Tribunas

Primera mirada al Sínodo

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

Después de leer la traducción castellana del Documento final del Sínodo recién terminado, publicada por el Vaticano el sábado pasado, 26 de octubre, no puedo menos de reconocer que no le falta alguna razón a un periodista que comentó: “este documento parece redactado por la secretaria de una Ong internacional; por algún departamento de la Onu; por el comité de propaganda de un partido político, más que por un Sínodo de la Iglesia católica”.

No niego que a alguno le pueda parecer un tanto exageradas esas comparaciones; pero alguna base para un comentario así no falta en el texto del documento.

Además de que apenas se habla del Espíritu Santo, y se emplea casi siempre el término Espíritu, que puede significar muchas cosas; no he encontrado -no descarto que se me haya pasado inadvertida- la palabra Salvación, que Cristo nos ofrece y que también los componentes de la Amazonia necesitan; y tampoco se menciona el anuncio del Credo, de la Verdad, del arrepentimiento por el pecado; de la Vida Eterna, etc., etc.

Se habla de evangelización, por supuesto, y se dice, entre otras cosas: “El diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural debe ser asumido como camino irrenunciable de la evangelización en la Amazonia”. Un diálogo que parece tener como fin, la defensa de la “casa común”, y ser puente hacia la construcción del “buen vivir” (cfr. n. 25). ¿Es eso Evangelización?

Acabada la lectura del documento me encontré un párrafo de una confesión personal de un sacerdote africano escrita allá por los años 1960 que dice : “¿Habría dejado yo mi poblado si no hubiera tenido la suerte de conocer a un misionero totalmente poseído por Cristo, devorado por el deseo de morir por Él, habitado por el anuncio del Evangelio? A mí lo que me conmovió fue el ejemplo de oración de los misioneros en nuestra pequeña iglesia. No los escuchaba por la radio. Veía al padre Eugene y a los otros padres de la Misión rezando en la penumbra del coro de la iglesia. La oración es el fundamento de la Evangelización”.

El padre Eugène y sus compañeros sabían muy bien a lo que iban. Partían desde sus tierras francesas con la Luz de Cristo en sus corazones y deseosos de hacer prosélitos de Cristo a sus hermanos africanos, para que también ellos descubrieran el Amor que Dios les tenía contemplando a Cristo muerto en la Cruz por cada uno de ellos, y vivo en el Sagrario, para ser alimento de la nueva criatura en la que se habían convertido al ser Bautizados.

Con ese Espíritu Santo en sus almas, y con la Luz de Cristo en su inteligencia y en su corazón tantos padres Eugène, han convertido África. Y es bien fácil pensar que si hubieran seguido la sugerencia del Sínodo recién terminado, que recojo a continuación, no hubieran convertido a casi nadie a la Verdad, a Cristo.

“Partimos de realidades plurales y culturales diversas para definir, elaborar y adoptar acciones pastorales, que nos permitan desarrollar una propuesta evangelizadora en medio de las comunidades indígenas” (cfr. n. 27).

El padre Eugène y tantos santos misioneros como él, sabían muy bien qué pastoral llevar a cabo para que Cristo fuera conocido y amado por sus oyentes: dejar a Cristo en el Sagrario, transmitir en la Liturgia la presencia de Dios Padre, Hijo y Espíritu en un ese rincón de África, y ver, con gozo, como las diferentes “pachamamas” iban abandonando los hogares de los lugareños y despareciendo de su horizonte de vida; acompañar con la caridad de Cristo a todos los necesitados, enfermos, niños, ancianos, hombres y mujeres que se encontraban a su alrededor. 

Muchos dieron testimonio de su Fe con el martirio. En pocas palabras: hicieron comprensible el Evangelio a cada grupo cultural; y ni se les pasó por la cabeza adaptar el Evangelio de Jesucristo a ninguna cultura como si se tratara de realidades iguales. Sabían muy bien que la Verdad de Cristo, Dios y hombre verdadero, vivifica y convierte toda cultura, y era la Salvación para todos los que creían.

Es la cultura la que se tiene que convertir a Cristo; no Cristo a la cultura. Y así, la luz de Cristo, el Amor de Dios sigue palpitando en el corazón y en la vida de tantos cristianos hoy, en América, en África, en Asia, en Europa y en Oceanía. (continuará).

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com