligada para su caracterización, toda vez que olvidaban el marxismo.

Y es que cristianismo es el vínculo de continuidad en la forja de la cultura occidental. Es un tensor; aquello que pone en tensión, como los cables de un puente o una torre, que permiten que soporten las cargas. Un tensor también es una fuerza que empuja en un determinado sentido. Es lo que impulsa a una nave en el agua, a lo que esta responde con una determinada velocidad. Ambas, fuerza y velocidad (aceleración), no estarán situadas en la misma dirección en términos físicos, a causa de la forma particular de la embarcación, pero el avance en el sentido deseado se producirá. Esta breve explicación del tensor describe bien el papel del cristianismo en la cultura occidental.

Ahora el tensor cristiano está roto. Eso es lo que nos está perdiendo. Esta es nuestra tragedia. Cada vez que, en Europa, en nuestro país, nos hemos apartado del tuétano cristiano, de la exigencia de las Bienaventuranzas y del Sermón de la Montaña, hemos sufrido. Cuando ha inspirado la acción desde el trasfondo, hemos progresado en cuerpo y alma, como sucedió en la última posguerra europea, y en la Transición española. Claro que nunca es un proceso perfecto, no existe tal cosa en la vida humana, pero siempre es mejor que cualquier otra opción real para el conjunto y para cada uno, para el bien común. De eso se trata.

Sin tensor, Europa, España se autodestruyen, acumulan crisis sin resolverlas, de manera que la última hace olvidar las precedentes, que siguen vivas y dañinas. El gran deber cristiano es responder a todo esto desde la fe; no desde la ideología, sino desde el seguimiento de Cristo. Pero hoy por hoy, esto no surge por nuestras miserias, fragmentación y corporativismo cristianos. Cada grupo, cada movimiento, se pretende único dotado de todo, y resulta incapaz de colaborar en nada común que sirva para responder a una sociedad que se hunde. Es uno de los escándalos cristianos más grandes, De todo eso también nos serán pedidas cuentas.