Tribunas

¿Otra Facultad de Teología?

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

El arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, ha conseguido un acariciado y antiguo sueño de esa Iglesia: tener una facultad de teología propia, es decir, de la archidiócesis. E inmediatamente se han oído las voces de siempre: que si son muchas las facultades de teología en España, que si para el escaso número de alumnos, que si los presupuestos… Apuntes que basculan entre la realidad y otras intenciones.

Si estuviéramos en otro tiempo, habrían saltado las alarmas con una campaña contra Asenjo porque monta una Facultad en Sevilla estando la de Granada. Una Facultad que se identificaría con la teología tradicional frete a la progresista. Y se recordaría el caso de San Dámaso, y se volvería con la cantinela del pontificado de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Pero como ahora quien ha concedido el título y la dignidad es la Congregación del cardenal Versaldi, por tanto, el hombre del Papa Francisco para estos asuntos, silencio en la cristiandad.

No seré yo quien diga nada sobre si hay muchas o pocas facultades de teología, entre otras razones porque creo que el problema de las facultades de teología en España viene muy de lejos. Tendría que empezar a hablar del siglo XIX, de las Universidades Pontificias de entonces.

No sé si son pocas o muchas. Me inclino a pensar que son muchas, fenómeno que también ocurre en el ámbito civil. Cada provincia quiere tener su universidad, cada diócesis, su facultad. Y, en términos generales, esto genera un empobrecimiento.

También hay que apostar por la pluralidad de las facultades en cuanto enfoques, sensibilidades y especialidades. Este criterio facilita la proliferación. Por lo que parece, lo que no tienen las facultades de teología son muchos alumnos. Hasta que los laicos no consideren que la teología es una opción viable, no hay nada que hacer. Eso no significa que solo hay que estudiar teología para ser profesor de religión y tener un trabajo. Sería una forma de instrumentalizar la teología y cercenarla.

Como siempre, unas facultades están mejor y otras peor. Algunas, en auge, y otras, en decadencia. Unas han renovado sus métodos de captación y docencia, y otras están esperando sentadas a que les lleguen los alumnos.

Tengo que advertir que creo que el problema de la teología es que no ha salido del ámbito de los seminarios y de las Universidades Pontificias o eclesiásticas. Me gustaría imaginar que en las universidades del Estado, llamadas públicas, se impartiera la teología como se imparte la filosofía o la filología o las bellas artes. Alemania, al fin y al cabo, con lo mejor de Alemania.

Claro, este sistema no caería bajo el control de los obispos, y ése es, para algunos, un problema. No sé porqué. Ni los fieles lacios que puedan estudiar ahí son menores de edad teológica, ni la teología, como ciencia, está en pañales. Es decir, si entendemos que el estudio de la teología solo sirve para formar sacerdotes y consagrados, entonces sí, al calor de los seminarios.

Lo que no podemos negar, y no sé si es consecuencia de lo anterior, es que atravesamos un desierto de teólogos de renombre, de incidencia incluso pública. Si preguntamos en círculos académicos e intelectuales el nombre de un teólogo, nos llevaríamos una sorpresa.

Quizá haya que esperar a que se fragüen las nuevas generaciones de teólogos. Y eso lleva tiempo, máxime en una época en la que prima lo pastoral y no lo intelectual ni académico. Mientras, enhorabuena a Sevilla por su nueva facultad de teología.

 

José Francisco Serrano Oceja