Asamblea Plenaria noviembre 2019: discurso inaugural del cardenal Blázquez

 

 

Lunes 18 noviembre, 2019


 

 

 

Discurso inaugural del arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Ricardo Blázquez Pérez, en la sesión inaugural de la Asamblea Plenaria que se celebra del 18 de al 22 de noviembre de 2019.

 

1. Saludos, recuerdos y agradecimientos

Saludo fraternalmente a los señores cardenales, arzobispos y obispos, miembros de la Conferencia Episcopal Española, e invitados de otras conferencias episcopales. Desde aquí, saludo cordialmente a los obispos eméritos, que hoy no pueden acompañarnos. Muestro mi gratitud a cuantos trabajan en la Conferencia Episcopal, sin cuya colaboración leal y competente no sería posible el cumplimiento de sus tareas pastorales. Manifiesto mi respeto y afecto a cuantos cubren la información de esta Asamblea y a los que conectan con nosotros por su mediación. A todos los aquí presentes doy la bienvenida.

Desde la última Asamblea Plenaria, que tuvo lugar en el mes de abril, han fallecido cuatro hermanos en el episcopado: Mons. Juan Antonio Menéndez, obispo de Astorga; Card. José Manuel Estepa, arzobispo emérito castrense; Mons. Gregorio Martínez Sacristán, obispo de Zamora; y Mons. Ignacio Noguer Carmona, obispo emérito de Huelva. Encomendamos a todos al Señor, pidiéndole que premie sus trabajos por el Evangelio; confiamos que habrán escuchado de labios del Buen Pastor: «Siervo, bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor» (cf. Mt 25, 21-23). Confiamos en la palabra del Señor: «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará» (Jn 12, 26).

Felicitamos al nuevo arzobispo de Tarragona, Mons. Joan Planellas Barnosell, que recibió la ordenación episcopal el pasado 8 de junio en la catedral de Tarragona, acompañado por numerosos obispos. Le expresamos nuestra felicitación cordial y le damos la bienvenida a la Conferencia Episcopal como hermano en el ministerio.

En el consistorio celebrado en Roma el día 5 de octubre creó el papa Francisco cardenales a Mons. Cristóbal López, arzobispo de Rabat, salesiano y originario de Almería, y a Mons. Miguel Ángel Ayuso, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, comboniano y originario de Sevilla. Nuevamente les expresamos nuestra felicitación.

El día 22 de junio fueron beatificadas en la catedral de la Almudena de Madrid 14 mártires concepcionistas franciscanas; y el día 9 de noviembre en la catedral de Granada fue beatificada la fundadora de la congregación de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, María Emilia Riquelme Zayas. Felicitamos a las correspondientes familias religiosas y nos acogemos a la intercesión de las nuevas beatas.

Con fecha 1 de octubre de este año el papa Francisco ha nombrado nuncio apostólico en España al arzobispo filipino Mons. Bernardito Cleopas Auza, que en los últimos años ha sido observador permanente de la Santa Sede ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York y ante la Organización de los Estados Americanos (OEA). Reciba nuestra felicitación cordial y afectuosa bienvenida. Saludo con gratitud por su presencia a Mons. Michael F. Crotty, encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica.

Saludo con afecto a los administradores diocesanos de Astorga, Rvdo. D. José Luis Castro Pérez, y de Zamora, Rvdo. D. José Francisco Matías Sampedro.

2. Libertad religiosa y diálogo interreligioso

a) Declaración conciliar Dignitatis humanae

Permítanme que comience recordando cosas sabidas por todos. La declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano II, aprobada el día 7 de diciembre de 1965, justamente al final, aunque no era el documento más importante ni el más largo del Concilio, fue «el más ardorosamente discutido en el aula conciliar y el más ampliamente acogido por la prensa internacional» (P. Carlos Corral).

Conviene leer la denominación completa con sus matices: «Declaración sobre la libertad religiosa» y el subtítulo: «El derecho de la persona y las comunidades a la libertad social y civil en materia religiosa».

