Colaboraciones

 

No me chilles, que no te veo

 

 

22 octubre, 2019 | por Jordi-Maria d’Arquer


 

 

 

Cada uno oye lo que quiere oír. Pasamos del bodrio al espantapájaros con tanta facilidad como respiramos. Y eso, usualmente, es un crimen. Porque cuando nos damos cuenta de que el que parecía que no nos oía porque era sordo, resulta que lo que pasaba era que no quería hacernos caso, el cabreo es mayúsculo. Pero es que resulta que a veces no nos oyen porque gritamos demasiado: chillamos.

Necesitamos insistir en que la comedia ha terminado y es hora de que empecemos a rodar el guion. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de no acabar la historia. Y todos sabemos –al menos por referencia de nuestros mayores- lo que significa el fin de la historia… cuando la historia se basa en el propio relato. Aunque esta vez va más en serio, y la Historia puede ir con mayúscula. Eso es, el fin, la extinción de la Humanidad, tras la extinción de la humanidad con minúscula. No es de extrañar: la humanidad del ser humano le hace ser Humano… y su ausencia le merece el nombre de El Exterminador. Tenemos ejemplos en el siglo XX y corremos el riesgo de superarlos empezando el XXI.

Cada día que pasa, el bodrio desprende más hedor. Exponencialmente. Porque la historieta va tan requeteforzada que hasta resulta de cómic. Y como en las relaciones humanas lo que a uno le parece de lloriqueo, a otro puede resultarle de carcajada, mientras a otro, de miedo, ¿no será prudente cambiar el relato, precisamente para escribir el guion?

Dejémonos de argumentos variopintos y acciones fallidas de concienciar por medio de la provocación o el hacerse el sordo, y pasemos a la acción, que no es aplazar y aplazar porque lo más urgente es aplazar, para tener al pollo cogido por el cuello esperando su rendición, sino poner oídos sin condicionantes, sabiendo y aceptando que no todos oiremos lo que queremos, pero que nos entenderemos en la medida en que, sentado uno frente al otro, dejemos de tergiversar el relato, porque –sencillamente- el relato estaba contaminado por el propio interés de cada parte.

¿En qué basamos, pues, el guion? En la Verdad. Y la Verdad es todo aquello que no es la mentira. Si impongo condiciones a mi verdad, es que no estoy seguro de que tengo la Verdad. Simplemente, porque ya parto de una concepción partidista de la Verdad: la mía. Si de verdad quiero la Verdad, por fuerza de la razón óntica de la propia Verdad, debo establecer un campo de acción común en que cada parte tenga libertad de expresar su relato para, con la grandeza de la conciliación en base a la Verdad común, impulsar el crecimiento de un futuro mejor para cada parte. Sabiendo sin la menor sombra de duda que siempre lo será si dejamos de hacernos los sordos.

Habrá llegado el momento de escribir el guion. Para ti, para mí y para todos. Y es esta hora, por fin, o llegaremos tarde. Porque juntos vivimos y juntos viviremos. Aunque nos empeñemos en subir a la luna, también allí nos necesitamos. O más aún. Si no, no llegamos, a menos que lo sueñes. Con lo cual seguirá siendo tu verdad y tu sueño, no el guion de la Verdad. Y estaremos en lo mismo. Pero –no lo dudes- la Verdad se impondrá, finalmente, por su propia fuerza. Que no lleguemos tarde. ¿Me oyes?