Se trata la libertad religiosa en tres perspectivas: jurídica (¿cuál es la naturaleza y el fundamento de la libertad religiosa?), política (¿cuál es límite del ejercicio de la libertad religiosa y el criterio de intervención de la autoridad estatal?) y teológica (¿tiene fundamento la libertad religiosa en la Sagrada Escritura?). ¿Cómo se concilia el Magisterio precedente de la Iglesia con la declaración de la libertad religiosa?

Al final el resultado de la votación fue el siguiente: 2.308 votos a favor y 70 en contra. Se discutió buscando la verdad y la concordia sobre la libertad religiosa; y se consiguió laboriosamente. La maduración propiciada por la discusión abierta a la verdad llegó al acuerdo; es un procedimiento coherente con la sinodalidad. No se trataba de vencer en la votación, sino de iluminar con la fe razonada el comportamiento de la Iglesia en su misión en el mundo.

Los principios generales son estos: a) Libertad e independencia de la Iglesia, b) autonomía y laicidad del Estado como tal, c) sana colaboración de ambas comunidades, conforme a su naturaleza, y d) primacía de la persona humana como inicio, centro y fin del orden social.

La declaración define así su postura ante la libertad religiosa: «La persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar libres de coacción, tanto por parte de las personas particulares como de los grupos sociales y de cualquier poder humano, de modo que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella, pública y privadamente, solo o asociado con otros, dentro de los debidos límites. Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad de la persona humana, tal como se conoce por la Palabra de Dios revelada y por la misma razón. Este derecho de la persona a la libertad religiosa debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de forma que se convierta en derecho civil» (n. 2).

La fe no se puede imponer ni impedir; en el corazón de cada persona hay un ámbito que no se debe profanar ni invadir. En las persecuciones y hasta en la cárcel hay un recinto sagrado e inviolable en el corazón de la persona. Dios quiere ser adorado por personas libres. Todo hombre está en el secreto de su conciencia solo ante Dios. Como dijo John Henry Newman, recientemente canonizado, puedo brindar por el papa pero antes por la conciencia. Toda persona está llamada a buscar la libertad, la verdad y el bien. La libertad religiosa no significa desvinculación de la relación con el fundamento de su existencia. Aunque una persona no sea consecuente con esta búsqueda y respeto moral no pierde la inmunidad ante todo posible atropello de su libertad, ya que por naturaleza es libre, no por mérito a su forma de proceder. El derecho a la libertad religiosa, se comprende por lo dicho, está en el cimiento y en el corazón de los demás derechos de la persona. ¡Pisamos terreno sagrado!

La persona puede refugiarse en su intimidad siempre y decir allí libremente sí o no. Pero esta libertad no basta. Es un atropello a la persona forzarla a simular tanto la fe como la creencia. No es legítimo que haya “falsos conversos”, ni por intereses ni porque se discrimine a las personas en la sociedad. Toda persona tiene derecho a vivir en sintonía el corazón y los labios, la existencia personal, familiar y social.

La declaración conciliar sobre libertad religiosa en materia civil ilumina la dimensión misionera de la Iglesia, la relación con Dios en gratitud, obediencia y adoración, la comunicación entre las personas, con la que actualmente, por la pluralidad religiosa de las sociedades y por la movilidad humana, diariamente convivimos. Ni indiferencia religiosa, ni coacción en un sentido u otro, ni privilegios o discriminaciones por condiciones concretas (raza, color, sexo, nación, lengua, posición social, formación…). La humanidad no puede ser familia de hermanos bien avenidos sin el respeto y la promoción de la libertad religiosa. La libertad religiosa no equivale a la tolerancia o a la evitación de persecuciones o exclusiones. Tiene una perspectiva negativa –no forzar a nadie– y positiva –respetar y convivir– con los demás. Dios mismo ha confiado al hombre al ejercicio de su libertad. Nos creó libres y nos quiere libres; respeta las consecuencias del ejercicio de la libertad de que dotó al hombre, varón y mujer, en cuanto persona.

b) «La libertad religiosa para el bien de todos»

La Comisión Teológica Internacional ha preparado en una comisión especial presidida por el Prof. Javier Prades un estudio sobre la libertad religiosa, deseando prestar un servicio al bien de todos, a la vista de los desafíos actuales. Sobre la base de la declaración conciliar Dignitatis humanae y respondiendo a los retos contemporáneos planteados, el nuevo documento ha sido aprobado en su sesión plenaria de 2018. Fue sometido a la consideración del Card. Luis E. Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, quien, después de haber recibido el parecer favorable del santo padre Francisco, ha autorizado su publicación con fecha de 21 de marzo de 2019.

El presente documento sigue la trayectoria de los numerosos que han precedido tanto en la selección de los temas como en la forma de su tratamiento como en la autoridad acreditada una y otra vez. Es un referente teológico y eclesial seguro.

La Comisión Teológica Internacional fue erigida inmediatamente después del Concilio; la experiencia positiva de la colaboración de los teólogos en los trabajos conciliares movió al papa a constituirla. Los miembros de la Comisión son teólogos de reconocido prestigio, proceden de Iglesias y áreas eclesiales diversas, se complementan con las variadas especialidades, trabajan sin las prisas características de nuestro tiempo no siempre adecuadas a una exigente reflexión, discuten a fondo las cuestiones en diálogo abierto y serio, buscan la respuesta compartida a las cuestiones planteadas, presentan sus escritos a la suprema autoridad pastoral de la Iglesia y así se hacen acreedores a la confianza de los fieles. Prestan de esta manera un servicio inestimable a la misión de la Iglesia.

Ya es larga la lista de documentos de la Comisión Teológica Internacional. Al actual precedió La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, profundizando histórica y teológicamente esta realidad promovida con decisión por el papa Francisco, que autorizó la publicación el 2 de marzo de 2018.

 El documento muestra por una parte el desafío planteado actualmente y por otra las líneas de reflexión: «La pretendida neutralidad ideológica de una cultura política que se quiere construir a partir de la elaboración de reglas de justicia meramente procedimentales, que prescindan de toda justificación ética y toda aspiración religiosa, muestra la tendencia a elaborar una ideología de la neutralidad que, de hecho, impone la marginación, cuando no la exclusión, de las expresiones religiosas de la esfera pública y, por lo tanto, de la plena libertad de participación en la formación de la ciudadanía democrática»; «una cultura que define su humanismo a través de la supresión del componente religioso del ser humano se ve forzada a eliminar también partes decisivas de la propia historia, del propio saber, de la propia tradición y de la propia cohesión social»; «la progresiva supresión posmoderna del compromiso con la verdad y la trascendencia plantea en términos nuevos el tema político y jurídico de la libertad religiosa». En este panorama la Comisión Teológica Internacional adopta una doble intención: proponer «una actualización razonada de la recepción de la declaración conciliar Dignitatis humanae»; y explicitar las razones para la justa integración –antropológica y política– entre la «instancia personal y la comunitaria de la libertad religiosa». Lo religioso forma parte del bien común de una sociedad. Una lectura reflexiva muestra la hondura del documento. La pertinencia actual de esta nueva reflexión sobre la libertad religiosa se puede apreciar fácilmente en los últimos capítulos: «la contribución de la libertad religiosa a la convivencia y a la paz social» y «la libertad religiosa en la misión de la Iglesia».

El documento emite en la misma longitud de onda que el firmado por el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar, que pasamos a presentar.

c) «Declaración sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común»

Este documento firmado por el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar, en Abu Dhabi el 4 de febrero de 2019, es muy importante, «todo un hito en el camino del diálogo interreligioso» y «guía para las nuevas generaciones». La declaración piensa en todos los hombres que llevan en el corazón la fe en Dios y la fraternidad humana. Dios es paz y fraternidad, jamás violencia. Produce una gran satisfacción el que haya sido suscrito por el papa y el gran imán de El Cairo, que en el islam tiene una autoridad particular. Es una piedra miliar en la historia de las relaciones entre cristianismo e islam. Desde la fe en Dios se funda la paz, la fraternidad y el respeto interreligioso.

Pone de manifiesto el valor que el papa Francisco reconoce a las religiones como promotoras de la paz en el mundo. Nos permitimos recomendar encarecidamente su lectura y su estudio. Prometen los firmantes llevar el documento a las autoridades, a los líderes influyentes, a los hombres de religión, a las organizaciones internacionales, a las personas de pensamiento, legisladores y medios de comunicación.

La «Declaración sobre la Fraternidad Humana» es un texto de trascendencia histórica. Es, por otra parte, un acontecimiento relevante del pontificado del papa Francisco, a favor de la amistad y el respeto entre los pueblos, de las religiones como promotoras de la paz en el mundo.

Hay otros hechos que manifiestan la misma actitud del papa: visita a Egipto, Turquía, Bangladesh; el viaje a Marruecos. Otra señal: en reconocimiento a su trabajo de años y a su cualificada colaboración en las relaciones con el islam, Mons. Miguel Ángel Ayuso, nacido en Sevilla y misionero comboniano, ha sido recientemente creado cardenal y nombrado presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso.

La declaración, firmada por el papa y el imán de Al-Azhar, máxima autoridad religiosa suní, posee un largo alcance. El «diálogo interreligioso actual representa una novedad en la historia de la humanidad», ha afirmado Patric Brodeur, responsable del Centro Interreligioso e Intercultural KAICIID con sede en Viena, en un encuentro tenido en Madrid. Sin abusar de las palabras podemos afirmar que la firma de la declaración es un acontecimiento de aliento profético, llamado a dejar huella en la historia. «No es una declaración más. Se va a convertir en referente en la promoción de la fraternidad, la paz y la convivencia» (M. A. Ayuso). Merece ser leído, meditado y releído. El diálogo interreligioso tiene una función esencial para construir una convivencia civil y necesaria para la paz en el mundo.

El punto central del documento lo constituye el apartado sobre el papel de las religiones. ¡Que no sean instrumentalizadas, que no se abuse del nombre de Dios! En su nombre nadie puede apoyarse para violentar, perseguir y matar. Dice así el párrafo: «Declaramos firmemente que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni incitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado –en algunas fases de la historia– de la influencia del sentimiento religioso en los corazones de los hombres para llevarlos a realizar algo que no tiene nada que ver con la verdad de la religión, para alcanzar fines políticos y económicos mundanos y miopes. Por esto, nosotros pedimos a todos que cese la instrumentalización de las religiones para incitar al odio, a la violencia, al extremismo o al fanatismo ciego y que se deje de usar el nombre de Dios para justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión. Lo pedimos por nuestra fe común en Dios, que no ha creado a los hombres para que sean torturados o humillados en su vida y durante su existencia. En efecto, Dios, el Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea usado para aterrorizar a la gente».

Es un párrafo que irradia una luz potente en la conciencia de las personas y en las relaciones entre grupos, pueblos y religiones. Este párrafo en el contexto de los gravísimos atentados últimos, o leído a la luz de la historia más o menos lejana del cristianismo y del islam, o de las relaciones entre Oriente y Occidente, o de las perspectivas éticas que señala, o de la relación entre pueblos con diferentes tradiciones religioso-culturales es claro y valiente; todo ello apunta a un horizonte esperanzador de la humanidad.

Me parece muy importante y oportuno en nuestra situación cultural y social recordar también lo que afirma la declaración sobre la familia: «La familia es esencial, como núcleo fundamental de la sociedad y de la humanidad, para engendrar hijos, criarlos, educarlos, ofrecerles una moral sólida y la protección familiar. Atacar la institución familiar, despreciándola o dudando de la importancia de su rol, representa uno de los males más importantes de nuestra época». Remito a la declaración sobre la libertad religiosa del Concilio, que las repetidas lecturas nos compensan con interesantes sorpresas; lo que dicen ambas declaraciones es convergente. Clarifica la responsabilidad (derecho y obligación) de los padres en la educación de sus hijos: «A los padres corresponde el derecho de determinar la forma de educación religiosa que se ha de dar a sus hijos, de acuerdo con su propia convicción religiosa». El poder civil debe respetar este derecho y los educadores deben cumplirlo con dedicación y calidad.

Debemos subrayar también el concepto de “ciudadanía plena”, sobre la que recojo algunas aserciones tanto de la declaración como de los firmantes. El documento acentúa la necesidad de pasar de la tolerancia a la convivencia fraterna. Así se expresó el gran imán: «¡Déjense de sentirse unas minorías, ustedes son nuestros conciudadanos!». Y el papa, en su discurso, en el que recordó cómo en el octavo centenario del encuentro entre Francisco de Asís y el sultán al-Malik al-Kamil ha aceptado la invitación para venir aquí (Abu Dhabi) como un creyente sediento de paz, afirmó: «Deseo que no solo aquí, sino en toda la amada y neurálgica región de Oriente Medio, haya oportunidades concretas de encuentro: una sociedad donde personas de diferentes religiones tengan el mismo derecho de ciudadanía y donde solo se le quite ese derecho a la violencia, en todas sus formas». Y la Declaración define en los siguientes términos el derecho de ciudadanía: «El concepto de ciudadanía se basa en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia. Por esta razón, es necesario comprometernos para establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior».

La educación es la prolongación de la vida. A los padres Dios hace ministros de la vida humana y confía a sus cuidados los hijos. Somos radicalmente dependientes de los padres al nacer. Nos atienden en todo. Podemos dar los primeros pasos sostenidos por ellos. La educación y el crecimiento acontece en todos los órdenes. ¿Pidieron los padres permiso a sus hijos para enviarlos al colegio? ¿Por qué no van a iniciarlos también en la fe? Nunca seremos auténticamente libres si la libertad no se educa; somos como un campo que no produce buen fruto si no se cultiva.

d) Declaración conjunta de judíos, cristianos y musulmanes sobre el final de la vida

En sintonía con la «Declaración sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común» se sitúa la declaración conjunta de las religiones monoteístas abrahámicas (judíos, cristianos y musulmanes) acerca de las cuestiones del final de la vida. De entrada, reconoce el documento que los aspectos morales, religiosos, sociales y jurídicos del tratamiento del paciente moribundo se encuentran entre los temas más difíciles y ampliamente discutidos en la medicina moderna. Pero la dificultad no comporta disuasión a tratarlos, sino que exige particular esmero en la orientación de su tratamiento. La iniciativa de un rabino de elaborar una declaración, comunicada y asumida por el papa Francisco, y compartida por un imán, está abierta a otras religiones y a todas las personas de «buena voluntad». Fue firmada el día 28 de octubre por el arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida; el rabino Abraham Steinberg, copresidente del Consejo Israelí de Bioética; y Syamsul Anwar, presidente del Comité Central de la Muhammadiyah de Indonesia.

La declaración misma indica que la eutanasia y otras cuestiones relacionadas con el final de la vida humana no son únicamente de orden confesional ni solo de orden religioso, sino también y radicalmente de todos los hombres y mujeres. «El cuidado holístico y respetuoso de la persona debe reconocer como un objetivo fundamental la dimensión específicamente humana, espiritual y religiosa de la muerte». La vida humana no es solo de carácter biológico, sino también de orden personal e interpersonal, y en su mismo fundamento confina y arraiga en la trascendencia de donde recibe la persona una dignidad inviolable. Por esto, declaran los firmantes: «Nos oponemos a cualquier forma de eutanasia –que es el acto directo, deliberado e intencional de quitar la vida– así como al suicidio asistido médicamente –que es el apoyo directo, deliberado e intencional a suicidarse– porque contradicen fundamentalmente el valor inalienable de la vida humana». «Una cercanía rica de fe y de esperanza es la mayor contribución que los trabajadores de la salud y las personas religiosas pueden ofrecer para humanizar el proceso de la muerte». El documento recuerda y promueve los cuidados paliativos. «Todo paciente en fase terminal debe recibir la asistencia paliativa mejor y más completa posible: física, emocional, social, religiosa y espiritual. El campo relativamente nuevo de los cuidados paliativos ha hecho grandes avances y es capaz de proporcionar un apoyo integral y eficiente a los pacientes terminales y a sus familias». ¡No se instrumentalice la enfatizada crueldad del dolor del enfermo, silenciando la ayuda de los cuidados paliativos! La misión enunciada de la medicina desde hace siglos, «cuidar al enfermo incluso cuando no hay cura», no se cumple sin el respeto a la dignidad inviolable de la vida humana y sin la generosidad de las personas, de las familias, de la sociedad y del Estado.

3. El camino hacia el Congreso de Laicos

La palabra camino tiene aquí no solo el sentido de itinerario en la preparación de un acontecimiento importante de la Iglesia en España, sino trae también ecos de la “sinodalidad”. Expresamente se ha pretendido seguir la manera sinodal, haciendo camino juntos, como en los últimos Sínodos de Obispos ha tenido lugar. El Sínodo episcopal ha pasado de ser comprendido como un acontecimiento destacado en la vida de la Iglesia a ser entendido como un proceso sinodal con tres fases, de escucha, de asamblea y de recepción. Recordemos la preferencia del papa Francisco a abrir procesos, a movilizar eclesialmente hacia una meta diseñada como un foco que ilumina el paso de todos los participantes(1).

Nuestro Congreso, que forma parte relevante del Plan de la Conferencia Episcopal para los años 2016-2020, ha concluido la primera fase en que han participado las diócesis y otras instituciones; con el material recibido de la etapa de escucha y consulta la Comisión de la Conferencia Episcopal elaborará un Instrumentum laboris (también se utiliza la expresión habitual en los Sínodos episcopales), que constituirá como la base del “orden del día”, con las claves mayores y las aspiraciones descubiertas previamente en las diócesis. La celebración del Congreso, que tendrá lugar en Madrid los días 14-16 de febrero de 2020, es la fase culminante en que desemboca la primera; será una Asamblea, que es «el Sínodo verdadero y propio» (Mons. Fabio Fabene, subsecretario del Sínodo de los Obispos) en que los participantes tendrán la libertad para hablar y la humildad para escuchar. Necesitamos que el Espíritu Santo actúe en todo el íter sinodal y de forma más intensa aún en el Congreso. De la Asamblea surgirán, así confiamos, orientaciones que serán recibidas, en la tercera fase, por nuestras Iglesias. ¡Que sea el Congreso un acontecimiento de comunión en la Iglesia de obediencia a la misión que todos obispos, presbíteros y diáconos, laicos y consagrados hemos recibido y compartimos!

La serie de congresos que hemos tenido a lo largo de los decenios postconciliares han sido hitos importantes en el camino de la Iglesia en nuestro mundo. Recuerdo por el dinamismo suscitado el Congreso Evangelización y hombre de hoy (Madrid 1985), que fue una acción relevante asumida en el primer Plan de Pastoral de la Conferencia Episcopal Española. La frecuencia de los congresos son también indicadores de los desafíos planteados incesantemente a la misión cristiana.

Aunque el Congreso se centra en los laicos, es obvio que ni su naturaleza ni su misión pueden ser entendidas adecuadamente al margen de los pastores de la Iglesia de la vida religiosa. La constitución Lumen gentium, que es como la columna vertebral del Concilio Vaticano II, después de tratar sobre el Pueblo de Dios que comprende a todos los bautizados, desarrolla en sendos capítulos lo referente al episcopado, presbiterado y diaconado permanente, a los laicos y a los religiosos. La comunión y sinodalidad es inherente a la condición de todo cristiano, al laicado, al ministerio pastoral y otros estados de vida.

Es razonable que después del sínodo sobre los jóvenes, de las peticiones y oportunidad de una nueva Acción Católica, de la necesidad de revitalizar en las diócesis y parroquias el apostolado de los laicos en la Iglesia y en el mundo, se haya afrontado la celebración de un Congreso de Laicos en la situación actual de la Iglesia y de la sociedad. Una de las necesidades más sentidas es la iniciación cristiana, la continuidad en la participación en la Iglesia y la formación en la fe, en la oración, en el seguimiento de Jesús y en la misión con toda su complejidad en nuestro mundo.

He querido hacer referencia al Congreso de Laicos en la apertura solemne de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, en coherencia con la trascendencia de lo que se viene tratando y en los meses próximos nos ocupará con mayor intensidad. La convocatoria del Congreso nos afecta vitalmente a todos y por ello a todos nos interpela. Es una causa mayor, converjamos en la búsqueda de respuesta a los signos que el Espíritu de Dios emite. Quiero agradecer en nombre de la Conferencia Episcopal el trabajo, no es exagerado decir ímprobo, que están desarrollando la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar y los colaboradores en esta casa de la Conferencia y en las diócesis. ¡Que el Señor nos aliente y bendiga nuestros trabajos!

El “espíritu” de la Transición

En los últimos días personas con responsabilidades políticas han emitido opiniones sobre nuestra situación; unas claras que tranquilizan, otras bastantes oscuras que dejan perplejidad y otras de carácter reivindicativo que crean sobresaltos. No es exagerado decir que probablemente una cierta confusión nos envuelve; como estas manifestaciones que se han ido sucediendo rozan con frecuencia aspectos fundamentales de la Constitución aprobada el año 1978, la inquietud afecta más hondamente a nuestra convivencia.

Los españoles hicimos una Transición de un régimen a otro y de una norma fundamental a otra, en un horizonte de futuro que se divisaba lleno de incertidumbres. Muchos factores hicieron posible la concordia que por una parte expresa nuestra Constitución y por otra desea garantizarla. Con la aspiración al encuentro o al reencuentro de todos, después de muchos años de separaciones interiores y exteriores; mediante la purificación de la memoria y la búsqueda con grandes dosis de generosidad y confianza mutua se llegó a un consenso donde pudiéramos convivir todos en libertad y respeto, a través del diálogo. En este ambiente fue elaborado el texto de la Constitución, escuchando a todos y sin excluir a nadie. La Constitución fue aprobada por Las Cortes y ratificada por el pueblo español. Es una Constitución de todos y para todos. La aprobación de la Constitución despejó el horizonte; a los españoles produjo satisfacción y desde el exterior de España muchos manifestaron su admiración. Fue posible la reconciliación y la concordia. La Constitución fue una meta alcanzada por todos; y lo gozosamente conseguido fue origen y guía para un camino abierto. Sería preocupante desconocer y minusvalorar este hito fundamental de nuestra historia contemporánea.

La Constitución no tiene fecha de caducidad ni está limitada a algunas generaciones. Está abierta a posibles reformas para las cuales la misma Constitución ha indicado el procedimiento. El éxito de la Transición con el fruto de la Constitución fue motivo de serenidad que no puede ser cuestionado rompiendo el acuerdo con el que fue aprobado. En esta cuestión el todo es cualitativamente distinto de la suma de las partes.

La concordia de todos dentro de las legítimas diversidades es un bien inestimable. Que la tentación del caos no prevalezca nunca sobre la unidad asegurada por la Constitución.  Me permito invitar a orar al Dios de la Paz por nuestro pueblo. Pidamos para todos la sabiduría y el amor de la concordia.

 (1) Cf. VV.AA., La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, BAC, Madrid 2019.